Simplemente observemos
La historia de la Organización de Estados Americanos (OEA) comienza desde el foro de la Unión Internacional de Repúblicas Americanas, fundada en la I Conferencia Internacional Americana de 1890. Durante mucho tiempo se le estuvo llamando Unión Panamericana, hasta finalizada la Segunda Guerra Mundial, cuando toma el nombre que lleva actualmente. La OEA fue creada hace más de setenta y cinco años, el 30 de abril de 1948. Desde ese día —con el peso de notables modificaciones a su Carta en 1970— se le considera un bastión de la política exterior de Estados Unidos (EE. UU.), cubriendo su prepotencia cuando este impone, o trata de imponer, puntos de vista y/o dictar leyes hegemónicas a sus miembros de Latinoamérica y el Caribe.
Así, por ejemplo, recordamos el golpe de Estado al presidente nacionalista de Guatemala Jacobo Árbenz, en 1954; el golpe de Estado contra el presidente justicialista argentino Juan Domingo Perón, en 1955; la invasión de mercenarios cubanos por Playa Girón, Cuba, en 1961, bajo la orden de EE. UU.; el golpe de Estado dado al presidente brasileño João Goulart, en 1964; la invasión militar a la República Dominicana por parte de EE. UU., que derrocó al presidente democrático Juan Bosch en 1965; el golpe de Estado contra el presidente chileno Salvador Allende, en 1973; el derrocamiento y asesinato del presidente de Granada Maurice Bishop, en 1983; el golpe de Estado al gobierno constitucional del presidente venezolano Hugo Chávez Frías, en 2002; el intento de magnicidio contra el actual presidente de Venezuela Nicolás Maduro, el 4 de agosto de 2018; o el golpe doble de Estado contra el presidente boliviano Evo Morales, en 2019. Al respecto, la OEA siempre se ha cruzado de brazos en relación con estas atrocidades, lo que denota una indudable connivencia con lo que es capaz de hacer EE. UU.
Estas son algunas de las tantas pruebas que existen en América Latina y el Caribe que demuestran que la OEA ha fundamentado el intervencionismo de la Casa Blanca, permitiendo la acción de la línea rígida de Washington contra sus propios miembros. Hoy en un ambiente político corrupto que socava la estabilidad democrática de países miembros como Perú y Ecuador, la OEA adopta la postura de tirar la piedra y esconder la mano. Con Venezuela y Cuba, exmiembros de la OEA, falsea rabiosamente la lucha revolucionaria de ambos pueblos con desenfrenada posverdad.
¿Qué hacer con la obsoleta OEA? Hay que desprenderse de ese foro que está viviendo sus últimos momentos o los últimos instantes de un organismo que ya no sirve para nada, según el decir del presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador. No olvidar que las garras de la OEA dan vértigo a cualquier persona sensata que, sin importar su ideología, no puede ignorar que en la Comunidad de Estados Latinoamericanos y el Caribe (Celac) se perfilan fórmulas de convivencia pacífica y de seguridad para Latinoamérica.
J. J. Álvarez