ORIGEN Y ACTUALIDAD DEL «BOLSONARISMO»

El parecido del bolsonarismo con otras expresiones de conservadurismo y protofascismo son elocuentes (Foto: Archivo)

Dos días antes de tener que entregar la presidencia, Jair Messias Bolsonaro voló a Estados Unidos en el avión presidencial de la República Federativa de Brasil. El expresidente se fue pero su huella quedó impresa hasta lo más profundo del país más extenso de la cuenca amazónica, porque siempre estuvo. Hace seis o siete años nadie habría hablado del bolsonarismo como fenómeno, sin embargo, hoy esto sucede y es oportuno revisar lo que lo creó y sostiene.

EL OUTSIDER QUE NO ES OUTSIDER

La cuna de Bolsonaro, y de su ascenso político, está en la dictadura (apellidada por sectores conservadores como «democrática») que irrumpió en Brasil en 1964. Dicho régimen se originó en un golpe instrumentado contra Joao Goulart y en aquel participó el gobierno de Estados Unidos, de acuerdo con documentos del Senado brasileño. También el gran empresariado nacional e internacional, las Fuerzas Armadas, gran parte de los medios de comunicación, la Iglesia Católica y el grueso de los principales partidos políticos.

El excapitán fue pasado a la reserva del Ejército en 1988 luego de defender la colocación de bombas en la principal carretera brasileña durante una campaña salarial, sin embargo, siguió la trayectoria lineal del partido Alianza Renovadora Nacional (ARENA), creado en 1965 con la intención de apoyar al recién instalado gobierno militar.

Posteriormente apoyó variaciones del arenismo: fue elegido diputado federal por el Partido Demócrata Cristiano (PDC) en 1990, y luego pasó por el Partido Progresista Reformador (1993-1995), el Partido Progresista Brasileño (1995-2003), el Partido Laborista Brasileño (2003-2005), el Partido del Frente Liberal (2005), vuelve a integrar algunos partidos donde anteriormente había militado hasta llegar al Partido Social Cristiano (2016-2017), y desde julio de 2017 integró el Partido Ecológico Nacional (PEN) y luego el Partido Social Liberal (2018-2019), siempre como diputado federal, durante siete mandatos consecutivos (1991-2019). Sumando los dos años como concejal (1989-1991).

Son 30 años de vida parlamentaria y 15 en el Ejército (1973-1988), de manera que, a pesar de su retórica antisistema incorporada por los bolsonaristas, es un subproducto de la sociedad brasilera y su clase política. Es por ello que se entiende al bolsonarismo como una derivación de la trayectoria polarizada que conforma al devenir histórico del país sudamericano.

El atractivo de Bolsonaro es particularmente fuerte entre militares y cristianos conservadores, esto explica los más de 51 millones de votos en la primera vuelta de las pasadas elecciones generales y más de 58 millones en el balotaje. Ha forjado un movimiento de derecha fuerte, que combina el conservadurismo y el nacionalismo brasileños con la política de guerra cultural al estilo estadounidense y las batallas libradas en las redes sociales, algunas de las cuales se expresan en las calles.

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El bolsonarismo es combinación del conservadurismo y el nacionalismo brasilero, incubados desde hace más tiempo que el ascenso del excapitán a la presidencia (Foto: Archivo)

Su recién finalizada presidencia estuvo basada en una plataforma de discurso de odio anticomunista y desató una avalancha de apoyo público al fascismo, que había estado latente desde el final de la dictadura que tuvo cinco presidentes de facto. Como congresista en 2004, Bolsonaro escribió una serie de cartas a sitios web neonazis, diciendo cosas como «ustedes son la razón por la que estoy en política».

Los vínculos de Bolsonaro con el exestratega de la Casa Blanca de Donald Trump, Steve Bannon, han sido estrechos hasta después de finalizada la gestión presidencial. Este ha tratado de difundir un fraude electoral a partir de noticias falsas, al estilo de lo realizado después de la derrota de Trump en 2020. Analistas afirman que ello jugó un papel clave en encender las teorías de conspiración antes de los ataques del pasado domingo 8 de enero a las sedes de los tres poderes del Estado brasilero.

UN BLOQUE DE PODER: EL CENTRÃO

El Centrão, o Gran Centro, es un grupo de partidos políticos que llegó a estar conformado por 220 de los 513 legisladores federales (diputados) durante la administración Bolsonaro y cuyos orígenes también se remontan a la dictadura militar. A finales de la década de 1980, los parlamentarios se unieron para apoyar a presidentes débiles elegidos democráticamente. Desde entonces ese conglomerado se ha arraigado en la política brasileña ofreciendo apoyo a gobiernos de izquierda o derecha, a cambio de puestos políticos de alto nivel y recursos para apoyar su maquinaria electoral en las circunscripciones nacionales.

Invariablemente apuntalaron la permanencia de Bolsonaro en el poder, evitando más de 100 solicitudes de destitución e impulsando grandes paquetes de gastos gubernamentales a través del Congreso. En una ocasión, el expresidente dijo:

«Tenemos la presencia destacada del presidente de la [Cámara de Diputados], mi amigo de siempre, Arthur Lira. Él es el dueño de la agenda de la Cámara. Si no fuera por Arthur Lira, no habríamos llegado a este punto».

A cambio, Lira y el Centrão se hicieron inmensamente poderosos y se apropiaron de grandes cantidades de fondos públicos para su uso discrecional en lo que se conoce como el «presupuesto secreto«.

Haciendo su papel de outsider, en la campaña electoral de 2018, Bolsonaro despotricó contra el modo de proceder de dicho bloque, pero cuando surgieron acusaciones de corrupción contra él y su familia, rápidamente forjó una alianza con ellos y logró salvar su gobierno. A cambio de su apoyo, el casi hegemónico ente político ha reclamado puestos de gobierno cruciales, en particular, el de jefe de gabinete presidencial que llegó a ocupar Ciro Nogueira. Este político fue partidario de las administraciones de izquierda consecutivas antes de unirse a la administración Bolsonaro.

Luego de destituir a Dilma Rousseff, este bloque se inmoló en medio de divisiones y desprestigio de sus líderes hasta que logró reorganizarse en torno a las figuras del diputado federal y expresidente de la Cámara Rodrigo Maia (DEM-RJ), Aguinaldo Ribeiro (PP-PB) y de Lira (PP-AL).

Los parlamentarios, que siempre habían recibido dinero del gobierno para proyectos de obras públicas que eran presentados en épocas electorales, contaban con presupuestos que tenían un tamaño limitado, pero durante la administración Bolsonaro se triplicaron las cifras y los beneficiarios han estado envueltos en el misterio. Organismos de control de la transparencia sugieren que una cuarta parte del presupuesto discrecional de Brasil, de 143 mil millones de reales (28 mil millones de dólares), está controlado por el Congreso. Solo en junio pasado, el gobierno desembolsó 6 mil 600 millones de reales en el marco del presupuesto secreto. El resultado fueron casos escandalosos de desvíos de dinero, como la compra de tractores por un valor en un 250% superior al precio del mercado o que en un municipio de 40 mil habitantes se realizaron más de 540 mil extracciones dentales en un año.

UN FENÓMENO ELECTORAL

Parte de su estilo polarizador lo constituye su lenguaje crudo, misógino y sus comentarios «políticamente incorrectos» que denotan una especie de protofascismo; esto indigna en Europa o Estados Unidos pero no afecta mucho en Brasil, particularmente entre algunos sectores de bajos ingresos.

Además de las iglesias evangélicas de rápido crecimiento, el ejército y la policía, los agricultores y las empresas, también una nueva generación de músicos e influencers socialmente conservadores de YouTube ayudaron a Bolsonaro en el empeño de mantener con éxito un mensaje contra el sistema. Incluso mientras estuvo en el cargo, criticando a instituciones como el Supremo Tribunal Federal o los principales medios de comunicación a los que acusó de estar sesgados en su contra y cultivando a un «simple hombre de los medios», es decir, a Lula. Cabe destacar que esos mismos medios desvalijaron la imagen de expresidente y exsindicalista del actual presidente brasileño, antes y durante su encarcelamiento.

La clase trabajadora calificada y la clase media-baja, que se expandió bajo Lula, constituyeron la ventaja electoral de Bolsonaro. Se trata de unos 100 millones de brasileños que el Instituto Brasilero de Geografia y Estadística (IBGE) define como la clase social más grande, en términos generales. Fue así como el 2 de octubre pasado los candidatos que apoyaron a Bolsonaro obtuvieron grandes éxitos en las elecciones para el Congreso y las gobernaciones, lo que coincidió con la primera vuelta de la elección presidencial.

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Así quedó conformada la cámara de diputados luego de la primera vuelta presidencial en la que se eligió el Congreso, el ascenso de los partidos aliados a Bolsonaro fue evidente (Foto: Voz de Galicia)

En las contiendas por el Congreso, el Partido Liberal (PL) de Bolsonaro fue el gran vencedor. Saltaron de siete a 13 escaños en el Senado de 81 miembros, donde serán el partido más grande, y de 76 a 99 escaños en la Cámara Baja de 513 miembros. La fragmentación del sistema de partidos en Brasil es notoria: se trata de 23 partidos representados en la actual legislatura, eso cuenta como un éxito significativo para el bolsonarismo, que ganó también las poderosas gobernaciones de los tres estados más poblados de Brasil. Estos representan el 40% de la población del país: São Paulo, Minas Gerais y Río de Janeiro.

DE LA LIBERACIÓN A LA PROSPERIDAD

Bolsonaro, quien fue ayudado por un desempeño económico mejor de lo esperado luego de la pandemia global, logró con sus políticas neoliberales que el PIB de Brasil creciera un 2,8% en 2021, según el FMI, no muy lejos de China. La inversión extranjera directa se disparó a 74 mil millones de dólares en el año hasta septiembre desde los 50 mil millones de dólares del año anterior, según el banco central de Brasil. La tasa de inflación general alcanzó un máximo de más del 12% en abril, pero cayó al 7,2% en septiembre y muchos líderes empresariales mantuvieron un marcado apoyo a su favor.

Entre otros beneficiarios económicos están las iglesias evangélicas, cuyo impacto social y económico es alto en Brasil debido a su financiamiento por parte de los fieles mediante diezmos y otros aportes. Luego del declive de la Iglesia Católica, en particular muchas expresiones de la llamada «teología de la liberación», el conservadurismo fue creciente en el ámbito religioso y esto fue recogido por sectores carismáticos católicos e iglesias evangélicas.

En Brasil la población evangélica se acercaba a los 50 millones (25%) en 2018, pero el mundo evangélico no es homogéneo, ni religioso, ni moral políticamente. De allí el sincretismo tanto del expresidente en sus intervenciones como de quienes le siguen.

Su elección atrajo primero el voto evangélico y, más tarde, el apoyo de grandes iglesias como la Universal del Reino de Dios. Previamente, un obispo de esa iglesia se había hecho con la Alcaldía de Río de Janeiro.

En los mítines, sus aliados insistieron en presentarlo por su nombre completo, Jair Messias Bolsonaro; su segundo nombre significa «Mesías», el ungido o salvador. Aunque fue criado como católico, fue rebautizado en el río Jordán por Everaldo Pereira, pastor de la iglesia evangélica Asamblea de Dios y presidente del Partido Social Cristiano (PSC), al que Bolsonaro acababa de ingresar; esto lo identificó con ambas comunidades.

El 28 de octubre de 2018, luego de su victoria electoral, parte de su discurso fue una oración evangélica dirigida por el pastor Magno Malta y Bolsonaro puso su mandato bajo la supervisión de Dios, recordando su lema de campaña: «Brasil por encima de todo, Dios por encima de todos».

La transición religiosa de Brasil es acelerada y particular para una nación de su tamaño. En 1970, 92% de los brasileños se declaraba católico, mientras que en 2010 el porcentaje bajó a 64,6%. Aun cuando se aprecia una mayor diversidad religiosa, esto ha beneficiado a los protestantes tradicionales, cuyo peso no ha variado mucho entre la población y, sobre todo, a los seguidores de las iglesias pentecostales y neopentecostales. En 2010, alcanzaron el 22,2% de la población, según el censo del IBGE.

La periodista Lamia Oualalou resalta cómo en los estados donde los evangélicos ganaron más presencia en las últimas décadas (Rondônia, Roraima, Acre y Río de Janeiro) el excapitán del Ejército obtuvo «una victoria espectacular».

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«Bolsonaro se puso del lado del evangelismo pentecostal, que definitivamente ha estado moldeando en los últimos años el mapa político de una de las potencias de América Latina», afirma la periodista Lamia Oualalou (Foto: Getty Images)

Lo que diferencia a los neopentecostales del pentecostalismo clásico y demás iglesias evangélicas es la «teología de la prosperidad». Muchas iglesias evangélicas en Brasil se habían adherido a la teología de la liberación de matriz católica y a la opción por los pobres; recientemente surgió una nueva teología de signo opuesto, no católica.

Esta teología, llegada desde Estados Unidos a América Latina en los años 1960, enseña que el disfrute de los bienes materiales y placeres de la vida es algo bueno porque es colaborar en la obra de Dios que nos quiere felices ya en este mundo. Eso se logra a través del sacrificio financiero (diezmos y ofrendas) a Dios, por mediación de la Iglesia; y eso vuelve a sus fieles merecedor de las bendiciones divinas. No se habla de justicia social ni de liberación ante la opresión social.

EL BRAZO PESADO DE LA AGROINDUSTRIA

También ha recibido un vital apoyo financiero e ideológico de poderosos intereses económicos vinculados al agronegocio. Este sector representó 33 de los 50 mayores donantes de la campaña de Bolsonaro. De allí sus ataques a los ambientalistas y la firme defensa del derecho de Brasil a desarrollar tierras en la selva amazónica son populares entre los brasileños que se resienten de que los extranjeros les digan cómo dirigir su país.

Como el sector altamente industrializado que hay en Brasil, la agroindustria es responsable de más de una cuarta parte del PIB y el 48,3% de las exportaciones totales en la primera mitad de 2022. Cubre ampliamente la geografía del país, en particular una parte del norte de São Paulo, una franja significativa de los estados del sur, dos poderosos estados del centro-oeste, Mato Grosso y Mato Grosso do Sul, y Roraima en el norte.

Buena parte de las ganancias de ingresos en Brasil durante la presidencia de Bolsonaro fueron a estas regiones, ya que la agricultura se benefició de una moneda nacional devaluada y de los altos precios internacionales de las materias primas, posicionándose Brasil como «granero del mundo».

Lo irónico es que no fue así para el resto del país debido a que los precios al consumidor aumentaron un 8,3 % en 2021. Esta marca inflacionaria hizo que más de la mitad de la población total, 125,2 millones de brasileros, viva hoy con algún tipo de inseguridad y que 33 millones de ellos enfrenten una severa inseguridad alimentaria.

Hoy en día Bolsonaro no está, pero la hegemonía de la agroindustria continuará debido a que disfruta de una amplia representación legislativa. El poderoso Frente Parlamentario Agrícola (FPA), llamado «banca rural» poseen el 46 % de la Cámara de Diputados y el 48% del Senado. El 70% de los diputados del FPA fueron reelegidos mientras ocuparán más de 40 de los 81 escaños del Senado en este 2023.

Tanto durante la administración de Michel Temer como en la de Bolsonaro denigraron los derechos territoriales indígenas para legitimar el uso de las tierras nativas para la producción agrícola, a la vez que articularon propuestas y enmiendas sobre una variedad de temas regulatorios como los derechos de los trabajadores, las licencias ambientales, la regularización de la tenencia de la tierra y los pesticidas.

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Activistas y políticos como Marina Silva, actual ministra de Lula Da Silva, han insistido en que las políticas ambientales de Jair Bolsonaro estuvieron convirtiendo a Brasil en un «exterminador del futuro» (Foto: Ejército del Brasil)

El bolsonarismo ha apuntalado a fichas políticas como Tereza Cristina, expresidenta de la FPA, también llamada «Sra. Deforestación» o «musa del veneno» o al exministro de Medio Ambiente de Bolsonaro, Ricardo Salles, quien antes de ejercer el cargo fue condenado en un tribunal de primera instancia por «impropiedad administrativa» mientras dirigía una agencia ambiental del estado de São Paulo. La gestión de Salles estuvo correlacionada con un aumento en la deforestación en la selva amazónica y recortes importantes en los programas de protección ambiental, antes de verse obligado a renunciar el año pasado por acusaciones de participación en un esquema de tráfico de madera.

Y EL PARTIDO MILITAR

El 31 de marzo es un día importante para el bolsonarismo debido al golpe de Estado ejecutado en 1964, la dictadura que siguió duró 21 años y es enaltecida por Bolsonaro como modelo, aun cuando clausuraron el Congreso, quitaron derechos individuales e impusieron censuras y torturas.

Durante el impeachment contra Dilma Rousseff, Bolsonaro aprovechó el predominante clima circense para gritar exaltado: «En memoria del coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, el terror de Rousseff, voto sí». Se refería al torturador de la expresidenta durante la dictadura militar.

El excapitán se ganó el apoyo de la mayoría de los militares al permitirles ejercer cargos en el gobierno central junto con su carrera militar. Llegó a haber 11 mil militares dentro del gobierno central en cargos que, en su mayor parte, no tienen especialidades que ocupar. Algunos ganaban hasta 18 mil dólares mensuales entre sueldos, beneficios y privilegios.

En Brasil, donde no se investigaron crímenes como torturas y asesinatos perpetrados durante la dictadura de 1964 a 1985, la Constitución define que las fuerzas armadas deben funcionar alejadas de la política de partidos, cuidando la defensa, la soberanía al servicio de su pueblo. Lo descrito explica la elección de Walter Souza Braga Netto, un general del ejército de reserva, como compañero de fórmula de Bolsonaro y cómo se consolidó su candidatura de cara a la interfase política del sector militar.

Dos eventos acabaron con los 25 años de silencio militar, el primero fue el tuit amenazante del general Eduardo Villas Bôas, entonces comandante en jefe del ejército, dirigido al Tribunal Supremo si no inhabilitaba electoralmente a Lula para la presidencia. Bôas afirmó «a la nación que el ejército brasileño, al igual que todos los buenos ciudadanos, comparte el rechazo a la impunidad y el respeto a la Constitución, a la paz social y a la democracia, conforme a sus misiones constitucionales».

El segundo fue la presencia masiva en el gobierno de Bolsonaro, a partir de allí este sector abandonó su pretendida neutralidad y dejó colar la sospecha de que sería el árbitro del proceso electoral que finalizó el 30 de octubre pasado.

El Partido de los Trabajadores (PT) nació durante y en contra de la dictadura militar, la convivencia con los gobiernos de Lula fue notoria debido a que el expresidente aumentó los presupuestos militares, desplegó una fuerza internacional de paz en Haití en 2004 y hasta inauguró en 2010 la primera campaña de «pacificación» militar de las favelas en el norte de Río de Janeiro.

Su sucesora Dilma Rousseff despertó la hostilidad de los militares ante la izquierda al lanzar en 2011 una Comisión Nacional de la Verdad, encargada de arrojar luz sobre los crímenes cometidos por la junta militar entre 1964 y 1985. Desde allí hubo una ruptura con la izquierda representada por Lula y este le pidió al ejército que volviera a ser «la gran muda» retomando el papel que la Constitución le atribuía.

El bolsonarismo no es un fenómeno reciente en Brasil: es la concreción de una tendencia histórica y política producto de una sociedad que ha experimentado los estertores de la intervención y la narrativa imperial en América Latina. Sus causas y efectos están intactos, por lo que a Lula le tocará maniobrar en medio de esa ola conservadora y su capacidad de generar desigualdad y postración en la población más pobre.

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