LA MUERTE DE ZABALZA Y LAS INCONSISTENCIAS EN LAS RESPUESTAS DEL DIRECTOR DEL CLÍNICAS

Algo anda mal
Samuel Blixen24 marzo, 2022
Si solo fuera Brecha y su capacidad para difundir falsedades, vaya y pase; la coartada de atacar a los periodistas es un recurso bastante sobado. Pero insinuar locura gratuitamente para desestimar denuncias es algo que pone en cuestión la dimensión ética del denunciado, más cuando se trata de un médico ante un caso de muerte por inanición.
El director del Hospital de Clínicas, doctor Álvaro Villar, optó por descalificar las denuncias de Veronika Engler sobre las circunstancias de la muerte de su compañero Jorge Zabalza, sugiriendo locura. «¿Ustedes tienen una evaluación del estado mental de Veronika? Lo pregunto porque yo no sé si ella está en el mejor momento para hacer denuncias», declaró a Brecha, semanario al que, de paso, también descalificó, pretendiendo enseñarle cómo hacer periodismo, y al que acusó de difundir «falsedades muy importantes».
La historia clínica de Zabalza, desde su internación en el Hospital de Clínicas, el 8 de febrero, hasta su muerte, el 23, rebate las afirmaciones de Villar y expone las contradicciones en las que incurrió para justificar una atención y un desenlace que cuestionan su ética, incluido el argumento de la «salud mental».
Después del informe publicado por este semanario, Villar sostuvo en el programa Desayunos informales (16-III-22), de Teledoce, que Zabalza falleció como consecuencia de «una enfermedad que no tenía cura, un cáncer de esófago». El cáncer, que había sido tratado años antes, no fue la razón puntual por la que fue internado de urgencia en el CASMU a mediados de enero; de hecho, fue la necesidad de efectuar un tratamiento de dilataciones esofágicas para facilitar la ingesta. Y ese tratamiento impuso que Zabalza –afectado, además, por una bacteria hospitalaria– fuera finalmente internado en el Clínicas. La historia clínica consigna que el 3 de febrero se le realizó una dilatación, pero, en realidad, esa intervención nunca se hizo.
De hecho, durante los 15 días que permaneció en el Clínicas, Zabalza sufrió un deterioro sostenido de desnutrición, que finalmente provocó su muerte. La denuncia de Veronika, «la loca», sostiene: «La historia del 15 de febrero pone que está clínicamente estable. Allí dicen que le dan complemento nutricional [que es por vía oral], pero él prácticamente ya no ingería alimentos. Hablan de desnutrición severa. ¿Por qué, estando en un hospital ,dejaron que llegara a este punto?». El certificado de defunción no explicita la causa de muerte.
Los detalles son aún más sobrecogedores: recién el 17 de febrero, según la historia clínica, intentan colocarle una vía central para alimentarlo, pero, de acuerdo con Engler, «no lo logran». «Al día siguiente [18 de febrero] lo hacen de mañana, pero comienzan a pasarle la alimentación después de las 21 horas. Por un lado, saben y escriben que está severamente desnutrido y, por el otro, se dan el lujo de demorar 12 horas en alimentarlo; hasta esa hora ni siquiera le estaban pasando suero.»
Recién el 18 de noche comienzan a pasarle alimento por vía central y eso dura dos días, hasta que Zabalza se arranca todas las vías. «Después de eso no le colocan una nueva vía», afirma Engler en su testimonio documental. Se dispuso una vía central para la nutrición parenteral recién después de tres semanas de internación: «El deterioro debido a esta situación fue en aumento, sin que se tomaran medidas suficientes. Jorge murió de inanición».
En todo el episodio que desencadenó su exposición pública, Villar no logró ponerse de acuerdo sobre el estado de salud de Zabalza. Primero sostuvo (en El Observador, 22-II-22) que su situación era estable: «Su situación se encuentra a estudio, sin llegar hasta ahora a ser considerada grave». Pero después de publicada la denuncia, sostuvo que Zabalza había ingresado en el Clínicas en estado premortem: «Hiciéramos lo que hiciéramos, él se iba a morir».De hecho, la historia clínica incorpora los dos conceptos: una situación estable dentro de un estado sumamente grave. «Me dijeron que era un paciente en estado delicado, pero que había que “pelearla”, no que estaba premortem; tampoco se lo dijeron a mi padre, que es médico», afirmó Veronika a Brecha. El 22 de febrero –cuando Villar declaraba a la prensa que la situación de Zabalza no se consideraba grave–, el médico responsable del piso, Martín Rebella, anunciaba a los parientes, por primera vez, que el paciente estaba desahuciado.
La determinación de negar todos y cada uno de los cuestionamientos indujo al director Villar a formular afirmaciones que después resultaron inconsistentes. «No siempre coincide lo que la esposa quiere que tome el paciente con lo que el equipo médico considera que se le debe dar. Es muy discutible hasta dónde uno debe dar determinado medicamento que pueda provocar el peligro de agravamiento», sostuvo Villar para explicar por qué no se le suminstró a Zabalza zolpidem, un medicamento que se le indicó en el CASMU antes de ser trasladado al Clínicas y que procuraba inducir el sueño para prevenir ataques de pánico. De la misma forma se apresuró a afirmar que la comunicación entre el Clínicas y el CASMU había funcionado con normalidad, cuando los hechos y los registros revelan lo contrario.
Cuando la locura no funciona como justificativo («hay cosas que ella relata que son de una persona que no está en uso de sus facultades»), Villar apela al recurso de «no tengo conocimiento». Desestimó la denuncia de que Zabalza permaneció más de seis horas mojado en orina cuando se le salió la sonda respectiva, afirmando: «No tengo constancia de que esa situación haya sucedido realmente».
En los últimos momentos de vida del exguerrillero, ocurrió un episodio extraño, por el que su familia reclamó explicaciones. En la medianoche del 22 de febrero, y una hora antes de que se certificara el fallecimiento, una persona ingresó en la sala donde Zabalza estaba internado, aislado por covid, y permaneció unos minutos. Primero se negó esa visita y después, cuando se comprobó que había un registro de su presencia en Enfermería, resultó que el médico de guardia no había sido informado de la visita de quien resultó ser un médico forense. La inesperada presencia de un forense, antes del fallecimiento, encendió las sospechas de la familia, más cuando esa misma noche Veronika y su prima habían recibido expresiones de condolencia por la muerte, anticipada en redes sociales tres horas antes de ocurrida. En esas circunstancias no es de extrañar que se pusiera en duda el carácter de médico forense del visitante, que sí lo era y que concurrió esa noche, a esa hora, con la intención de despedirse de Zabalza.
Aunque afirmó que se había ordenado una investigación administrativa, Villar desestimó la denuncia de la familia asegurando que no hubo ninguna irregularidad y que «en cualquier hospital del país basta con demostrar el oficio de médico para poder pasar a ver a cualquier paciente». Someras consultas de Brecha a médicos y funcionarios de hospitales ponen en duda la facilidad del trámite con que el director del Clínicas justifica la presencia del médico forense.
La actitud descalificadora hacia Brecha y hacia la periodista que le hizo el reportaje («se hizo una nota con falsedades», dijo en Desayunos informales) exhibe la misma intolerancia que caracterizan sus desmentidos. Si se descarta una actitud prescindente en función del pasado político del paciente, entonces la postura del director del Hospital de Clínicas frente a las denuncias que cuestionan la atención revela una actitud de soberbia que impide reconocer algunos episodios evidentes y que adquiere mayor significado en la medida en que esa actitud puede constituir la norma. Pero algo anda muy mal cuando, para descalificar, se apela al estado mental del denunciante.
El director del Hospital de Clínicas, Álvaro Villar HÉCTOR PIASTRI