Lo que faltaba. La gran maquinaria mediática global acusa al Gobierno de Venezuela de ser una gran maquinaria mediática.
Y, luego de acusar al “régimen” de ser brutísimo y atrasado, lo señala de hacer uso de la inteligencia artificial (que es algo actual e inteligente por antonomasia) para generar falsos noticiarios emitidos por reporteros que no son seres humanos, sino avatares electrónicos.
El asunto tiene dos componentes alucinantes. El primero es que quienes hacen la denuncia son los mismos medios que vienen ejecutando, con toda la inteligencia (o falta de ella) propia de los sujetos de carne y hueso, una campaña incesante, feroz y global contra el Gobierno de Venezuela que ya va para dos décadas y media.
El segundo es que el recurso de la inteligencia artificial no es un invento doméstico, sino uno de los espectaculares logros de la modernidad en su etapa digital y, como tal, un gran negocio del mundo capitalista que está siendo utilizado hace ya varios años por toda suerte de corporaciones y entes gubernamentales de los países del norte global, incluyendo algunas eminentes piezas de la maquinaria mediática global, siempre con la finalidad de manipular masas. Así que ese desgarre de vestiduras suena bastante hipócrita.
Una patota sin vergüenza
La denuncia de que el gobierno presuntamente está utilizando este recurso propagandístico de los locos tiempos que corren tiene así un sabor a queja de niño mimado. La maquinaria mediática no solo aspira a seguir adelante con su acción pandillesca (son decenas, cientos, quizá miles los medios que operan en conjunto), sino que exige que el agraviado no pueda defenderse.
En este caso se han aferrado al argumento de que usar inteligencia artificial para manipular cerebros es algo perverso, cuestión nada discutible, por cierto, pero que pierde fuerza al constatar que a lo largo de los años previos esa gang de medios ha cuestionado también el derecho del gobierno nacional a presentar su versión por los métodos tradicionales. Cada vez que algún órgano de comunicación o un comunicador individual no integrado a la matriz de opinión reinante, ha difundido un trabajo que discrepa de la historia mediática global, le han caído encima, lo han linchado… o casi.
Ya se perdió la cuenta de quienes han sido acusados de “ser tarifados” por presentar reportajes con una visión favorable al gobierno de Nicolás Maduro. Y lo afirman medios, periodistas e influencers que, a su vez, cobran por lo contrario, a través de mecanismos más o menos abiertos (como las ONG financiadas por la CIA o alguna de sus “hermanas decentes”) o de forma completamente oscura, como los que medraron del llamado gobierno interino.
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Entonces, cabe preguntarse si esa gavilla de corporaciones e individualidades mediáticas tiene alguna autoridad moral para poner el grito en el cielo ante la difusión de versiones del acontecer nacional que a ellos les parecen demasiado sesgadas. ¿Es que son esos medios y comunicadores un ejemplo de equilibrio y neutralidad?
Pongamos específicamente el caso del diario El País de Madrid, el que publicó la denuncia acerca de los noticieros hechos con dispositivos de inteligencia artificial y presentados por reporteros que solo existen en las vecindades del metaverso. ¿Ha sido ese diario español un informador periodístico apegado a la ética en sus noticias y editoriales sobre el acontecer venezolano?
[Advierto que no soy yo un juez imparcial de eso porque fui corresponsal free lance en Caracas de ese periódico entre 2002 y 2008, momento en que los jefes de allá prescindieron de mis servicios, cediendo a las presiones de gente venezolana de la oposición que se decía defensora de la libertad de expresión y me acusaban de estar desinformando a los pobres lectores españoles con materiales prochavistas. Dejo claro que estaban y siguen estando en su derecho a tener en ese cargo a gente de su confianza, afín a su línea editorial. En todo caso, mi trabajo está allí, en los archivos digitales, y puede ser juzgado por quien quiera].
Para no complicar el asunto, no nos remontemos a hechos demasiado antiguos, como la tristemente célebre portada de este rotativo con una fotografía supuestamente exclusiva y claramente muy amarillista de un paciente en un quirófano o en una sala de cuidados intensivos al que se identificó como el presidente Chávez, con la obvia intención de declararlo muerto y vender muchos periódicos gracias a este relato que satisfacía los anhelos más morbosos de muchos en Venezuela y el mundo entero (“Noticia-deseo” es un buen nombre para este tipo de globos de ensayo).
Vayamos a un tiempo más cercano: febrero de 2019, cuando este diario dedicó varias páginas a “informar” sobre los acontecimientos de la frontera colombo-venezolana, el episodio luego conocido como la “Batalla de los Puentes”, del que acaban de cumplirse cuatro años. Ese día, El País se sumó al coro mediático que juró por un puñado de cruces que el gobierno venezolano quemó los camiones en los que se transportaba ayuda humanitaria para un país muerto de hambre. Además de las notas emitidas por los enviados especiales, el periódico dedicó su editorial al tema y acusó sin atenuantes a Maduro de ser “un tirano que demostró su peor cara” y cometió delitos de lesa humanidad al destruir alimentos y medicinas que el mundo capitalista buena y desinteresadamente ofrecía a los famélicos y enfermos venezolanos.
Adicionalmente, la noticia tergiversada fue uno de los titulares principales de la portada del día, tanto en la edición que se hace para el continente americano como en la que circula en España y el resto del mundo.
La versión del lado venezolano, sostenida por el gobierno y registrada por teleSUR, LaIguana.TV, VTV y varios medios locales (e incluso, algunos alternativos colombianos) no tuvo cabida en esos reportajes, a pesar de que se sustentaba en fotografías, videos y testimonios recogidos in situ.
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Pues bien, unas semanas más tarde, en un arranque de sinceridad periodística, el diario estadounidense The New York Times, publicó un trabajo de investigación en el que demostró lo que ya habían dicho el gobierno venezolano y los medios antes referidos: la quema de los camiones fue causada por bombas molotov lanzadas desde el lado colombiano por los supuestamente pacíficos manifestantes opositores.
¿Qué hicieron los medios como El País y los otros que habían jurado por el puñado de cruces a favor de la versión opuesta? Pues, nada. Se quedaron en silencio, una manera de seguir sosteniendo la “verdad” que habían difundido, una “verdad” que fue mentira.
Concretamente en El País resultó necesario que un terco usuario se dedicara a presionar durante meses al Defensor del lector para que indagara sobre esta poco ética actuación del periódico madrileño. Finalmente lo logró, casi a finales de 2019. El Defensor del lector tuvo que concluir que aquello fue un gran desaguisado.
De esa manera, aunque tardíamente, quedó subsanada la parte informativa de la cobertura, aunque sin el despliegue redaccional, gráfico y de titulares de primera página que tuvo el enfoque “erróneo”. Pero, ¿qué podemos decir de la responsabilidad de los dueños y directivos del medio español? ¿Acaso se disculparon los autores del editorial aquel donde se decía que Maduro era un criminal de lesa humanidad por haber ordenado quemar unos camiones humanitarios? ¡No, por supuesto que no! Hay demasiada arrogancia reunida en esas élites mediáticas: la petulancia genérica de la Vieja Europa respecto a Latinoamérica y la de los dueños de esos grandes medios hacia toda la sociedad, incluyendo sus audiencias, a las que irrespetan sin ruborizarse.
En fin, repito la interrogante de arriba: ¿son estos medios que se han valido de toda su inteligencia humana para utilizar el periodismo como arma de guerra y con objetivos políticos y pecuniarios los que pueden cuestionar que el blanco de sus ataques, en este caso el gobierno venezolano, recurra a herramientas catalogadas como “sucias” para defenderse? ¿Es que acaso ha sido limpio el cuestionamiento, la crítica?
¿Hay verdad en los reportajes IA?
Otro ángulo de la polémica es el siguiente: más allá del formato que se haya empleado para ofrecer la visión gubernamental, ¿esta es válida o no?, ¿contiene datos observables y concretos o es una burda fake news? ¿Hay verdad o no en los reportajes hechos con IA?
Aquí caemos en el terreno de la subjetividad y la polarización. Pero, utilicemos el caso de la nota sobre la Serie del Caribe. ¿Decir que fue un éxito es acaso una locura, un despropósito? Yo opino (es una opinión, recalco) que hay que ser bastante nube negra, hay que estar demasiado empeñado en ver solo lo malo para descalificar lo ocurrido en este torneo internacional. Y pienso que quienes lo hacen tienen un motivo emocional (están en la postura de oponerse a cualquier cosa que haga el adversario, sin importar razones) o son movidos por intereses políticos y económicos. Este último es el caso de quienes dirigen los grandes medios.
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Un aspecto muy significativo es que estos medios aspiran a seguir teniendo el monopolio de la formación de opinión respecto a Venezuela en el escenario internacional. Para eso les pagan, por hacer ese trabajo han recibido enormes recompensas y privilegios. Entonces, cualquier visión diferente que germine en ese terreno debe ser arrancada de raíz. Si un reportaje en sentido opuesto (sea hecho por un periodista real en un medio real o por un periodista-avatar en un medio metavérsico) tiene impacto en la opinión pública global (como está ocurriendo en el caso que analizamos acá) esos medios quedan en evidencia como fracasados.
Sacar de la carretera a los medios no alineados con su matriz es algo que la maquinaria global ha hecho ya con teleSUR (en el ámbito latinoamericano) y con todos los medios rusos, chinos, iraníes y de cualquier otro país que ofrezca un punto de vista diferente al del Occidente colectivo.
No es una acusación sin sustento. Hay confesiones. El sin par Josep Borrell dio una explicación realmente contradictoria y disparatada: censuran a los medios rusos para garantizar la libertad de expresión de los europeos. Está claro que para las cúpulas mundiales la libertad de expresión es tal mientras sea unilateral, en tanto contenga exclusivamente su visión del mundo.
¿Qué hacer?
Como en tantos otros aspectos de la realidad, las sociedades de este convulso siglo XXI tienen que aprender a “separar el trigo de la paja” en todos los campos de la vida, ya sea que el producto, servicio o noticia se lo ofrezca un ser humano real o un avatar; un gobierno constitucional o uno autoproclamado en una plaza; una empresa con trabajadores e instalaciones físicas o una compañía fantasma con una cuenta en un paraíso fiscal; un pintor con las uñas manchadas de óleo o un artista del NFT; un poema escrito por un alma enamorada u otro hecho a la medida por ChatGPT; un médico al que se puede mirar a los ojos y pedirle un consejo familiar o un “curandero-chatbot”.
Y hay que perfeccionar también el arte y la técnica para detectar las manipulaciones y operaciones psicológicas ejecutadas a través de las comunicaciones masivas, ya sea que las lleven a cabo medios que otrora tuvieron un gran prestigio, con periodistas humanos o que las desarrollen medios de la post-realidad con reporteros estrellas sacados del ámbito virtual. Son los grandes retos que alguna vez fueron imaginados por los narradores de ciencia ficción, y que ahora constituyen la cotidianidad de eso que somos hoy.
(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)