Son las 3 o 4 de la mañana y se ven las luces del helicóptero que se aproxima a Miraflores. El Comandante Chávez baja rodeado de gente (y uno ve más de un coleado por ahí). En su rostro carga una sonrisa. Y saluda. No para de saludar.
En su primera alocución levanta una cruz y pide perdón por los que pudieran haber sido sus errores. Pero no puede haber tanto odio y pide respeto por la Constitución, la carta de todas y todos. No hay una sola palabra de retaliación, no hay amenazas ni estado de emergencia. Cualquier otro Presidente lo hubiera hecho. Como hay algunos puntos con saqueos, pide a la gente que regrese a sus casas… Lo recordamos como el 13 aunque fue el 14. No es raro, en Venezuela celebramos la Navidad el 24 y el año nuevo el 31, para eso se compran los estrenos, sigue siendo 31 aunque la celebración llegue hasta el amanecer.
Y esa sí que fue una gran celebración, la del pueblo que se encontró con su propia fuerza y que hizo gala de su conciencia emocionada. No importaron ni el disimulo ni la fuerza. No nos dejamos engañar, y el decreto del 12 por el que se intentó volver sin más al pasado se volvió sal y agua en menos de dos días.
La cosa había sido una luna de miel apenas tres años antes. Chávez había arrasado el 6 de diciembre de 1998. Los partidos de Punto Fijo que parecían invencibles durante los cuarenta años del puntofijismo se extinguieron y hasta desaparecieron a sus propios candidatos para apoyar a un empresario de Valencia. El Chávez que aparecía lucía incómodo para todos los beneficiarios de la vieja República que caía. Sobre la moribunda Constitución de 1961 juró impulsar la Constituyente y refundar la República, y a final de año, justo el mismo día de la tragedia de Vargas (que así se llamó entonces la avalancha que arrasó aquella zona), la nueva Constitución era aprobada por abrumadora mayoría.
El Gobierno de Estados Unidos no creyó que pudiera pasar lo que estaba pasando y ofrecía apoyo naval para rescatar a quienes quedaron atrapados en la costa. Los viejos partidos estaban tan debilitados que su candidato en el año 2000, cuando se renovaban todos los poderes conforme a la nueva Constitución, venía de las filas del chavismo. Arias Cárdenas no fue candidato de AD o Copei, sino de una curiosa coalición formada por La Causa R y otras siglas (FJAC, Izquierda, MIN, MDD, BR, VTV). Los demás estaban escondidos.
La grieta que invitó a crear una oposición de calle comenzó en 2001, una clase media resentida con la creciente movilización popular empezó a atender a la burguesía venezolana que arreciaba su arremetida por todos los medios de comunicación (no existían entonces las redes sociales). Un funcionario del Gobierno de Estados Unidos señalaba en una interpelación en su Congreso que “Chávez no tenía los intereses de Estados Unidos como prioridad”, a la sumisión total estaban acostumbrados.
En medio de la guerra total de Bush (“el que no está con nosotros esta contra nosotros”) se orquestan los planes para cerrarle el paso al proceso bolivariano. La invasión a Afganistán que comenzó el 7 de octubre de 2001 y se convirtió en una guerra de 20 años, cuyos efectos perduran, tenía que ser apoyada sin dudas. Chávez vio lo que empezaron a llamar “daños colaterales”: enseñando una foto de niños muertos por el bombardeo estadounidense, les dijo “así no”. La embajadora de EEUU fue a Miraflores a leerle la cartilla y Chávez no dejó que terminara, exigió el respeto que se merece el Presidente de un país soberano y ante la indolencia de la señora, la echó de la casa del pueblo.
Con la aprobación de los decretos leyes entre los que se encontraban la Ley de Tierras y la Ley de Hidrocarburos, la burguesía entró en locura frenética. En diciembre Fedecámaras llamaba al paro, el primer paro patronal en años. El presidente de la federación de ganaderos entraba en furia y rompía en cámara la Ley de Tierras. En enero la corriente dirigida por Luis Miquilena rompía con el Gobierno. La jerarquía de la Iglesia católica tomaba partido.
Ya estaban todos los actores del golpe de abril. Los partidos seguían tan desvencijados que cedieron sin más la jefatura al presidente de Fedecámaras.
Se debe recordar la celada cínica que llevó a disparar contra los propios manifestantes de oposición, la radical inmoralidad de quienes hicieron pasar a las víctimas chavistas por opositores, la desvergüenza de aquel tribunal que liberaría después a los generales a quienes les atribuyó estar “preñados de buenas intenciones” y el largo etcétera que ha puesto en evidencia la naturaleza de quienes se han creído siempre los dueños del país. Es una tragedia que olvidemos o que no transmitamos esos recuerdos a quienes no vivieron los hechos.
Es indispensable recordar cómo la primera respuesta de Chávez fue el llamado al diálogo y cómo apenas pudieron levantar la cabeza, la burguesía se metió en la aventura del paro sabotaje petrolero que inició en 2002. Como no pararon de escalar en la violencia.
El 13 de abril significó también la conversión del pueblo en protagonista de primera línea, fue el parteaguas que dio lugar a las misiones y a la radicalización de la Revolución Bolivariana como antiimperialista y socialista.
CIUDAD CCS / HUMBERTO J. GONZÁLEZ S.
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Golpe de Estado a mis bolsillos
n los últimos días de marzo de 2002, una editorial especializada en obras de divulgación para escolares aprobó una colección que le propuse, a la que llamé Enciclopedia de secretos y curiosidades. Contendría informaciones poco conocidas que había coleccionado durante más de veinte años.
Constaba de doce volúmenes: Dinosaurios; Animales; Arqueas, bacterias, hongos y protistas; Plantas; Elementos y minerales; Cuerpo humano; Planeta Tierra; Sistema Solar; Historia; Inventos y creaciones; Ciencia; Idioma Español.
Días después, fui convocado a una reunión el doce de abril para firmar el contrato respectivo y recibir un cheque de anticipo por derechos de autor de cien mil bolívares, equivalentes entonces a cerca de 25.000 dólares.
Mientras me dirigía en metro a la sede de la editorial, en la urbanización Los Ruices, en Caracas, se produjo el golpe de Estado contra el presidente Hugo Chávez.
Cuando estaba llegando, recibí una llamada en mi celular en la que el director de la editorial me comunicaba que, en vista de lo que se estaba ocurriendo tendríamos que posponer no nada más nuestra reunión sino la publicación de la colección.
Como el presidente por 46 horas, Pedro Carmona Estanga –presidente hasta ese momento de Fedecámaras, la institución que agrupa a los empresarios e industriales–, eliminó de un plumazo todos los poderes públicos, el editor decidió cerrar su empresa e irse del país, cosa que me comunicó a primera hora del día trece. Me dijo que si alguien, nada más asumir la Presidencia, generaba tan enorme caos, él no iba a esperar la que se venía.
—¡Ese hombre está loco! –me expuso horrorizado–. ¡No se da cuenta de que, al eliminar los cargos de todos los poderes, también elimina los del suministro de agua, la electricidad, los teléfonos y pare usted de contar! ¡Esto es el caos!
Nuestra reunión la había pautado para el 12, porque debía viajar a Tenerife el día 15 y, en efecto, en tal fecha se trasladó allá y no regresó.
Entretanto, al tercer día y como si resucitara de entre los muertos, Chávez fue restituido en la Presidencia de la República, rescatado por la propia gente que votó por él, algo inédito en la historia contemporánea.
Dos semanas más tarde, el editor me refirió que él había nacido allá y que, desde hacía algún tiempo, planeaba abrir la editorial también en España.
Cuando le pregunté si publicaría mi colección en el futuro, su respuesta me hizo trastabillar:
—Me encantaría, pero primero debo asentarme aquí, empezar de nuevo. Quiero hacerlo, pero no creo que pueda antes de cuatro o cinco años.
Para mí fue un mazazo: ya yo había elaborado íntegramente los doce volúmenes.
Chávez recuperó lo que legítimamente era suyo, en tanto yo perdí la ocasión de, por primera vez, recibir un buen pago por mis libros de divulgación científica e histórica. Los sucesos del 12 de abril fueron contra él, pero el golpe de Estado se consumó –y de manera irreversible–, contra mis bolsillos.