XIN CHÀO
Por Angel Miguel Bastidas G
Sin pretensiones evaluativas o de comparaciones, ante grandes eventos revolucionarios, llámese Toma de la Bastilla (1789), Revolución alemana (1918), II República Española (1931), Revolución de octubre (1917), Revolución china (1949), Revolución cubana (1959), Revolución sandinista (1979), o el proceso bolivariano venezolano, es imposible dejar a un lado el histórico triunfo del pueblo vietnamita, frente a tres potencias del siglo pasado, que puso entredicho la supuesta imbatibilidad de los imperios capitalistas.
Además del derrumbe de gigantes militares como Francia y Japón, ante la modesta tropa indochina, cómo se podrá valorar el fracaso del gigante norteamericano, que años posteriores ratificaba su capacidad militar en diferentes escenarios del medio oriente para apoderarse de importantes yacimientos petrolíferos.
Para los historiadores que invisibilizan las agresiones imperialistas, no existieron los acontecimientos de Saigón del 30 de abril de 1975, cuando dos tanques: uno soviético y otro chino (vaya simbolismo), irrumpieron en el Palacio de la Independencia, para entonces sede del gobierno fantoche proyanqui, presidido por Duong Van Minh, para ese momento,.
La historia positivista, cuidadosamente retocada, nos relata que la intervención estadounidense en la indomable indochina fue iniciada por Lyndon Johnson, entre 1963 y 1969, sin embargo, existen registros sobre el millonario apoyo gringo a los franceses por parte de los gobiernos de Harry Truman (1945-1953), Dwight Eisenhower (1953-1961) y John F. Kennedy (1962-1963), quienes en total completaron una botija de 2.6 mil millones de dólares para contribuir con la masacre del pueblo annamita.
Efectivamente, a partir de 1950, el Pentágono despachó una significativa ayuda militar para los colonialistas franceses, constituida por 1.400 tanques y blindados, 619 aviones, 390 buques, 16 mil vehículos militares, 175 mil armas de infanterías, y 2.555 millones de proyectiles de todo tipo, todo equivalente a 1.725 millones de dólares.
Son apenas muestras de los rastros dejados sobre la auténtica calle de la amargura de los filibusteros yanquis que sufrieron su primera caída en el noroeste vietnamita, compartiendo pesares en la estampida francesa del 7 de mayo de 1954, cuando el general Christian de Castrie claudicó ante “el soldado mayor de Vietnam” Võ Nguyên Giáp, en la batalla de Điện Biên Phủ (marzo13-mayo 7 de 1954).
Escudriñando a Nguyen Huy Toan: “Vietnam guerra de la liberación (1945-1975)”, editado por Thế Giới, en 2010, nos encontramos que los estadounidenses estuvieron involucrados hasta los “tequeteques” en la batalla final donde sucumbieron los franceses, de tal manera que la “vía dolorosa gringa” se llevó por delante a seis mandatarios de la gran potencia, incluyendo a Richard Nixon y a Gerald Ford, entre 1945 al 1975, es decir 30 años, y no los 21 que nos relatan los «american comics».
Los hechos demostraron que el real interés de la Casa Blanca no era solamente apoyar a Francia sino hacerse de la península Indochina, para convertirla en un filón neocolonial yanqui y base militar en el sureste asiático, cerquita de China. Esa orientación se pudo apreciar claramente, el 8 de septiembre de 1954, a solo seis meses de la histórica batalla de Điện Biên Phủ, cuando EEUU instó al Reino Unido, Francia y sus otros satélites, a constituir la Organización del Tratado del Sureste Asiático (OTASE), utilizando como escudo a Vietnam, Laos y Cambodia, una suerte de OTAN para esa región.
Los hechos demuestran que EEUU manejó a su antojo a los franceses, tal como lo hacen hoy, hasta lanzarlos al sartén de Điện Biên Phủ para apoderarse de Vietnam, Laos y Cambodia.
La locura yanqui llevó a Eisenhower, a proponer, como quien no quiere la cosa, el lanzamiento de dos bombas nucleares en el noroeste vietnamita, cuando era evidente el fracaso en Dien Bien o Waterloo II, en el cual las tropas del Việt Minh humillaron a los franceses.
Relata Huy Toan («Vietnam guerra de liberación”, pag.90), que, en la sede de la cancillería francesa, ubicada en el boulevard Dʹ Orsay, París, el canciller George Bidault fue sorprendido por la propuesta que le hiciera su colega gringo: “Y qué le parece si le damos dos bombas nucleares para recuperar Dien Bien Phu”. Fueron palabras del secretario de estado yanqui, John Foster Dulles, mientras los dos cancilleres conversaban cerca de una ventana.
La llegada triunfante a Saigón, de la “Campaña Hồ Chí Minh”, denominación que le dio el poliburó del PCV a la operación final del Frente de Liberación de Vietnam del Sur (abril 1975), no fue más que una derrota gringa cantada, el 29 de diciembre de 1972, cuando Richard Nixon reconoció impávido, ante el mundo, cómo la modesta artillería hanoyense había destrozado a la aviación más sofisticada del planeta.
En Saigón, desde 1975 Ciudad Ho Chi Minh, quedó marcada para siempre, como la estación final de la “calle de la amargura de los policías del mundo”.