Clodovaldo Hernández
21 enero, 2023
La cosa con el tema del hambre en los organismos multilaterales y en la prensa global funciona más o menos así: el hambre en países socialistas (o que dicen estar en vías de serlo) es una vergüenza atroz, reflejo del fracaso del modelo económico y político; en cambio, del hambre en los países capitalistas no se habla, y cuando no queda más remedio que hacerlo, se les echa la culpa a los hambrientos. Fácil.
Como de costumbre, la primera diferencia es semántica. Cuando los expertos y la prensa global se refieren al hambre de los países del sur (en especial los que han mostrado algún grado de rebeldía ante la hegemonía neoliberal) la llaman así: hambre. A los hambrientos les dicen hambrientos, sin edulcorantes ni eufemismos.
Cuando se refieren al hambre en Estados Unidos o países europeos aliados, no dicen hambre, sino “déficit alimentario” o “aporte proteico menor del necesario” y a los hambrientos se les califica como “gente que a veces no tiene suficiente para comer” y “personas que no tienen la nutrición adecuada para una vida sana”.
Esa manera de decirlo es tan artificiosa que uno llega a pensar que se trata de personas que se pusieron a hacer una dieta imprudente y se les fue la mano.
Este trato diferenciado es moralmente innoble porque hambre es hambre donde sea que esté quien la experimenta. Y toda la población en ese estado, especialmente los niños y la gente de la tercera edad, merece ayuda para sobrevivir.
Luego de lo semántico viene el aspecto matemático, que debería ser el más preciso e irrebatible, pero que los organismos multilaterales y la prensa global se encargan de hacer, paradójicamente, nebuloso y confuso.
Por ejemplo, acaba de difundirse un informe de la Organización de las Naciones Unidas en el que se afirma que en Venezuela pasan hambre 6,5 millones de personas, lo cual es obviamente escandaloso.
Entonces, en el mundo entero se habla del hambre venezolana y se reciclan las matrices de opinión sobre la emergencia humanitaria y la obligación de intervenir que tendría la “comunidad internacional”.
La manipulación se aplica cuando se pretende presentar esta dura realidad como si fuera exclusiva del país, debido a su sistema político y económico. Se omite deliberadamente que los mismos informes reseñan más de 130 millones de seres humanos hambrientos en América Latina y el Caribe; y 820 millones en el planeta, donde reina el capitalismo salvaje.
Entonces, si la maquinaria ideológica que maneja los organismos internacionales, las ONG y la prensa es tan directa como para responsabilizar al gobierno socialista de Venezuela del hambre de sus 6,5 millones, ¿por qué no tiene esa misma diligencia para señalar con el dedo a los responsables de los otros 813,5 millones de hambrientos del mundo?
En el baile de cifras sobre inseguridad alimentaria se cuelan, a veces, las del llamado primer mundo. Por ejemplo, se sabe que en Estados Unidos hay cerca de 30 millones de personas con hambre, lo que es algo cercano a 10% de su población y equivalente a toda la de Venezuela. Pero no es frecuente oír a los expertos ni a los comentaristas de los medios decir que ese terrible cuadro es culpa del capitalismo rampante de la nación imperial. En ese caso, pareciera que el “déficit calórico” fuese un fenómeno natural o un castigo de dios a los fracasados.
Y es que la verdadera diferencia en el tratamiento del tema del hambre está justamente en el enfoque de sus causas.
No hay un debate real acerca de los motivos por los cuales en un mundo en el que predomina el capitalismo neoliberal, con gigantescas corporaciones dedicadas a la actividad alimentaria, millones de personas padecen hambre y sus calamidades asociadas, mientras un número cada vez más reducido de billonarios (con b de miles de millones) acumula más y más riqueza.
Ese debate no puede darse en forma relativamente objetiva porque esas microélites controlan también las estructuras especializadas internacionales que hacen estudios sobre el tema; y porque esas corporaciones son las dueñas de los medios de comunicación (convencionales y de nuevo cuño), es decir, que pueden imponer su versión de la realidad al resto del mundo.
Ese dominio de lo que un marxista clásico llamaría la superestructura permite que se den por ciertas maneras de enfocar el problema nutricional que son, a todas luces, abiertamente falsas. Por ejemplo, que el hambre en el mundo es causada por el socialismo, cuando este prácticamente no existe, y a pesar de que es evidente que el terrible problema asuela a la población de países con sistemas que están muy lejos del socialismo, totalmente adscritos al modelo de dominación impuesto por las corporaciones globales.
Una revisión histórica, incluso si es bastante superficial, muestra que mientras existió el contrapeso de la Unión Soviética y sus países aliados, el capitalismo que estuvo vigente en casi todo el occidente durante el siglo XX, se ocupaba de proporcionar un mínimo de bienestar a las masas obreras y campesinas empobrecidas y, sobre todo, a las clases medias. Pese a ello, en extensas regiones del sur global, como Latinoamérica, Asia y África, el hambre azotó (y mató) a millones de personas.
Pero el asunto ha ido de mal en peor. Desde que se impuso el neoliberalismo, es decir, el capitalismo sin alternativas reales, todo el “Estado de bienestar” se desmontó y las regulaciones laborales fueron aniquiladas. El resultado es que el mundo, en poco más de 30 años, ha retrogradado a épocas muy parecidas a las de la esclavitud o el feudalismo.
Otro aspecto que se mantiene oculto como causa del hambre mundial es la influencia de las guerras colonialistas e imperialistas que reducido a escombros a países antes bastante prósperos, como Irak o Libia. Tampoco se evalúa el peso que han tenido los conflictos internos, instigados por perros de la guerra, en naciones ricas en recursos de África, Asia y América Latina.
El caso de Venezuela
El hecho de que el hambre sea un problema creciente en el mundo dominado por la hegemonía capitalista ya es bastante oprobioso. Pero a eso hay que agregar un agravante: ese sistema productor de tanta desigualdad se ceba contra cualquier país que pretenda establecer un modelo menos salvaje de explotación humana y enriquecimiento obsceno de las microélites.
Ha sido el caso de Cuba desde los años sesenta, con un bloqueo que nunca ha cesado y que es especialmente perverso por tratarse de una pequeña isla con recursos naturales limitados.
En el caso venezolano, durante el gobierno del comandante Hugo Chávez el país avanzaba hacia niveles sin precedentes de población salvada de la pobreza extrema y, por tanto, del hambre que lo había devastado durante la IV República, aunque ahora se pinten cuadros idílicos en los que todos teníamos la barriga llena y el corazón contento.
La derecha mundial y local ha actuado con saña en este punto desde que perdió el poder político en 1998. Recordemos que los partidos desplazados, los empresarios, los medios de comunicación de la época y, por supuesto, Estados Unidos, intentaron por todas las vías (incluso el golpe de Estado) impedir que Chávez desarrollara políticas de inclusión social.
Hasta los programas de emergencia como el Plan Bolívar 2000 fueron atacados de manera frenética porque pretendía llevar alimentos a las barriadas pobres. Los militares que participaron en estas acciones fueron ridiculizados e instigados a alzarse contra un “régimen” que los había convertido en “vendedores de papa”.
Las políticas de Chávez para enfrentar el latifundio (factor hambreador histórico en Venezuela) fueron repelidas con violencia. Sus esfuerzos por crear una industria alimentaria alternativa fueron saboteados y llevados a la ruina por funcionarios inoculados por el virus capitalista.
Luego del fallecimiento del líder bolivariano, se desató la guerra económica a cargo de factores internos y externos. ¿Y cuál fue uno de sus componentes principales? Pues, el desabastecimiento y el encarecimiento desmedido de productos de la dieta básica. El objetivo era claro: rendir por hambre a la población y dirigirla contra el gobierno.
Es a causa de decisiones tomadas por el centro imperial, en la segunda década del siglo en curso, cuando se caen esos índices. La declaratoria de Venezuela como amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad nacional de Estados Unidos, las medidas coercitivas unilaterales, el bloqueo y todas las tentativas de desestabilización política provocaron, en buena medida (sin negar otras concausas), el hambre que la superestructura presenta ahora como prueba del fracaso del socialismo.
Las oligarquías latinoamericanas, los organismos multilaterales, las organizaciones no gubernamentales y los medios de comunicación apoyaron el bloqueo y las medidas coercitivas unilaterales, que han hecho pasar al país por una etapa dramática en lo que a hambre se refiere.
No conformes con eso, intentaron destruir cualquier plan del Estado venezolano para llevar alimentos a la población que estaba sufriendo desnutrición y hambre. La campaña contra el representante diplomático venezolano Álex Saab es una prueba de esa determinación de bombardear el programa de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción. No le pueden perdonar que haya contribuido, como empresario, a mitigar el hambre de la gente más necesitada.
Obesos de cinismo
En estos primeros días de 2023 hemos visto a los promotores de la estrangulación alimentaria de Venezuela rasgarse las vestiduras por los 6,5 millones de hambrientos que han sido contabilizados en el país. Se cuenta y no se cree.
Estas personas están obesas de tanto cinismo. Han aparecido los líderes partidistas de la derecha que clamaron por las llamadas “sanciones”, los mismos que hicieron todo lo posible para sabotear los CLAP, lanzando declaraciones y tuits en los que juran que les duele el hambre de los compatriotas más desfavorecidos.
También han salido al ruedo los voceros de la Conferencia Episcopal, incluyendo algunos que directamente exigieron mantener el bloqueo y las medidas coercitivas en vigor, poniendo caras de pastores angustiados por las ovejas esqueléticas que hay en el rebaño.
Han buscado figuración los dueños de medios, periodistas e influencers que llevan años aplaudiendo el bloqueo y las medidas coercitivas. De pronto están terriblemente acongojados por el sufrimiento de los famélicos.
Incluso se han atrevido a expresar indignación algunos empresarios del sector alimentario, perpetradores de la guerra económica en su fase doméstica. Resulta que ahora tienen loables preocupaciones por los hambrientos. ¡Sí, muerde aquí!
Clodovaldo Hernández