Federico Ruiz Tirado
El siguiente texto, como la mayoría de los míos plasmados en esta columna que de veguera tendrá si acaso el nombre, es el zumo de una reflexión compartida con mi entrañable David Arraez, fallecido durante la pandemia, pero no por el efecto letal del virus, sino por un complejo sortilegio que lo persiguió hasta dar con él bajo la lluvia con un paraguas para evitar que el agua caída del cielo convirtiera en ceniza aquella fogata que le prodigaba, además de calor, algo de brasa para hacer su comida estrafalaria, entibiar el café y las míticas recetas que nacían de su imaginación prodigiosa.
«El Gordo David» fue uno de esos genios que acompañó a Alfredo Maneiro y, tuvo como pierna derecha, que perdió en un accidente cuando fue motorizado, una especie de zanco sueco, una prótesis tan formidable como su pasión y erudición por los «temas fronterizos», como lo definió Roger Capella en Argentina cuando fue nombrado por Ali Rodríguez Ministro Consejero.
Muchos de sus amigos decían que era «todo un personaje», pero a decir verdad David nació en el siglo equivocado.
Como veinte minutos antes de morir, hablamos al teléfono y me dijo: «César Panza te avisará». Y César me llamó al rato y me dijo, «listo, hermano, fue rápido». Confieso que no sabía que se trataba de su muerte. En esos días David tenía un dolorcito en el abdomen, una voz de megáfono oxidado, pero ni por un segundo esa voz que tiene la muerte cuando le da la gana.
Y se fue. Los días anteriores estuvimos hablando de sus experiencias gastronómicas a base de hidrógeno, del gas y del petróleo, de la energía y del limón verde como antihipertensivo, de la corrupción de unos alcaldes, de Hugo Chávez y su lenguaje, de un crucigrama que estaba concibiendo con nombres al revés de ciudades que visitó cuando joven.
En un largo mensaje me dijo una semana antes de partir: «Tenes razón, la civilización que hemos construido es hidrocarburo dependiente. Hasta ahora no hay energía concentrada que supere al petróleo sin un alto riesgo como es la nuclear de ficción».
Le hablé del futuro, a sabiendas de que conceptualmente el tiempo no existe, y me dijo: «si es que la vida en el planeta tiene continuidad se soportará con la energía solar de origen nuclear pero de fusión, el sol es eso, un gran reactor de fusión nuclear «hidrógeno-helio».
Hace unos pocos años a raíz del desastre de Fukushima lo invitaron a una radio en Valencia y acuñó un concepto, el Socialismo Solar.
Escribió dos artículos sobre el tema nuclear, uno antes de Fukushima y otro después del evento. No los publicó.
Lo visitaron en la víspera dos constituyentes y una alcaldesa y les habló de que habíamos entrado en «La fiebre del Oro». Me dijo: «recordé a Chaplin», y me refirió que estaban explotando oro en cinco municipios en Carabobo, en San Diego, en La Cumaca, y eso comprometía la salud de los dos ríos que irrigan el valle que otrora era una especie de pequeña Mesopotamia, destruida por el ecocidio perpetrado por las empresas urbanizadoras con la convivencia de las autoridades estaduales para coronar el crimen, el oro.
!! Coño no basta el Arco Minero, le dije en voz alta. No nos ufanamos de que allí está una de las reservas auríferas más grandes del planeta? Entonces que nos está pasando? Antes eramos una sociedad de cultura minera por los hidrocarburos, hoy también lo somos por el oro y también practicaremos la minería virtual o 2.0 con el Petro? Diría nuestro recordado Hugo: «Minería al cubo».
Al final del texto me escribió: »Nota limbica: El capitalismo es un modo de producción, una estructura dirigida por una pandilla de criminales» dijo alguien; nosotros decimos: Su gigantesco aparato propagandístico global se ha encargado de ocultar, mediatizar y manipular la opinión pública mundial. Medios creados para oponerse a semejante poder de propaganda, copian sus formas y códigos de comunicación ignorando la relación dialéctica que existe entre forma y contenido. Han creado una sociedad mundial sensible para lo pequeño y lo banal, que valora la honradez solo en lo trivial, pero es absolutamente ciega e insensible para lo que es sustantivo y decisivo».
Hoy lo recuerdo en esta hora de pasarelas de hombres y mujeres vestidos de anaranjados, en este signo de política ficción. Falta que haces, Gordo.