Geógrafo Pascual Curcio Morrone, UCV – 1983
El término “sustentabilidad” ha sido objeto de innumerables interpretaciones desde el año
1992 y no es motivo de este escrito redundar en ello, sólo queremos expresar el sentido
filosófico que lo entraña y no es otro que la concepción implícita del equilibrio, entre lo que se
produce y consume: “Subsistencia de una especie con la capacidad de los recursos de su
entorno”, es una de las cortas definiciones que, mayoritariamente, sintetizan las lecturas
sobre el tema.
Pero el ser humano tiende a hacerse el desentendido y no entiende, valga la redundancia, que
el término “especie” lo incluye a él, el mayor de los depredadoras del planeta; en tal sentido,
dos variables socio -económicas entran en juego correlacionándose directamente con el
término “sustentabilidad”: la tasa de crecimiento de la población y su capacidad para
autogenerarse bienes y servicios, en particular sus alimentos, dentro del contexto geográfico
de su ubicación planetaria y de su estructura política de organización – Estado -; por lo que,
bajo tal reflexión, surge otro término más dinámico: “Desarrollo Sustentable”.
Si revisamos las estadísticas de la ONU relativas al Índice de Desarrollo Humano por países –
IDH -, observamos sin mayores complicaciones interpretativas, lo afirmado en el anterior
párrafo: aquellos Estados más desarrollados en lo social no son los que poseen el mayor PIB –
aunque lo tienen alto “per se”, pero con claras desigualdades sociales -, sino mas bien son aquellos
que producen los alimentos que consumen y, conscientemente, su población ha llegado a
obtener una tasa de crecimiento relativo cercana a 0, lo cual no significa que van a
desaparecer como “especie”, sino que han logrado, con pleno conocimiento de su acción o
comportamiento reproductivo, el equilibrio natural para sustentar su existencia y cubrir sus
necesidades básicas de servicio sanitario, quedando así destruida numéricamente la fatalista
teoría malthusiana profetizada a finales del siglo XVIII, la cual predijò como inevitable una
catástrofe humanitaria en el libro: “An Essay on The Principle of Population”, Thomas
Malthus, Londres – 1798. Pero ¿cómo logra una Gran Bretaña traumatizada por los aportes
teóricos de Malthus solventar sus problemas demográficos tangibles, obtener la soberanía
alimentaria y convertirse en potencia mundial desde finales del siglo XIX?
La Revolución Industrial, tan promocionada y alabada por los historiadores, iniciada
específicamente en Inglaterra hacia mediados del siglo XVIII sufre un estancamiento a la
entrada del siglo XIX, específicamente entre los años 1820 – 1850, debido al enorme
crecimiento demográfico sucedido durante los 100 años transcurridos entre un siglo y el otro;
la población en este lapso de tiempo prácticamente se duplica en suelo británico, pasando de
5 millones de habitantes a 9,2 millones de seres humanos – Londres a principios del siglo XIX ya
poseía 2,5 millones de almas -; muy a pesar de los enormes beneficios logrados por los avances
tecnológicos, la hambruna se hacía presente en aglomeraciones humanas bajo total estado de
miseria y aunque existía un pequeño e insuficiente subsidio económico que daba el Estado a
las familias – las riquezas obtenidas del desarrollo industrial daba para ello -, éstas se agolpaban
alrededor de las grandes industrias en busca de algún trabajo que les proporcionara, al menos,
la seguridad del alimento diario.
La estabilidad del Estado británico, su realeza, estaba en “jaque” y el fantasma de la
Revolución francesa revoloteaba por la gran urbe londinense – la burguesía, propietaria de las
Industrias, obtenía grandes beneficios económicos mientras la miseria popular crecía
indeteniblemente -, decidiendo las autoridades locales convertir a su ciudad en el lugar
predilecto para el encuentro de los más grandes teóricos en la temática socio-económica en
ese momento histórico, los cuales debatían para obtener algún consenso sobre la mejor
política social a seguir para superar la aguda crisis humana que, paradójicamente, había
generado la tan auspiciada y reconocida como necesaria Revolución Industrial; un
acontecimiento que, en sus inicios, ignoró totalmente al mismo ser humano y su ineludible
necesidad de alimento; por tanto, no existía la mas mínima posibilidad de sustentabilidad, no
pudo continuar sin detenerse a considerar la condición social de miseria humana creciente;
lógicamente, las personas no nos alimentamos ni con tornillos ni con alambres.
Surge entonces la figura de Karl Marx, quien al año 1847 realiza la redacción de una guía
metodológica – pionera en la historia de la humanidad -, la cual pretendía orientar las políticas
públicas en materia de inversión social y poder mejorar la condición de vida de las masas
empobrecidas, guía conocida mundialmente como el “Manifiesto Comunista”- la gran mayoría
de autores orientan la interpretación del escrito a la necesidad inicial extrema de transformar tanto al
gobierno y a la propia estructura del Estado como solución a los problemas de injusticia social,
ignorando la primera definición de justicia social de la historia: “Igualdad para los iguales, desigualdad
para los desiguales” realizada por el sabio helénico Aristóteles, quien prioriza la necesidad medular de
considerar el principio ontológico de identidad al momento de atender al ser humano; en el caso de la
Gran Bretaña del siglo XIX había que considerar inmediatamente la realidad social de las mayorías
empobrecidas, ya que la miseria y el hambre no son abstracciones -, un escrito donde en su
capítulo II: “Proletarios y Comunistas”, se establecen unas 10 acciones y/o recomendaciones
puntuales básicas consideradas como resortes propulsores para revertir el proceso social de
miseria creciente, en otras palabras, detener los flujos humanos en busca de mejoras
económicas hacia las zonas urbanas e industriales.
En lo particular fue la novena recomendación la que más llamó la atención de los
planificadores británicos, cito: “Articulación de las explotaciones agrícolas e industriales, con
tendencia a ir borrando gradualmente las diferencias sociales entre el campo y la ciudad”; un
planteamiento cónsono con la reflexión filosófica de Marx sobre un tema de mucho interés
intelectual para la época: la teoría de la localización como base para garantizar la inversión –
año 1844, Manuscritos Económicos y Filosóficos -; Marx, con base a interpretaciones históricas,
detecta y señala la aparición de una estructura general de relaciones centro periferia en la
producción e intercambio: “la dinámica está en el centro de todo” afirmó, mostrando la
posibilidad de relacionar, teóricamente, los procesos generales del crecimiento económico con
una comprensión explícita de una estructura que surge de las relaciones espaciales – Marx
añadió aspectos complementarios a la Teoría de la Localización de su compatriota Johann von
Thünen, quien hacia el año 1826 en su libro “Der Isolierte Staat” evaluó por primera vez en la historia
de la humanidad el influjo que la distancia del mercado ejerce sobre la economía agraria -.
Bajo estas premisas conceptuales expuestas, el Estado británico inicia la más agresiva inversión
social conocida en toda Europa a mediados del siglo XIX, construyendo toda una estructura de
pequeñas localidades interconectadas con precisión matemática y con todos los servicios
públicos necesarios para atender a la población y poder así activar la producción agrícola a
gran escala, desplazando hacia ellas a las poblaciones en estado de pobreza extrema agolpadas
en los alrededores de las grandes fábricas, trabajando bajo el esquema social de cooperativas
con tipos de cultivos pre asignados en función a la distancia de su mercado consumidor,
encontrándose en toda la extensión de la zona cultivada propietarios y administradores de
explotaciones agrarias integrados en un concepto de comunidad productiva, con técnicos
agrícolas especializados y personal de servicios empleados en el transporte, comercio y
actividades varias; en otras palabras, concibieron una visión estratégica donde el paso de la
ciudad al campo simplemente se traduzca en un cambio en el uso del suelo, más no en la
desmejora de la calidad de vida de la población, manteniendo una economía de Mercado
donde el Estado ejerce solo funciones de protector ante desgracias naturales y facilitador del
intercambio internacional de bienes y servicios para la productividad así como también para
colocar la producción en el exterior, desde la simple exportación hasta la misma teoría del
liberalismo clásico para inducir a otras Estados la conveniencia de comprarles a ellos, ya que
sus productos son más baratos – etapa de consolidación del Imperio Británico, el cual llega al siglo
XX como el Imperio de mayor extensión en toda la historia de la humanidad -.
Hubo de transcurrir casi un siglo desde el año 1847 hasta que el geógrafo alemán Walter
Christaller tácitamente en el año 1933 diera a conocer a toda la humanidad, con base a la
experiencia de su país, el milagro agroindustrial británico – experiencia anglosajona que fue
desarrollada un tanto luego por los alemanes; aunque no existían textos teóricos que explicaran la
planificación regional efectuada por los británicos en su territorio a mediados del siglo XIX, todos los
países europeos estaban pendientes de los avances tecnológicos y proyectos sociales ejecutados en
algún país continental vecino – al resumir un modelo matemático desarrollista complementario
que se estaba implementando en Alemania adaptado a la realidad del siglo XX en su obra “Die
Zentralen Orte in Süddeutschland”, trabajo que describe la estructura urbana emplazada al
sur de Alemania y realizado con el fin de dar a conocer al público cómo hacer más eficiente la
distribución de los servicios públicos sobre el espacio geográfico para así mantener la
“sustentabilidad” de la actividad agrícola; explicación que extendimos con lujo de detalles en
ediciones pasadas de nuestra Revista Digital “RESOLVER”, particularmente en el artículo
titulado: “Conceptualización en la Unión Europea de lo urbano, ¿ejemplo a seguir?…”,
el cual les sugerimos revisar para concretar el conocimiento de la iniciativa británica que fue
ejecutada a mediados del siglo XIX y que se extendió por varios países europeos también con el
mismo fin: lograr la soberanía alimentaria.
En la estructura social de las áreas rurales casi despobladas de la mayoría de nuestros países
latinoamericanos, incluyendo a Venezuela, se pueden reconocerse tres (3) grupos principales
de productores agrícolas: un grupo dominante de grandes propietarios de tierras; otro grupo
específico de pequeños trabajadores agrícolas – artesanos rurales que venden su producción a
intermediarios vinculados a la industria -; un tercer grupo relativamente independiente de
campesinos que están, virtualmente, en el rango de supervivencia – conuqueros -. Realidad
estructural caracterizada por una insuficiencia y/o inexistencia en la prestación de servicios
básicos por parte del Estado al productor agrícola, lo que unido a la mala distribución de la
población geográficamente – grandes espacios aislados, improductivos y, por otra parte, cinturones
de miseria en las grandes capitales e inmediaciones de las localidades industriales, realidad similar a
la británica del siglo XIX –, construye un contexto social que muestra una miseria humana
generalizada, la misma que no permite lograr la tan codiciada soberanía alimentaria; probado
está históricamente que para lograr el incremento de la productividad agrícola es necesario
sacar al agricultor de su condición de aislamiento y conectarlo a un sistema urbano que mejore
su condición de vida y lo integre en lo cultural – cooperativa de productores organizados y dueños
de su producción, con capacidad para negociar sin intermediarios -.
Desde el punto de vista ambiental, la filosofía de la comunidad agro – industrial a crear por
parte de cualquier Estado debe revertir la migración campo – ciudad al imponer en las áreas
agrícolas un modo de vida con óptimos servicios públicos y vinculada a un sistema de ciudades
para que la inversión pública a realizar garantice la subsistencia del circuito agrícola
cooperativista; adicionalmente, la autoridad pública debe promover la diversidad en la
producción de alimentos según la demanda nacional atendiendo a un plan Nacional en tal
sentido – inicialmente intentar, al menos, producir todos los ingredientes de un plato típico nacional
que cubra todos los requerimientos en materia de nutrición, ejemplo es el “taco” en México, la
“bandeja paisa” en Colombia y en Venezuela el “pabellón criollo”-, estimulando una sana y
verdadera competencia que colabore en sostener el mantenimiento y/o crecimiento
sustentable de la producción – capitalismo humanizado -, sin perder de vista las exigencias del
Mercado, el cual será observado por la propia cooperativa agrícola con gran atención, tanto el
local – Nacional como el Mundial – posibilidad de colocar excedentes de la producción, sin riesgo de
afectar el abastecimiento nacional -.
Como conclusión final, ha sido probado históricamente que el crecimiento humano
sustentable conlleva la eliminación de la pobreza y está ligado consistentemente al paso de
una agricultura de supervivencia a una agricultura de orientación casi exclusivamente
comercial – cooperativista. En este sentido, es necesario cerrar campos abiertos, reorganizar
granjas – producción avícola y sus necesidades de alimentación – desecar tierras pantanosas,
nivelar y orientar drenajes – saneamiento ambiental y control global del drenaje superficial de las
aguas atendiendo a las características intrínsecas de cada paisaje natural -, colonizar terrenos
baldíos y, lo indispensable, equipar y atender las necesidades básicas de la población orientada
a la actividad agrícola.
En síntesis, eliminar totalmente la miseria en el campo es el punto básico que sostendrá la
realidad socio – económica del concepto Soberanía Alimentaria.
Síntesis hoja de vida profesional:
Geógrafo Pascual Curcio Morrone, UCV- 1983; Especialista en Análisis de Datos, UCV–
1989; Especialista en Fotogrametría, Universidad de Stuttgart, Alemania 1990;
Fundador y primer Coordinador del Programa de Estadísticas Ambientales del Instituto
Nacional de Estadísticas de Venezuela, 6 publicaciones en el área: “Índice de Calidad
Ambiental, ICA”, año 1998; “Estadísticas Ambientales de Venezuela”, año 1999; “La
Dicotomía Urbano – Rural en la Realidad Venezolana”, año 2000; “Generación de
Residuos Sólidos y Urbanismo”, año 2000; “Cuentas de Agua y Urbanismo”, año 2003;
“Índice de Calidad Ambiental, ICA”, año 2004; Otras publicaciones distintas a la
temática propiamente ambiental: “Marco Conceptual del Plan Nacional de Desarrollo
Ferroviario 2006 – 2030”, IAFE ahora IFE, año 2005; “Índice Diplomático de
Información Geopolítica, IDIG, hacia las mancomunidades y la negociación en bloque,
síntesis ejecutiva”, Ministerio del Poder Popular para Relaciones Exteriores, año 2010;
“Un Cuento Helénico Y Otros Más”, editorial Círculo Rojo, España, año 2019.
pascualc21@hotmail.com / Caracas,