El capital en el siglo XXI: entre el estancamiento secular y la guerra

DOMÉNICO MORO*, SOCIÓLOGO Y ECONOMISTA ITALIANO

Estados Unidos mantiene la hegemonía del dólar a través de la fuerza militar y mantiene la fuerza militar financiándose a través del dólar.

Desde que perdió su hegemonía económica, Estados Unidos se apoya cada vez más en la influencia geopolítica, que se debe en gran medida al hecho de que Estados Unidos tiene una fuerza militar sin parangón.

La realidad geopolítica de principios del siglo XXI debe estudiarse a partir de la categoría de modo de producción. Esta categoría define los mecanismos de funcionamiento del capital en general, haciendo abstracción de las economías y los Estados individuales. Por ello, debemos interrelacionar la categoría de modo de producción con la de formación económico-social históricamente determinada, que nos da la imagen de los estados individuales y las relaciones entre ellos en un momento dado.

Además, nuestro enfoque debe ser dialéctico, es decir, basado en el análisis de las tendencias de la realidad económica y política. Estas tendencias no son lineales, sino que a menudo se contradicen con otras. Solo el estudio de las distintas tendencias en conflicto puede permitirnos esbozar posibles escenarios futuros.

1. El «estancamiento secular

La economía capitalista mundial ha entrado en una fase de «estancamiento secular». Esta definición fue formulada en 2014 por Laurence H. Summers, destacado economista estadounidense, Secretario del Tesoro bajo la administración Clinton y Rector de la Universidad de Harvard. Summers tomó prestado el término «estancamiento secular» del economista Alvin Hansen, que lo acuñó durante la Gran Depresión de los años 30, iniciada con la crisis bursátil de 1929. El actual «estancamiento secular», en cambio, comenzó con la crisis de 2007-2009, que siguió al estallido de la burbuja de las hipotecas de alto riesgo.

El «estancamiento secular» consiste en un crecimiento del PIB muy bajo, muy por debajo del potencial. Según Summers, el bajo crecimiento se debe a la reducción de la inversión de capital. Al fin y al cabo, el crecimiento anterior a la crisis de las subprime se debió siempre a una política fiscal y monetaria excesivamente expansiva, basada en el mantenimiento de unos tipos de interés muy bajos por parte de la Fed, el banco central estadounidense. En esencia, señala Summers, no ha habido un solo periodo en los últimos quince o veinte años en el que se haya producido un crecimiento satisfactorio en condiciones financieras sostenibles. Sin embargo, este problema no solo ha afectado a Estados Unidos, sino también a la zona del euro y a Japón.

Lo que Summers escribió en 2014 ha sido confirmado por lo que ha sucedido hasta la fecha. El crecimiento del PIB se ha reducido en todas partes, y en 2020 se produjo la recesión más grave desde el final de la Segunda Guerra Mundial como consecuencia de la pandemia. Sin embargo, la desaceleración ha sido más pronunciada en los principales países avanzados y menos marcada en algunos países emergentes. Este fenómeno puede observarse comparando los países del G7 (Estados Unidos, Japón, Alemania, Reino Unido, Francia, Italia y Canadá) con los BRICS (China, India, Brasil, Rusia y Sudáfrica), tanto en el periodo anterior a la crisis de las hipotecas subprime, entre 1980 y 2007, como en el periodo posterior, entre 2007 y 2021 (Tabla 1).

Tabla 1. Crecimiento medio anual del PIB del G7 y BRICS (en %)

Zona económica G71980-20072007-2021
EEUU3,11,5
Japón2,50,1
Alemania1,90,8
Reino Unido2,60,9
Francia2,20,7
Italia1,7-0,5
Canadá2,71,3

Zona económica BRICS
China10,17,0
India6,15,5
Brasil2,41,3
Rusia*1,71,3
Sudáfrica**3,41,1

*Para Rusia 1992-2007, **para Sudáfrica 1993-2007

Fuente: IMF, World Economic Outlook (abril 2022)

El crecimiento de los países de la Tríada, que incluye las tres áreas históricamente dominantes del capitalismo mundial, América del Norte, Europa Occidental y Japón, ya era inferior al de los BRICS en el periodo 1980-2007, pero después de 2007 se redujo a la mitad. Estados Unidos, por ejemplo, registró un crecimiento medio anual del 3,1% entre 1980 y 2007, que se redujo a la mitad, hasta el 1,5%, en 2007-2021. Por otro lado, China e India muestran un crecimiento mucho mayor que el de Estados Unidos durante el periodo 1980-2007, un 10,1% y un 6,1% de media anual, respectivamente. Durante el periodo 2007-2021, el crecimiento de China e India disminuye, pero mucho menos que el de EE.UU., hasta el 7% y el 5,5% anual de media respectivamente, permaneciendo muy por encima de EE.UU.

Aún peor, en comparación con Estados Unidos, es el crecimiento de Japón y Europa Occidental. El crecimiento de Japón durante el periodo 1980-2007 fue del 2,5% anual de media, es decir, cuatro veces menos que el de China y menos de la mitad del de la India, cayendo a cero durante el periodo 2007-2021 (+0,1%). Europa occidental (Alemania, Reino Unido, Francia e Italia), que en el periodo 1980-2007 había registrado un crecimiento inferior al de Estados Unidos, sufrió un estancamiento real en el periodo 2007-2021 con un crecimiento medio anual inferior al 1%, lo que, en lo que respecta a Italia, se traduce en un descenso del -0,5% de media anual.

Como hemos dicho, la crisis de 2020 hizo que el PIB se contrajera a niveles nunca vistos en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial. Para combatirlo, los bancos centrales, empezando por la Fed y el BCE, bajaron el coste del dinero hasta llegar a zona negativa y, al mismo tiempo, los gobiernos pusieron en marcha grandes políticas fiscales expansivas. No es casualidad que, al estallar la pandemia, Draghi sostuviera que el crecimiento de la deuda y el déficit públicos era una necesidad, como en la guerra, y ya no el mal absoluto que había que evitar a toda costa con políticas de austeridad. La economía, impulsada por las políticas expansivas, repuntó en 2021, pero en 2022 el crecimiento ya se había reducido. Así, no solo se confirma el «estancamiento secular», sino que se vislumbra un escenario aún peor: el acoplamiento de un bajo crecimiento y una alta inflación, la llamada «estanflación». Lo más grave es que, para combatir la inflación, los bancos centrales, en particular la Reserva Federal de Estados Unidos y el BCE, han decidido aumentar el coste del dinero y reducir sus programas de compra de bonos públicos. Se trata del fin de las políticas monetarias expansivas, lo que provocará una ralentización de la recuperación y, según las previsiones del Fondo Monetario Internacional, una probable recesión en 2023.

Volviendo a Summers, de su razonamiento se desprende que el verdadero problema de la economía mundial no radica en la falta de liquidez, sino en su exceso: las crisis financieras son consecuencia de la sobreabundancia o sobreacumulación de capital productivo. Una sobreabundancia que es relativa, es decir, determinada por la incapacidad de las empresas privadas para emplearla de forma rentable. La caída del tipo de interés real crea repetidas burbujas bursátiles que estallan y conducen a una situación recurrente de inestabilidad financiera que se extiende al conjunto de la economía. La economía capitalista se encuentra así atrapada en el círculo vicioso de la recesión, las políticas monetarias y fiscales expansivas, la creación de burbujas, el estallido de las mismas y la recaída en la recesión.

El estancamiento, por lo tanto, parece ser una característica «secular», es decir, a largo plazo, de la economía capitalista, especialmente en sus picos más avanzados, la Tríada. Llegados a este punto, surge la pregunta: ¿cómo resolver este «estancamiento secular»? La respuesta de Summers es que hay que aumentar la inversión, pero esto no es posible a menos que se produzca una condición nada esperada: «es ciertamente posible que algunos acontecimientos exógenos intervengan para aumentar el gasto y estimular la inversión. Pero, dejando de lado la guerra, no parece claro cuáles podrían ser esos acontecimientos«[1] Así pues, sólo una guerra y, en particular, una guerra a gran escala como la mundial, podría sacar a la economía de los países avanzados de los bajíos en los que se está hundiendo. Al fin y al cabo, eso es lo que ocurrió en el anterior «estancamiento secular», el de los años 30. No fue el New Deal, lanzado por el presidente Franklin D. Roosevelt, el que resolvió la Gran Depresión. Roosevelt, sino el gasto masivo de la guerra y la inversión en la reconstrucción, tras la enorme destrucción de la Segunda Guerra Mundial, lo que provocó la recuperación de la economía y dio lugar a la expansión de los «Gloriosos Treinta», hasta la crisis de los años 74-75.

2. La caída tendencial de la tasa de ganancia y el colapso del capitalismo

Según Marx, la tendencia típica del modo de producción capitalista es la disminución de la parte del capital gastada en fuerza de trabajo (capital variable) en relación con la parte gastada en medios de producción y materias primas (capital constante). En otras palabras, hay un aumento progresivo de la composición orgánica del capital, es decir, un aumento de la parte del capital constante en relación con la del capital variable. El hecho es que solo el capital variable, la fuerza de trabajo, produce plusvalía. De ello se deduce que a igualdad de explotación de la fuerza de trabajo (es decir, con la misma tasa de plusvalía), la cantidad de plusvalía tiende a disminuir en relación con el capital total invertido. Dado que la tasa de ganancia viene dada por la relación entre la plusvalía y el capital total, existe una tendencia a la baja de la tasa de ganancia.

Esto crea una sobreacumulación de capital. Esto significa que se ha acumulado demasiado capital en medios de producción, en comparación con la capacidad de generar una tasa de beneficio adecuada a las necesidades de los capitalistas. Cuando la sobreacumulación se produce en los principales sectores de la economía, hay una sobreacumulación general. En este punto, los capitalistas, en ausencia de una tasa de beneficio elevada, reducen la inversión. Al mismo tiempo, la competencia entre los capitales individuales se vuelve más despiadada, y los capitales menos fuertes sucumben, generando la muerte de empresas. Como consecuencia de todo ello, se produce una contracción de la producción general, que da lugar a crisis y recesiones.

Dado que el aumento de la composición orgánica es más fuerte en los países más desarrollados desde el punto de vista capitalista, la caída de la tasa de beneficio tiende a producirse con más fuerza en estos países. Por esta razón, la tasa de crecimiento del PIB es menor en los países capitalistas más desarrollados y mayor en los menos desarrollados. La ralentización del crecimiento o el colapso de la producción, en el curso de las crisis, también se produce con mayor intensidad en los países más avanzados, como vimos anteriormente en la comparación a largo plazo entre los países del G7, capitalísticamente más desarrollados, y los países BRICS, capitalísticamente menos desarrollados.

Por supuesto, el estallido de las crisis y las recesiones puede producirse debido a determinados desencadenantes, como el estallido de una burbuja financiera, la escasez o el aumento del precio de determinadas materias primas o componentes o productos semiacabados, o debido a factores exógenos a la economía, como una guerra o sanciones económicas o una pandemia. Además, las crisis pueden surgir debido a un desequilibrio entre un exceso de bienes producidos y la estrechez del mercado de absorción. Sin embargo, se trata de causas contingentes que encienden la mecha del verdadero material explosivo subyacente, a saber, la sobreacumulación de capital y la caída de la tasa de ganancia. La crisis general se remonta siempre a esta tendencia típica del modo de producción capitalista.

Sin embargo, la caída de la tasa de beneficios es una tendencia, importante sí, pero una tendencia. Marx escribió que el problema teórico para los economistas no es tanto entender por qué la tasa de ganancia cae, sino entender por qué tal tendencia no es más rápida y acentuada, resultando en el colapso del sistema. En esencia, dice Marx, «deben intervenir influencias antagónicas que obstaculizan o anulan la aplicación de la ley general, dándole el carácter de mera tendencia; y es por esta razón que la caída de la tasa general de ganancia la hemos llamado tendencial»[2].

En su momento, Marx señaló las siguientes influencias antagónicas: el aumento del grado de explotación del trabajo; la reducción de los salarios por debajo de su valor; la caída del precio del capital constante; la superpoblación relativa, que lleva a la creación de un ejército industrial de reserva, es decir, una masa de desempleados, que, al ejercer una presión competitiva sobre los ocupados, permite la caída de los salarios. Entre los factores más importantes está, pues, el comercio exterior: tanto la exportación de bienes excedentes, provocada por el aumento de la capacidad productiva del capital, como la exportación de capital a los países periféricos, donde la tasa de ganancia es mayor debido al menor desarrollo capitalista y la mano de obra se explota más intensamente. Podemos observar cómo las mismas causas que producen la caída de la tasa de beneficio determinan también los factores que la contrarrestan. En efecto, el desarrollo tecnológico que conduce a la sustitución de la fuerza de trabajo por las máquinas, es decir, a la sustitución del capital variable por el capital constante, si, por una parte, conduce al aumento de la composición orgánica, por otra, genera el aumento de la explotación del trabajador individual y la creación del ejército industrial de reserva.

Estas tendencias antagónicas, en las que Marx hizo hincapié en su época, siguen vigentes hoy en día. Sin embargo, desde Marx hasta nuestros días el capitalismo se ha desarrollado enormemente: la sobreacumulación de capital ha crecido hasta un nivel tan alto que, de hecho, el capitalismo ya habría colapsado si no se hubieran dado nuevas condiciones. Entre ellas está la guerra mundial: sin la Segunda Guerra Mundial, el capitalismo podría no existir hoy. Luego está la financiarización, que permite, a través de toda una serie de inventos especulativos, obtener beneficios sin pasar por la producción de bienes. A decir verdad, la financiarización también es señalada por Marx, aunque en su época no había llegado a sus extremos actuales. Por último, está la intervención directa del Estado para apoyar la economía capitalista. Debido al aumento del gasto público, la deuda pública se ha engrosado hasta niveles nunca vistos en tiempos de paz, precisamente porque a lo largo de las décadas, especialmente desde los «gloriosos años treinta», el Estado ha asumido la tarea de ser una muleta del capitalismo.

Sin embargo, estos nuevos factores antagónicos tienen fuertes limitaciones: las finanzas y la deuda, pública y privada, más allá de cierto nivel representan un fuerte factor de inestabilidad y crisis. Además, el capital ya ha explotado todas las palancas que, según Marx, tiene a su disposición, desde la compresión salarial hasta el uso del ejército industrial de reserva y la exportación de capital de los países capitalísticamente más desarrollados a los menos desarrollados. Una mayor acentuación de la compresión salarial solo agrava la crisis a largo plazo. Para ello, entra en juego el aspecto de la destrucción creativa: la destrucción de la capacidad productiva, que permite reducir la sobreacumulación de capital y reactivar la producción de beneficios. Las propias crisis son un factor de reducción de la sobreacumulación mediante la destrucción de capital, en forma de eliminación de empresas y de centralización, mediante fusiones y adquisiciones, de las que quedan. Pero es sobre todo la guerra mundial la que se cierne en el fondo como elemento de redefinición de las condiciones de acumulación a través de la destrucción del capital.

Si la caída de la tasa de beneficio no tuviera tendencias compensatorias, el modo de producción capitalista se derrumbaría sobre sí mismo. Pero, como hemos visto, este no es el caso. Sin embargo, para Marx, la caída de la tasa de beneficio demuestra el «carácter estrecho, meramente histórico y transitorio del modo de producción capitalista: demuestra que no es en absoluto el único modo de producción capaz de generar riqueza, sino que, por el contrario, habiendo llegado a un determinado punto, entra en conflicto con su propio desarrollo ulterior»[3] La tendencia al colapso del capitalismo es cada vez más evidente y acentuada, aunque no es posible pensar en un colapso automático. Hay que ver qué inventa el capital para volver a hacer avanzar su redde rationem. Además de la carta de la guerra, el capital parece querer jugar la carta de la transición ecológica. El paso a las fuentes de energía renovables y las transformaciones radicales, como el cambio del motor de combustión interna por el motor eléctrico, son herramientas para reducir la sobreproducción de capital y mercancías con el fin de aumentar los beneficios.

3. Cambios en las relaciones de poder globales

Como escribió Lenin, el capitalismo concreto, es decir, el formado por un conjunto de formaciones socioeconómicas, se caracteriza por un crecimiento desigual [4]. Las potencias hegemónicas que son «más antiguas» en términos de desarrollo capitalista tienden a crecer menos, mientras que las «más jóvenes» tienden a crecer más rápido. En consecuencia, las relaciones de poder económico tienden a inclinarse a favor de estos últimos. En algún momento, las nuevas relaciones de poder económico entran en conflicto con las relaciones políticas existentes, generando una tendencia a la guerra.

La historia del capitalismo puede leerse como una sucesión de ciclos económicos, más o menos seculares, que ven la prevalencia, de vez en cuando, de una potencia hegemónica, en torno a la cual se determina la acumulación del capital mundial. Se trata de la teoría de los «ciclos seculares», ideada por Giovanni Arrighi, que define cuatro ciclos seculares del capitalismo, desde el siglo XVII hasta el XXI: el hispano-genovés, el holandés, el británico y, finalmente, el estadounidense[5]. El poder económico siempre va de la mano del poder político-militar: en cada ciclo los estados hegemónicos son cada vez más grandes y poderosos militarmente. Los ciclos seculares se dividen en dos partes: una basada en la producción material y otra en las finanzas.

Hasta cierto punto los estados hegemónicos son prevalentes desde el punto de vista de la producción material, luego esta prevalencia se pierde, debido a la sobreacumulación de capital, y, entonces, prevalece el aspecto financiero del control de los flujos de capital. Pero el crecimiento de los beneficios impulsado por las finanzas también fracasa en algún momento y, mientras tanto, surgen otros poderes que desafían al poder hegemónico. Se produce así un período de caos al final del cual, de nuevo tras una guerra general, la antigua potencia hegemónica es sustituida por una nueva potencia, en torno a la cual se reanuda el ciclo de acumulación capitalista.

A finales del siglo XIX y principios del XX, Gran Bretaña se vio superada en la producción y exportación de bienes por dos potencias emergentes, Alemania y sobre todo Estados Unidos. La Primera y la Segunda Guerra Mundial se libran por la hegemonía mundial. Al final de la lucha, Alemania es derrotada, pero Gran Bretaña se ve obligada a ceder el papel de primera potencia a Estados Unidos.

Sin embargo, ni siquiera Estados Unidos escapa a las leyes de la historia, incurriendo en una decadencia que se manifiesta en un crecimiento decreciente y una drástica disminución de su cuota de PIB y de las exportaciones mundiales. De hecho, hoy en día, la decadencia también puede verse en los otros países que, junto con Estados Unidos, forman parte del llamado Occidente, a saber, Europa Occidental y Japón. Como ya le ocurrió a Gran Bretaña, hoy en día Estados Unidos y los demás países centrales sufren la fuerte competencia de algunos países emergentes, especialmente China (Gráfico 1).

Gráfico 1 – Participación de los principales países en el PIB mundial (en paridad de poder adquisitivo; en %)

De hecho, si consideramos el PIB en paridad de poder adquisitivo, China superó a Estados Unidos ya en 2016. En los últimos treinta años, entre 1991 y 2021, China ha pasado del 4,3% del PIB mundial al 18,6%, mientras que Estados Unidos ha pasado del 21% al 15,7%[6]. La cuota de India también creció del 3,4% al 7%, mientras que la de otros países centrales, aliados de Estados Unidos, disminuyó. Por ejemplo, Japón pasó del 9,2% al 3,8% y Alemania del 6% al 3,3%. También se observa un descenso similar en la proporción de productos manufacturados en las exportaciones mundiales. Entre 1991 y 2021, Estados Unidos pasó de una cuota del 12% al 7,9%, mientras que China pasó del 2% al 15,1%. La India pasa del 0,5% al 1,8%, mientras que Japón baja del 9% al 3,4% y Alemania del 11,5% al 7,3%. Sin embargo, hay que tener en cuenta que en términos de PIB per cápita (siempre en paridad de poder adquisitivo), China sigue estando muy por detrás de Estados Unidos, aunque haya crecido enormemente en los últimos veinte años. El PIB per cápita de China representaba el 3,8% del de Estados Unidos en 1991 y el 27,8% en 2021, mientras que el de la India era del 4,1% en 1991 y del 10,3% en 2021.

Básicamente, podemos observar que las relaciones de poder mundial en el plano económico han cambiado y que, por primera vez en aproximadamente un siglo y medio, China ha recuperado el liderazgo en el PIB mundial que había tenido históricamente hasta la época de las Guerras del Opio, a mediados del siglo XIX. En el frente tecnológico, China también está avanzando mucho, desafiando a Estados Unidos también en este terreno. Sin embargo, estos últimos, aunque ya no tienen la hegemonía sobre la producción y las exportaciones mundiales, mantienen la hegemonía militar y financiera, gracias al dólar.

4. El papel hegemónico del dólar y su tendencia a la baja

Estados Unidos siguió los pasos de Gran Bretaña, aunque con importantes diferencias, especialmente con la sustitución de la libra esterlina por el dólar como moneda mundial. Con la Primera Guerra Mundial muchos países abandonaron el patrón oro, imprimiendo dinero masivamente para financiar los gastos militares. El Reino Unido, por su parte, mantuvo la libra atada al oro para preservar su papel de moneda mundial, pero se vio obligado, por primera vez en su historia, a pedir dinero prestado al extranjero. El Reino Unido y otros países aliados se convirtieron así en deudores de los Estados Unidos, a los que pagaron en oro. De este modo, Estados Unidos se convirtió en el principal poseedor de reservas de oro al final de la guerra. Los demás países, privados de sus reservas de oro, ya no podían volver al patrón oro. En 1931, el Reino Unido también abandonó finalmente el patrón oro y el dólar sustituyó a la libra esterlina como moneda de reserva mundial.

Sin embargo, solo con la Segunda Guerra Mundial el dólar vio consagrado su papel de moneda mundial gracias a los acuerdos de Bretton Woods (1944), en los que se decidió abandonar el patrón oro: las monedas mundiales ya no estarían vinculadas al oro, sino al dólar, que a su vez estaba vinculado al oro. En caso de demanda, los países acreedores en dólares serían pagados por los Estados Unidos en oro. De este modo, los bancos centrales de los países de Bretton Woods acumularon dólares en lugar de oro. Sin embargo, el sistema entró en crisis a finales de los años sesenta, porque Estados Unidos, para financiar la guerra de Vietnam y los programas de bienestar social internos, empezó a inundar el mercado con dólares. Preocupados por la devaluación del dólar, los acreedores estadounidenses comenzaron a exigir que se les pagara en oro. Temiendo perder sus reservas de oro, el presidente Richard Nixon desvinculó en 1971 el dólar del oro. El dólar siguió siendo la moneda mundial, pero con la ventaja para Estados Unidos de que podía pagar las importaciones y la deuda pública simplemente imprimiendo dólares.

El dólar sigue siendo, hasta ahora, el rey de las divisas. Además de representar la mayor parte de las reservas mundiales de divisas, es la moneda de cambio en el comercio internacional, debido a que la mayoría de los productos básicos, incluidos el petróleo y el gas, se compran y venden mayoritariamente en dólares. No es casualidad que el estatus global del dólar en la década de 1960 fuera calificado de «privilegio exorbitante» de EE.UU. por el Ministro de Finanzas francés Valery Giscard d’Estaing. La demanda mundial de dólares permitió a Estados Unidos financiarse a bajo precio, es decir, pagando bajos tipos de interés a los compradores de sus bonos del Estado. Gracias a ello, desde 1968, Estados Unidos ha ido acumulando una creciente y casi ininterrumpida deuda de comercio exterior. En 2021, la deuda comercial de EE.UU. (solo bienes) ascendió a la colosal suma de 1.182 billones de dólares[7], mientras que la deuda nacional alcanzó los 30,5 billones de dólares en 2021, es decir, el 133,3% del PIB y 2,7 billones más que en el año anterior[8].

La centralidad del dólar en los pagos internacionales también aumenta el poder de Estados Unidos para imponer sanciones financieras. De hecho, cualquier transacción que técnicamente toque suelo estadounidense otorga a este país jurisdicción legal y, por tanto, la capacidad de bloquear transacciones no deseadas. Sin embargo, las sanciones tienen un efecto bumerán sobre el dólar, ya que empujan a los países afectados a utilizar monedas alternativas al dólar. La hegemonía del dólar se ha ido erosionando desde hace un par de décadas, principalmente debido al aumento del comercio a escala regional y como respuesta de los países que quieren escapar del dominio de la moneda estadounidense. Entre 1999 y 2021, las reservas en dólares de los bancos centrales cayeron del 71% al 59%[9]. Además, hoy en día el dólar representa el 40% de las transacciones internacionales, el euro el 35%, la libra el 6% y el yuan el 3%[10].

La guerra en Ucrania aceleró esta tendencia. Rusia ha reaccionado a las sanciones occidentales reorientando las exportaciones de petróleo y gas que antes iban a la UE a otros países, como India y China, y liquidando las transacciones ya no en dólares sino en otras monedas, como rublos, yuanes y rupias. El uso del rublo se extenderá también a la comercialización de otros productos típicos de la exportación rusa, como los cereales destinados a Turquía, Egipto, Irán y Arabia Saudí. Además, China tiene previsto poner a disposición de Rusia el Sistema de Pagos Interbancarios Transfronterizos (Cips), su propio sistema de pagos internacionales alternativo a Swift, lanzado en 2015 para reducir la dependencia del dólar, internacionalizar su moneda (el yuan renminbi) e impulsar su uso entre los países que participan en la Nueva Ruta de la Seda. China también ha firmado acuerdos con algunos países, como Turquía y Pakistán, para comerciar con mercancías en yuanes.

La decisión de acceder a las exigencias de Rusia de ser pagada en monedas distintas del dólar y la elusión del sistema Swift han enfadado mucho a Estados Unidos. El viceconsejero de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Daleep Singh, declaró: «No nos gustaría ver sistemas diseñados para apuntalar el rublo o socavar el sistema financiero basado en el dólar o para eludir nuestras sanciones… hay consecuencias para los países que lo hagan«[11]. El Fondo Monetario Internacional también expresó su preocupación por la resistencia del dólar como moneda mundial: «la exclusión del sistema de mensajería Swift podría acelerar los esfuerzos para desarrollar alternativas. Esto reduciría las ganancias de eficiencia de tener un sistema global único, y podría reducir potencialmente el papel dominante del dólar en los mercados financieros y pagos internacionales«.[12]

5. La tendencia a la guerra

El dólar no es sólo un instrumento de guerra para Estados Unidos, sino que es el propio dintel de su hegemonía mundial: con el dólar, Estados Unidos financia su Estado e indirectamente toda su economía. Sin el dólar, Estados Unidos no podría sostener su enorme doble deuda, pública y comercial. Cuando el dólar se convirtió en la moneda mundial, EE.UU. producía la mitad del producto interno mundial y tenía el 21,6% de las exportaciones mundiales (1948)[13]. En la actualidad, China ha desbancado a Estados Unidos de su primacía económica. A estas alturas de la historia, la economía estadounidense tiene un carácter fuertemente parasitario. Incluso más que en la época de la hegemonía británica. El imperialismo británico podía contar con los recursos extraídos de las colonias, en particular de la India, de las que el excedente comercial fluía hacia el centro financiero de Londres[14]. Sin embargo, la libra se basaba en algo tangible, el oro. Hoy en día, el dólar no tiene nada tangible y real detrás, aparte del ejército estadounidense.

Desde que perdió su hegemonía económica, Estados Unidos se apoya cada vez más en la influencia geopolítica, que se debe en gran medida al hecho de que Estados Unidos tiene una fuerza militar sin parangón. El gasto militar de Estados Unidos es de 778.000 millones de dólares, mientras que el del segundo país más importante, China, es de 252.000 millones de dólares, y el de Rusia es de 61.700 millones de dólares[15]. En total, el presupuesto militar de los 10 países más importantes del mundo apenas equivale al de Estados Unidos.

En este punto se desencadena un círculo vicioso: Estados Unidos mantiene la hegemonía del dólar a través de la fuerza militar y mantiene la fuerza militar financiándose a través del dólar. Por lo tanto, si el dólar pierde fuerza a nivel mundial, es más difícil para EE.UU. mantener su fuerza militar, y si ésta se pierde, también se pierde la hegemonía del dólar. En resumen, si el «juguete» del dólar se rompe, Estados Unidos se arriesga a una crisis radical.

El empeoramiento de las relaciones de fuerza económicas y la necesidad de mantener, a pesar de este declive, la influencia geopolítica empujan a Estados Unidos hacia la guerra. Una guerra que a veces se libra directamente, como en Irak, y a veces indirectamente, como en Ucrania. En la guerra actual, el verdadero objeto de disputa es la influencia geopolítica de EE.UU. y, a través de ella, la capacidad del dólar para mantenerse como moneda de cambio y de reserva del mundo.

El articulista

*Domenico Moro es sociólogo. Investigador en el campo sociológico y del marketing, ha publicado Il Militare e la Repubblica, sobre el nuevo modelo de defensa, y numerosos artículos y ensayos de carácter sobre todo económico e histórico en distintos medios periodísticos y en revistas teóricas y de actualidad política, entre ellas Marxismo Oggi y Rinascita della Sinistra. El Viejo Topo publicó en 2013 su libro Nuevo compendio de El Capital y en 2015 Bilderberg. La élite del poder mundial. Su última obra publicada por el Viejo Topo es La Jaula del Euro.

Notas

[1] Lawrence H. Summers, Reflection on the New Secular Stagnation Hypothesis, p.36. La cursiva es mía.

[2] Karl Marx, El Capital, editorial Newton Compton, Roma 1996, p. 1070.

[3] Ibid, p.1077.

[4] Lenin, El imperialismo. Fase suprema del capitalismo, Editori Riuniti, Roma 1974.

[5] Giovanni Arrighi, Il lungo XX secolo. Dinero, poder y los orígenes de nuestro tiempo, Il Saggiatore, Milán 2003.

[6] Fondo Monetario Internacional, Perspectivas económicas mundiales (abril de 2022).

[7] Unctad, centro de datos.

[8] Fondo monetario internacional, Base de datos.

[9] Fondo Monetario Internacional, The Stealth erosion of dollar dominance.

[10] G, Di Donfrancesco, «El FMI: las sanciones a Rusia socavan la hegemonía del dólar», Il Sole 24 Ore, 1 de abril de 2022.

[11] G. Di Donfrancesco, «Lavrov en la India para ofrecer petróleo crudo pero Washington da la alarma», Il Sole24ore, 1 de abril de 2022.

[12] Ibid.

[13] Unctad, centro de datos.

[14] Marcello de Cecco, Moneta e impero. Economia e finanza tra 1890 e 1914, Donzelli editore, Roma 2016.

[15] https://worldpopulationreview.com/country-rankings/military-spending-by-country.

Fuente original: Laboratorio. Per il socialismo del XXI secolo.

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