Pero tuvo su gran amor. Inmenso. Fue la mexicana y pintora Frida Kahlo, esposa del pintor Diego Rivera. Por un tiempo vivieron a tres, pero solo Frida podía disfrutar de su cuerpo.
Ya había llegado a la juventud sin tener novio. Los hombres no le interesaban. Algo muy grave en San Joaquín de Flores, un pueblito de Costa Rica.
Nunca jugó con muñecas. Desde niña prefería escaparse en las noches a bañarse desnuda al río y hacer galopar a los caballos que no le
pertenecían. Muy feliz era cuando podía escuchar serenatas, sin importarle que la recriminaran los vecinos porque no era la hora para estar
fuera de casa. Había nacido un 17 de abril de 1919, siendo bautizada como María Isabel Anita Carmen de Jesús Vargas Lizano.
Un día dejó de ver y sus padres le iban a secar los ojos con nitrato de plata. Ya casi lo hacían, cuando un curandero indígena intervino y la
sanó. Sus padres no se querían ni la querían. “Que Dios los tenga en el infierno”, declaró un día. Unos tíos la terminaron de criar.
A los 17 años se marchó para México. Como la pobreza seguía siendo eterna acompañante, debió hacer cualquier trabajo para sobrevivir. Se
cansó de que los patrones intentaran manosearla y se fue a cantar a las calles. Luego a los bares. Como tampoco soportó que en ellos los hombres pretendieran ponerle las manos encima, entonces se consiguió un revolver. Cuando fue necesario, demostró que sabía usarlo.
Llamándose Chavela Vargas, cantaba rancheras, género musical mexicano dramático, apasionado, donde las mujeres son las únicas culpables de los desamores y la traición. Su ronca y seductora voz la hacía acompañar de una guitarra. Llevaba pantalones, cuando las mujeres no se atrevían. Fumaba tabaco y empezó a tomar tequila por litros. No le faltaba un poncho, ojalá rojo.
En una de esas noches de farra y trabajo la encontró José Alfredo Jiménez, la estrella más grande de la ranchera. Ella tenía como 30 años. Además de volverse compadres de parrandas, él la ayudó a salir de los bares populares. La contrataron para actuar en el hotel más lujoso de Acapulco, y ante sus ojos empezaron a desfilar las principales figuras de Hollywood que ahí pasaban vacaciones. En febrero de 1957 debió cantar en la boda de la actriz Elizabeth Taylor con Mike Todd. La llamaron para que actuara en series de televisión y películas. A ella se fueron acercando Picasso, Pablo Neruda, Federico García Lorca y Gabriel García Márquez.
Comenzaba a beber al medio día, al despertar, y paraba cuando ya casi volvía a salir el sol. Durante 20 años bebió, fumó y cantó.
El alcohol la hizo irresponsable en el trabajo hasta que fue cayendo al abismo, sin que nadie le diera la mano. La de José Alfredo no estaba,
pues había muerto en 1973. La vieron beber cualquier alcohol sentada en un andén, hasta quedar dormida. Desapareció. Se creyó que había
muerto.
Pero no. En 1991 reapareció cantando en un bar de mujeres intelectuales. Su voz seguía casi igualita. Un día el cineasta español Pedro Almodóvar la encontró y la invitó a cantar “Luz de luna”, en su película “Kika”, vestida con su poncho rojo y negro. Chavela volvió a la vida.
Dijo que se había “escapado de una prisión de amor y de un delirio de alcohol”. Almodóvar la llamó “la voz áspera de la ternura”. Gracias a la mano de Almodóvar, en 1994 cantó en el Teatro Olympia de París. Con 85 años estuvo en el Carnegie Hall de Nueva York.
Fue pasando por los escenarios más cotizados del mundo. En abril de 2012, con 93 años de edad, lanzó Luna grande, donde revivió poemas
del escritor español Federico García Lorca.
El 10 de julio viajó a Madrid para presentar ese disco. Se le había pedido que no lo hiciera. Dos días después tuvo que ser internada por problemas de salud. Se recuperó y emprendió viaje de regreso a México, aunque se le insistió en que se quedara.
Se extinguió el domingo 5 de agosto 2012. Desde 2009, en varias entrevistas, confesó que le gustaría morir un domingo, para que su funeral fuera un lunes o un martes: “y así no echarle a perder el fin de semana a nadie”.
En ese momento se amplificaron las declaraciones que había hecho desde su reaparición: “Me tomé todo el tequila que pude, fui una borracha.
Fumé mucho. Salí de los infiernos, pero lo hice cantando. Tengo la cabeza llena de recuerdos que van pasando como una película. Reí y lloré, pero he sido feliz con mis amores y mis desamores”.
La prensa, morbosa, recalcaba aquellas palabras que dijera a sus 81 años en la televisión colombiana: “Soy lesbiana, Yo nunca me he acostado
con un señor. Nunca. Fíjate qué pureza. Yo no tengo de qué avergonzarme. Mis dioses me hicieron así”. Eso se sabía, que era lesbiana, porque ella nunca ocultó la pasión que sentía por las mujeres.
En sus años de Acapulco no solo fue aclamada sino también deseada. Ella correspondió y gozó. No sabía en qué lecho amanecería, ni con cual
estrella. Una de ellas fue Ava Gardner. Chavela contó que estuvo enamorada platónicamente de Grace Kelly, antes de que se casara con el
Príncipe de Mónaco. Aunque dijo que logró “arrebatarle” algún beso. También reconoció haberse enamorado de la princesa Soraya, durante
una cena en el Palacio del Sha de Irán.
Gozó con las mujeres desenfrenadamente, sin importarle si eran famosas o no. Declaró no haberse sentido mal correspondida.
Pero tuvo su gran amor. Inmenso. Fue la mexicana y pintora Frida Kahlo, esposa del pintor Diego Rivera. Por un tiempo vivieron a tres,
pero solo Frida podía disfrutar de su cuerpo. Chavela admiró a Frida por artista y por política, pues Frida era militante del Partido Comunista.
Los sentimientos que construyeron hicieron un escudo infranqueable, por donde los comentarios moralistas no pasaban. Diego las defendió a capa y espada.
Desde un primer momento existió una fuerte atracción entre ellas. Algunas cartas lo confirman. El poeta Carlos Pellicer dijo que en una
Frida le confesó: “Carlos hoy conocí a Chavela Vargas. Extraordinaria, lesbiana, es más… se me antojó eróticamente. No sé si ella sintió lo que yo pero creo que es una mujer lo bastante liberal. Que si me lo pide no dudaría un segundo en desnudarme ante ella. Cuántas veces no se te antoja un acostón y ya. Ella repito es erótica. ¿Acaso es un regalo que el cielo me envía?”.
En otra le reconoce a Chavela: “Vivo para Diego y para ti. Nada más”. Chavela confesó en una entrevista: “[Frida] Me enseñó muchas cosas y
aprendí mucho, y sin presumir de nada ¡agarré el cielo con las manos, con cada palabra, cada mañana!”. Proseguía precisando: “Pensábamos las mismas cosas y queríamos que el mundo fuera como nosotras lo soñábamos. Ella era fuerte, yo era fuerte. Parecía un potranca también, como yo, una yegua, de las que cuesta domar, de las que nunca se doman”.
Tenía como cincuenta años cuando cantó “Macorina”, cuya letra había sido dedicada a una cubana. Chavela le hizo los arreglos. El éxito
fue enorme: “Ponme la mano aquí Macorina, ponme la mano”. Después de verla cantar, los comentarios eran casi unánimes: Solo quien hubiera
sentido a Macorina, la mujer, podía interpretar la canción con tanta sensualidad. Casi erotismo. Franco, el dictador español, la mandó a prohi-
bir. Chavela contó que Macorina había sido hija de chino y negra. “Bellísima mujer, una estatua, a la que los pintores pintaban y los poetas cantaban”. La noche que se la presentaron, “yo le dije: “Señora, algún día yo la llevo de la mano por el monte”. Emulaba la canción.
“Lo que duele no es ser homosexual, sino que se lo echen en cara como si fuera una peste”, dijo durante la entrevista en Colombia. “Yo he tenido que luchar para ser yo y que se me respete. Para mí es un orgullo llevar el nombre de lesbiana. No voy presumiendo, no lo voy pregonando, pero no lo niego. He tenido que enfrentarme con la sociedad, con la Iglesia, que dice que malditos los homosexuales. Es absurdo”.
Confesó que su último amor platónico había sido Salma Hayek, la actriz mexicana. La conoció durante el rodaje de “Frida”, que Salma
protagonizaba. ¿Quién más que Chavela para aconsejar sobre Frida? A pesar del tiempo que pasaron juntas, “siempre respeté a Salmita”, aunque
“le robé un par de tiernos besitos”. Para decir, a manera de excusa: “Al buey viejo, pasto viche”. Chavela ya había pasado de los 80 años y la exuberante Salma tenía unos 35.
En octubre 2010, con 91 años, ofreció un concierto en el Zócalo, de la ciudad de México. Llegaron decenas de miles de personas a esta
plaza, una de las más grandes del mundo. “Mientras cantaba, oía en los silencios de la música el llanto de la gente, pero el llanto dulce, ese llanto sereno”. La mayoría eran jóvenes. A ellos se dirigió para decirles: “Me voy. Les dejo de herencia mi libertad, que es lo más preciado del ser humano”.
Chavela pregonó cariño y admiración por las prostitutas y los amantes exagerados del alcohol. Unas y otros habían sido los únicos en darle
albergue, protección y cariño durante los años que estuvo en los “infiernos”. Ni en los momentos más grandiosos de su retorno lo olvidó. Por
eso había hecho una petición para su funeral:
“Quiero que en mi entierro vayan adelante las putas y los borrachos. Los demás pueden ir atrás”.
* Este texto hace parte del libro de Hernando Calvo Ospina, «Latinas de Falda y Pantalón». Editorial El Viejo Topo, Barcelona, 2015.