El dogma liberal y las crisis económicas

Por: Luis Britto García 


1. EL DOGMA LIBERAL Y NEOLIBERAL

Las crisis periódicas

Desde que hay capitalismo hay crisis económicas: recurrentes, destructivas, cada vez más graves. Tres soluciones se han propuesto para remediarlas: la liberal, la keynesiana, la socialista. Cada una comporta una posición con respecto al papel del Estado y del Gasto Público.

El liberalismo contra el Gasto Público

La solución liberal, basada en ideas de Stuart Mill y Adam Smith, rechaza la intervención estatal como perniciosa, la gestión económica de los entes públicos como ineficaz y el Gasto Público como negativo, porque amplía la actividad del Estado y disminuye la ganancia del capitalista que lo financia con impuestos. En consecuencia condena la emisión monetaria, el alza de los tributos, el crédito público, las medidas de protección al trabajador y las de estímulo o restricción de ciertas actividades económicas. El Estado debía ser reducido a su mínima expresión; la economía, enteramente regida por la Ley de la Oferta y la Demanda. Ante la crisis, había que esperar a que la demanda se reactivara por creación de un nuevo sector productivo, por una guerra, o por un milagro.

El gasto de consumo del Estado es proporcional al desarrollo

El capitalismo proclama estas panaceas como dogmas indispensables para el desarrollo y la abundancia. Tal leyenda es de falsedad palmaria. Estado y capital siempre han actuado en complicidad y crecido acompasadamente. El uno garantiza al otro la propiedad privada de los medios de producción, la paz laboral y la expansión imperial que asegura recursos económicos y mercados. En los países desarrollados, el Estado protege, estimula y a veces financia la economía, y consume magnitudes del PIB muy superiores a las que apropian los sectores públicos de los países en vías de desarrollo. Las estadísticas del Equipo Banco Mundial sobre «Gasto de consumo final del gobierno general (% del PIB)» muestran que la participación de los Estados en el PIB no ha hecho más que crecer. Para 1960, la media mundial era de 13,7% del PIB; para 2015, es de 17,1% del PIB. A mayor participación del Estado en el PIB, mayor desarrollo. Para 2015, Alemania presenta 19,4%, Estados Unidos 14,3%, Japón 20,4 %, Venezuela 12,01%. Según la misma fuente, los Estados de los Países de ingreso alto tienen en promedio una participación de 18,2% en el PIB; los Países menos desarrollados (según clasificación de la ONU) el 11,9%. El desarrollo es proporcional a la participación del Estado en el PIB.

El gasto público es proporcional al desarrollo

El satanizado gasto público es también proporcional al desarrollo. Alcanza 31% del PIB en promedio en los países de América Latina y el Caribe, comparado con 41.5% en los países de la Organización del Comercio y el Desarrollo Económico (OCDE (2016), Panorama de las Administraciones Públicas: América Latina y el Caribe 2017, Éditions OCDE,Paris. http://dx.doi.org/9789264266391-es). Son más de diez puntos de diferencia.

Las crisis del liberalismo

El sistema fundado sobre los falsos postulados liberales de Smith presenta sistemáticamente síntomas indeseables: superproducción que supera la demanda relativa (la de quienes necesitan un bien y disponen de medios para comprarlo) contracción de la demanda absoluta, quiebras masivas, pauperización de los trabajadores, desempleo. Según apuntó Marx en El Capital: «La marcha característica de la industria moderna, la forma de un ciclo de diez años, interrumpido por pequeñas oscilaciones, de mediana animación, producción a alta presión, crisis y estancamiento, se basa sobre la constante formación del ejército industrial de reserva o población excedente industrial, su absorción más o menos completa y su nueva formación» (El Capital. Capítulo XXIII. Ley General de la Acumulación capitalista. Producción Progresiva de un exceso relativo de población o ejército industrial de reserva. Pág. 459 y ss.).

A su vez las crisis generan desastres económicos, políticos y sociales, éstos desembocan en guerras, y éstas a veces en revoluciones. La Soviética y la China surgieron del caos del sistema capitalista que acompañó la Primera y la Segunda Guerra Mundial, implantaron el socialismo en vastas regiones, y amenazaron con extenderlo al resto del planeta.

2. CÓMO SE SUPERAN LAS CRISIS ECONÓMICAS

El gasto público compensador

Para paliar las deficiencias del capitalismo sin desecharlo, surgieron los partidarios del «gasto compensador de la actividad económica» como John Maynard Keynes, Alvin H. Hansen, Gunnar Myrdal y Harold. M. Groves, según los cuales el gobierno debe gastar lo que sea necesario a fin de asegurar un alto nivel de ingreso nacional, y para asegurar asimismo el pleno empleo o «full employment»: el uso integral de todos los factores de la producción. Afirman que en un sistema de empresa privada el sector público puede elevar el nivel de la demanda total incrementando el volumen de los gastos públicos, y en consecuencia alterando el nivel de ingreso, empleo y precios. Keynes indica que «al aumentar la utilización de factores, la renta total y real aumenta. La psicología de la comunidad es de tal naturaleza que al aumentar la renta real total el consumo total aumenta; pero no aumenta tanto como la renta. De aquí que los empresarios incurrirán en pérdidas si el aumento total de la utilización de factores se destina a la producción de bienes de consumo. En consecuencia para justificar un volumen determinado de utilización de factores se requiere un monto de nuevas inversiones suficiente para absorber el exceso de producción sobre el consumo de la población a ese nivel de utilización de factores» (KEYNES. John Maynard. General Theory of Employment. Interest and Money. Pp 27 y ss.).

En resumen: adiós a la satanización del Estado y a la condena de su intervención en la economía; bienvenido el incremento de la inversión y el gasto públicos. Aplicando estas políticas ha sobrevivido el capitalismo a duras penas a las gravísimas y sucesivas crisis que él mismo provocó durante el siglo pasado y el presente. Pero la disolución de la Unión Soviética alejó el miedo al socialismo, y algunos de los más obtusos reaccionarios volvieron a las políticas del liberalismo primitivo, generando la catástrofe que todos padecemos.

El Multiplicador

John Maynard Keynes expresa el efecto positivo de las inversiones públicas sobre el monto de la ocupación a través de una relación a la cual se denomina «el multiplicador», desarrollada por primera vez por el economista R. F. Kahn, y resumida por Keynes en el sentido de que «si la propensión a consumir en varias circunstancias hipotéticas (juntamente con otras condiciones) se da por conocida y concebimos que las autoridades monetarias u otras públicas tomen medidas para estimular o retardar la inversión, el cambio en el monto de la ocupación será función del cambio neto en el volumen de la inversión». Según el mismo resumen, Kahn «pretendía sentar principios generales para calcular la relación cuantitativa real entre un incremento de la inversión neta y el aumento de ocupación total que le acompañará». De acuerdo con Keynes, el multiplicador de inversión (k), indica que «cuando existe un incremento en la inversión total, el ingreso aumentará en una cantidad que es k veces el incremento de la inversión». En su aplicación a las Finanzas Públicas, Harold R. Somers lo define como «el número por el que un incremento inicial de los Gastos Públicos debe multiplicarse a fin de obtener el aumento del ingreso atribuible a esos Gastos Públicos» (HAROLD R.SOMERS: Finanzas Públicas e Ingreso Nacional. P. 54).

El Multiplicador de la Producción

Esta nueva concepción de la utilidad del Gasto Público no se fundamenta necesariamente en las ventajas para la comunidad de los bienes o servicios costeados con él. Define la utilidad de tales erogaciones en relación de su eficacia para poner en marcha procesos de producción, no importa cuán estéril pueda ser su resultado inmediato. Así, Keynes indica que «los gastos ´ruinosos´ (wasteful) de préstamos pueden, no obstante, enriquecer al fin y al cabo a la comunidad. La construcción de pirámides, los terremotos y hasta las guerras pueden servir para aumentar la riqueza, si la educación de nuestros estadistas en los principios de la economía clásica impide que se haga algo mejor». En el mismo orden de ideas, propone el célebre ejemplo conforme al cual «si la Tesorería se pusiera a llenar botellas viejas con billetes de banco, las enterrara a profundidad conveniente en minas de carbón abandonadas, que luego se cubrieran con escombros de la ciudad, y dejara a la iniciativa privada, de conformidad con los bien experimentados principios del laissez-faire, el cuidado de desenterrar nuevamente los billetes (naturalmente obteniendo el derecho de hacerlo por medio de concesiones sobre el suelo donde se encuentran) no se necesitaría que hubiere más desocupación, y con ayuda de sus repercusiones, el ingreso real de la comunidad y también su riqueza de capital probablemente rebasarían en buena medida su nivel actual». El economista sueco Gunnar Myrdal opina que «nada es técnicamente más fácil que poner en marcha un auge», y que esto «podría hacerse, por ejemplo, sembrando billetes de a dólar a manera de abono desde aviones» (GUNNAR MYRDAL: El Reto a la Sociedad Opulenta. Cap. IV. Pág. 78. Fondo de Cultura Económica. México, 1964).

Pirámides, catedrales, ferrocarriles

El que el gasto público fuera aplicado a fines inmediatamente productivos podría, paradójicamente dificultar el objetivo deseado de estimular la inversión privada y el consiguiente proceso económico, por cuanto, como señala Keynes, «desde el momento en que el valor de una casa depende de su utilidad, cada casa que se construya sirve para reducir la renta probable que puede obtenerse de las futuras construcciones y, por tanto, disminuye el atractivo de futuras inversiones similares, a menos que la tasa del interés esté bajando pari passu«. Este contraste entre la inversión directamente productiva y aquella aplicada a un fin sin utilidad inmediata, es planteado por el mismo autor en los términos siguientes: «El antiguo Egipto era doblemente afortunado, y, sin duda, debió a esto su fabulosa riqueza, porque poseía dos actividades: la de construir pirámides y la de buscar metales preciosos, cuyos frutos, desde el momento que no podían ser útiles para las necesidades humanas consumiéndose, no perdían utilidad por ser abundantes. La Edad media construyó catedrales y cantó endechas. Dos pirámides, dos misas de réquiem, son dos veces mejores que una; pero no sucede lo mismo con dos ferrocarriles de Londres a York» (Op. cit. pp. 130 y ss).

Estas medidas que amplifican la intervención económica estatal dentro de límites moderados, constituyen, según Keynes, «el único medio practicable de evitar la destrucción total de las formas económicas existentes», es decir, del sistema capitalista de propiedad privada de los medios de producción (Op. cit. Cap. 24: Notas Finales sobre la Filosofía Social a que podría conducir la Teoría General. Pág. 364).

Sólo cuando la disolución de la Unión Soviética disipó el temor de los capitalistas por «la destrucción total de las formas económicas existentes», regresaron éstos a la ortodoxia liberal bajo la forma de recetario neoliberal que prohíbe el gasto social, sataniza el gasto público y pauperiza a los trabajadores arrebatándoles una tras otra todas las conquistas de varios siglos de lucha. Bajo tales principios, arrancó un proceso de «desindustrialización» de los países desarrollados que dejó sin empleos a gran parte de su clase trabajadora en aras de una economía dedicada a la especulación financiera y la extrema concentración de capital en las élites. De ello resultan las desastrosas crisis económicas de fines del pasado siglo y de comienzos del presente.

Keynesianismo militar

La aplicación de las ideas keynesianas sacó temporalmente a las economías occidentales del foso en el cual las habían sepultado tanto sus propias dinámicas destructivas como el anatema liberal contra el gasto y la intervención del Estado. Ambas herramientas ayudaron al capitalismo a sobrevivir a las sucesivas depresiones del sistema, y de paso permitieron una relativa elevación del nivel de vida de los trabajadores. Lamentablemente, también se aplicó un «keynesianismo militar» consistente en provocar guerras para justificar la sobreproducción de bienes que, como los armamentos, «no podían ser útiles para las necesidades humanas consumiéndose», y «no perdían utilidad por ser abundantes». Así, de las crisis económicas surgen guerras, y de las guerras, crisis económicas.

Revolución o Nada

En resumen, nunca se ha salido de una crisis económica aplicando medidas liberales o neoliberales de extrema restricción del gasto público, disminución del circulante y pauperización radical de los trabajadores mediante salarios inferiores al nivel de la subsistencia que paralicen o clausuren la demanda de bienes y servicios. Keynesianismo, Revolución o Nada. Y para los países en vías de desarrollo, mejor Revolución, que llevó en pocas décadas a la Unión Soviética al estatuto de segunda potencia del mundo, y a China al sitial de primera.

FUENTES:

Sobre los gastos públicos considerados como justificados en la doctrina liberal, véase ADAM SMITH: «La Riqueza de las Naciones«, Libro V, Ingresos del Soberano y de la Comunidad, particularmente el Capítulo I. Editorial Aguilar, Madrid, 1961. V. asimismo: JOHN STUART MILL: Principios de Economía Política; Libro V: De la Influencia del Gobierno; Capítulo I: De las funciones del Gobierno en general; págs. 681 y 22.; y Capítulo X: De las intervenciones del Gobierno basadas en doctrinas erróneas; págs. 782 y siguientes; Fondo de Cultura Económica, México, 1951. Para exposiciones generales sobre la doctrina liberal, se recomienda consultar: EMILE JAMES: Historia del Pensamiento Económico, Parte II, Capítulos II y III, págs. 76 y siguientes; y Parte III, Capítulo VI, páginas 157 y siguientes, Editorial Aguilar, Madrid, 1961; ROBERT L. HEILBRONNER: The Wordly Philosophers Caps. III y IV, págs. 28 y ss. Simon and Schuster, New York, 1961; BERTRAND RUSSELL: Storia delle Idee del Secolo XIX, Parte III; Biblioteca Moderna Mondadori, Milano, 1961; HAROLD J. LASKI: El Liberalismo Europeo, Fondo de Cultura Económica México, 1961. ALVIN H. HANSEN. Política Fiscal y Ciclo Económico. Fondo de Cultura Económica, 1955.

En general, sobre el empleo del gasto público para compensar los ciclos económicos, se recomienda consultar: GUNNAR MYRDAL: Los efectos económicos de la Política Fiscal; Partes II, III y IV; Editorial Aguilar, Madrid, 1962; MAURICE MASOIN: Los Gastos Públicos, y KURT HEINIG: Los Gastos Materiales del Presupuesto Público, ambos en el Tratado de Finanzas de Gerloff y Neumark, Editorial BCE, El Ateneo, 1961; KJELD PHILIP: La Política Financiera y la Actividad Económica, Segunda Parte: La relación recíproca entre los ingresos y los gastos del Estado, Cap. IX, págs. 134 y ss, Editorial Aguilar, Madrid, 1955; HAROLD M. GROVES: Finanzas Públicas, Parte 3, Cap. 21, págs. 617 y ss., Editorial F. Trillas, México, 1965; PHILIP E. TAYLOR: Economía de la Hacienda Pública, Cap. III: Gastos Públicos, sus tendencias y su significado, págs. 41 y ss.; Editorial Aguilar, Madrid, 1960; CHALLIS A. HALL, r.: Política Fiscal y Crecimiento Estable; Ediciones Deusto, Bilbao, 1964; EARL R. ROLPH: Teoría de la Economía Fiscal; Cap. V: Bases Monetarias de la Teoría Fiscal, págs. 116 y ss., Editorial Aguilar, Madrid, 1958.