La actualidad de la revolución socialista como arma ecológica.
La semana pasada, el semanario alemán Der Spiegel, ilustró su portada con Karl Marx vestido de activista ecológico y tituló “¿Tenía razón Marx después de todo?”. El artículo ahonda en la creciente percepción de la responsabilidad del capitalismo como causante de la destrucción de la naturaleza y resalta la aparición del filósofo japonés Kohei Saito en su tarea de relectura de Marx y su pensamiento ecológico. Realizamos acá una crítica a la propuesta “poscapitalista” de Saito y sostenemos la necesidad de la humanidad de adoptar una estrategia socialista y revolucionaria para evitar la destrucción del planeta.
Esta semana la revista alemana Der Spiegel tituló en su portada “¿Tenía razón Marx después de todo?, acompañando la pregunta de una imagen del revolucionario cruzado de brazos con una remera verde, un colgante de una hélice de un molino de energía eólica y un prendedor que dice “No hay planeta B”, un tatuaje de El Capital, otro del símbolo de reciclaje y el emblema feminista. El sentido habla por sí mismo.
Que la revista más importante de Alemania y la más leída en Europa con una tirada de más de 1 millón de ejemplares lleve en su portada al principal intelectual y político revolucionario de nuestra época habla por sí mismo de su vigencia y de una sus principales tesis: que bajo el capitalismo no hay destino viable para la humanidad.
El artículo, firmado por Thomas Schulz, Susanne Beyer y Simon Book empieza citando a un financista de Wall Street que señala que, así como está, el capitalismo no funciona más y de seguir por este rumbo corre el riesgo de sucumbir. Una preocupación que es acompañada por un importante sector de la gran burguesía mundial que ve una disfunción concreta y palpable en el mundo bajo el capitalismo actual. Un acelerado crecimiento de la desigualdad social, un proceso inflacionario en el que los ricos son cada vez más ricos y los trabajadores se empobrecen a pasos agigantados[1], un crecimiento económico caótico que destruye la naturaleza y el medio ambiente que habitamos los seres humanos. Y si eso ya alcanzaba dimensiones preocupantes en los últimos tiempos, se nos cayeron encima una pandemia y una guerra que desestabilizaron todos los problemas que venían profundizándose en el orden global.
Un mundo de policrisis, al decir del historiador económico británico Adam Tooze, donde un gran problema sigue a otro, puesto que todos están entrelazados y se potencian. Pero de todas estas crisis que se superponen y retroalimentan, los autores del artículo centran a una como la “principal multiplicadora de las demás”: la crisis climática. No es para menos: en los últimos años el mundo ha sufrido todo tipo de eventos catastróficos, una creciente contaminación del aire, los mares y ríos, la destrucción de sierras y montañas por la depredación del capital extractivista, el arrasamiento de bosques y selvas, etc. Y sobre ese fondo de vampirización capitalista del planeta, la frutilla que coronó el postre: un virus de origen animal, gestado sobre la base de la industrialización y mercantilización de la alimentación, cruzó su frontera natural, invadió la vida de la humanidad y nos colocó a todos en un largo encierro social, tensionando al máximo los soportes estatales para sostener el sistema económico. Si a lo largo de la historia del capitalismo la economía era el vector privilegiado de las grandes crisis, en este siglo que está comenzando la dimensión ecológica asume un lugar cada vez más preponderante.
En su artículo los autores destacan como emergente intelectual de la crisis climática al filósofo japonés Kohei Saito, que en 2020 publicó “El capital en la era del Antropoceno”, transformándose en Japón en un bestseller con más de 400.000 ejemplares vendidos. En una entrevista realizada por el portal NHK World, Saito dice que «esta Era, el Antropoceno, es una época geológica en la que las actividades económicas humanas están afectando a toda la Tierra, destruyendo el planeta. A través del capitalismo global, hemos logrado una sociedad próspera mediante la extracción de nuevos recursos y el fomento de la producción y el consumo masivos. Pero ahora sabemos que eso ha provocado una paradoja. Es una paradoja que ha surgido en forma de pandemia de coronavirus. La mala noticia es que la COVID-19 no es la última, ni la peor, de las crisis a las que nos enfrentamos. El cambio climático es algo aún más grave.”[2]
Por otro lado, los autores recuperan la misma preocupación por la gravedad del cambio climático en el economista Tim Jackson, que en su texto “Prosperidad sin crecimiento” (2009) sostiene que la dinámica económica actual del capitalismo es insostenible desde el punto de vista del consumo que genera en energía, en particular en carbono. Según él, es necesario ir hacia un freno del crecimiento, e inclusive en los países más ricos del mundo hacia un decrecimiento de la economía. De lo contrario, sostiene Jackson, al final del Siglo XXI las nuevas generaciones afrontarán un mundo con un clima hostil, escasez de recursos, destrucción de ecosistemas, especies diezmadas y guerras de todo tipo.
Un diagnóstico que pinta con crudo realismo el mundo que vemos aproximarse pero que cuando nos acercamos a la propuesta para evitar la catástrofe climática observamos que la propuesta de Jackson peca de la más antigua ingenuidad social: sostiene que los empresarios tienen que reducir sus márgenes de ganancia y que los Estados más poderosos del mundo decidan reducir sus cuotas de crecimiento económico. Una idea que suena bastante racional desde el punto de vista ecológico, pero si algo ha demostrado la lógica de funcionamiento y capital es que se realiza a expensas de toda cosa que le ponga límites: desde la vida de las personas, los derechos humanos y ahora con mucha mayor crudeza, el mundo natural. Por lo tanto, un capitalismo en proceso de decrecimiento es una imposibilidad completa.
Por cuenta sólo hace falta imaginar qué pasa cuando un país o región muestra signos de recesión: comienzan las crisis sociales, rebeliones como las que vemos brotan mes a mes, gobiernos que caen, migraciones masivas, etc. No es un sistema, el capitalista, que tenga la capacidad de planificar el ritmo y velocidad de su crecimiento de forma colectiva y/o estatal porque su motor es la ganancia económica de los capitalistas individuales que varía en base a dos pugnas: por un lado, con los trabajadores mediante su explotación y por otra con los demás capitalistas mediante la competencia voraz.
Otra de las estrategias que se han planteado impulsar los teóricos del decrecimiento es la de sustituir el crecimiento basado en las industrias contaminantes por uno centrado en industrias renovables. El artículo de Der Spiegel se refiere de los planteos en torno a “separar el crecimiento correcto del incorrecto. Por ejemplo, crecimiento masivo de las energías renovables, pero exterminación de la industria petrolera. O reemplace las fábricas de acero con nuevas empresas digitales.” Pero si eso es posible de hacer en algunas empresas en particular el problema subsiste en términos globales y sistémicos. Las empresas más contaminantes del mundo se agrupan entre los capitalistas con mayor poder global. Es decir, los que gobiernan el mundo, los magnates, en definitiva la gran burguesía, es la principal responsable del grueso de las emisiones de CO2, de contaminar los ríos, de incubar en grandes granjas industriales cepas de virus mortales para los seres humanos. Mientras ellos tengan el poder, la posesión y control efectivo de estas ramas económicas tan destructivas sobre el medio natural será imposible que detengan su destrucción. La tasa de ganancia de estas empresas está atada a su actual forma de producción, destructiva, contaminante y expoliadora de la naturaleza. No hay forma de cambiar el tipo de medios de producción sin cambiar previamente la propiedad de esos medios hoy en manos de la burguesía.
Esta idea de impulsar el decrecimiento económico, aunque desde un punto de vista teórico distinto, también es compartida por Kohei Saito. Retomando los análisis de Marx sobre el impacto del capitalismo sobre la naturaleza llega a la conclusión de que es el propio funcionamiento del sistema el que lleva a la destrucción del medioambiente y no sólo que es la forma actual del capital más voraz y acelerada, o el tipo de medios de medios de producción contaminantes que emplea. Para Saito, siguiendo a Marx, no hay posibilidad de capitalismo ecológico. De lo que se trata es de ir hacia un tipo de sociedad poscapitalista, en la que no rija la ley del valor y todo, incluso los bienes naturales, se transforman en mercancías para ser consumidas y expoliadas hasta su eliminación.
En una entrevista publicada el 1 de diciembre de 2002 por el portal español El Confidencial, Saito es categórico y plantea que “lo que yo propongo es un comunismo más horizontal, democrático, que regule la producción y el consumo. Así que lo que intento hacer es una relectura de Marx, que no tiene nada que ver con la que se hizo en la Unión Soviética. Si tomamos lo último que escribió y que no se ha tenido mucho en cuenta, podemos reinterpretarle. Esto es muy relevante, porque abre una vía más democrática y sostenible al curso del capitalismo actual. Y eso es lo que he intentado hacer. Quiero cambiar el estereotipo que se tiene de Marx y del comunismo. Es un reto cambiar estas ideas, sin duda. Muchos lectores pueden obtener una nueva perspectiva sobre Marx y el comunismo, algo realmente importante en esta época en la que se cierne la amenaza del cambio climático. El capitalismo no puede ofrecer ninguna alternativa para frenarlo.”[3].
Clarísimo. El norte de la sociedad está en otro tipo de sistema, distinto y superador del capitalismo. Y sin dar vueltas Saito habla directamente de comunismo, distanciándose de la sociedad puesta en pie en la Unión Soviética, habla de un tipo de comunismo más “horizontal y democrático”.[4] Sin embargo, cuando se refiere a la forma concreta de ir hacia el socialismo el filósofo se aleja categóricamente de la estrategia revolucionaria de Marx, y se acerca, podríamos decir, más bien a las ideas del socialista utópico Charles Fourier (1772-1837) con su propuesta de formación de comunidades autogestivas. En la misma entrevista de El Confidencial Saito dice que para pensar ese poscapitalismo se inspira en diferentes expresiones actuales de esta concepción autogestiva y plantea que “podemos aspirar a una gran red de ciudades y municipios autogestionados y cogestionados por los ciudadanos, un municipalismo que fomente la creación de cooperativas”.
Ahora bien, el anticapitalismo, para ser consecuente, tiene que poder ofrecer una vía de superación práctica del actual sistema social. Saito ve profundamente el problema de la lógica irracional y agresiva del capital hacia la vida humana y la naturaleza, pero su propuesta para salir del capitalismo basada en la estrategia autonomista y municipalista reitera una vía muerta. Inclusive, a principios de Siglo XXI en América Latina, las teorías autonomistas vieron un florecer importante al calor de la aparición de los movimientos sociales que emergieron como parte de los procesos de rebelión popular. Experiencias de organización y lucha surgidas desde abajo, democráticas y ampliamente participativas de sectores de trabajadores, desocupados, campesinos, estudiantes, clases medias, en las que distintas corrientes políticas buscaron ofrecer un norte estratégico.
Incluso algunos intelectuales de renombre, como Toni Negri, buscaron dotar a estos movimientos de lucha de un corpus teórico con el fin de encauzarlas hacia algún tipo de cambio social. Pero se trataba de un cambio sin hacer ningún tipo de revolución, ni tomar los medios de producción a los capitalistas y mucho menos de la toma del poder político del Estado. Es decir, un cambio limitado a pequeñas formas de autogestión pero sin tocar el orden social capitalista. Así, el autonomismo nació huérfano de perspectiva histórica y la mayoría se reconvirtió al estatismo burgués, incorporándose como alas izquierdas de los gobiernos capitalistas de ropajes progresistas.[5] Una verdadera bancarrota política de una teoría que no proponía ninguna verdadera forma de superación real del sistema y que, las más de las veces, fue siendo absorbida por algún tipo de corriente política burguesa.
En el nuevo autonomismo ecológico de Saito se repite esta idea de ir gestando formas de organización autogestivas basadas en una economía ecológica que vaya construyendo un nuevo modelo productivo que frene o directamente haga decrecer la economía. Pero como ya adelantamos es una propuesta que no lleva a ningún lado, al menos por dos razones.
Por un lado, al igual que Jackson, Saito no ve con suficiente jerarquía el problema central en relación a quién posee hoy los medios de producción principales de la sociedad capitalista, que son los responsables de la destrucción de la naturaleza. Se le pierde que el capitalismo no sólo es una organización sistémica de acumulación de ganancia, sino que, al mismo tiempo esa estructura requiere de una división de clases sociales en la que una, la capitalista, ejerce la posesión efectiva del poder económico y político. Y para que esa estructura sea sustituida por otra en la que el ser humano establezca una relación sustentable con el mundo natural, se requiere previamente desposeer a la clase dominante que utiliza para acumular riqueza y expoliar la naturaleza. Disponer de esos recursos económicos y naturales, hoy en pocas manos privadas, requiere una transformación social y política global. De lo que se desprende la segunda razón.
Si el problema central está en la propiedad de los medios de producción y el paso previo para cambiar el tipo de medios hoy destructivos de la naturaleza está en quitárselos a los capitalistas, el otro paso necesario es que eso medios, esas empresas, esas tierras, esas fábricas, pasen a manos colectivas, al control de la clase trabajadora mundial para que pueda reorganizarse el mundo sobre nuevas prioridades y necesidades. Necesitamos que la humanidad, hoy desposeía en su mayoría, se apropie de los recursos que le dan vida pero que bajo el capital se vuelven medios de destrucción. Una tarea que requiere de la más extendida organización y lucha internacional de las y los trabajadores, en unidad con todos los movimientos de lucha que han ido forjándose durante todo este nuevo Siglo: con el movimiento ecológico para que el socialismo del futuro sea uno que construya un metabolismo sustentable con la naturaleza, con el movimiento de mujeres y feminista para que en la nueva sociedad reine la igualdad entre las personas, con los movimiento indígenas y antiraciales para que todas las personas seamos reconocidas con los mismos derechos.
En definitiva, en los últimos años hemos visto cómo el capitalismo ha hecho que cada vez más las fuerzas productivas de nuestra sociedad truequen en fuerzas destructivas de la vida humana y nuestro entorno natural. Un sistema que por sí mismo hace todo lo posible para que su imagen y reputación se vaya desprestigiando cada vez más, generando un creciente cuestionamiento entre porciones de la juventud y las nuevas generaciones. La misma tapa de la revista Der Spiegel es un síntoma de este hecho progresivo que para que se transforme en un circulo virtuoso requiere que la conciencia crítica dé pasos crecientes en organización y lucha por un nuevo orden social.
[1] El “Informe Mundial sobre Salarios 2022-2023” de la OIT (Organización Internacional del Trabajo) registra la peor pérdida salarial desde el 2008, cuando fuera el crack y recesión económico mundial. En términos mundiales la caída fue del 0,9%, en EEUU y Canadá del 3,2%, en América Latina y el Caribe del -1,7%, en la Unión Europea del -2,4%, en Europa Oriental del -3,3%, con las peores cifras en África, donde en 2020 el salario cayó 10%, en 2021, sólo recuperándose en 2% entre 2021 y 2022. Ver en www.ilo.org
[2] “Un académico japonés aplica la teoría de Marx para explicar la pandemia y el cambio climático”, entrevista a Kohei Saito por Iwasaki Atsuko para el portal NHK World Japan, el 28 de febrero de 2022.
[3] “El autor japonés que encandila a la izquierda”, entrevista a Kohei Saito por Enrique Zamorano, para el portal El Confidencial, 1 de diciembre de 2022.
[4] La cuestión de la Unión Soviética es larga y compleja. Sólo queremos precisar que el problema de la misma no fue la estatización de los medios de producción, una conquista fundamental de la revolución del 17, sino la contrarrevolución social y política stalinista que se apoderó de la propiedad estatizada, poniendo en pie un Estado burocrático, explotador y opresor de la clase trabajadora. En fin, una sociedad que no tiene nada que ver con la democracia de los trabajadores y el socialismo.
[5] Más allá de las diferencias de cada caso este derrotero va desde PODEMOS integrándose al gobierno del PSOE en España, a Patria Grande sumándose a las filas del peronismo en Argentina o ahora con el PSOL en Brasil detrás del nuevo proyecto capitalista de conciliación de clases de Lula.