La administración de Joe Biden, tambaleante luego de la salida de sus tropas de Afganistán, tras 20 años de crímenes en uno de los países más empobrecidos del mundo, ha visto en Ucrania un «buen momento» para desviar la atención hacia el país europeo, y «olvidar» cómo ha quedado la nación asiática
Autor: Elson Concepción Pérez | internet@granma.cu
16 de marzo de 2022 23:03:38
Los políticos estadounidenses, a la hora de justificar sus «hazañas», toman prestadas palabras de estadistas, escritores y hasta de un Premio Nobel de Literatura, como es el caso del británico Winston Churchill, primer ministro del Reino Unido de 1940 a 1945, durante la Segunda Guerra Mundial, y luego de 1951 a 1955, por el Partido Conservador.
Así ocurrió cuando EE. UU. invadió y ocupó Afganistán, momento en que el periodista norteamericano, Craig Whitlock , autor del libro Los papeles de Afganistán, historia secreta de la guerra, preguntó al entonces secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, si «los americanos nunca entendieron Afganistán». El jefe militar recurrió a Churchill: «En la guerra la verdad es tan preciosa, que siempre hay que protegerla con un cortejo de mentiras».
Lo que ocurre hoy en relación con Ucrania tiene un componente bélico y otro, quizá mayor, de mentiras. La visión que se da al mundo por los grandes medios occidentales está fabricada sobre un gran amasijo de falacias repetidas miles de veces, de manera que el mundo se «convenza» de que los culpables son los rusos y su Presidente.
No pocos ejemplos se ponen hasta con títulos de «Ucrania, el Afganistán de Europa». Quizá, por el andamiaje mediático y el recurrir a la injuria mentirosa, tenga alguna similitud. Pero esta vez, más que Ucrania, el interés de Estados Unidos es Rusia, y por tal motivo utiliza a su avanzada guerrerista –la OTAN– y su peón regional –la Unión Europea– en el afán de doblegar a Moscú.
La administración de Joe Biden, tambaleante luego de la salida de sus tropas de Afganistán, tras 20 años de crímenes en uno de los países más empobrecidos del mundo, ha visto en Ucrania un «buen momento» para desviar la atención hacia el país europeo, y «olvidar» cómo ha quedado la nación asiática.
Los grandes medios tampoco focalizan sus análisis en indagar sobre la vida del pueblo afgano, después de dos décadas de embestida por Estados Unidos y sus acólitos.
Un país que perdió más de 46 000 de sus hijos a causa de la guerra (hay fuentes que estiman que más de 100 000) y una potencia agresora que desplegó en esa tierra más de medio millón de soldados, de los cuales 2 455 murieron, es el reflejo cruel de una conflagración que ahora Biden pretende olvidar.
¿Cómo puede haber quedado una nación donde más de 2,2 millones de sus habitantes fueron obligados a vivir desplazados en países vecinos, y otro millón lo hiciera hacia otras regiones de su propio país?
En aquella inhumana e injustificada guerra, el vencedor fue el complejo militar estadounidense, que vendió millones de armas y equipos bélicos por más de 2,3 billones de dólares costeados por los contribuyentes de la nación agresora.
Ahora, la mitad de los niños afganos sufren desnutrición, el 54 % de la población vive por debajo de los niveles de pobreza, y el desempleo, según datos del Banco Mundial, supera el 30 %.
Pero la gran prensa occidental, en los días de la precipitada estampida de las tropas estadounidenses y de la OTAN, aupó la decisión de Biden de sacar a sus militares de suelo afgano.
Lo que ha quedado atrás –ahora con los talibanes en el poder– no tiene cabida en medios que prefieren echar la culpa a los nuevos ocupantes del gobierno de esa nación asiática y dejar en el olvido tantas muertes y mutilaciones de todo tipo, heridas aún abiertas como secuelas de la invasión y ocupación por militares de la mayor potencia del mundo y sus fieles seguidores de la Alianza Atlántica.
Los autores de la guerra y los actores de su formato mediático son los mismos que hoy arremeten contra Rusia, aprovechando un montaje desestabilizador y difamador, en un escenario donde lo único que debía buscarse es la paz.