(+Clodovaldo)
27 mayo, 2023
¡Qué cosas tiene la vida!: el Partido Comunista de Venezuela nunca había tenido tanta atención pública como en estos días. Hasta tendencia ha sido en redes sociales y eso a pesar de que muchos de sus líderes no las usan por ser ellas armas (aunque no precisamente melladas) del imperialismo.
Tengo la ligera impresión de que no era ese el propósito de quienes, desde el gobierno y el Partido Socialista Unido de Venezuela han querido dejar fuera de combate a su antiguo aliado. Son, por lo que se ve, tiros que han salido por la culata.
También creo que para la mayoría de los militantes y simpatizantes del proceso revolucionario esta es una pelea innecesaria, inoportuna y ajena.
Hablo por mí, aunque creo representar a muchos otros, cuando digo que me da pena admitir que se haya ejecutado una estratagema tan ramplona como la del Teatro Principal para cuestionar la dirección actual del PCV. Me parece que hasta para las maniobras políticas hay que usar un poco más la cabeza, sobre todo si se trata de un gobierno que tanto ha tenido que luchar contra los autoproclamados y los interinos.
También afirmo que da hasta risa ver que grandes medios de comunicación del más rancio statu quo, nacionales y globales, rabiosamente anticomunistas todos ellos, hayan dedicado sus espacios y tiempos a defender al PCV. Y hace todavía más gracia ver al PCV haciéndose eco de esos cuestionables apoyos.
Estamos aquí ante el divorcio de una pareja tóxica que se ha soportado mutuamente durante un largo matrimonio. De pronto, cada uno saca a relucir las ácidas críticas que ha ido añejando respecto al otro. Viendo la pelea desde la barrera, inevitablemente, se llega a la conclusión de que nunca se quisieron. Se casaron por conveniencia y se mantuvieron juntos «por los muchachos».
Como suele pasar en estas separaciones traumáticas, se dicen muchas verdades, pero también se incurre en graves infamias. Ya que van mezcladas, amalgamadas, entreveradas, a veces es difícil distinguir unas de otras.
La postura del PCV
El PCV, desde su posición de partido de cuadros y con su habitual actitud de ser dueño de la verdad absoluta en materia de marxismo ortodoxo, acusa al gobierno y al PSUV de desarrollar una política neoliberal y antiobrera (nota: esta última palabra no puede faltar en el discurso de un comunista radical que se respete). No se incluye en estos alegatos el hecho de que el gobierno de Nicolás Maduro ha tenido que hacer grandes concesiones en ese campo, sin las cuales muy probablemente no se habría podido mantener en el poder y este estaría hoy en manos de la más recalcitrante de las derechas proimperialistas, con todas las consecuencias internas y geopolíticas que ello significaría.
Por cierto, esto lo debe entender cualquiera que -como es norma entre los comunistas- estudie a fondo la realidad política, incluyendo sus contextos económico, político y cultural, tanto nacional como global. Me parece que muchos lo entienden, pero aparentan no hacerlo.
Para los pecevistas es muy difícil admitir que si Maduro se hubiese guiado por las líneas económicas emanadas del Comité Central, el país estaría, en el mejor de los casos, en una situación parecida a la de 2014-2017, con desabastecimiento, escasez, colas, hiperinflación y la derecha violenta en las calles, lanzando puputovs. Y, en el peor de los casos, el gobierno bolivariano ya sería historia y solo quedarían por ahí eso que Miguel Ángel Pérez Pirela llama “los poetas expertos en componer odas para llorar las revoluciones fracasadas”.
La posición del gobierno y el PSUV
Por su lado, el gobierno y el PSUV deberían entender que esa línea de confrontación con los dirigentes del PCV no suma nada para la causa revolucionaria y, en cambio, resta mucho más que la frugal cuota electoral pecevista.
Sería pertinente que evaluaran con cabeza fría si es cierto o falso que defenestrar a los actuales directivos y tener una cúpula del PCV alineada con el gobierno va a significar más apoyo y más votos.
Nadie me está preguntando, pero en mi opinión, no. En primer lugar, porque, objetivamente, ese respaldo siempre ha sido modesto, incluso en los momentos de idilio entre el chavismo y el PCV; y en segundo lugar, porque el hecho de que se implante una dirección diferente a la que encabeza el diputado Oscar Figuera no implica que automáticamente, las bases del partido van a reconciliarse con el gobierno del presidente Maduro.
En esas bases hay muchos comunistas de vieja data, profundamente ideologizados, formados en la cultura del debate y el cuestionamiento, la contradicción y la dialéctica. Esos no van a cambiar porque les pongan otra jefatura. También hay muchos fanáticos que repiten catecismos marxistas-leninistas y se creen sus hermeneutas únicos, a tal punto de que nunca llegaron a confiar del todo en Chávez, a quien consideraban un advenedizo en esos terrenos. Y hay igualmente un componente sindical, emplazado en las primeras líneas de batalla de una clase asalariada que ha sido abandonada o traicionada (divergen las opiniones) por los dirigentes laborales del PSUV.
Divisionismo: más viejo que el gallo rojo
La controversia PSUV-PCV es típicamente política. En ella, los dos contendientes satanizan al otro y se pintan a sí mismos como los buenos. Obviamente, todo tiene su parte de verdad y su parte de mentira.
Por ejemplo, el PCV se presenta como una organización extremadamente democrática, en comparación con un PSUV autoritario y manejado por una camarilla. Pero basta revisar quiénes son hoy y quiénes eran las figuras más conocidas del PCV hace 20 o más años para concluir que en ese aspecto de la renovación, los comunistas no disponen de mucha autoridad moral para criticar a otros partidos.
Óscar Figuera tiene a su favor su imagen de hombre honesto y austero, lo que es mucho decir en este tiempo. Pero también es el sempiterno secretario general del PCV. Lleva 27 años en el cargo y empieza a acercarse al recordman, Jesús Faría (padre), que acumuló 35.
El intento de congreso “rebelde” del Teatro Principal fue deplorable. Sin embargo, si se revisa la historia del PCV se encontrará que este no es su primer divorcio con maletas puestas en la puerta de la calle. Dicho con más seriedad, tampoco ha sido propiamente un ejemplo de unidad monolítica sostenida. Por lo contrario, ha tenido unas cuantas dolorosas y traumáticas rupturas.
De hecho, su Primer Congreso (en 1946) fue una confrontación entre corrientes que tenían distintas interpretaciones del comunismo. Había un grupo al que denominaban el PCV-Bobito, liderado por Juan Bautista Fuenmayor. Eran «browderistas», pues comulgaban con las ideas del comunista estadounidense Earl Browder, un temprano impulsor de una tercera vía entre comunismo y capitalismo. Otro grupo lo integraban Gustavo Machado, Rodolfo Quintero y Luis Miquilena (jocosamente llamado PCV Macha-Mi-Qui), y un tercero, que abogaba por la unidad, lo formaban, Eduardo Gallegos Mancera, Pedro Ortega Díaz y Miguel Otero Silva. El dirigente Jesús Faría encabezaba una corriente que apoyaba a los browderistas, aunque él mismo no lo era. Desde esa posición logró conquistar la secretaría general.
[Por cierto, el hijo homónimo de este líder histórico es una de las manzanas de la discordia entre el PCV y el PSUV, pues se cuenta entre los principales impulsores de la actual política económica, la misma que los comunistas consideran antiobrera… Pero ese es un tema aparte].
Había tanta rivalidad en los enfoques que en el seno del partido coexistían dos periódicos: el mítico Aquí está y otro llamado Unidad. Luego fueron sustituidos por la aún vigente (y sobreviviente) Tribuna Popular.
Entre las mayores divisiones están las que fueron causadas por el dilema de ir o no a la lucha armada; de permanecer en ella en los años 60; y de abandonarla, a finales de esa década y comienzos de la siguiente. Una parte de los pecevistas siguió el ejemplo de Cuba y se lanzó a la aventura de la guerrilla, mientras otra parte se quedó en sus puestos de lucha política pacífica. Al gallo rojo le nació el brazo militar, las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN), pero de las grietas subyacentes surgieron el Partido de la Revolución Venezolana (PRV, liderado por Douglas Bravo, tras ser expulsado del PCV), el Movimiento Al Socialismo (MAS), La Causa R y Vanguardia Unitaria Comunista que derivó luego en Nueva Alternativa.
En todas esas escisiones, y en otras menores que ocurrieron luego, unos acusaban a los otros de pequeñoburgueses y antiobreros, y los otros a los unos, de no entender el reflujo y las contradicciones de las luchas de las masas.
En 1993, la unidad del PCV se vio sometida a otro reto, cuando se planteó apoyar la aspiración presidencial del socialcristiano Rafael Caldera, tesis que se aprobó con el clásico «pañuelo en la nariz». Se dijo entonces que el respaldo tenía su fundamento en que Caldera ofrecía romper la subordinación neoliberal al Fondo Monetario Internacional (instaurada por Carlos Andrés Pérez en su período inconcluso) y liberar a los comandantes del 4 de febrero y el 27 de noviembre de 1992.
El veterano líder de Copei (ya fuera de este partido) cumplió con esto último y se mantuvo alejado del FMI hasta finales de 1995, cuando anunció un nuevo plan de ajuste, la Agenda Venezuela. Entonces, en el PCV surgió la propuesta de abandonar ese gobierno «neo-neoliberal».
Es en este punto donde accede al poder interno la camada de dirigentes que encabeza Figuera. Cuenta la leyenda que la mayoría del Comité Central o del Pleno (la memoria es difusa en este punto estatutario, perdonen) era partidaria de salirse del famoso chiripero (porque “el gobierno había asumido una política antiobrera”, faltaría más), pero el secretario general de entonces, el médico Trino Meleán, planteaba darle un compás de espera a Caldera y seguir un tiempo más en la coalición. El problema era que Meleán estaba muy enfermo y no podía asistir a las reuniones en Caracas en las que se tomaría esa trascendental decisión. Los impulsores de la tesis de irse del gobierno calderista idearon una salida: contrataron unos buses para trasladar a Acarigua a los integrantes del Comité Central (o del Pleno, reitero la duda) y reunirlos en la residencia de Meleán para darle formalidad al retiro. Es decir, que derrotaron al secretario general en su lecho de muerte. Esto pone en evidencia que el del Teatro Principal está lejos de ser el primer episodio rocambolesco y esperpéntico en la historia del vetusto PCV.
Fue en ese tiempo, inicios de 1996, cuando ocupó Figuera el cargo del malogrado (y derrotado) Meleán. Desde entonces ha sido ratificado ya en varias oportunidades, según la normativa interna del partido.
No hay por qué dudar que Figuera ha sido reelecto en buena lid. Sin embargo, luego de más de un cuarto de siglo no es algo inusitado que en el PCV pueda haber individuos e, incluso, corrientes que quieren cambiar a su cúpula. Es más, con lo ocurrido en la extraña actividad del Teatro Principal ha quedado claro que ese partido ha expulsado a unos cuantos dirigentes y militantes en los últimos años y no estamos al cabo de saber si fue por motivos justos o por meras disputas endógenas. Vaya usted a saber.
Según aseguran algunos “gallólogos”, ese descontento bien podría conducir a nuevas escisiones, sin necesidad de que el gobierno o el PSUV se pongan a dar casquillo ni de que los medios de comunicación del Estado asuman el tema como si se tratase de un cisma en el Partido Comunista de China. Bueno, cada loco con su tema.
Vocación hegemónica
¿Por qué el PSUV se empeña en mantener al PCV en una órbita satelital? Para responder a esta interrogante hay que volver a 2006-2007, cuando el comandante Chávez propuso que el nuevo partido, sucedáneo del Movimiento Quinta República (MVR), fuese -dicho sin suavizantes- el partido único de la Revolución.
Importantes dirigentes del PCV acataron el llamado y dejaron décadas o años de militancia para sumarse al PSUV, entre ellos María León, Roberto Hernández Wohnsiedler y Jesús Faría (hijo). Otros notables comunistas prefirieron mantenerse en su viejo partido con un alegato casi irrefutable: el PCV es, ontológicamente, una organización del proletariado y el campesinado, mientras el PSUV tiene la vocación de un típico partido policlasista.
A Chávez no le cayó nada bien esa decisión, y llegó a asumir actitudes bastante antipáticas con los comunistas insumisos, recordándoles su pasado calderista y acusándolos (injustamente, esa es la verdad) de haber apoyado la venenosa reforma de la Ley Orgánica del Trabajo de 1997. No obstante, esas invectivas del comandante, el PCV siempre apoyó las candidaturas de Chávez y formó parte del Gran Polo Patriótico (GPP), la coalición del PSUV con sus partidos aliados. “Son comunistas, no pendejos”, decía un padre putativo que tuve, que fue dirigente del PCV y resultó expulsado en los años 90.
La fisura inicial ha ido ensanchándose desde el fallecimiento de Chávez y llegó al punto de ruptura en 2020, cuando el PCV le retiró su respaldo a Nicolás Maduro. A partir de enero de 2021, la enemistad se hizo evidente por los constantes roces entre Figuera y el presidente de la Asamblea Nacional, Jorge Rodríguez, en torno al derecho de palabra y los votos en contra o salvados en el Parlamento. Lo que muchas veces lució como un atajaperros de carajitos peleones en la escuela, terminó abonando al terreno de la separación de los dos aliados.
Ya en 2022, la dirigencia pecevista, especialmente la del campo sindical, ha entrado en permanente confrontación con el Ejecutivo, debido a la realidad salarial. El epíteto “antiobrero” ha sido repetido hasta el cansancio.
En lo que va de este año, esa conflictividad se ha enconado y así es como hemos llegado a este escenario en el que han aparecido unos supuestos dirigentes y militares descontentos del PCV, que cuestionan al grupo dirigente y lo acusan de estar al servicio de las estrategias de la derecha en contra de la Revolución venezolana.
Para añadir más elementos de discordia, agentes del PSUV han reincidido en la desleal práctica de pretender encasquetarles sus figuras caídas en desgracia a otros partidos e individualidades, ocupando Rafael Ramírez un lugar muy especial en esta lista. El exministro es presentado por estos voceros como una ficha del PCV, cuando los hechos delictivos y las traiciones de las que se acusa a ese señor datan de la época en que era habitante de la azotea más alta del PSUV. Sería bueno para todos que cada quien asuma su barranco respecto a ese tema, como ya lo han hecho el presidente Nicolás Maduro y el vicepresidente del partido, Diosdado Cabello.
Colofón
El altísimo filósofo político Rigoberto Lanz planteó en el prólogo de un libro de Louis Althusser, significativamente llamado Lo insoportable en el Partido Comunista (pero, ojo, referido al partido francés, no a otro) que “toda iglesia marxista inventa su discusión para no discutir”.
Más adelante señala que el debate en el seno de un proceso de cambio debe ser ideológico e ir al fondo. “Si ello produce escándalo y aspavientos, no hay de qué preocuparse. La revolución pasa por la demolición de los viejos mitos” y alerta contra el oportunismo implícito en la “verbalización revolucionaria sin contenido”.
Ese libro fue publicado casi artesanalmente en 1979, tras ser traducido del francés por Iván Padilla Bravo y otros presos políticos del Cuartel San Carlos. Como uno de los grandes visionarios venezolanos que fue, en ese texto Lanz parecía estar atisbando nuestros tiempos de cuatro décadas después. ¿Será?
(Clodovaldo Hernández /LaIguana.TV)