El líder radical anticolonial ocupó el cargo de primer ministro del recién independizado Estado congoleño.
«Hemos decidido que la eliminación es nuestro objetivo más importante”, dijo el director de la CIA acerca de Patrice Lumumba. La orden se cumplió
En el continente africano hay demasiadas historias terribles derivadas del coloniaje y la expoliación de recursos. Entre ellas destaca por su crueldad y continuidad en el tiempo la del Congo, país sometido a las más deplorables prácticas por las potencias europeas, siempre con el apoyo perverso de Estados Unidos. Una de las infamias más deplorables cometidas contra el pueblo congolés fue el asesinato de quien había alcanzado, a pulso, la condición de líder nacional: Patrice Lumumba.
No deja de ser significativo que la dominación colonial del Congo, hasta ya entrada la segunda mitad del siglo XX estuviera a cargo de Bélgica, la actual capital de la Unión Europea, el ente que se vende a sí mismo como el lindo jardín del planeta, rodeado de junglas y salvajes.
Para la segunda mitad de la década de los 50, cuando Lumumba estaba apenas en sus treinta, pues había nacido el 2 de julio de 1925, renunció a una posible vida de nativo privilegiado (tuvo una buena educación y había comenzado a trabajar como periodista) y se unió a los grupos nacionalistas que reclamaban la independencia del Congo.
Fundó el Movimiento Nacional Congolés (MNC) y entró en contacto con las ideas emancipadoras que surcaban todo el continente, a través de líderes como Frantz Fanon, de Argelia, Kwame Nkrumah, de Ghana y Felix-Roland Moumié, de Camerún.
Al cierre de una Conferencia Panafricana celebrada en Acra (Ghana), proclamó que su lucha sería por «la liquidación del dominio colonialista y la explotación del hombre por el hombre».
Ese discurso marcó el destino de Lumumba, pues las autoridades coloniales belgas lo tacharon de enemigo público y comenzaron su persecución y la de su movimiento.
Durante 1959, las actividades de los grupos independentistas fueron severamente reprimidas, con un saldo de decenas de muertos, heridos y detenidos. El líder fue privado de libertad a finales de ese año y condenado a prisión en enero de 1960. Sin embargo, fue dejado en libertad luego de que el gobierno belga resolviera otorgar la independencia a su colonia en un gesto que, en su momento, se consideró sorpresivo.
El acuerdo de independencia fue muy leonino, pues el Congo, que había sido saqueado y humillado por Bélgica, quedó además con una enorme deuda precisamente con su antigua metrópoli. Lumumba denunció esta tremenda injusticia y se convirtió rápidamente en el principal aspirante a ocupar el cargo de primer ministro en el gobierno de estreno del país independiente. Así ocurrió en junio de 1960.
Aparte de imponer el vergonzoso acuerdo de la deuda, Bélgica se mantuvo conspirando en el Congo, aupando los afanes separatistas de las provincias del sur, no por casualidad las más ricas en yacimientos de minerales valiosos. Aliados con el líder de la región de Katanga, Moïse Kapenda Tshombe, los belgas lograron –con la complicidad de la Organización de las Naciones Unidas–, arrebatarle al naciente país una zona clave.
Lumumba aceleró el proceso de nacionalización del ejército, que seguía teniendo muchos mandos belgas, y ordenó la recuperación de Katanga. Invocó la unidad africana para impedir que se concretara la maniobra secesionista. En otro de sus encendidos discursos, advirtió que si caía el Congo, sería un retroceso para todo el proceso de descolonización continental.
En plena Guerra Fría y de auge del dominio estadounidense sobre Europa occidental, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) asumió un papel protagónico. Típico de sus operaciones de desestabilización, lo que ocurrió luego fue una serie de choques internos entre Lumumba, que era el primer ministro, y Joseph Kasa-Vubu, el presidente. Apelando al endeble ordenamiento legal de la recién nacida nación, ambos intentaron destituir al otro.
Lumumba, aparentemente, había ganado la pulseada, pero en diciembre de 1960,Joseph-Désiré Mobutu, un coronel que contaba con el apoyo belga y de Estados Unidos (¿cuándo no está Washington detrás de un golpe de Estado contra un gobierno soberano?), tomó el poder y desató la persecución de Lumumba para cumplir con la orden ejecutiva de la CIA de asesinarlo. Esta instrucción emanó del director del organismo de espionaje, Allen Dulles, quien en un telegrama fechado en agosto de 1960: «Hemos decidido que su eliminación es nuestro objetivo más importante y que, en las circunstancias actuales, merece alta prioridad en nuestra acción secreta».
El argumento de la CIA para instigar al magnicidio fue también típico: supuestamente Lumumba abrigaba ideas comunistas e iba a llevar al Congo a la órbita de la Unión Soviética, lo que podría inclinar a otros países africanos hacia la doctrina marxista.
El 17 de enero de 1961, Lumumba y varios líderes independentistas fueron ejecutados en la ciudad de Elisabethville, en Katanga, en un acto en el que estuvieron presentes el cabecilla separatista Tshombe y sus aliados belgas y estadounidenses. Para evitar cualquier ceremonia fúnebre, desaparecieron los cadáveres.
Luego de negarlo por décadas, tanto Bélgica como Estados Unidos han admitido su complicidad en el asesinato de Lumumba. Bruselas lo hizo en 2002 mediante una declaración en la que pidió perdón a los congoleses; y Washington en 2014, a través de una de sus habituales publicaciones de documentos desclasificados.
En 2022, la fiscalía de Bélgica entregó a la República Democrática del Congo (ahora separada de la República del Congo, tras una guerra fratricida), un diente de Lumumba, la única parte de su cuerpo que fue recuperada. Otra muestra de lo abominable que ha sido y es la historia africana, signada por el colonialismo de las “grandes democracias” del norte.
La cara bien lavada de Bélgica
Al ver las sesiones del Parlamento Europeo, con sede en Bruselas, la capital de Bélgica, cualquier persona puede sentir admiración de cómo funciona un mecanismo de integración de países que estuvieron enfrentados en numerosas guerras. Es un ejemplo de la civilización, como concepto contrapuesto a barbarie.
Y cuando leen acerca de la monarquía de este país, encabezada por el rey Felipe (hijo de Alberto II y sobrino favorito de Balduino, papá de los príncipes Gabriel y Manuel, y de las princesas Isabel y Leonor), los fans de la prensa rosa alucinan, como quien escucha un cuento de hadas.
Pero la verdad histórica es muy opuesta. Desde esa ciudad tan refinada y culta se dirigió un genocidio continuado contra el pueblo congolés. Las estimaciones oscilan entre 5 y 10 millones de asesinatos perpetrados por el régimen colonial que instauró Leopoldo II, el “dueño” del llamado Congo Belga.
Las barbaridades cometidas por los ancestros de la actual familia real fueron también de naturaleza simbólica. Por ejemplo, llevar niños y niñas congoleses a las ciudades belgas para mostrarlos en zoológicos humanos, como si fueran curiosidades antropológicas.
Y lo peor de todo es que el Congo, tristemente, ha seguido siendo, ya independiente, una neocolonia belga y de los otros muy civilizados países de la UE, esos que muestran en Bruselas y en sus cortes reales, una cara bien lavada.
CLODOVALDO HERNÁNDEZ / CIUDAD CCS