24 OCTUBRE, 2023
El relato pleno que al fin haremos de la súbita aparición en Ámsterdam del converso portugués del artículo anterior y de la secuencia de hechos que tienen lugar en la capital holandesa en los meses que siguen a su llegada, es, en pocas palabras, este: El sorpresivo viajero llega a Ámsterdam en septiembre de 1644, el día 19 de ese mes, y es un hombre de casi 40 años cuyo secreto nombre judío es Aarón Levy, y que como converso cristiano que es, se hace llamar Antonio de Montezinos. No vive en Portugal o Brasil sino en la América española, en Cartagena de Indias, activo puerto que hoy es parte de la República de Colombia. Y Montezinos trae consigo un minucioso relato en el que muestra que ha descubierto y además estado recientemente en contacto en esa América española con descendientes directos de las tribus perdidas de Israel.
En su relato, Montezinos, que es comerciante, cuenta que, debiendo organizar viaje hasta el puerto fluvial de Honda para entregar unos productos, contrató a un cacique indio llamado Francisco, jefe de un grupo de cargadores indígenas, para encargarse del traslado de la mercancía. El trayecto, montañoso y áspero, es difícil y él es testigo de que los cargadores indios protestan en las noches lluviosas y que cuando Francisco trata de calmarlos diciéndoles que pronto les irá mejor, los indios responden que no se lo merecen porque sus antepasados trataron a una población gentil de manera peor a la forma en que los amos españoles los tratan ahora a ellos. Montezinos no logra entender bien de qué discuten y se queda con la duda. A su regreso a Cartagena la Inquisición lo detiene y lo encarcela varios meses, en los que niega todo delito mientras piensa mucho en Dios, llegando al cabo a la conclusión de que los indios del viaje a Honda no eran indios sino judíos.
Apenas libre, vuelve a Honda a buscar a Francisco y tiene la suerte de encontrarlo. Se reúne con él y le confiesa que es judío. Tras dudar, Francisco le cree; y entonces, para probarlo, le dice que lo va a llevar a lo profundo de la selva montañosa para mostrarle que en ella permanecen ocultos muchos miembros de las Tribus israelitas perdidas que ya empiezan a mostrarse porque se acerca el tiempo de la llegada del Mesías y del triunfo final de Israel. Tras una semana de pesado viaje, llegan al sitio en que en efecto se oculta un grupo de judíos de las 10 Tribus. Son unos 300, hombres y mujeres, que viven en esa zona de la selva, practicando su religión, disfrutando de muchas ventajas, vestidos y bien alimentados, y protegidos por un ancho y caudaloso río que debía ser el Caura. Hombres y mujeres se mueven en canoas. Le hablan y aunque él no comprende del todo su perfecta lengua hebrea y sus propuestas, que acepta, sí entiende que son miembros de las Tribus perdidas, que se preparan para la aparición del Mesías judío y el triunfo final del pueblo hebreo.
Otra vez de regreso en Cartagena, de la que debe huir, es fácil entender que Montezinos reúna el dinero necesario para irse a Ámsterdam, pues es de suponer también que como converso portugués sabe que la comunidad judía más rica de las entonces existentes es la de Ámsterdam, que vive libremente en ese rico puerto en que su religión es reconocida y respetada, como lo es también su jefe. Por eso, al llegar a Ámsterdam anuncia su mensaje y busca reunirse con el jefe de la comunidad judía, que es también portugués de origen. Se llama Manoel Dias Soeiro y es judío converso como él; un hombre culto y creyente, que se hace llamar Menasseh ben Israel, por todo lo cual él cree que sería el mejor receptor de su prometedor mensaje.
Las reuniones entre Montezinos y Menasseh ben Israel se prolongan por 6 meses en los que intercambian ideas e informaciones. Después Montezinos deja Ámsterdam y no se sabe más de él. Pero luego se descubre que no volvió a Cartagena, donde peligraba su vida, sino que se fue a Brasil, a Recife, a la comunidad judeo-portuguesa de Pernambuco y allí vivió hasta su muerte, dos años después. Por su parte, Menasseh ben Israel se tarda 4 años en escribir el libro que recoge sus ideas, entre las cuales destaca su creencia absoluta en el mito de las 10 tribus, hasta el punto de dedicar todo un capítulo a mostrar su ciega creencia en fantasías como el Sambatión o Río Río Sabático y en los Bene Moshem o Hijos de Moisés, atados a ese mito. El libro, publicado en 1650, lo titula Esperanza de Israel, y lo publica en dos ediciones simultáneas, una en español y otra en latín, para hacerlo llegar a las mayorías y no solo a las élites. Polémica pero exitosa, la obra difunde el tema mesiánico de las 10 Tribus en Europa y en América. Del libro, que lo he comentado anteriormente, sólo quiero resaltar 2 cosas: por un lado, su carácter dogmático y sectario dada su condición de texto judío militante, y por el otro su abierto racismo en cuanto respecta a los indios americanos. Menasseh ben Israel declara abiertamente que los indios nada tienen que ver con los judíos y que en todo caso podrían estar emparentados con mongoles, y que no puede haber parentesco alguno entre esos pueblos feos, ignorantes y maltrechos como los indios, y los miembros de las 10 tribus que, como judíos que son, son todos ellos modelo supremo de clara inteligencia, de superioridad racial y de belleza física.
Las opiniones del mundo hispánico americano apenas se modifican. El racismo antijudío se mantiene y lo que sufre ciertos cambios es lo tocante a los indios. Se discute si estos son o no descendientes de judíos, pero no de las 10 tribus. Ya en 1607 el padre Gregorio García en su enorme y minucioso libro El origen de los indios del Nuevo Mundo había revisado y aceptado todas las lecturas posibles para concluir manifestando su absoluto desprecio por los indios. Fray Pedro Simón que, en la primera y segunda décadas de ese siglo XVII había estudiado en sus Noticias Historiales las tribus indias de las actuales Colombia y Venezuela, decide solo que son descendientes de judíos, de una de las 12 tribus originarias, en este caso de la de Isacar, el noveno hijo de Jacob y el más pasivo de todos, que solo se interesa en comer y estar echado, siendo esto lo que en su opinión hacen los indios cuando no se los fuerza a trabajar. Pero también dice que tienden desde su infancia a ser sirvientes y a cargar peso en sus espaldas, lo que es refutado en forma clara años más tarde por el padre Antonio de la Calancha, que defiende a los indios. Y todavía en el siglo XVIII el padre Joseph Gumilla en su notable libro El Orinoco ilustrado y defendido dice que los indios del Orinoco son descendientes de los judíos, pero de Cam, el hijo de Noé que se burló de la desnudez de su padre.
Pero lo más importante en este caso no es nada de eso, que es fácilmente refutable y del pasado. Lo que importa es lo tocante al racismo israelita que ya muestra con claridad Esperanza de israel. Porque el problema de Israel es ese, el de su absoluto racismo, racial e intolerante. Un pueblo que considera verdad suprema de su sagrado libro que él es el pueblo favorito de Dios y que Este lo autoriza a exterminar a todos los otros pueblos que puedan entorpecer su expansión territorial, a violar a sus mujeres y degollar a sus hijos, y a robarles sus propiedades y despojarlos de sus tierras. Y esa convicción, arcaica en su origen, pero que para ellos y sus intereses es eterna, y que modernamente ha sido reforzada y supuestamente racionalizada por el sionismo, lleva a Israel no solo al crimen masivo y reiterado sino al declarado genocidio. Y ese monstruoso genocidio, el del pueblo palestino, que Israel lleva a cabo sin ocultarlo al mundo, el cual lo tolera o lo celebra, ha sido su objetivo criminal a lo largo de estos 75 años. Es tiempo ya de pararlo de una vez y de contribuir con hechos firmes y no con palabras vacías a que el pueblo palestino sea por fin dueño de su patria, dueño de un verdadero Estado que le sea propio, libre y soberano.
Basta de este sucio crimen y de sus feas complicidades.