Así mueren los traidores o cobardes…, el Juicio Final será implacable con ellos…

Por: José Sant Roz 

  1. No existen más documentos sobre los padres de Francisco de Paula Santander, que los nombres que aparecen en su partida de bautismo. Santander nunca habló de sus progenitores sino en el testamento y eso para decir que era hijo legítimo y de familias nobles, es decir, para cubrirse de nobleza. Utilitarista. No hay cartas suyas en que se refiera a su madre; como tampoco escribió cartas de amor. «Vivió para alindar la Nueva Granada. No tenía intimidad. Su porte grave repelía el acercamiento como tronco erizado de la palma de corozos; encarnación de la noción de frontera1«. Tuvo varios tíos curas, entre ellos José María Santander (cura de Cúcuta), y don Lorenzo Santander (cura de Nutrias). Santander, como se sabe, estudió en el Colegio San Bartolomé, donde se formará la élite intelectual de la oligarquía colombiana, pro-fascista y pro-norteamericana. Tuvo don Francisco de Paula Santander un hijo, pero no quiso casarse con la madre de ésta porque según él, «esta dama ya había sido conocida por otros hombres». Cuando se casó buscó a una mujer lo más parecido a una monja. Estaba decidido a que Dios le perdonara todos sus pecados e ingresar al cielo por la conducta de sus cinco últimos años.
  2. Poco antes de morir todos los fantasmas de sus crímenes se les vinieron encima, y vivían besando un crucifijo. Un pálpito de luces en su mente le hablaba de su fin y estaba aterrado, con mezcla de ansias y mareos; sopor de vómitos recrudecido por los recuerdos que le llegaban de cada una de las figuras de sus antiguos y brillantes colegas: un mar de encontrados sentimientos, porque sin fuerza ya no le era posible cambiar la historia. Él había hecho lo imposible por presentar a Bolívar como un criminal y tirano en todos los que estaban redactando las últimas enciclopedias en Europa.
  3. Comenzó a retocar su testamento: «hay otras deudas en mi favor que no quiero que se cobren, pero que las consigno aquí para probar que he estado pronto a servir a los amigos con mi dinero y que no he tenido la avaricia que mis enemigos me han supuesto. Pertenecen a esta deuda dos mil pesos que le presté en doblones en 1827 al desgraciado general José Padilla… Quinientos doce pesos que igualmente le presté al general José María Córdova (quien se murió sin pagármelos).
  4. En aquellos últimos días, como padeciera de horribles dolores, hubo momentos en que tuvo que dejar de revisar su testamento, con dolores terribles, pedía el relicario de la Virgen de las Mercedes y decía, como acostumbraba en estos trances: «¡Fiel compañera en mis peregrinaciones y trabajos, no me abandones en el mayor de todos ellos!» Dormía a ratos y preguntaba entre sobresaltos qué día era, qué hora era. Volvía al mismo letargo, la boca abierta, respiración molestosa y entrecortada. Un insoportable amargor le sobrevenía con frecuencia a la boca, dolor en los riñones, dolor estomacal, dolor en el pecho; estaba hecho un desastre. En medio de la queja, dejaba escapar de vez en cuando frases como: «Madre mía»; «hijos»; «queridos hijos»; «hermanita Josefina».
  5. Mes y medio antes de morirse, acudió a una de las sesiones más borrascosa en el Congreso. En su presencia el coronel Eusebio Borrero, secretario de Interior, pidió la palabra. Al ver a don Eusebio, Santander jamás imaginó lo que le echaría en cara, pues, en ocasiones, la política de partidos tomaba giros repentinos con ataques desmedidos hacia los «hombres más respetables». Santander esperaba que Borrero recapacitara un poco sobre las grandes calumnias inferidas a su persona en su última intervención. Además, debía tener alguna consideración por su grave estado de salud. No obstante, nada bueno podía esperar de un hombre que al saludarlo había sido extremadamente frío y seco. Entonces, tuvo que sacar fuerzas indecibles para mantener su dignidad, respirar profundo y pedir a Dios que le diera la serenidad suficiente para tolerar la andanada de improperios que podrían lanzarle. Eusebio Borrero tomó la palabra. Su voz retumbó estridente por todo el ámbito de la cámara, destrozando a Santander por sus crímenes y traiciones del pasado.
  6. Tan malamente le asentaron a Santander aquellas palabras que tuvo sudores y escalofríos producidos por el esfuerzo, el pesado fardo de su memoria de la que oía gritar: Sin fuerzas es imposible rehacer la vida… Un recrudecimiento de la sensibilidad le hundió en el sopor de una pesadilla… Hubo un momento en que le pareció tan inútil responder, siendo que sus energías se desvanecían, le eran tan escasa. Al final, sólo lo que quería era buscar una salida, apoyando uno de sus brazos en su silla y el otro sujetado en el hombro de su amigo Florentino González. En ese momento escuchó el vozarrón de Borrero que lo increpaba—: «Se ha aducido el principio de Constant de que los muertos sí hablan; y yo pregunto: ¿Han hablado los 17 que ensangrentaron otros tantos patíbulos en 1833? ¿O el principio es de 1840, y falso entonces cuando estaba más cerca de su origen?
  7. Salió Santander de aquel laberinto de inculpaciones más

descalabrado que en todas las sesiones anteriores. Alzando levemente la mano, sugirió que se apartaran, como queriendo escapar de sí mismo; el aire le faltaba. Recordó, no supo por qué, a Bolívar, quien con «intenciones proditorias» en 1830, se detuvo algunos días en Cartagena. Nunca acabó por irse del país, porque según él decía entonces, la ambición de mando lo había desnaturalizado. El 6 de mayo de 1840 a las 6:32 de la tarde dejó de existir Francisco de Paula Santander. Para que en todo lo esencial fuese diferente al Libertador Bolívar —quien murió con una camisa prestada, que nunca devolvió— cuya urna, hecha de una recolecta pública, suficiente para comprar diez tablas, tachuelas y cabuyas, fue una urna muy rústica, un cajón que por los bordes mostraba las abolladuras de unas tablas torcidas, sin pintar y sin cepillar; la de Santander, en cambio, para guardar las formas debidas de su insigne pasado, fue un elegante féretro de caoba y embutidos de cobre, sin ángulos salientes en los costados, en el cual reposaba un cuerpo «sobre una capa española, vestido de uniforme de general de división, que consistía en casaca bordada en el cuello, en la pechera y bocamangas, con fondo de paño grana, faja de mallas y espada ceñida, calzón blanco, botas altas, los brazos cruzados sobre el pecho, guantes blancos y, a los pies, el sombrero elástico con el bonete orlado y la beca roja del Colegio de San Bartolomé, de donde fue estudiante; el rostro acicalado de color blanco que le hacía resaltar el bigote negro».

  1. Pronto habría de correr por el mundo la noticia de aquel suceso. La Nueva Granada había perdido «uno de sus luchadores más insignes». La vieja patria de Bolívar se encontraba profundamente dividida, y como los libertadores habían «un estorbo para el desarrollo de la paz social», casi nadie se acordaba de quienes nos habían dado libertad y honra. No conocemos declaraciones de pésame por parte de Venezuela y Ecuador o del Perú, quien mostró gran interés por la obra política del señor Santander, sobre todo desde 1828. Lo que prueba que nadie es imprescindible en esta tierra. Los «liberales inconsecuentes» lo celebraron en silencio. Y más lejos y de otros lugares tenemos al menos esta prueba, que nada de dolor ni de condolencias por esta muerte tiene tiene:

Caracas, domingo, 14 de junio de 1840

…Ayer recibí noticias de la muerte de Santander que ocurrió el 6 de mayo… En ninguna época más aciaga para su reputación, pues ya se había rasgado el velo tras el cual se ocultaba el falso profeta, ya sus hechos habían desmentido sus profesiones liberales, ya el HOMBRE DE LAS LEYES se había declarado corifeo de las facciones, ya lo habían sorprendido infraganti; Catilina en el Senado con todo su descaro, pero sin valor para ser Catilina en el campo. Si se hubiera cumplido en él la sentencia que le condenó a un cadalso por su complicidad en la conspiración de septiembre, muchos habrían mirado su delito como un crimen generoso… pero ahora que le han visto conspirando contra el gobierno de su país, conmoviendo las provincias para arrancar de manos de la justicia a un infame asesino, Obando, que se prestara el mundo liberal a sus anteriores protestas…

…Desde su lecho, moribundo, hizo Santander su último esfuerzo para engañar a la posteridad, pero al encarecer a sus compatriotas le creyesen inocente de los crímenes que se le imputaban, el dedo de aquel que sobre el Sinaí entre truenos y relámpagos dijo al hombre «no levantarás falso testimonios» selló para siempre los fementidos labios, y la mentira incompleta se perdió en el silencio eterno.

D. F. O’Leary

1 En un escrito de Fernando González.