Vladimir Acosta
¿Cómo definir hoy a Occidente? ¿Como concepto arrogante, racista y colonialista con el que Europa se atribuyó por siglos la condición de único continente racional, que tenía la tarea de “civilizar” al resto del planeta, o sea, derecho a colonizarlo y saquearlo a voluntad? ¿O como poder cuyo mando asumió hace casi un siglo Estados Unidos (EU) convirtiendo a Europa en sub-Occidente que actúa como su dócil capataz? ¿O, desde el plano de la nueva geopolítica que se anuncia hoy, como el grosero dominio de un mundo yankee-europeo, agotado y envejecido, que se pudre, arrastrando Europa al abismo a su amo imperial, o mejor, siendo éste, casi tan agotado y podrido como Europa, el que la arrastra sin pausa a ella hacia ese abismo?
¿Y cómo se forjó ese Occidente?
La más remota referencia en que se podría relacionar a Europa con Occidente la tenemos en la antigua Grecia. Pero es una referencia falsa y abusiva que solo se revivió en un contexto totalmente diferente 23 siglos más tarde, cuando el mundo era otro y esa Europa era ya en gran parte su dueña colonial, que hizo de la antigua Grecia un medio para nutrir su racismo. La fulana referencia pretende apoyarse en las guerras de esa Grecia antigua con el Imperio persa de entonces (siglo V antes de nuestra era), en las que los atenienses llamaron medas a los persas, por lo que se las llamó Guerras médicas en lugar de Guerras persas. La triunfante Grecia de entonces convirtió su victoria contra Persia en triunfo de la libertad y la democracia frente a la tiranía y el despotismo encarnados por esta. En términos geográficos Grecia se halla al occidente de Persia y Persia al oriente de Grecia. Pero esa Atenas, que no era entonces Grecia sino solo la principal ciudad-estado de una dispersa y conflictiva Hélade, no pretendió representar a Europa porque esta como tal aún no existía. El extenso territorio (visto entonces como monte y culebras), situado al norte de Grecia y que los griegos apenas conocían, estaba escasamente habitado por pueblos que ellos llamaron bárbaros, como los escitas y otros. Y, por cierto, el nombre que se dio más tarde a ese continente, del que Grecia es apenas un trozo meridional de su extremo oriental, es fenicio, asiático, procedente del mismo extenso Oriente en que está situada Persia, aunque más cerca de la Europa actual que ésta. En la mitología griega, Europa es el nombre de una bella princesa fenicia a la que Zeus, su principal dios, rapta bajo la forma de un hermoso toro y se la lleva a Creta para poseerla (como dios, no como toro). Pero luego la historia europea lo volteó todo, porque 23-24 siglos más tarde fue Europa, convertida en macho y armada de bombas y cañones, la que raptó y poseyó a la pobre Grecia.
El concepto de Europa, confuso, se define con lentitud en el mundo helenístico, y son la República y el Imperio romanos los que le dan sustento y comienzan a conocer su historia. En esos siglos Grecia, que ha caído ya en poder de Roma, conforma la parte oriental de su Imperio; el norte europeo sigue siendo territorio bárbaro y mal conocido cuyos pueblos empiezan a moverse, unidos a otros pueblos, o presionados por ellos, y a avanzar, amenazando a Roma por el norte o por el este. Pero en su apogeo, que va del primer siglo AC al cuarto siglo DC, el Imperio romano controla y coloniza la parte central de esa Europa, al sur es dueño del norte de África, y al este, de buena parte del Oriente asiático que los europeos llaman Cercano y que otra vez limita, algo más al este, con ese eterno rival que se renueva cada cierto tiempo como un nuevo Imperio persa.
El Imperio romano es el campo en el que, en los primeros siglos cristianos, se definen los conceptos de Europa y Occidente, que pronto quedan asociados a lo religioso. Y el cristianismo, su religión desde el siglo IV, es clave para entender ese proceso, del que aquí solo puedo dar una rápida idea.
Se inicia la decadencia de Roma, el Imperio ya cristianizado se divide en una mitad occidental, romana, latina, y otra oriental, griega, de lengua griega. El cristianismo empieza a generar 2 ramas. En 325 el Concilio de Nicea fija el dogma cristiano condenando el arrianismo y aprobando el dogma de la Trinidad que convierte el politeísmo cristiano en monoteísmo al hacer que 3 dioses distintos, Padre, Hijo y Espíritu santo, sean al mismo tiempo uno solo. El emperador Constantino, que preside el Concilio, se traslada a la mitad oriental y convierte Bizancio, pronto llamada Constantinopla, en capital de la parte oriental del Imperio. La división del cristianismo cobra forma. Son 2 mundos distintos el griego y el romano, y la parte occidental, latina, convierte al obispo de Roma en papa, lo que la parte griega solo acepta a la fuerza, y el Occidente europeo dirigido por el papa impone el tema del filioque, violando el texto de Nicea que derivaba al Espíritu santo solo del Padre para hacerlo derivar también del Hijo. Hoy esto parece una nimiedad, pero fue causa clave de la división del cristianismo también en lo religioso entre Occidente latino, católico, papista, y Oriente griego, ortodoxo; división que después de muchos intentos de llegar a acuerdos se hizo definitiva desde el siglo XI-XII. Es decir, que la oposición entre Occidente y Oriente se hizo rivalidad interna en Europa al oponer romanos a griegos, siendo aquéllos buenos y estos malos. La unidad entre ambos solo era válida para enfrentar musulmanes. Mas no siempre, porque siglos después, gracias a esa rivalidad cristiana entre latinos y griegos, los venecianos, que querían asaltar al Imperio bizantino, dirigieron en 1204 la Cuarta cruzada, no contra los árabes musulmanes, sino contra los griegos cristianos. Tomaron y saquearon Constantinopla y convirtieron al Imperio bizantino en colonia suya hasta que décadas más tarde los griegos al fin los echaron reconstruyendo su Imperio.
No obstante, pese a los diversos conflictos de esos siglos y de las frecuentes rivalidades entre cristianos: herejías, Inquisición, torturas, e invasiones, pestes, cruzadas y guerras religiosas, la Europa medieval, que a partir del año mil crecía y se urbanizaba siglo tras siglo, era cristiana y el cristianismo se iba imponiendo por doquier. Con conocimientos vagos y fantasiosos del Asia, en la que se ubicaba el paraíso terrenal, y casi nulos de África, Europa era ya Occidente, el límite occidental de la Tierra, el nec plus ultra, y descubría con orgullo que Dios, creador del mundo, había dejado la prueba irrefutable de la verdad del dogma cristiano de la Trinidad, de que 3 eran 1, en la misma geografía continental.
En efecto, aunque se lo suele dividir en 3, el continente que ocupan Europa, Asia y África es uno. En geografía, continente es tierra firme rodeada de océanos por todos lados siempre que sea suficientemente grande para evitar que se lo llame isla. Es el caso de ese supercontinente. En efecto, se puede ir por tierra desde Le Havre, puerto francés que mira al Atlántico, hasta Vladivostok, puerto extremo de la Siberia rusa, que mira al Pacífico. A Europa la separa de África un lago mediano que los europeos llaman Mar Mediterráneo, y antes de 1869, cuando se inauguró el Canal de Suez, se podía ir por tierra de Europa o Asia a África bordeando el Mediterráneo y pasando de Palestina a Egipto. El enorme continente, dividido en 3 por la geopolítica y los choques culturales y no por la geografía era, y es, un continente uno. La geografía de entonces mostraba ese triple continente como el único que había en el planeta. Para un teólogo cristiano no era difícil inferir que su Dios había dejado en ello una prueba adelantada de la Trinidad, lo que exaltaba a Europa, su Occidente. Pero, como veremos en un próximo artículo, esa visión perdió todo posible sustento físico desde el año 1492.