Por Andrés Piqueras*, Resumen Latinoamericano, 4 abril, 2023.
“Nosotros los marxistas nos diferenciamos de los pacifistas, así como de los anarquistas, en que nosotros reconocemos la necesidad de analizar históricamente (desde el punto de vista del materialismo dialéctico de Marx) cada guerra por separado.”
«Los de arriba dicen:
La paz y la guerra
son de diferente sustancia.
Pero su paz y su guerra
son como el viento y la tormenta.
La guerra crece de su paz
Como hijo de su madre.
Él lleva sus espantosos rasgos».
Bertolt Brecht
Socialdemocracia
La socialdemocracia nació como corriente dentro de la izquierda europea para promover una cierta redistribución de la riqueza, democratización del Poder y la participación social en los asuntos públicos. Se basó en la democracia representativa y en que la regulación de la economía en las disposiciones de interés general quedara siempre dentro del marco del orden capitalista.
Adjunto, por una vez y sin que sirva de precedente, esta larga cita de Wikipedia sobre esos orígenes, porque creo que sintetiza bien el contenido principal, decirlo con otras palabras:
“El término socialdemocracia apareció en Francia durante la revolución de 1848 en el entorno de los seguidores del socialista Louis Blanc. Karl Marx lo utilizó en su célebre obra El 18 Brumario de Luis Bonaparte, cuya primera edición se publicó en Nueva York en 1852, para designar la propuesta política del que llama partido socialdemócrata formado tras las «jornadas de junio» por la unión de la pequeña burguesía democrática con la clase obrera socialista. «A las reivindicaciones sociales del proletariado se les limó la punta revolucionaria y se les dio un giro democrático; a las exigencias democráticas de la pequeña burguesía se las despojó de la forma meramente política y se afiló su punta socialista. Así nació la socialdemocracia». Según Karl Marx, en esta alianza predominaba la ideología de la pequeña burguesía: «su carácter peculiar» estribaba «en el hecho de exigir instituciones democrático-republicanas, como medio no para abolir los dos extremos, capital y trabajo asalariado, sino para atenuar su antagonismo, convirtiéndolo en armonía», o lo que es lo mismo, «la transformación de la sociedad por vía democrática, pero una transformación dentro del marco de la pequeña burguesía». (…) lo cierto es que el primer grupo que se autodenominó socialdemócrata fue un partido alemán fundado en 1863 por Ferdinand Lassalle con el nombre de Asociación General de Trabajadores de Alemania (Allgemeiner Deutsche Arbeiterverein) y cuyo periódico se llamó La Socialdemocracia. Este grupo se fusionó en 1875 con el Partido Socialdemócrata Obrero de Alemania (Socialdemokratische Arbeiterpartei), de inspiración marxista, creado por Wilhelm Liebknecht y August Bebel en 1869, dando nacimiento al Partido Obrero Socialista de Alemania (Sozialistische Arbeiterpartei Deutschands), que años después adoptó el nombre definitivo que mantiene en la actualidad de Partido Socialdemócrata de Alemania (Sozialdemokratische Partei Deutschlands, SPD). El nuevo partido intentó aunar las dos herencias de las que había surgido, la lasselleana y la marxista, mediante el Programa de Gotha aprobado el año de su fundación (1875) pero este fue objeto de una dura crítica por el propio Karl Marx —en un famoso opúsculo titulado Crítica del Programa de Gotha—. Este decía que a la sociedad sin clases no se podría llegar con «lindas menudencias» democráticas meramente «burguesas», sino tras un período de «dictadura del proletariado» que pusiera fin a la «lucha de clases»”.
Es cierto que después, entre 1880 y 1914, la socialdemocracia estuvo guiada por el marxismo, sólo que la versión del mismo que prevaleció en la II Internacional (1889) fue la que construyeron Kautsky y Bernstein, reformista y bastante mecanicista, como se ha señalado ya tantas veces, que hacía esperar, sin más, en el propio desarrollo del capitalismo la venida del socialismo, a través de la tendencia del capitalismo a ir haciéndose cada vez más “social”, más “democrático”, mejorando progresivamente las condiciones de vida de la fuerza de trabajo. Algunos de sus más destacados líderes se basaban en la máxima que hoy todavía repiten demasiados marxistas: “hay que desarrollar el capital, pues sólo un capital llevado hasta el último estadio de su desarrollo podrá ser socializado”. En el camino hacia ello la socialdemocracia presa de tal concepción albergaba igualmente, como consecuencia lógica, una por demás ingenua posición reformista volcada sobre todo en conseguir que el Estado capitalista se orientara hacia el bien común [premisa que ya Marx reprochara a los lassallianos en su “Crítica del Programa de Gotha” (a quienes por cierto en esa misma crítica les afeó que cambiaran el internacionalismo proletario por la moralizante frase de “la fraternización internacional de los pueblos”, que según Marx estaba plagiada de la Liga burguesa por la Paz y la Libertad)].
Tamaño “revisionismo”, ni que decir tiene, se alejaba crecientemente del hecho de que cuando los revolucionarios europeos aceptaron el título de socialdemocracia fue para apelar a la democracia social, aquella que garantizaba la progresiva autoemancipación de la fuerza de trabajo como clase explotada.
Desde la década de los años 70 del siglo XIX, es decir al poco de consolidarse como proyección política multitudinaria, la socialdemocracia comienza a vincular su evolución al entramado institucional de la sociedad capitalista, en la estela de su propia institucionalización. Esto en principio fue pretendidamente estratégico, teniendo como meta la superación del capitalismo a través del anticipamiento o construcción en el propio seno del sistema capitalista el embrión que le superaría: el socialismo. Pronto, sin embargo, la Segunda Internacional daría una variada gama de pruebas de que su propio devenir quedaba ligado de forma subordinada al del mismo Sistema que decía querer trascender (para empezar porque para que se dé un mínimo de reformas en beneficio del conjunto social al Sistema le tiene que ir bien).
De hecho, la socialdemocracia se terminará posicionando contra toda recuperación política (esto es, revolucionaria) del movimiento obrero; contra toda manifestación autónoma de éste en la Política, (es decir, que no cuente con su mediación). Abortando la constitución del Trabajo como sujeto político antagónico e interviniendo, por tanto, cada vez más como izquierda del Sistema y para el Sistema.
Fascismo
Cuando el Capital se ve realmente urgido de enfrentar la fuerza y combatividad de la clase trabajadora recurre históricamente al matonismo-bandidismo, al pistolerismo y a todo tipo de medios violentos, jurídicos, propagandísticos, mediáticos… antihuelguísticos y antiobreros. En su grado extremo se impone el golpe militar y el fascismo.
A principios del siglo XX la crisis de acumulación capitalista generaría un amplio deterioro de las todavía débiles condiciones de integración de la fuerza de trabajo, que sufrirán un duro revés. Si tenemos en cuenta que, además, tras la Revolución Soviética se produce una recomposición revolucionaria de las vanguardias del movimiento obrero, que tiene una de sus más destacadas expresiones en la Tercera Internacional y la fundación de los Partidos Comunistas, podemos entender el estado de inestabilidad social que se propaga en las formaciones centrales en los últimos años 10 y década de los 20, parejo a la condición de insurgencia del Trabajo (soviets de Hungría, Berlín, la Viena Roja, las comunas ucranianas…). De ahí la decantación del Sistema hacia el fascismo.
Este último se constituiría no sólo en una vía de acumulación capitalista radicada en un remedo de planificación económica (ante el envidiado éxito del modelo soviético), pareja a una involución del mercado (y al consiguiente colapso del factor reformista-democrático) en aras de una intensificación de la producción de bienes de equipo basada en un brutal disciplinamiento de la fuerza de trabajo; constituiría también, por eso mismo, el principal ariete de agresión político-social y militar del Capital contra el Trabajo. Su sombra o amenaza, junto con la de la guerra, sirvió igualmente en todas las formaciones sociales centrales para la represión interna del movimiento obrero.
Fue, asimismo, el instrumento elegido por el Gran Capital para lanzar una guerra de exterminio contra la Unión Soviética, haciendo de la reconstitución de Alemania, como principal potencia económica europea que sin embargo fue devastada por la Gran Guerra, el principal agente de tal propósito. Para ello hubo que financiarla y rearmarla. Y a ello se aplicaron las grandes corporaciones capitalistas, como Kodak, Bayer, Coca Cola, Nestlé, IBM, IG Farben, Siemens, Krupp, Adidas, BMV, Volkswagen, General Motors, Ford, Porsche, entre otras[1].
“El momento crucial en la secuela de los sucesos que condujeron a la agresión internacional fascista fue el 7 de marzo de 1936, cuanto las tropas alemanas entraron en Renania. Ninguno de los pasos subsiguientes dados por Hitler en la Europa Central y Oriental hubiera sido posible sin la separación de la Europa Central de la Occidental por una línea de fortificaciones en el Rin. Esta fuerte jugada alemana amenazó a Austria, Checoslovaquia, Lituania y Polonia y quebrantó el sistema de alianzas de Francia. Fue, tal vez, la última oportunidad para poner término a los planes de conquista de Adolfo Hitler sin peligro de una nueva conflagración1 mundial.” (Sturmthal, Adolf. La tragedia del movimiento obrero. FCE. México D.F., 1945, pg. 273).
Pero no se aprovechó porque los planes eran, efectivamente, otros.
El Eje Anglosajón consiguió atraer a la formación social alemana al lado “occidental” a partir de los Acuerdos de Locarno, de 1925 (que buscaban dejar sin utilidad el Tratado de Rapallo, por el que la marginada Alemania de la república de Weimar había llegado a acuerdos de colaboración tecnológica y económica con la URSS, en 1922), fijando sus fronteras occidentales y dejándola manos libres en las orientales, de tal manera que la URSS no sólo quedaba aislada en Europa sino en permanente peligro frente a la potencia alemana y otras “occidentales”, las mismas que la habían invadido (EE.UU., Francia y Gran Bretaña, a las que se sumaría en oriente, Japón) al poco de llevarse a cabo la Revolución, provocando una guerra por demás ruinosa (1917-1921) para, como ha hecho siempre el Imperio Occidental, dificultar al máximo cualquier desarrollo revolucionario, sobre todo pacífico y con posibilidades de una amplia apertura democrática interna.
El fascismo había llegado a ser definitivamente un artículo de exportación (así fue sobre todo por lo que respecta al sudeste de Europa). En todas partes brotaron organizaciones fascistas, alentadas material y moralmente por las potencias del Eje bajo la pasividad cómplice de las “democracias occidentales” y de sus partidos socialdemócratas, que incluso se pronunciaron, esta vez sí, por no hacer ningún movimiento bélico ni de rearme contra Hitler. Al estallar la primera guerra contra el fascismo (mal llamada “guerra civil española”), la movilización y resistencia contra esa barbarie se convirtió manifiestamente en una urgencia para la clase trabajadora mundial, una urgencia malgastada por las distintas entidades socialdemócratas del conjunto de Europa.
Así que, efectivamente, la invasión alemana se llevaría a cabo. La mayor invasión jamás conocida por el mundo: la Wehrmacht movilizó cerca de 3,2 millones de soldados hacia la frontera soviética, junto con un millón de soldados de países aliados y satélites, para iniciar una ofensiva general desde el mar Báltico hasta los Cárpatos, con la máquina de guerra terrestre y aérea más mortal que hasta ese momento se hubiera conocido, causando un daño sin parangón en la URSS. La unión de repúblicas soviéticas perdió entre 27 y 30 millones de sus hijos e hijas -de los cuales sólo unos 8 o 9 millones eran combatientes-; 60 millones quedaron mutilados, fueron destruidas unas 32.000 empresas industriales, 65.000 kilómetros de vías férreas, 1.710 ciudades, 70.000 aldeas, 6 millones de edificios, 40.000 hospitales, 84.000 escuelas, 98.000 cooperativas agrícolas, 1.876 haciendas estatales. Los nazis trasladaron a Alemania 7 millones de caballos, 17 millones de cabezas de ganado, 20 millones de puercos, 27 millones de ovejas y cabras, 110 millones de aves de corral. La URSS tuvo una pérdida de más del 30% de sus riquezas, por un valor de unos 3 billones de dólares actuales. Más de un 25% de la población quedó sin hogar y las infraestructuras de ese país fueron destruidas casi en su totalidad. La derrota del nazismo costó tamaño sacrificio.
Un sacrificio que hoy no sólo se ignora u oculta deliberadamente, sino que ni se reconoce, llevándose a cabo una de las manipulaciones históricas más esperpénticas y brutales que haya hecho la burguesía y sus izquierdas con ella alineadas, hasta el punto de pretender (y lograr en gran medida) que se considere a quienes liberaron a Europa del nazismo, como agresores (por todos lados se derriban símbolos del Ejército Rojo liberador, y este año, como parte del “progromo” existente contra todo lo ruso, se ha llegado al monstruoso absurdo de no invitar a Rusia al Día de la Memoria del Holocausto -27 de enero-, celebrado en el antiguo campo de exterminio de Auschwitz, precisamente al país que lo rescató de la barbarie nazi).
Fascismo y socialdemocracia
En su genial previsión del curso de los acontecimientos históricos, Lenin enmendó la plana a la II Internacional, que veía al capitalismo condenado a autodestruirse en el corto plazo, por lo que asumió una actitud pasiva o de espera ante ello. Lenin señaló que no, que en realidad el capitalismo estaba transformándose en algo distinto, alcanzando una “fase superior” (que parece ser le tradujeron mal del ruso, pues su idea de “superior” como “ulterior”, no quería decir “última”).
El nuevo capitalismo entrañaba una enorme concentración de capital o proceso de monopolización que era acompañado por la expansión planetaria en la apropiación de recursos, territorios y poblaciones y en la pugna entre grandes monopolios por liderar esa apropiación (pugna que derivó en dos guerras mundiales).
En general, los materialistas histórico-dialécticos indicaron que las crisis y las guerras del capital tienen razones inherentes al propio sistema, que a menudo se manifiestan de forma cíclica, y se acompañan mutuamente. Advirtiendo que con cada guerra que no es contestada por las poblaciones del mundo, el capitalismo corporativizado a escala global concreta una derrota al internacionalismo socialista.
De hecho, con el cambio de siglo la socialdemocracia se haría cómplice de la acumulación interna de capital a costa de la expansión imperial del capitalismo, así como de la subordinación explotada de la fuerza de trabajo a escala estatal. Cuando llegó el momento, la impulsó a masacrarse entre sí a través de la Guerra.
Así lo denunció claramente Rosa Luxemburgo en el Folleto Junius, en el mes de abril de 1915. El verdadero título del cual fue “La crisis de la socialdemocracia alemana”, que firmó con el seudónimo Junius, al parecer por el nombre de Lucius Junius Brutus, patriota romano de quien se dice que dirigió una revolución republicana en la Roma clásica (esto de tomar nombres de la época romana parece que fue recurrido por la izquierda que rompió con el partido socialdemócrata alemán con el nombre de “Liga Espartaquista”).
Con el Folleto Junius Luxemburgo muestra el conocimiento claro que tenía acerca de la tormenta imperialista que se avecinaba y de la necesidad vital de la clase trabajadora de oponerse a ella. Intentó alertar sobre eso desenmascarando a la socialdemocracia como agente del capital y de sus guerras. La misma socialdemocracia que a través de Friedrich Ebert (primer canciller de la república, socialdemócrata -que abogaba por la “concordia entre las clases sociales”-) y el ministro de defensa Gustav Noske, recurrió al matonismo protofascista, los Freikorps (organizaciones paramilitares antirrepublicanas, integradas en buena parte por antiguos soldados) y a lo más reaccionario del Ejército, para acabar con el levantamiento espartaquista y de los soviets alemanes. Entre el 8 y el 13 de enero de 1919 los Freikorps asesinaron a cientos de revolucionarios, incluyendo a Liebknecht y Luxemburgo. Todo esto bajo la pánfila mirada de muchos de los “pacifistas” socialdemócratas, que siguieron apoyando a Ebert y a otros de sus líderes asesinos.
Es por esto que hoy, en que el pensamiento único otanero (la “OTAN cultural” lleva unos 70 años conformando la cosmovisión de las sociedades europeas)[2], tan seguido por “pacifistas” y gente bien de toda condición izquierdista, se impone en la práctica totalidad de las izquierdas europeas, cuando el conjunto de sociedades del continente se ven arrastradas a una guerra aún más devastadora al tiempo que se practica la censura más burda y la represión interna de la disidencia, se hace más que aconsejable la relectura del Folleto Junius.
En sus primeras páginas ya nos recuerda mucho a la frase de Marx en su capítulo sobre la acumulación originaria en su obra cumbre, “El capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies hasta la cabeza”:
“Los negocios florecen sobre las ruinas. Las ciudades se convierten en escombros, países enteros en desiertos, aldeas en cementerios, naciones enteras en mendigos, iglesias en establos. Los derechos del pueblo, las alianzas, los tratados, las palabras santas, las más grandes autoridades, están hechos pedazos (…) El hambre campea en Venecia, en Lisboa, en Moscú, en Singapur; la peste en Rusia, la miseria y la desesperación en todas partes. Avergonzada, deshonrada, nadando en sangre y chorreando mugre: así vemos a la sociedad capitalista. No como la vemos siempre, desempeñando papeles de paz y rectitud, orden, filosofía, ética, sino como bestia vociferante, orgía de anarquía, vaho pestilente, devastadora de la cultura y la humanidad: así se nos aparece en toda su horrorosa crudeza. Y en medio de esta orgía, ha sucedido una tragedia mundial: la socialdemocracia alemana ha capitulado (…)
Reviste igual importancia en la actitud de la socialdemocracia la adopción de un programa de paz civil, es decir, la cesación de la lucha de clases hasta el fin de la guerra. La declaración del bloque socialdemócrata en el Reichstag el 4 de agosto era fruto de un acuerdo con representantes del gobierno y los partidos capitalistas. Fue poco más que un recurso teatral patriótico, preparado entre bambalinas y pronunciado a beneficio del pueblo, en casa y en el extranjero. Para los dirigentes del movimiento obrero, el voto a favor de los créditos de guerra por el grupo parlamentario fue la señal para la terminación de todos los conflictos laborales. Más aun, se lo anunciaron a los empresarios como deber patriótico asumido por el movimiento obrero cuando acordó observar la paz social. Los mismos dirigentes obreros se abocaron a encontrar trabajadores de la ciudad para el campo, para garantizar la rápida recolección de la cosecha. Las dirigentes del movimiento femenino socialdemócrata se unieron con las mujeres capitalistas para el “servicio nacional” y colocaron los elementos que quedaron luego de la movilización a disposición del trabajo nacional samaritano. Las socialistas fueron a trabajar a las ollas populares y comisiones asesoras en lugar de agitar por el partido.
Bajo las leyes antisocialistas el partido había utilizado las elecciones parlamentarias para difundir su agitación y mantener una firme ligazón con la población a pesar del estado de sitio declarado contra el partido y la persecución a la prensa socialista. En esta crisis, el movimiento socialdemócrata ha abandonado voluntariamente toda propaganda y educación por la lucha de clase del proletariado, durante las elecciones al Reichstag y a los landtag. En todas partes se ha reducido las elecciones parlamentarias a la simple fórmula burguesa; la obtención de votos para los candidatos del partido sobre la base de acuerdos amigables y pacíficos con sus adversarios capitalistas.” (grupgerminal.org/?q=system/files/1915-00-00-junius-luxemburg.pdf, pgs. 12 y 13 y pg. 53).
Luxemburgo avanzaba así la crítica a la complicidad del electoralismo partidista que se instalaría posteriormente en el conjunto de “izquierdas integradas” en el orden del capital, mientras que convertía su crítica contra la guerra en una crítica contra el capitalismo, al establecer la relación entre la guerra mundial con la naturaleza misma del modo de producción capitalista, mostrándonos cómo su competencia, la concentración de capitales y la expansión colonialista e imperialista (sobre cuyas matanzas la socialdemocracia tampoco tenía nada que decir) que le caracterizan, conducen irremediablemente a aquélla[3].
“Con la guerra mundial se enterraron los resultados del trabajo de cuarenta años de socialismo europeo, arruinando la importancia de la clase trabajadora revolucionaria en tanto que factor de poder político, desarticulando la Internacional proletaria, conduciendo sus secciones a un mutuo aniquilamiento y encadenando las aspiraciones y las esperanzas de las masas populares en los países capitalistas más desarrollados al imperialismo (…) El movimiento proletario internacional se desmembró y se circunscribió a luchas nacionalistas, en defensa del capitalismo…” [El Folleto de Junius* de Rosa Luxemburgo (bloquepopularjuvenil.org)]
Como resultado, en 1914 la burocracia obrera reducía el movimiento socialista internacional a espacios nacionales, por lo que los bolcheviques llamaron a los socialdemócratas europeos “social-patriotas” o “social-chovinistas”.
Fijémonos solamente en una de las observaciones que en su prefacio le hace al Folleto Junius Clara Eissner (más conocida -lástima, ¿verdad?- por su apellido de casada, como Zetkin) en 1919:
“Al despojar la Guerra Mundial de su travesti ideológico, mostrando al descubierto lo que es: un affaire, un gran affaire, el capitalismo del comercio internacional sobre la vida y la muerte, Rosa arranca sin miramientos de la política socialdemócrata del 4 de agosto todas las máscaras ideológicas. En el fresco de la mañana del análisis científico del fenómeno histórico mundial y su contexto, las expresiones retóricas como la ‘lucha por la civilización’, ‘contra el zarismo’, o ‘por la defensa de la patria’ se evaporan. Rosa Luxemburgo muestra de manera concluyente que, en el marco imperialista actual la idea de una guerra defensiva, modesta, virtuosa y patriota ha desaparecido. La política de guerra seguida por la socialdemocracia se revela en toda su fealdad: marca la quiebra, la renuncia de un partido obrero social-patriota aburguesado (…)”. Clara Zetkin – Prefacio al folleto de Junius.pdf (juventudes.org)
Contra ello, en Zimmenwald (Suiza), a instancia de los partidos socialistas suizo e italiano que buscaban salvar a la II Internacional de su claudicación al tiempo que se oponían a la guerra, se reuniría, en septiembre de 1915, la izquierda internacional e internacionalista que también había roto con esa socialdemocracia, para discutir un plan de acción. Treinta y ocho delegados socialistas de once países, tanto neutrales como beligerantes. Doce de ellos de la URSS, como Trotski o Axelrod (representantes de los mencheviques) y Lenin y Zinóviev por los bolcheviques; socialdemócratas alemanes (Luxemburgo y Liebknecht se hallaban presos en Alemania por oponerse a la guerra). La delegación francesa, tras el asesinato de Jaurés, estuvo formada sólo por algunos sindicalistas, lo que daba muestras de su debilidad. También hubo algunos de los que luego se conocerían como “izquierdistas” o “ultra-izquierdistas”, como el holandés Hermann Gorter.
La izquierda de Zimmerwald que lideró Lenin propuso, frente al sector mayoritario “pacifista”, no sólo enfrentar la guerra, sino aprovecharla para desatar procesos revolucionarios (guerra de clases frente a guerra entre pueblos) y la necesidad de crear una nueva Internacional, dada la entrega de la II a la causa capitalista. De hecho, aunque no logró el apoyo de la mayoría en ese momento, Zimmerwald sería el germen ideológico de la III Internacional e incluso de la Revolución de Octubre.
Una vez formada la Komintern o III Internacional, la socialdemocracia reaccionaría intentando apaciguar y encauzar de nuevo los anhelos y esfuerzos revolucionarios dentro del orden capitalista, proponiendo una suerte de “vía intermedia” entre la Segunda Internacional y la Komintern, con la Unión de Partidos Socialistas para la Acción Internacional (UPSAI), llamada también Internacional Dos y Medio o Internacional de Viena. Fundada allí en una reunión realizada el 27 de febrero de 1921, en la que estuvieron presentes 10 partidos entre los que destacaron la USPD de Alemania, SFIO de Francia, Partido Laborista Independiente (Reino Unido), Partido Socialista Suizo, Partido Socialista Independiente (Rumania) y el SPÖ de Austria; a los que en seguida se uniría el PSOE de España (fue disuelta en 1923 al fusionarse con los remanentes de la II Internacional para crear la Internacional Obrera y Socialista, con un nuevo triste papel contra el comunismo en los años 20).
Tras la Segunda Guerra Mundial, los efectos económicos políticamente integradores de la onda larga expansiva capitalista motivaron un corrimiento hacia la derecha de todo el espectro político de mayoritaria composición de clase trabajadora. La socialdemocracia “clásica” se confinó a sí misma dentro de los límites del keynesianismo a partir del Congreso de Bad Godesberg del SPD alemán, en 1959 (en adelante ya no contemplaría al sistema capitalista como un orden a superar), y tiene una de las máximas expresiones de su derrotero burgués en la política del que fue una de sus figuras más emblemáticas, Willy Brandt, quien al finalizar la década de los años 60 declaró que “debía buscarse la desintegración progresiva de la Europa de economía no capitalista”. Más tarde, en 1975, el Ministro para Asuntos Ambientales de Inglaterra, Anthony Crosland (a quien Francis Stonors sitúa en la órbita de la “OTAN cultural”), intentó de alguna forma dar un lavado de imagen a una socialdemocracia europea cada vez más comprometida con el proceso de acumulación capitalista y con su geoestrategia imperialista, mediante los que se conocerían como principios de Crosland (democracia con justicia, anteposición de la dignidad humana a la rentabilidad económica, equidad entendida como redistribución).
Todo ello quedaría, lógicamente, en nada. A partir de la década de los 90’, con la caída del valor, el nuevo estallido de la sobreacumulación de capital y su huida financiera hacia adelante, incluida la globalización, la intensificación de la explotación del trabajo y el desmontaje del “Estado de Bienestar”, el Sistema entraría en franca fase degenerativa (“senil” la llamó Amin), cada vez más incompatible con reformas de calado en favor de las grandes mayorías (como he intentado explicar en La opción reformista. Entre el despotismo y la revolución). Con ello, la socialdemocracia se hunde un escalón más al plegarse al nuevo orden de cosas impuesto bajo la etiqueta de “neoliberalismo”, convirtiéndose, ya como “neo socialdemocracia”, en el pretendido apéndice “humano” suyo en forma de “Tercera Vía” (no tan preocupada ya por la redistribución, sino por la paliación y prevención de ciertas marginalidades, sobre todo las potencialmente disruptivas, y el mantenimiento de algún poder adquisitivo entre las capas medias de la población). En la práctica, la vía socialdemócrata se fundía en un magma amorfo con el resto de variantes capitalistas, como se evidenciaría con la instauración del neoliberalismo-financiarizado. De hecho, las cúpulas socialdemócratas ya venían desde hace tiempo formando parte de la oligarquía del capital.
Por eso el eje izquierda-derecha ha ido perdiendo sentido[4], quedando cada vez más subordinado a la política pequeña, la que se ocupa de dirimir las pugnas entre los distintos sectores de la misma clase dominante, y por tanto centrada en la gestión y administración del Estado capitalista y de sus crisis. La Política en grande, por contra, es la que se empotra en el conjunto del metabolismo social capitalista, donde tienen lugar los decisivos envites de las luchas entre clases para la reproducción o bien para la superación de ese metabolismo (con palabras parecidas lo señalaba Grasmci en Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno).
La política pequeña ha querido apaciguar, desviar o entretener la contradicción de clase, representada más o menos acertadamente en el eje izquierda-derecha, mediante las coordenadas nuevo-viejo o abajo-arriba, perfectamente subsumidas ambas en el orden del capital, y donde se encuadra hoy la práctica totalidad de la gama de las “izquierdas light”, convertidas en “izquierdas del Sistema”, desde la neosocialdemocracia hasta el neoanarquismo y el “pc-rismo” de corte eurocomunista. También la “nueva izquierda” estilo “podemita”, “Syriza”, “5 Stelle”, “Boric”, “verdes alemanes”, etc, que surgió con supuestas pretensiones de acabar con lo viejo y que ha venido reproduciendo el más rancio electoralismo subordinado al capital (en el que todo indica que, en el caso concreto del Reino de España, el proyecto otanero-empresarial de “Sumar” cavará un peldaño más en ese pozo -al paso que termina de dejar sin existencia práctica al PCE y a su IU-). Todas ellas enmarcadas en el proceso de desdemocratización y destrucción social que expande un capitalismo en degeneración.
“El marco normativo global que inserta a individuos e instituciones dentro de una lógica de guerra implacable se refuerza cada vez más y acaba progresivamente con la capacidad de resistencia, desactivando lo colectivo. Esta naturaleza antidemocrática del sistema neoliberal explica en gran parte la espiral sin fin de la crisis y la aceleración ante nuestros ojos del proceso de desdemocratización, por el cual la democracia se vacía de su sustancia sin que se suprima formalmente” (Dardot y Laval, “Anatomía del nuevo neoliberalismo”, https://vientosur.info/anatomia-del-nuevo-neoliberalismo/).
De ahí que hoy las formas degeneradas de la “opción reformista” o socialdemócrata capitalista pueden ofrecer, a lo sumo, concesiones “epidérmicas”, que no afecten en nada a la reproducción del capital. Lo cual no quiere decir que no revistan importancia social, como por ejemplo matrimonios gays, paridad en el permiso por maternidad-paternidad, más carriles bici, elementos de reconocimiento socio-identitario, legalización de la transexualidad, etc. El problema radica en que al tiempo que se dan estas medidas epidérmicas respecto de la acumulación de capital, el artrítico movimiento del valor se expresa en Política a través del drástico deterioro del ciclo de la vida: de los cuidados, la sanidad, el acceso a la vivienda y, en general, de las condiciones laborales y sociales de la población.
Por eso y a diferencia de la propuesta micropolítica de la neoizquierda, el eje que se perfila cada vez más decisorio para la Política en grande es el de capitalismo-comunismo, entendido este último componente de la contradicción no necesariamente como un modo de producción, sino como el movimiento de la humanidad en pro de su autoemancipación y equilibrio con el resto de la Vida (el cual podría terminar dando lugar a un “modo de hacer vida en común” -quizás como designación más evolucionada que la de “modo de producción”-, a partir de la colectivización de todos los recursos y la abolición de las desigualdades y las dominaciones sociales). De momento, hoy por hoy, y después de los reveses históricos sufridos, esa batalla está en una fase de reconstitución incipiente, dándose en gran medida entre lo que podríamos llamar capitalismo privado desorganizado, y “capitalismo de Estado”. Pero las posibilidades de emprendimiento del socialismo (como parte del camino comunista) que se generan a partir de aquel último elemento (“capitalismo de Estado”), pueden empezar a ampliarse en la estela de las luchas históricas por la superación del capitalismo -sobre todo a través de la evolución de las luchas de clase en China y la dirección de su partido comunista-, encauzando cada vez más las contradicciones capitalistas hacia el mencionado eje capitalismo-comunismo.
Obviamente, el eje capitalismo privado-capitalismo de Estado no es nítido en ninguna de las partes ni garantiza nada con la victoria de este último, pero sí que resulta, en cambio, un paso imprescindible, sine qua non, no sólo para la posibilidad del arranque socialista a escala internacional, sino incluso para poder tener alguna oportunidad de soberanía en el ámbito estatal e interestatal.
No entender esto es lo que imposibilita a las múltiples izquierdas del Sistema no ya sólo a desempeñar algún papel relevante en las luchas de clase o Política en grande al interior de cada formación social, sino tampoco a tener nada que aportar en términos geoestratégicos de lucha antiimperialista y de emprendimiento del socialismo.
Y ello es especialmente grave en la actual etapa de agudización de la crisis crónica que arrastra el capital global y que le hace entrar en su fase bélica total. Crisis de sobreacumulación que lleva a una falta de rendimientos en la inversión productiva y a la consiguiente desviación especulativa-rentista-parasitaria del capital a interés, con un periódico pinchazo de burbujas propias de la huida hacia adelante de esos capitales excedentes ociosos, y que terminan en quiebras bancarias y empresariales, invención de dinero sin valor (“dinero mágico”) para su rescate, así como puesta a su servicio de fondos estatales (es decir, subvención del capital privado por parte de la sociedad), con los consecuentes procesos de deudas y sobreendeudamiento y sus correspondientes ajustes estructurales que destrozan aún más servicios sociales, capacidad adquisitiva de las poblaciones y calidad de vida por doquier…
Socialdemocracia, fascismo y guerra
Sólo la guerra recurrente se ha mostrado eficiente a lo largo de la historia del capitalismo para limpiar capitales obsoletos en gran escala y empezar un nuevo gran ciclo de acumulación. El problema es que la destrucción tiene que ser cada vez más grande para compensar el tamaño cada vez mayor de la gangrena y ficción de la economía capitalista -de sobreacumulación de capital sin posibilidades de valorización-, a la cual no le basta con guerras parciales, localizadas o “de pequeña escala”, sino que necesita una nueva guerra de dimensiones globales.
Así lo enunciaba (y anunciaba) ya Henryk Grossmann, en 1929:
“El imperialismo se caracteriza tanto por el estancamiento como por la agresividad. Estas tendencias tienen que explicarse en su unidad; si la monopolización causa estancamiento, ¿cómo podemos explicar el carácter agresivo del imperialismo? De hecho, ambos fenómenos tienen sus raíces en última instancia en la tendencia a la descomposición, en una valorización imperfecta debido a la sobreacumulación. El crecimiento del monopolio es un medio para mejorar la rentabilidad mediante el aumento de los precios y, en este sentido, es solo una apariencia superficial cuya estructura interna es una valorización insuficiente vinculada a la acumulación de capital.
El carácter agresivo del imperialismo también se deriva necesariamente de una crisis de valorización. El imperialismo es un esfuerzo por restaurar la valorización del capital a cualquier precio, para debilitar o eliminar la tendencia a la ruptura. Esto explica sus políticas agresivas en el país (un ataque intensificado a la clase trabajadora) y en el extranjero (un impulso para transformar naciones extranjeras en afluentes). Esta es la base oculta del estado rentista burgués, del carácter parasitario del capitalismo en una etapa avanzada de acumulación. Debido a que la valorización del capital falla en los países en una etapa dada y más alta de acumulación, el tributo que fluye desde el extranjero adquiere una importancia cada vez mayor. El parasitismo se convierte en un método para prolongar la vida del capitalismo.
La oposición entre el capitalismo y sus fuerzas de producción es una oposición entre el valor y el valor de uso, entre la tendencia a una producción ilimitada de valor de uso y una producción de valores limitada por los límites de la valorización” [del romanticismo al revisionismo.- superproducción, crisis y derrumbe del capitalismo.-9.-la superproducción absoluta de capital: Henryk Grossman (nodo50.org) pgs. 90-91. Grossmann era el marxista que entonces, a mi juicio, mejor supo entender la formulación marxiana de la tendencia al derrumbe capitalista].
La Guerra Total se ha evitado hasta ahora por su carácter nuclear, es decir, debido a las consecuencias de catástrofe global sin vencedores que acarrearía, si bien todas las tendencias sistémicas nos han arrastrado hacia ella, y nos encontramos ya sumergidos en sus primeras manifestaciones, que han venido gestándose con la otanización de toda la Europa del Este, más las batallas contra Rusia en Georgia, Chechenia, Yugoslavia y Azerbaiyán, entre otros lugares, hasta su principio de eclosión con la ofensiva en Ucrania.
Ese mortífero derrotero se hace aún más probable si se considera que con la degeneración del capitalismo va también impresa la decadencia de su potencia dominante a escala planetaria, la cual está empeñada en dividir al mundo en dos bloques, los que aceptan sus órdenes y los que no, para emprender la destrucción de las formaciones socio-estatales y alianzas capaz de relevarle, especialmente China y sus redes de interconexiones planetarias (aunque para ello tenga que deshacerse primero de Rusia). En ese objetivo obliga a todos sus subordinados a la autodestrucción económica y bélica (como la UE, Australia y Japón ejemplifican patéticamente).
Pero un nuevo ciclo de guerra de tales dimensiones requiere además un nuevo ciclo de fascistización o nazificación, así como de una renovada complicidad total de la (neo)socialdemocracia. También, como acabo de decir, de la militarización de todas las formaciones socioestatales subordinadas directamente a EE.UU. (alineadas en su “bloque” contra el mundo emergente, cual Eje del Caos contra la Gran Alianza de Estabilidad y Mutuo beneficio en las relaciones internacionales que busca China).
Esta es, precisamente, una declaración de la Oficina de Información del Consejo de Estado de la República Popular China[5]:
“El fascismo corporativo o corporativismo fascista es la única manera que concibe el capitalismo occidental de organizar la sociedad para ponerla al servicio de decisiones centralizadas del gran capital.
Es la reacción de occidente frente a los logros de la planificación económica del socialismo del pueblo chino organizado en su Partido Comunista.
Las erráticas dinámicas del ‘mercado’ han ido derivando en cada vez una mayor concentración de capital en cada vez menos manos. Una centralización nada democrática que pretende dirigir la política sin tener que sostener el costoso circo mediático de la democracia representativa burguesa.
La guerra y el complejo militar de EEUU se convierten en vectores de fuerza mayor que someten todo occidente al fascismo corporativo que ya vemos funcionar a pleno rendimiento a un año de la respuesta rusa a 8 años de provocaciones nazis en el Donbass por indicaciones de la OTAN.”
El fascismo-nazismo que se está creando desde los centros neurálgicos otaneros en esta fase histórica, no será a buen seguro una repetición del que se forjó en el siglo XX, sino que adquirirá formas nuevas, inadvertidas para una parte importante de la población hasta que no caiga dentro de su red de araña (incluso hasta ahora en buena medida las opciones fascistas o parafascistas que crecen en el campo electoral, vienen cumpliendo el papel del ogro en los cuentos de miedo, con el fin de hacer ver a la “neo socialdemocracia” como aceptable, o al menos un mal menor al que hay que apoyar frente al ogro). Pero es ya un hecho la familiarización y lenta aceptación del fascismo del siglo XXI que van adquiriendo las poblaciones europeas, las cuales apoyan o asisten con resignación a medidas laborales, sociales, migratorias, fiscales, monetarias, financieras y bélicas cada vez más atroces promovidas desde los órganos de mando de la UE-OTAN (la primera al servicio de la segunda) y sus Estados miembros.
Como quiera que sea, debe quedar claro, en definitiva, que en la coyuntura de Guerra Total el Sistema no puede andarse con discrepancias democráticas y necesita un cierre de filas de todas las izquierdas del capital o izquierdas integradas (“compatibles”, como las designó la propia OTAN, y a menudo “creadas” o recreadas –remodeladas- por ella misma –ver nota 2-). Y a eso estamos asistiendo hoy: al seguidismo, por pasiva como por activa, de la OTAN por las izquierdas del Sistema. La neosocialdemocracia, tanto al frente de gobiernos como en la oposición se ve, una vez más, como la más decidida belicista. Junto a ella, la neoizquierda, partidos verdes, nacionalistas e independentistas, así como partidos comunistas, aplauden a nazis ucranianos, no se rebelan contra el militarismo-armamentismo otanero, cuando no directamente aprueban o se muestran a favor de aumentar los presupuestos militares y de enviar sin cesar armas a unas u otras guerras, y especialmente a la de la OTAN contra Rusia en Ucrania. Todo ello al tiempo que secundan (o aceptan) el bloqueo a Rusia y la auto-supresión de suministro energético, en lo que a todas luces constituye el suicidio económico pero también político de Europa, en detrimento acelerado de su posición en el mundo. Suicidio en buena parte explicable porque se trata de un pseudocontinente invadido por EE.UU. desde la II Guerra Mundial (con decenas de bases militares esparcidas por buena parte de su territorio, albergando algunas de ellas armas nucleares), además de estar cada vez más vinculado a la economía ficticia estadounidense.
De ahí que la denuncia de las guerras capitalistas sólo servirá de algo (nunca los movimientos contra las guerras o para la paz han impedido una guerra, porque éstas no tienen razones “personales”, no están vinculadas a consideraciones éticas o de valores, sino a razones estructurales, generadas por el sistema capitalista, como parte de la violencia que han promovido todas las sociedades desigualitarias), si se señalan al tiempo las causas estructurales, a menudo cíclicas, que llevan a ellas y los objetivos que a través de las mismas persigue la clase capitalista en cada lugar y momento, de tal manera que con ello se pueda convocar a crecientes partes de la población para oponerse a tamañas matanzas, lo que a su vez y a la postre pasa necesariamente por la oposición al propio sistema que las genera.
Mas no, nuestras izquierdas integradas, sean “viejas” o “nuevas” e institucionales o no, en el mejor de los casos se pronuncian por no pronunciarse, y dan claras muestras de no (querer) entender nada de lo que se juega en el mundo ni apuntar nunca a las causas profundas que subyacen a cada acción bélica. Por otra parte, a las que supuestamente desempeñan el papel de encarnar el purismo revolucionario, haciendo gala del izquierdismo[6] más inconsciente y cómplice, como la mayor parte del anarquismo y, en general, las corrientes basistas (vengan del marxismo o no), así como el trotskismo internacional[7], la OTAN cultural (que siempre sabe qué masaje hacer prevalecer en cada ámbito social y político, y que mueve estratégicamente sus piezas políticas de izquierda en cada momento) hace tiempo que les lanzó la consigna de no estar “ni con unos ni con otros” en las sucesivas guerras de destrucción, ya sea por procuración o directas, mediante “revoluciones de colores” o con intermediación de yihadistas y paramilitares, que desata EE.UU. por doquier, bien solo o con la colaboración de algunos de sus subordinados europeos, o bien poniendo a la OTAN por medio (como Imperialismo Occidental Colectivo). Afganistán, Irak, Somalia, Siria, Libia, Yugoeslavia, Yemen, Sudán… son dramáticos ejemplos de ello, como medios para destrozar la conexión productivo-comercial-financiera y de entendimiento internacional que, con todos sus defectos y problemas pretende China en el mundo (parámetros coherentes con su economía productiva planificada frente a la economía de ficción y especulativa del Eje Anglosajón)[8].
El “ni-nismo” en general se hace más peligroso cuanto que asiste tanto más impertérrito cuán impotente a la aniquilación de sociedades enteras, a la extensión de la barbarie y a las agresiones imperiales por doquier, abogando siempre por una “paz abstracta”, atemporal, imposible, sin idea alguna ni atisbo de construcción de los sujetos internacionales e internacionalistas capaces de enfrentar verdaderamente cada guerra, y carentes por tanto de análisis y fundamentos de las posibilidades y vías de la paz, que son necesariamente las contrarias de las que desatan las guerras dentro del Sistema. Sus proclamas son tan inútiles, por tanto, como una oración. Y lo son porque el resultado de la “equidistancia” (del “ni-nismo”) es invariablemente dejar las cosas como están, y a los poderes fuertes del capital global campando y destruyendo a sus anchas.
Es decir, el “ni-nismo”, como corriente potenciada por los centros globales de mando del capital, como consigna y actitud a seguir por el izquierdismo y el buenismo social hacia sus guerras, hace a éstos en general y al conjunto de la población que se atiene a tales consignas, cómplices unas veces conscientes otras ingenuos, pero necesarios, de la barbarie del capital.
“El ‘no a la guerra’ carente de una alternativa política a esta sociedad, se inscribe en la raíz de todas las guerras. Está en el comportamiento de muchos espíritus sensibles a los males de este mundo, a la vez sensualizados por las gratificaciones que la propiedad privada capitalista todavía les proporciona, subyugados por las magnificencias del capitalismo, pero que no quieren sus necesarias consecuencias. De ahí que se conformen con la sola protesta fácil, nacida del mero sentimiento negativo (tanto más débil cuanto más festiva y pacífica) de lo que no se quiere que pase en una sociedad que consideran suya y contribuyen a sostener ilusionando a los demás con su propia ilusión en el ‘nunca más’ de lo que, sin embargo, vuelve a suceder una y otra vez.” [guerra de Irak 2003.- 08 La lucha por la paz es inseparable de la lucha por hacer prevalecer los principios científicos del proletariado como clase (nodo50.org)].
La imprescindibilidad del movimiento comunista
Porque la PAZ en su pleno sentido (no como ausencia de estallidos de conflictos ni como sumisión consentida) significa la eliminación de las desigualdades y opresiones. Y en el camino de su conquista a veces hay que apoyar intervenciones militares defensivas y ciertas acciones virulentas, poco agradables, poco “light”, de las propias luchas de clase. Porque la Política en grande no es un baile de salón en el que los intereses antagónicos de la clase dominante respecto del resto de la sociedad se resuelven con charlas y buenas intenciones. Porque, como dejan entender las palabras de mi querido Brecht con las que se iniciaba este artículo, las élites del capital van a seguir haciendo la guerra y cada vez con más intensidad según se les acaban los recursos básicos, se les estrangula el combustible del valor y desciende la tasa de ganancia real, productiva. Por mucho que nos empeñemos en cerrar los ojos y decir “no a la guerra” y “ni unos ni otros”. Por eso se trata perentoriamente de organizarse para lo que nos viene, por eso resulta imprescindible saber ubicarse en el tablero geopolítico donde se juega el destino de los pueblos, el de la verdadera PAZ y el de la soberanía, saber a quién apoyar en cada momento frente al Imperio OTAN, quién se está defendiendo y quién atacando a pesar de las apariencias, junto a quién hay más posibilidades de conseguir el fin de unos u otros estallidos bélicos, por mucho que su realidad sociopolítica no sea nuestro ideal.
Viene al caso recordar una vez más las palabras que Lenin pronunciara en 1915:
“Nosotros los marxistas nos diferenciamos de los pacifistas, así como de los anarquistas, en que nosotros reconocemos la necesidad de analizar históricamente (desde el punto de vista del materialismo dialéctico de Marx) cada guerra por separado.”
Y en 1917:
“Nosotros los marxistas no somos adversarios incondicionales de cualquier guerra. Nosotros decimos: nuestro objetivo es la instauración del socialismo que, al eliminar la división de la humanidad en clases, al eliminar toda explotación del ser humano por el ser humano y de una nación por otras naciones, eliminará indefectiblemente toda posibilidad de guerra en general.”
Si hay una cosa que parece clara, es que en el juego a muerte que el capital desata contra la humanidad en estos momentos, la Guerra que engorda en el escenario mundial y la Violencia contra las condiciones de vida de la fuerza de trabajo, tienen cada vez una tendencia más pronunciada a barrer al conjunto de “izquierdas del sistema” del protagonismo político relacionado con la acción reactiva de las poblaciones en los próximos lustros. Porque ya han demostrado esas izquierdas que no tienen nada real, eficaz, que oponerle a la creciente barbarie del capital, al haberse integrado mansamente (como a la postre quería la burocracia socialdemócrata de la II Internacional) en las dinámicas (hoy ya decadentes, eso sí) de acumulación de capital.
Así que, para enfrentar esa barbarie, para transcender este estado de cosas, se perfila cada vez más necesaria para el conjunto de sociedades del mundo una nueva denuncia de la complicidad de la totalidad de las izquierdas integradas, en todas sus vertientes y caras (incluidas las “izquierdistas”), denunciando específicamente el papel de las organizaciones herederas de la II, III y IV Internacionales en el entorpecimiento o en el enfrentamiento directo contra el movimiento comunista de la humanidad. Sería de gran ayuda para ello la elaboración de un nuevo Folleto Junius enriquecido, en orden a buscar la articulación de un más desarrollado Zimmerwald, que agrupara a la izquierda integral, altersistémica, comunista, con la intención, pudiera ser, de desembocar a medio plazo en una nueva Internacional. Porque el movimiento comunista está forzado a modificar sus expresiones políticas históricas en función de los logros que el enemigo de clase haya obtenido en la absorción, inoculación, cooptación o derrota de sus expresiones anteriores.
Saber en cada momento decantarse en la fina línea que separa el izquierdismo estéril y a menudo funcional al Sistema, por un lado, la política integrada y connivente, por otro, de la praxis efectivamente revolucionaria o transformadora, deviene prioridad estratégica del movimiento comunista de la humanidad, a partir de las nuevas expresiones político-sociales de masas que va a tener que volver a levantar.
Pero una Internacional no se puede lanzar desde el espontaneísmo de grupos minoritarios. Ese camino sólo es transitable a través de grandes fuerzas de masas organizadas, en diversos lugares a la vez, o bien desde la toma del Estado por parte de alguna poderosa organización dirigente, a ser posible en más de una formación socio-estatal. Chávez lo intentó sin demasiada claridad programática, sin fuerzas suficientes y sin apoyos internacionales en ese momento. China, sin embargo, podría llevar a cabo hoy esa tarea si de una vez se decidiese a emprender un internacionalismo claro y contundente, para empezar con las formaciones sociales en transición al socialismo.
No obstante, intentar preparar las condiciones locales, en cada lugar, para poder apoyar un proyecto así, sí puede ser tarea a nuestro alcance. De hecho, esta es hoy parte substancial de cualquier esfuerzo que busque la supervivencia y unas condiciones de vida dignas para la humanidad. Sólo la vía comunista nos podría llevar hasta esa meta. Lo que en el corto plazo significa la confluencia de organizaciones y gentes de praxis comunista, la suma de fuerzas altersistémicas en cada lugar, primero que todo para la protección de las poblaciones y a través de ello para su concienciación y organización social transformadora, camino de la auténtica democracia (la que no es compatible con desigualdad ni explotación) capaz de enfrentar verdaderamente las guerras del capital.
Hoy ya no puede haber duda de que la (neo)socialdemocracia (como la neoizquierda), el fascismo y la guerra van de la mano contra el Movimiento Comunista de la Humanidad. O queda claro esto o no sólo el movimiento comunista tendrá más posibilidades de caer aniquilado, sino que asistiremos a una brutal acentuación de la barbarización social, de la guerra y del caos sistémico. Algo que, a todas luces, ya estamos sufriendo.
Andrés Piqueras 3 de abril de 2023
En memoria de mi entrañable amigo y compañero Marcos González Sedano, con quien escribí en 2015, en el centenario del Folleto Junius, unas breves líneasal respecto del mismo, aplicadas al momento. “París, la Guerra Imperial y el ‘Folleto Junius’”.
NOTAS
[1] Hay mucha documentación al respecto, aunque dadas las características de este texto, indicaré algunas referencias cortas pero bien esclarecedoras, comenzando por la de Albert Rosés, El capitalismo alemán: los orígenes del nazismo – Archivos de la Historia (archivoshistoria.com) y la muy reciente del Diario Octubre, ARTEKA. El capital industrial y fascismo: una amistad forjada en acero | Diario Octubre (diario-octubre.com). Nos cuentan en ellas cómo el nazismo-fascismo no sólo fue un engendro de la gran burguesía nacional y anglosajona, sino cómo se ganó a las masas mediante la fusión monstruosamente adulterada de los dos movimientos más importantes del siglo XIX y principios del XX: el nacionalismo y el socialismo. Más enlaces significativos: Cómo algunas empresas estadounidenses colaboraron con los nazis | Cuba Si; Siemens y el nacionalsocialismo (o la cárcel de los trabajadores) / Nodo50. Contrainformación en la Red; https://vermelho.org.br/2020/01/06/bayer-fiat-volks-siemens-ibm-os-aliados-de-hitler-e-do-nazismo/; Deportados.es; El papel de las grandes empresas en el Holocausto – Derecho Penal Online
[2] Llamo OTAN cultural al conjunto de políticas, actividades, acciones e infiltraciones que como complemento de la intervención política directa contra los partidos y organizaciones comunistas, fueron realizadas por la OTAN junto a los diferentes servicios de inteligencia de los países en ella incluidos, y especialmente el Eje Anglosajón (EE.UU.-Inglaterra), destinadas a implantar un pensamiento y sus correspondientes formas de proceder entre la población europea primero y resto del mundo después, afectando también a las políticas partidistas, sindicales y movimientistas, para hacerlas compatibles con el dominio y la forma de capitalismo que exportaba EE.UU. Lo cual conllevó desde el principio de la Guerra Fría la intervención en ámbitos académicos, artísticos, literarios, políticos, asociativos, etc. (que tuvo en la Universidad el toque de batalla dado con el Manifiesto Powell -https://rebelion.org/el-memorando-confidencial-de-lewis-f-powell-1971-o-del-acta-de-nacimiento-del-neoliberalismo-organizado/- contra el pensamiento comunista en las aulas –seguido más tarde en Europa por el Plan Boloña-), y que ha supuesto durante más de 7 décadas la penetración e infiltración de organizaciones de todas esas índoles, cuando no la creación ad hoc de otras para coadyuvar a los mismos fines. Todo esto ha sido bien detallado en la actualidad por Francis Stonor, de quien tomo la designación de “Otan cultural”, en La CÍA y la Guerra Fría cultural (http://www.abertzalekomunista.net). También Gabriel Rockhill, desde una mirada marxista, da cuenta en terrenos más acotados de ese proceso en diferentes textos (ver, por ejemplo, https://conversacionsobrehistoria.info/2022/09/02/la-cia-y-el-anticomunismo-de-la-escuela-de-frankfurt/, https://canarias-semanal.org/art/33563/gabriel-rockhill-la-industria-de-la-teoria-global-capitalista-al-descubierto-video. Y este con más que significativo título: The U.S. Did Not Defeat Fascism in WWII, It Discretely Internationalized It.” CounterPunch (October 16, 2020).
El exitoso desarrollo de esta ofensiva es lo que permite explicar, por ejemplo, la complicidad de la absoluta mayor parte de la izquierda europea con los planes y acciones de la OTAN en la actualidad, especialmente en su guerra contra Rusia por intermediación de Ucrania. Véase también, verbigracia, el trabajo de Gil de San Vicente, del que extraigo estas palabras:
“La OTAN está desarrollando programas de penetración en Universidades e institutos de secundaria; (…) Nos enfrentamos a una propaganda de carácter teológico: se establece una verdad a base de repetir los mensajes hasta que se ha normalizado como dogma; a partir de entonces, quien se salga de ellos es considerado un hereje (…) Los «delicados eufemismos» de la CIA y otros servicios para aumentar la alienación social eran uno de los primeros indicios de que la OTAN empezaba a ver la necesidad de mejorar su terrorismo múltiple, y uno de sus objetivos inmediatos era ganar la «guerra por el sentido» para lo que tenía que, entre otras urgencias, desprestigiar el marxismo, derrotar al antiimperialismo creciente y pulverizar a los pueblos que avanzaban al socialismo. En el primer paso había que ocultar el imparable efecto concienciador que tenía la bomba heurística del concepto marxista de ‘industria de la matanza’ (para designar la maquinaria productiva, industrial-bélica del capitalismo y sus consiguientes guerras)” [Vencer en la guerra cognitiva (observatoriocrisis.com)].
[3] Lenin, que entonces no sabía de quién era la autoría del Folleto, además de elogiarle y prodigar numerosas consideraciones sobre el mismo, le hace el siguiente comentario crítico en 1916:
“El defecto principal del trabajo de Junius, lo que lo hace inferior a la revista legal (aunque inmediatamente suprimida) Internationale, es su silencio respecto a la conexión entre el social-chovinismo (el autor no utiliza este término ni el menos preciso de social patriotismo) y el oportunismo. El autor habla con acierto de la “capitulación” y caída de la socialdemocracia alemana y de la ‘traición’ de su ‘dirección oficial’, pero no va más allá. Internationale, en cambio, criticó al ‘Centro’, es decir al kautskismo, y correctamente lo ridiculizó por su cobardía, su prostitución del marxismo, su servilismo hacia los oportunistas. (…) ¡Ni el Folleto Junius ni las tesis dicen una palabra acerca del oportunismo o el kautskismo! Este es un error teórico, porque es imposible explicar la ‘traición’ sin ligarla al oportunismo como tendencia que posee una larga historia, la historia de la Segunda Internacional. Es un error político porque es imposible comprender la ‘crisis de la socialdemocracia’ y superarla sin clarificar el significado y rol de dos corrientes: la explícitamente oportunista (Legien, David, etc.) y la tácitamente oportunista (Kautsky y Cía.)”. Rosa Luxemburgo – Acerca del folleto Junius, por Lenin (archivochile.cl)
[4] A partir de la plena integración socialdemócrata al orden capitalista, el concepto de izquierda se resintió gravemente y para albergar en adelante algo de su tradicional significado hubo que ponerle apellidos: “altersistémica”, “transformadora”, “revolucionaria”, “radical” o, como preferimos utilizar aquí, “integral”. Sin embargo, todos esos apellidos pueden desgajarse del término “izquierda”, para marchar solos en busca de nuevas coagulaciones simbólicas y conceptuales, si con ello se ayuda a evitar el confusionismo que promueve hoy el Capital al respecto. Teniendo en cuenta que cualquier término que se utilice se convierte en etiqueta vacía si no incluye contenidos práxicos de carácter vital y estratégico respecto a un objetivo básico: la transformación o construcción social en pro de las grandes mayorías, la que se da en la Política en grande y necesariamente pasa por la superación del capitalismo a través del socialismo.
[5] Es de gran interés, a mi entender, prestar cuidadosa atención a lo que está diciendo China en los siguientes documentos:
A «La hegemonía estadounidense y sus peligros» (https://www.fmprc.gov.cn/mfa_eng/wjbxw/202302/t20230220_11027664.html)
B. «Documento Conceptual de la Iniciativa de Seguridad Global» (https://www.fmprc.gov.cn/eng/wjbxw/202302/t20230221_11028348.html)
C. “Posición de China sobre la Solución Política de la Crisis de Ucrania” (https://www.fmprc.gov.cn/esp/zxxx/202302/t20230224_11030757.html).
[6] El ”izquierdismo” se ha descalificado y definido de muchas maneras, yo lo entiendo como una posición política que proclama la pureza revolucionaria y la quiere llevar a cabo sin evaluación de posibilidades, movimientos tácticos, alianzas coyunturales, tomas de partido en conflictos e incluso en luchas de clase a escala estatal como interestatal, en función de máximas invariables que no tienen en cuenta correlaciones de fuerza, grado de desarrollo de conciencia antagónica ni de sujetos colectivos que la porten, etc… Con estas premisas no es de extrañar que sus éxitos y logros en toda su historia (en transformaciones sociales efectivas, ya no digamos en “revoluciones”) hayan ascendido a la impresionante cifra de cero.
Miremos estas líneas del GPM o Grupo de propaganda Marxista (a pesar de que a menudo ellos, como trotskos no trotskistas, no se apliquen a sí mismos sus análisis –por eso aunque no coincido con su proyección práxica, que les ha llevado también a una nula acumulación de fuerzas a lo largo de los años, sí considero que vale la pena prestar atención a ciertas partes de su argumentación crítica-) al respecto de ese izquierdismo, que aquí entiendo que quedaría designado como “practicista”, para ciertos casos históricos concretos:
“Esta confusión de los comunistas de izquierda, es la consecuencia lógica del reduccionismo permanente de la lucha de clases, a su forma política cruenta entre dos enemigos declarados en un conflicto abierto, con las trincheras perfectamente delimitadas y visibles. Para el militantismo practicista tradicional —por lo general sin vocación de poder alguno, incapaz de concebir otra lucha que la meramente contestataria contra el poder ajeno establecido, anclada en la conciencia puramente negativa que se adquiere luchando contra lo que no se quiere, sin saber exactamente lo que se quiere— esta concepción de la lucha de clases es la única válida y posible. Al no concebir que pueda haber otra forma de lucha que no sea ésta, los practicistas se niegan para sí mismos, la necesidad y posibilidad de trascender su condición de clase subalterna para asumirse como clase dominante.
Los practicistas revolucionarios no comprenden que la lucha de clases pueda en determinado momento no estar planteada en términos de confrontación social física, de unos frente a otros por objetivos explícitos, más o menos evidentes, como en la guerra; no comprenden lo que pueda ser una lucha sorda, soterrada, no manifiesta, tenaz y encarnizada aunque al mismo tiempo incruenta, aparentemente inexistente e intrascendente y, sin embargo, tan decisiva como cualquiera otra, dependiendo siempre de las condiciones a transformar y de la capacidad de las fuerzas disponibles en cada bando sin trincheras visibles. Los practicistas revolucionarios jamás se atienen a las condiciones de la lucha. Para ellos, la lucha proletaria es primordial y exclusivamente una cuestión de principios y de voluntad política (…) De este modo, a los practicistas revolucionarios la lucha siempre les sorprende, no piensan ni creen que se puede y se debe prever la necesidad de esa lucha, tanto como sus formas, medios y métodos a emplear en ella. Y menos aún se les puede pasar por la cabeza ni la imaginación, plantearse luchar contra alguien a través de una alianza con él, como hicieron magistralmente los bolcheviques desde el poder en la Rusia soviética con la burguesía alemana durante la Primera Guerra Mundial, o con la pequeño burguesía durante la N.E.P.
Como si la lucha económica por el control y el registro en las empresas confiscadas contra el sabotaje del individualismo pequeñoburgués residual en el grueso de la clase obrera —lucha que se impone desde el día siguiente a la toma del poder— no fuera una lucha política estratégicamente decisiva; como si al principio de la construcción del socialismo, el necesario desarrollo de las fuerzas sociales productivas no descansara casi exclusivamente en el esfuerzo de su componente subjetivo fundamental: el factor humano en términos de conciencia, esfuerzo, organización y disciplina en el trabajo” [evolucionismo reformista y gradualismo revolucionario (nodo50.org)].
[7] El trotskismo se enfrentó desde su mismo nacimiento al movimiento comunista de la humanidad, o en el mejor de los casos lo entorpeció, pero hace ya tiempo que se ha convertido en un ariete otanero internacional contra cualquier manifestación de soberanía y lucha por sacudirse explotaciones en el mundo, posicionándose casi invariablemente del mismo lado del Eje Anglosajón y la red sionista mundial en cada batalla de clases y conflicto bélico (ver estas breves y sencillas consideraciones que, aunque bastante localizadas para el caso de Argentina -no por casualidad tiene allí el trotskismo tanta importancia-, ofrecen transparencia sobre ello: https://plsergio.wixsite.com/lasemanapolitica/post/dos-coincidencias-t%C3%A1cticas-con-el-trotskismo-y-cinco-diferencias-de-fondo). En cuanto al anarquismo actual, cada vez más desintegrado en grupúsculos “anarcoides” en su mayor parte creados por el Sistema o a lo menos funcionales al mismo, lleva también largo tiempo no defendiendo aquellos procesos soberanistas y quedando por pasiva y a veces por activa en el mismo lado de la trinchera otanera.
[8] En 4 entregas ha intentado explicar las claves profundas de esa guerra, para ayudar a ubicarla como Guerra Total del Imperio Occidental.
*PROFESOR DE SOCIOLOGÍA DE LA UNIVERSIDAD JAUME