2 AGOSTO, 2023
En el complejo proceso de formación de las naciones, hay un conjunto de elementos materiales que tomar en cuenta: el territorio, los recursos naturales y la población. De allí se desprende un mercado interno y externo, unas sociedades, unos rasgos culturales, un lenguaje, una religión y una forma de organización política.
Sin embargo, toda la vida material junta dentro de un territorio no es una nación. Las naciones son producto de la voluntad y de la creatividad de los seres humanos que las constituyen. Naciones tradicionales y modernas son comunidades imaginadas, inventadas y creadas. Las naciones indígenas de tan larga data y las naciones modernas americanas, pioneras de hace 200 años.
La soberanía territorial y política, pero sobre todo ese sentimiento de comunión entre connacionales es el primer logro en la construcción de la nación. Indios, negros, blancos, mestizos, mulatos. Unos criollos, otros peninsulares, otros africanos y otros más originarios; fueron españoles americanos. A finales del siglo XVIII y principios del XIX, neogranadinos, venezolanos, quiteños, etc, fuimos americanos, a secas, diversos y únicos. Muy pronto seríamos ¡colombianos! Y diez años después, otra vez venezolanos, colombianos, quiteños, peruanos…
La unión y la desunión costó mucha sangre y mucho discurso nacional, sigue costando. Las celebraciones y conmemoraciones son parte de esos discursos patrios, nacionales, identitarios. Tienen que tener una coherencia ideológica férrea para ser eficientes y para no provocar esas crisis de identidad, de pertenencia y de origen que constituyen un peligro espantoso para cualquier ser humano y para cualquier sociedad. Porque sin ese cemento unificador cualquier comunidad se desintegra espiritualmente y se convierte en un conglomerado social, presa fácil de cualquier ideología y de intereses depredadores colonialistas y capitalistas. El eurocentrismo, el pitiyankismo le sirven de paliativo, creencia o deidad a quien sacrificarlo todo.
Celebrar a Bolívar, a Chávez, la Batalla Naval de Maracaibo y, como si nada, celebrar la invasión a la tierra de Guaicaipuro es, cundo menos, una falta de asesoramiento, de escuchar algún discurso del comandante Chávez o de reflexionar sobre la exigencia que ha hecho el presidente Maduro al reino de España para que pida perdón por los trescientos años de colonialismo, saqueo y muerte. Nada que celebrar, aunque sí recordar.