6 abril, 2023
Por: Jorge Senior
En una ocasión marché con una columna del ELN. Empezaba la segunda mitad de los 80 y ya los elenos habían resucitado tras haber sido casi destruidos en el cerco de Anorí y en sus propias purgas internas en la década anterior. Mi contacto me recogió cerca del Copey (Cesar) y subí hacia la Sierra Nevada con un grupo de integrantes del Frente 6 de diciembre (fecha que rememora la masacre de las bananeras de 1928). Marchamos hacia la zona del Frente 19 de las FARC, quienes serían los anfitriones de una reunión multilateral.
Era apenas la segunda vez en mi vida que subía a la Sierra. La primera fue en 1984, cuando estuve con el abogado más estimado por el pueblo vallenato, José Francisco Ramírez, en Nabusímaque, con el objetivo de invitar al Mamo Luis Napoleón al Diálogo Nacional que se gestaba en el marco de una tregua con el gobierno de Belisario Betancur. A José lo mataron pocos años después mientras cambiaba la llanta de su viejo Dodge en Garupal, un barrio de la capital cesarense.
Para 1987 ya la tregua había sido rota por las violaciones reiteradas de las fuerzas gubernamentales, los sucesos del Palacio de Justicia habían conmocionado al país y Álvaro Fayad había sido asesinado en el apartamento de un famoso compositor. Estábamos replicando en lo regional la integración de la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar, unidad que se acababa de lograr a nivel nacional. No me impresionaron los cuadros dirigentes de estas organizaciones, excepto un muchacho médico, cantante y compositor que se hacía llamar Julián Conrado. Este joven tenía mucha mística y rebosaba carisma. Su verdadero nombre es Guillermo Torres y hoy por hoy es el flamante alcalde de Turbaco (Bolívar), elegido por votación popular.
La reunión en lo alto de la Sierra terminó con un partido de fútbol entre las FARC y el resto de la Coordinadora. Perdieron las FARC, aunque jugaban de local. De regreso a las urbes del Caribe, se presentó un problema con los elenos: estaban divididos en dos sectores que no se podían ni ver. Tocaba reunirse con unos por un lado y otros por el otro. Ahí confirmé que seguían siendo tan conflictivos como los recordaba de mis tiempos universitarios. Eran tremendamente sectarios, aún a pesar de que habían impulsado una organización de masas denominada A Luchar, que junto a la Unión Patriótica lideraron por esos años grandes movilizaciones campesinas.
Una cosa que sí me pareció positiva de los elenos de los 80 es que, a diferencia de las FARC, rechazaban involucrarse con el narcotráfico. Digamos que ese sería el “lado bueno” de su fundamentalismo, facilitado por el hecho de haber encontrado solución al problema de financiación por la vía de extorsionar a las multinacionales petroleras. Pero la voladura de oleoductos que conllevaba esa estrategia los ubicaba en contra de la historia en un momento en que la conciencia ambiental se elevaba en todo el planeta. Esa estrategia impopular los llevó a causar la tragedia de Machuca, una década después, en 1998, donde murieron 84 pobladores inocentes. Al mismo tiempo su rigidez doctrinaria los mantenía renuentes al diálogo, como si se tratase de una cuestión de principios.
No he vuelto a interactuar con los elenos desde aquella época. He observado su accionar desde lejos. A finales del siglo pasado leí el volumen de Carlos Medina Gallego, ELN: una historia contada a dos voces, que contiene dos largas entrevistas realizadas durante la presidencia de César Gaviria, a Nicolás Rodríguez Bautista (Gabino) y al cura aragonés Manuel Pérez, en la cual recuentan con visión crítica su propia historia como organización. Hay autocrítica, pero no hay trazas de haber asimilado a fondo el derrumbe del bloque socialista ni el proceso constituyente en Colombia. La asombrosa persistencia del ELN en su lucha puede verse como una virtud revolucionaria, pero también como una incapacidad de reinventarse cuando la realidad cambia.
No obstante, en los años 90 el ELN cambió su negativa al diálogo por una aceptación táctica del protagonismo que brindan las negociaciones. Desde entonces han sido pasajeros de una montaña rusa de encuentros con diversos gobiernos, sin que haya habido siquiera un atisbo de un proceso serio de negociación que se diferencie de la ilusa “revolución por encargo”. El M-19 en 1985 y las FARC en el Caguán también asumieron la mesa de diálogo como parte de una estrategia de acumulación de fuerzas en función de la guerra (mientras los gobiernos tenían sus cartas bajo la mesa).
Pero realmente los procesos de paz logran la salida política cuando la fuerza guerrillera, por más que no haya sido derrotada, reconoce que la lucha armada ha implicado un insoportable costo humano para el pueblo colombiano y además se ha convertido en un lastre que frena el avance político de la lucha de masas en un mundo que ha cambiado. En un mundo urbano hiperconectado que enfrenta la crisis climática y la disrupción tecnológica los nuevos problemas no se resolverán a bala, como dicta la sangrienta tradición colombiana. Las verdaderas guerrillas del siglo XXI son de hackers y no usan botas pantaneras.
El ELN surgió diferenciándose del bandolerismo y tuvo la visión política de echar raíces en los movimientos sociales campesinos, obreros y estudiantiles. Atravesó su propio viacrucis de pasión, muerte y resurrección y, tras tantas vicisitudes, debería saber que la prolongación de la guerra en una nación sumida en el narcotráfico es una deriva hacia la degradación ética y política.
Cuando por fin maduraron para la unidad, se quedaron solos en la guerra. Es hora de que el ELN le tome el pulso a la nación y al continente latinoamericano, si es capaz. Tras el triunfo de una fuerza electoral afín a la izquierda hay una oportunidad brillante que deberían saber aprovechar. Pero el gobierno se equivoca si se encierra en una mesa de diálogo de sordos. Hay que convocar al país nacional y no al país político. Que los sindicatos, las juntas comunales, las organizaciones campesinas y populares, las mujeres y los estudiantes, los indígenas y afros, se autoconvoquen en una Convención Nacional por la Paz. Un evento democrático de la sociedad civil que emita un mandato. Tal vez el ELN entienda que ser consecuente es obedecer el mandato del pueblo.
Nacido en Barranquilla (Colombia). Profesor universitario, investigador, divulgador y periodista científico. Filósofo de la Universidad del Valle, fue el fundador y director del Planetario de Barranquilla. Exdirector de Investigación de la Universidad Libre Seccional Barranquilla (2005-2018). Autor y editor de publicaciones académicas. Ha sido columnista en El Heraldo.