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El intento de evitar que Alemania se convirtiera en la potencia hegemónica de Europa aprovechando los recursos del Asia fue el motor fundamental de la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Ojala no sea el de la Tercera.
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A partir de 1492, los Estados europeos que primero accedieron a la unificación nacional saquearon América y el resto del planeta, creando vastos imperios coloniales. Alemania, Italia y Japón apenas se unificaron nacionalmente a fines del siglo XIX, llegaron por tanto tarde al reparto del mundo y se les prohibió tomar parte decisiva en él. Las tentativas de participar en la rebatiña fueron castigadas con vastas conflagraciones a las cuales se llamó mundiales. Estamos al borde de la repetición de un escenario parecido.
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Centrémonos en el caso de Alemania, que se unifica apenas en 1871 integrando 39 unidades políticas, entre ellas Sajonia, Baviera, Austria y Prusia. Esta última barrió a las tropas francesas en una guerra que demostró su superioridad militar y promovió la integración de los pueblos germánicos en Imperio. Tal coalición no sólo dominaba en potencial bélico: sobrepasaba al resto de Europa en desarrollo científico, industrial, económico y en muchos aspectos en el cultural. Su poderío doblegó al de Francia, inspiró aprensión al de Inglaterra y desconfianza a Estados Unidos. Sólo le faltaba la expansión colonial a gran escala en el Tercer Mundo para convertirse en Imperio hegemónico. Pero el planeta ya estaba repartido. Alemania apenas logró conquistar poco productivas colonias en Namibia, Camerún, Togolandia, Tanzania Oriental y Samoa. Los germanos encontraron su oportunidad en una estrecha alianza con la Turquía del Gran Imperio Otomano, que dominaba prácticamente todo lo que ahora llamamos Oriente Medio, con ilimitados recursos humanos y energéticos. Esta coalición habría dominado Europa. Ineluctablemente, contra ella se desató la Primera Guerra Mundial.
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En dos décadas se recuperó Alemania de la aplastante derrota de 1918, e inició otra carrera hacia la hegemonía europea que se convirtió en Segunda Guerra Mundial, cuyo objetivo eran los recursos humanos de la Unión Soviética y el petróleo del Bakú. Al mismo tiempo, un bloqueo estadounidense de importación de hierro, carbón e hidrocarburos ponía al Japón en camino de tomar parte en el conflicto. Los Aliados demoraron hasta 1944 para intervenir en la Europa continental, dejando a los soviéticos casi íntegra la tarea de desbaratar la arremetida germánica, que llevó a la rendición incondicional en 1945.
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En medio siglo apenas superó Alemania la espantosa devastación de la derrota, se reunificó gracias a la disolución de la Unión Soviética, y se convirtió de nuevo en la más poderosa economía europea. Con 83 millones de habitantes, su PIB para 2020 es de 3.806 billones de dólares, la cuarta economía planetaria, dínamo económico dentro de la propia Unión Europea, centro de un grupo de países que comprende Austria, Bélgica, los Países Bajos, Suiza, la República Checa, Eslovaquia, Eslovenia, Hungría y Polonia. Sobre dicha entente señalan Wim Dierckxsens y Walter Formento que su PIB conjunto de 7,7 billones de dólares (del cual corresponde a Alemania el 49,3%) la convierte en tercera potencia económica del mundo. Parte de su auge se debe a las exportaciones a China, la cual ha devenido su principal socio comercial (?tab=rm&ogbl#inbox/FMfcgzGqRGXcdnMlGtSjwLWRKkSvgcXq?projector=1&messagePartId=0.1). Europa podrá estar ocupada militarmente por la OTAN, en esencia financiada y dirigida por Estados Unidos, pero vive una vez más bajo la preponderancia económica de Alemania, que de nuevo se nutre de los ilimitados recursos del Asia, específicamente de Rusia y de China, para constituir una zona económica euroasiática de mutuo beneficio para todos. No es casual que de nuevo surja una conjura para deponer a Alemania.
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La nueva hegemonía germánica, como todas las constituidas desde el pasado siglo, depende del suministro continuo de energía fósil, en este caso, del gas aportado por Rusia a través de los gasoductos Nordstream 1 y 2. Mediante ellos obtiene Alemania la energía que cimenta su preponderancia europea y sus prósperas relaciones comerciales con Rusia y China. ¿Será entonces casual que un sabotaje submarino con múltiples explosiones haya volado el 30 de septiembre las tuberías de ambos gasoductos?
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Desde tiempos del Imperio Romano, principio fundamental para la investigación de todo crimen es preguntarse ¿Qui prodest? (¿A quién beneficia?). ¿A quién interesa que se extinga la fuente energética fundamental del grupo económico liderado por Alemania y vinculado con Rusia y con China, dejando a Europa librada a las carísimas y escasas importaciones de gas licuado estadounidense y a las insuficientes del «Baltic Pipe» entre Noruega y Polonia? El desconfiado lector habrá supuesto que los únicos ganadores de esta catástrofe son la Alianza Atlántica entre Estados Unidos y el Reino Unido y los planes globalistas del Grupo de Davos.
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Privada de energía fósil accesible, Alemania y su entente económica languidecerán mientras sus economías colapsan y sus poblaciones se empobrecen. Lo mismo sucederá en definitiva con el resto de la Unión Europea, a la cual de nada habrá valido su incondicionalidad hacia Estados Unidos y su brazo armado, la OTAN. Una vez más, un conflicto armado con amenazas de devenir mundial saca del juego de las potencias decisivas a Alemania vetándole su conexión con Asia, pero también a la misma Unión Europea, sacrificada a las luchas hegemónicas de la potencia que la ocupa militarmente. El Viejo Continente acabó siendo sólo un cartucho a ser quemado en la insensata Cruzada de Estados Unidos por la inalcanzable destrucción de Rusia como preámbulo de la imposible aniquilación de China.
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Bien lejos estamos de las risueñas especulaciones de la Cumbre de Glasgow sobre «cero emisiones de CO2» para 2050. Mientras tanto, la OPEP se alinea con Rusia y, en lugar de aumentar su producción para aliviar la situación de Estados Unidos y la Europa de la OTAN, decide disminuirla en dos millones de barriles por día hasta 2023. El mundo no sólo se sigue moviendo con hidrocarburos: está a punto de suicidarse en otro conflicto mundial por ellos. Advertencia para quienes poseemos la mayor reserva de energía fósil del mundo, en la Zona de Paz de América Latina y el Caribe.
TEXTO/FOTOS: LUIS BRITTO.