Los rostros del San Juan

En junio una fiesta multicolor se desata en Curiepe.

Cada primero de junio, la población barloventeña de Curiepe anuncia la inminencia de las fiestas de San Juan. El «repique» es un festival de belleza y color, de melaza y betún dibujados en la mirada

Jueves 1 de junio, 11:59 minutos de la mañana. Un silencio estremecedor de breves segundos en un pueblo de la costa barloventeña, es difícil de creer. Es apenas una fracción mientras todos los oídos afinan su capacidad de escucha en espera de las campanadas que indican una cuenta regresiva. A las 12 en punto el tañer acompasado desde la iglesia que suena tan… tan… tan…, dispara un bramido ensordecedor, que te deja ahogado y te eriza la piel.

Cuando empieza el mes de junio, anuncian que San Juan “va a vení”.

Es Curiepe, municipio Brión del estado Miranda, apenas doce metros sobre el nivel del mar. Tierra afrodescendiente, de negros libres, emancipados y fugitivos, que se asentaron junto a Juan del Rosario Blanco en las llanuras barloventeñas desde 1721.

La familia entera se reúne para el repique de San Juan.

Quién sabe cómo ni cuándo, un día sus pobladores decidieron cantarle y bailarle a ese santo que se hizo cimarrón luego de que la iglesia católica forzara su culto. La gente lo asumió como suyo y lo volvió milagrero y respondón, lo introdujo en la noche, en los patios, en los montes y los caminos, y lo hizo transitar el penar y el vivir de un pueblo que se entreteje entre misterios.

Cuando empieza el mes de junio, anuncian que San Juan “va a vení”. Es el repique de San Juan, antes de las fiestas grandes que se extienden del 23 al 25. El tambor mina, de cara al altozano de la iglesia Nuestra señora de Altagracia, frente a la plaza Bolívar, espera ansioso ser repicado por los laures de cují de monte, con la fuerza bruta con que sus discípulos llaman al Bautista.

El pueblo de Curiepe retumba al ritmo de los tambores.

Media hora sonará después del repique de campanas, para luego trasladarse al otro extremo de la plaza donde seguirá tronando hasta las seis de la tarde. En paralelo, en otro punto de la plaza, comienzan los culo e’ puya su sonido fragoso llamando al baile de los que saben y los que improvisan. Colores blanco y rojo van tejiendo el aire hasta enlazarse con el calor, que transforma el conjunto en un pastizal sudoroso y embriagante.

Se hace la luz. Se trafica con la espontaneidad del momento. Se encuentran las miradas. Los rostros, los gestos, los guiños emergen desde las sombras, imponen su luminiscencia y posan para la cámara, el teléfono, brindándonos esa belleza sobrenatural del pueblo llano que no necesita artificios.

La plaza Bolívar de Curiepe reúne a cientos de feligreses. 

Es imposible no apreciar lo sublime de ese ditirambo, como vemos en este ensayo fotográfico, donde hombres, niños, bailadores y mujeres, sobre todo mujeres, extienden las prendas de su hermosura natural.

La diversidad y la alegría son los elementos preponderantes de la celebracíón. 

TEXTO Y FOTOS MARLON ZAMBRANO • @zar_lon