Bajan de los cerros y montañas, van con sus alforjas cargadas de esperanzas pero también con la rabia escrita en sus rostros debido a tantos años de maltrato. Siglos en realidad.
En el camino a la ciudad se van encontrando con otros y otras tan enojados como ellos, ya que nuevamente han sido burlados por los de arriba. Saben que tienen la razón de su lado, votaron a un maestro para intentar cambiar lo que andaba tan mal, y de pronto se dieron cuenta que los de siempre no iban a permitirles ilusionarse.
Un día se habían despertado con la noticia que su presidente por fin se decidía a dar un paso tan reclamado por el pueblo que lo puso en su cargo: disolver ese putrefacto Congreso. La alegría duró poco, el presidente fue encarcelado y la vice traidora aprovechó para quedarse con el cargo. Es en ese preciso instante que decenas de miles se decidieron a ponerse en marcha. Por dignidad, por los que dieron su vida en distintas etapas, y porque todo tiene su límite y cuando se traspasan ciertas instancias, el estallido es imparable y se transforma en “Peruanazo”.
El pueblo de la Capital y todas las regiones están escribiendo una nueva página de su historia de rebeldía contra el autoritarismo y la traición. Esta sublevación nacional contra el golpe de derecha fraguado por el fujimorismo parlamentario con la complicidad de la burguesía limeña y los altos mandos de la policía y las Fuerzas Armadas, está demostrando también el repudio hacia la clase política y esa obsoleta “democracia” que actúa como rehén del imperio.
Si bien Pedro Castillo casi no pudo gobernar debido al constante acoso de la derecha, y en ese andar fue pasto además de sus propias debilidades, está claro que al disolver tardíamente el Congreso, dio la clave concreta de la conexión con un reclamo popular de vieja data. Su detención y el permanente intento de humillarlo, pone de forma transparente el odio de clase que la élite peruana siente por la mayoría de los campesinos y trabajadores.
Hagamos memoria: desde antes de ganar la segunda vuelta, la derecha puso a Castillo en la mira, lo acusaron desde ser terrorista hasta corrupto, ensuciaron con mentiras su pasado y su presente, el de él y el de su familia. Lo obligaron a que modifique el rumbo de lo que se había planteado hacer en sus compromisos con el pueblo pobre, trabajador y campesino. Nada le alcanzaba a la furibunda ultraderechista Keiko Fujimori y sus amigos empresarios (esos sí corrompidos hasta más allá del límite), militares con pasado criminal, policías ídem y paramilitares al servicio de los negocios narcos. Siempre pedían más y más, para no dejar gobernar a un Castillo
Detrás de este golpe palaciego en el cual la usurpadora Dina Boluarte es una típica marioneta, están los intereses del imperio estadounidense, ávido por apropiarse aún más de las riquezas naturales del Perú. Ellos, con su embajada haciendo lobbie son los culpables fundamentales de que cada vez más se agranden las diferencias entre los que ganan millones y el pueblo pobre. Son insaciables, y necesitan para controlar la situación a su favor, reprimir, asesinar, militarizar el país, como actualmente lo han hecho, y apoderarse de las instituciones a través de sus testaferros.
Sin embargo, como ya ocurriera en otras oportunidades, los hombres y mujeres del Perú profundo y peleón dirán la última palabra: exigen cerrar el Congreso, la restitución de Castillo, y una urgente Asamblea Constituyente donde estén representados los y las que nunca entran en la lista, los nadies, los que con sus manos y su sacrificio construyen el país. Es otra vez la hora de los hornos, donde la barricada cierra la calle pero abre el camino, y el “Peruanazo” obliga a cada cual ponerse en el sitio que le corresponde. Solo el pueblo salvará al pueblo.
Perfil del Bloguero
Periodista argentino en medios de prensa escrita y digital, radio y TV. Escritor de varios libros de temas de política internacional. Director del periódico Resumen Latinoamericano. Coordinador de Cátedras Bolivarianas, ámbito de reflexión y debate sobre América Latina y el Tercer Mundo.
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