Por: José Sant Roz |
- Veo en las redes mensajes de opositores, histéricos, diciendo que el Presidente Maduro es un dictador porque «no quiere ir a elecciones bajo a la amenaza de sanciones». Es decir, que para los opositores al chavismo es muy normal que Venezuela sufra toda clase de torturas por no plegarse a los mandatos de Estados Unidos y la Unión Europea.
- De modo que el presidente Maduro ratifica su condición de «dictador» por oponerse a las criminales medidas gringas y europeas.
- Lo cierto es, que desde hace dos siglos Latinoamérica toda bien sufriendo sanciones, bloqueos e invasiones desde Europa. Lo trágico ha sido, que la mayoría de nuestros políticos, intelectuales o pensadores en América Latina han entendido esta trágica y dolorosa condición. Por ejemplo, sobrecogedor debió ser para don Rómulo Gallegos, aquellas páginas de Laureano Vallenilla Lanz en las que habla de los prejuicios de la clase aristocrática de Venezuela, los que van determinar el sentido de la educación que se impartirá por más de un siglo, después que los españoles hayan sido expulsados del país.
- Toda la generación que proclamó la Independencia había sido educada en aquellas prácticas «propias sólo para formar hombres falsos e hipócritas», capaces de darle a aquel movimiento en los primeros días todos los caracteres de la política italiana en los tiempos del Cuatrocento y del Siglo XVI; política de astucias, de disimulo, de sordas intrigas, de procederes ambiguos, que tenía por únicas miras la absoluta dominación del país, el ejercicio, en virtud de un legítimo derecho, de la «tiranía doméstica activa y dominante» como lo planteó más tarde el Libertador.
- Pero nuestra engreída oposición, la que sostiene los valores de las clases dominante a la que pertenece María Corina Machado y Leopoldo López, se creen con derecho a gobernarnos bajo la protección de los gringos y las potencias europeas. Dice en ese sentido, el Licenciado Miguel José Sanz que bajo las formas de preceptos se le inculcaron a los niños de la oligarquía caraqueña «máximas de orgullo y vanidad que más tarde le inclinan a abusar de las prerrogativas del nacimiento o la fortuna, cuyo objeto y fin ignora. Pocos niños hay en Caracas que no crezcan imbuidos en la necia persuasión de ser más nobles que los otros, y que no estén infatuados con la idea de tener un abuelo alférez, un tío alcalde, un hermano fraile o por pariente un clérigo. ¿Y qué oyen en el hogar paterno para corregir para corregir esta odiosa educación? Que Pedro no era de la sangre azul como Antonio, el cual con razón podía blasonar de muy noble o emparentado y jactarse de ser caballero, que la familia de Francisco entroncó por medio de un casamiento desigual, con la de Diego, aquesta se vistió de luto. Puerilidades y miserias éstas que entorpecen el alma, influyen poderosamente en las costumbres, dividen las familias, hacen difíciles sus alianzas, mantienen entre ellas la desconfianza y rompen los lazos de la caridad, que es, a un tiempo el motivo, la ocasión y el fundamento de la sociedad…»
- Debemos recalcar, pues, que el Licenciado Sanz se refería exclusivamente a las clases elevadas, a los descendientes más o menos puros de los conquistadores, quienes al estallar la guerra llevarán a la política aquellos prejuicios nacidos y fomentados en el hogar.
- Aquellas degradantes costumbres se fueron trasmitiendo de generación en generación, y aún en pleno siglo XXI las encontramos muy arraigadas en casi todos los hogares de la burguesía venezolana. Una costumbre que se impone en las grandes ciudades en la que lo sofisticado, el disimulo, la envidia, las novedades y la hipocresía causan estragos. Por estas ideas y razones, en la cabeza de don Rómulo Gallegos no podía caber otro sistema que el capitalismo, al que le corresponde salvaguardar la propiedad privada, con el fin de propender a la civilización necesaria; la única vía por la que han marchado todos los pueblos «sabios y virtuosos» de Europa y Estados Unidos.
- En su mayor desesperanza, Rómulo Gallegos pensaba en la necesidad de una conciencia colectiva que por supuesto no podía existir: Si tal conciencia se hubiera dado en aquel pueblo no nos hubiese gobernado un Juan Vicente Gómez. De modo que estaba desintegrada la poca conciencia que entonces teníamos. El novelista en su augusta soledad sueña con una superior inteligencia que pueda hacer converger hacia moldes civilizados a las «hordas salvajes», y contra éstas ya Estados Unidos y las potencias europeas nos tenían preparadas centenares de sanciones. La inteligencia superior que buscaba Gallegos no nos podía caer del cielo. ¿Cómo forjar esa inteligencia en medio de un gobierno tiránico y despiadado, y además quién podría dirigirla, orientarla?
- El novelista presume ya de político de partido cuando lleva a sus novelas los problemas sociales: En «Canaima» ataca el sistema capitalista; en sus héroes de «Pobre Negro» y «Cantaclaro», éstos exigen justicia social e igualdad. En Doña Bárbara lo que más le tortura es el desprecio de nosotros por la ley. Gallegos se presiente una especie de predestinado por la fuerza de su lenguaje, por el conocimiento que tiene de su pueblo y de su tierra. Será cuestión de tiempo para que se le señale como ductor de pueblos.
- Como buen intelectual, para Rómulo Gallegos sólo hay una salida: educar, educar, educar, una y mil veces educar. Una educación que forme profesionales útiles: ingenieros, médicos, agrónomos. En cierto modo, Gallegos en su juventud está de acuerdo con el dictador Juan Vicente Gómez, sobre todo en su lema de que la política daña el cerebro, y que educar para pensar es peligroso. Por eso Gallegos habla de «profesiones útiles». El dictador no quiere que se estudie porque según Gómez todo el que lee y el que se mete en las universidades se vuelve demente y contestón; se le mete en la cabeza el gusanillo de la crítica, de la «estupidez política» y de este modo un país no se «desarrolla». Gómez odiaba el «desorden», las bullangas y las revoluciones al igual que Laureano Vallenilla Lanz, su mejor mentor, por lo que Gallegos en medio de estas ideas dominantes (de la clase poderosa) también termina por temerle a los cambios y a los «alborotos». Gallegos nunca pensó que llegaría un día en que esos países a los que él amaba por su saber y orden, nos aplicarían las más horribles y criminales bloqueos y sanciones, sólo por el simple hecho de pensar y ser un poco diferentes…