‘La salsa de Federico Betancourt y su Combo Latino’, José Luis Basulto y Gherson Maldonado
Es el nuestro un país de episodios difusos, incluidos en la narración de un viejo y olvidadizo declamador, el cual, si bien distrae a la galería con un resto de fabla estentórea, tiende a reincidir en la omisión de hitos. No llega a entenderse al final (o sea, en el presente) por qué algunos capítulos parecen repetirse y otros brillan por su ausencia.
Si esto sucede con los hechos propiamente dichos, mal podría aspirarse a un recuento de los detalles accesorios, aquellos que en la construcción informativa configuran el aporte sensorial, matiz alegórico que contribuye a cerrar las imágenes en la mente del escucha. ¡Cómo nos falta a los venezolanos una relación sensorial de nuestra crónica republicana!
Poco a poco, sin embargo, esa deuda se va amortizando. Pese a tantas circunstancias que hoy atentan en su contra, la historia visual, auditiva o gustativa se rearma gracias al influjo de una memoria colectiva que, como ciertos elementos no degradables, inevitablemente termina por manifestarse.
Hablamos, por ejemplo, del libro ‘La salsa de Federico Betancourt y su Combo Latino’, editado por El Perro y la Rana, que aúna intenciones para recuperar la historia de uno de los grupos pioneros en el establecimiento del género musical más popular en el ámbito urbano caribeño. Meritoria agrupación tanto por su particular tributo sonoro como por su gravitación en la etapa formativa del movimiento salsero, la de Betancourt se vincula con varios hitos, ninguno tan relevante como el de supuesto acuñador del vocablo que dio nombre al género.
Contra la tendencia tiránica de una referencia como ‘El libro de la salsa’, de César Miguel Rondón (1979), rubricada por el impacto que supuso la lujosa reedición de 2004, la tarea exige visiones complementarias de un fenómeno con infinitas aristas. A esa empresa han aportado en nuestro país, con mucho menos estruendo, obras como ‘El vínculo es la salsa’ (Juan Carlos Báez, 1989), ‘Bailando en la casa del trompo’ (Lil Rodríguez, 1997) o ‘La salsa en Venezuela’ (Alejandro Calzadilla, 2003), sin olvidar el perenne aporte de la revista ‘Swing Latino’, que desde 1977 cultivó el periodista Ángel Méndez.
‘La salsa de Federico Betancourt y su Combo Latino’ consigue ahondar en ciertas profundidades de este océano expresivo a través de la mano de dos vigías (los periodistas Basulto y Maldonado) y un manojo de testimonios, comenzando por el del propio capitán de la agrupación. El balance emula la bitácora de una exploración atrevida y vacilante, a ratos firme, a ratos incierta. Hay en ello la sorpresiva constatación de que las empresas más ambiciosas no mantienen el impulso inicial, de que cuando llegan a destino lo hacen más por la terquedad que por la certeza de sus conductores.
La salsa en estos primeros tiempos es, pues, una nave que boga en Caracas y el Litoral Central pero que encalla en las demás regiones del país. Mientras Betancourt rema se decreta la primera muerte del ritmo, en 1971. Llegará entonces una pausa medida, una cesura en el compás, en la que Federico se transa por un nuevo estilo. Un grupo musical, después de todo, es una maniobra de supervivencia. Volverá en 1975 y hasta 1984 equilibrará desde Venezuela, junto con la Dimensión Latina, la arremetida universal de Fania. Vivirá a partir de entonces de sus glorias pretéritas.
Esta es la crónica de una aventura sinfónica en la que el protagonismo y aún la propia interpretación se reparte entre infinitos actores. El combo de Federico –he allí un elemento a destacar como suceso social y antropológico– da cabida a lo largo de los años a talentos que convergen en tiempo y espacio, al modo de una excepcional alineación planetaria.
Los músicos, cantantes, pianistas, percusionistas, trompetistas, arreglistas, etc., que a lo largo de sus dos etapas conforman la orquesta de Betancourt dan cuerpo a una generación que entronizará el género, sus figuras merodeando en un edén musical al que siempre se puede volver aguzando los oídos: Orlando “Watussi” Castillo, Dimas Pedroza, Joe Ruiz, Carlín Rodríguez, Canelita Medina, “Negrito” Calavén, Wladimir Lozano, Enrique “Culebra” Iriarte, José Antonio Rojas, César “Albóndiga” Monges, Roberto Montserrat….
En cuanto al trabajo autoral, ‘La salsa de Federico Betancourt y su Combo Latino’ se resiente en el nivel de compromiso. José Luis Basulto, periodista cubano que estructura el testimonio de Betancourt, cumple con el encargo en la primera parte. Pero es el trabajo de Gherson Maldonado, investigador y verdadero apasionado del tema, el que confiere interés al libro, dotándolo de un cúmulo notable de información, incluida una formidable pesquisa sobre la genealogía del término “salsa”, rastreado en discos, canciones y letras del patrimonio musical caribeño hasta su estampación en el LP de 1966 (‘Llegó la salsa’), intentando dar por zanjada una polémica quizá ya ociosa a estas alturas.
La conclusión dicta que –“Fuenteovejuna, todos a una”– el crédito es del pueblo venezolano, según el propio Federico, “de la gente, de los bailadores, quienes se encargaron de empezar a identificar nuestros discos y los bailes como salsa”.