Por: Wolfgang R. Vicent Vielma |
Zarpaba el barco Felicia en los fríos días de enero de 1881 de Nueva York con destino al Puerto de La Guaira con escala en Curazao y Puerto Cabello, uno de los pasajeros es un joven cubano cargado de ideas libertarias e independentistas; poeta, periodista, cronista, autor de cuentos, obras de teatro y novelas. El cruel presido al que fue condenado por los gobernantes españoles por la firmeza de sus convicciones, no le hizo declinar de sus pensamiento y deseos por ver a Cuba libre por ello andaba en peregrinaje constante. Este personaje es José Martí. Sus pasos por aquellos años, le llevaron a México, Guatemala y otros países de América y Europa. La creación literaria y periodística por aquel tiempo se habían manifestado en sus obras, Abdala, El Presidio Político en Cuba, Patria Libre, Amor con amor se paga y Amistad Funesta, entre otras. En el campo del periodismo ya se le conocía por sus contribuciones en diversos medios. En 1869, junto con su amigo Fermín Valdéz, publicó El Diablo Cojuelo, por esos años publica también La Patria Libre. A finales de los años setenta, inicia su trabajo periodístico en tierras mexicanas en donde colaboró con La Revista Universal, también en otra revista de México: El Socialista. En Guatemala en el diario Progreso. Luego en los Estados Unidos, escribe como crítico de arte para el diario The Hour que incorpora su edición a otro medio: The Sun. Después de la culminación de la Guerra Chiquita en Cuba a inicios de los años ochenta, y con todo ese bagaje de hombre culto y luchador por la independencia de Cuba, tras la estrella de Bolívar, llega pues este joven cubano a tierras venezolanas.
La visita de Martí a nuestro país transcurre entre enero y julio de 1881. En esos seis meses, siendo consecuente con aquel pensamiento, que acá expresó: «Hacer es la mejor manera de decir» desarrolló una importante actividad en pro del país: aquí quedaron sus crónicas, artículos, conferencias, escritos periodísticos, clases para jóvenes, discursos, en donde describe con gran elocuencia y belleza sus observaciones acerca de nuestro país y su gente, además de su participación en diversas tertulias literarias en la Casa de Los Tovares. Escribió Martí diversos artículos para el diario La Opinión Nacional, allí redactó sus célebres columnas «Sección Constante» y «Cartas de Nueva York»; creó y dirigió la Revista Venezolana, además de redactar todos los artículos del primer número. Allí escribió un grandioso ensayo a raíz de la muerte de Cecilio Acosta. En el Club del Comercio de Caracas pronunció su célebre discurso de presentación; en su estancia en Caracas escribió los versos de su primer libro de poemas, Ismaelillo. Compartió las aulas de los emblemáticos colegios Santa María y Villegas impartiendo clases de Literatura, Gramática Francesa y dando formación en materia de Oratoria.
José Martí en el ensayo Un viaje a Venezuela (1881-1882), se refería a Caracas en los siguientes términos:
«Caracas, la capital de la República, la Jerusalén de los sudamericanos, la cuna del continente libre, donde Andrés Bello, un Virgilio, estudió; donde Bolívar, un Júpiter, nació; donde crecen a la vez el mirto de los poetas y el laurel de los guerreros, donde se ha pensado todo lo que es grande y se ha sufrido todo lo que es terrible; donde la Libertad, de tanto haber luchado allí, se envuelve en un manto teñido en su propia sangre.»
Caracas en 1881 sintetizaba la vida del venezolano. El país era gobernado por Antonio Guzmán Blanco en el periodo de mandato conocido como el quinquenio, su segundo periodo (1879-1884) ello, apenas a dos años del triunfo de la «Revolución Reivindicadora» de 1879. El presidente venezolano, en palabras de Alberto Rodríguez Carucci, se propuso la modernización de Venezuela, efectuar reformas en el plano político, territorial y administrativo del país: cambiar la constitución, organizar el censo de la población, neutralizar las órdenes religiosas, rediseño de la enseñanza pública, establecimiento del matrimonio laico, organizar el censo poblacional e impulsar el auge urbanístico.
En el año 1881 se estaba celebrando el Centenario del Nacimiento de Andrés Bello, cuya poesía es editada por Arístides Rojas, brilla la primera edición de Cuadros Históricos de Eduardo Blanco, más conocido como Venezuela Heroica. En ese año ve la luz el primer número de El Cojo ilustrado y el «Gloria al Bravo Pueblo» de Salas y Landaeta, se declara como el Himno Nacional de Venezuela. La población de Venezuela para ese año era de 2.005.139 habitantes y en Caracas 55.638 personas residían en sus seis parroquias. Martí llega a esta ciudad y según lo que se desprende del ensayo «Los Tres Héroes» publicado en La Edad de Oro en 1889, lo primero que hace es dirigirse a la Plaza Bolívar a rendir homenaje al Libertador Suramericano y como constancia nos deja este hermoso escrito:
«Cuentan que un viajero llegó un día a Caracas al anochecer, y sin sacudirse el polvo del camino, no preguntó dónde se comía ni se dormía, sino cómo se iba a donde estaba la estatua de Bolívar. Y cuentan que el viajero, solo con los árboles altos y olorosos de la plaza, lloraba frente a la estatua, que parecía que se movía, como un padre cuando se le acerca un hijo. El viajero hizo bien, porque todos los americanos deben querer a Bolívar como a un padre. A Bolívar, y a todos los que pelearon como él porque la América fuese del hombre americano. A todos: al héroe famoso, y al último soldado, que es un héroe desconocido.»
A Martí le evocamos bordeando las costas de Venezuela que le ofrece su inmensa orografía reflejada en esas montañas, valles y ríos que suavemente besan al mar Caribe. Le vemos llegando a la rada de Puerto Cabello y al recorrido por sus calles; le vemos bajando del vapor Felicia a su llegada en La Guaira, le evocamos en el carruaje que por camino peligroso, pero hermoso le lleva a Caracas. Le vemos entrar a Caracas por La Pastora, observamos a Martí en la Plaza Bolívar en su ofrenda al Libertador, en visita a la capilla de Santa Ana, entrando a la imprenta de La Opinión Nacional; le vemos en el Panteón Nacional, honrando a Bolívar; se le ve al norte del Catuche, se le ve cruzando el puente del Caroata hacia el Cerro El Calvario, al oeste de la ciudad, desde donde contempla los techos rojos de la ciudad y la belleza del valle de Caracas. Se le ve caminando de Palma a Municipal para dar sus discursos en el Club del Comercio y salir triunfante de allí; le vemos en La Candelaria documentando el carnaval y la Semana Santa caraqueños; le observamos al entrar y salir de los Colegios Santa María y Villegas en torno a la esquina de Veroes transmitiendo sus enseñanzas de Literatura, de Gramática Francesa y Oratoria. Le vemos en la casa donde él se hospedó en su estancia caraqueña en la esquina de Mijares; le observamos pasar por Puente Hierro en paseo hacia el sur de la ciudad; le vemos al norte; por la Quebrada Anauco; anda Martí por los alrededores de la Hacienda Sans Souci, por la quebrada Chacaíto, al este, siguiendo los pasos de Humboldt. También le vemos en intercambio de saberes entre las esquinas de Velásquez y Santa Rosalía, compartiendo con nuestro sabio Cecilio Acosta; le vemos conversando con Arístides Rojas, y en tertulias, tal como lo refiere Lisandro Alvarado, en la casa de los Tovares, boulevard oeste del Capitolio.
¡Martí sigue con nosotros y de él tenemos todavía mucho que aprender!
Para la elaboración de este artículo nos basamos en el libro «Venezuela y los venezolanos en la obra de José Martí (1875-1895)» publicado en Caracas por la Editorial El perro y la rana en noviembre de 2022, y que es de la autoría de Wolfgang R. Vicent Vielma. El libro puede descargarse desde la web de esta editorial, así como desde el portal Rebelión.
Wolfgang R. Vicent Vielma
Trabajador de la Casa de Nuestra América José Martí en Caracas y Profesor de la Universidad Nacional Experimental de la Fuerza Armada Bolivariana (UNEFA)