Alguien que le dé un parao a Elon

Mariel Carrillo

El hombre más rico del planeta -Elon Musk- acaba de comprar la red social Twitter. Quizá no parezca interesante considerando que ya posee numerosas e importantes empresas, sin embargo, cuando una figura que representa los más excelsos valores del capitalismo va de frente con una compañía con incidencia en la opinión pública mundial -recordemos que cuenta con más de 300 millones de usuarios activos- y en la generación y direccionamiento de contenidos de manera masiva, el tema es francamente preocupante.

Si bien es cierto que las personas y familias más adineradas del mundo suelen poseer casi todas las compañías de importancia, desde materias primas hasta medios de comunicación, pasando por la industria alimentaria y el transporte, no puede sernos indiferente el hecho de que una sola persona acumule tanto dinero, capacidad de investigación/creación y poder de decisión en áreas estratégicas como la exploración espacial, energías alternativas, medios de transporte y ahora también la opinión pública.En una sociedad que tecnológicamente ha avanzado más en el último siglo que en varios siglos anteriores, la posibilidad de que un ser humano tenga acceso privilegiado y derecho de propiedad sobre sectores que competen y afectan a la humanidad y su futuro; como la tecnología de inteligencia artificial e implantación de chips en el cerebro  (con sus empresas OpenAI y Neuralink), el uso de cohetes reutilizables y colonización de Marte (SpaceX), transporte de carga y pasajeros de alta velocidad (Hyperloop One), supone un peligro para todos.  La suma de Twitter a este grupo de «emprendimientos multimillonarios» indica una descarada manera de reafirmar el poder del dinero, así como la obscenidad de un sistema que permite inequidades tan grandes como la de un planeta con 700 millones de personas en pobreza extrema.

Que la humanidad y sus instituciones permitan tal nivel de acumulación es un indicativo de lo equivocados que estamos. Aunque hoy parezca alarmista, no hay dudas de que asistimos al asentamiento de las bases para un futuro similar o peor al de las mejores historias distópicas de la literatura universal. La experiencia nos ha enseñado que la concentración del conocimiento y los avances, y la prevalencia de individuos con dinero por sobre los Estados o instituciones comunitarias nunca han beneficiado a las mayorías. Que el señor Musk tenga derecho a imponer censura o reglamentaciones supranacionales en una red social que utilizan millones de personas es solo el inicio del desenmascaramiento de los verdaderos intereses del capital. La era del disimulo terminó, y solo el pensamiento crítico y la organización popular pueden dar guerra en esta lucha desigual.

Nadie debe engañarse, no hay filantropía ni buenas intenciones con este tipo de individuos, basta referirnos a la anécdota del propio Musk, quien respondió a la declaración de un funcionario de Naciones Unidas que afirmó que con el 2% de la riqueza del magnate acabarían con el hambre en el mundo, ofreciendo millones de dólares si se le presentaba un plan de acción. El plan le fue presentado pero la donación nunca llegó; así como jamás llegarán tecnologías gratuitas ni actitudes de igualdad, al contrario, los ejercicios de superioridad, desdén y control solo se acrecentarán y declaraciones como las ofrecidas en 2020 sobre el golpe de estado en Bolivia (productor del litio fundamental para los autos eléctricos Tesla del empresario) serán parte de la cotidianidad («Daremos un golpe de Estado a quien queramos». «Lidien con eso»).En fin, que la compra de Twitter no representa únicamente otro retroceso en derechos de la información (acceso, información verificada y no sesgada, manipulación de datos, etc.) sino que marca un precedente público peligroso acerca de las extremas libertades que se permiten a la propiedad privada, y a individuos particulares cuyos derechos parecieran ya pasar de la supranacionalidad a la suprauniversalidad, en cuanto se han expresado hasta aspiraciones de colonización espacial sin reglamentaciones, mismas que van de la mano de inversiones multimillonarias en tecnología de viajes, inteligencia artificial y uso de energías no convencionales, es decir, palabras y acciones.  Si algo podemos concederle al surafricano es que dice y hace, lo que nos otorga una razón más para preocuparnos y ocuparnos. Quizá no será en esta vida, pero de seguir por este camino, las generaciones del futuro tendrán mucho que recriminarnos.

Mariel Carrillo