Jorge Rachid
Al cumplirse 40 años de democracia debemos preguntarnos cuáles son sus debilidades y fortalezas, para poder abordar un análisis que posibilite rediscutir su estructura, evitando la porosidad que demuestra su accionar, a la luz de los factores de poder que la presionan condicionándola.
Ésta discusión no se está dando sólo en Argentina o en la región, es a nivel mundial en función que los ejes de poder geopolíticos, al entrar en una crisis civilizatoria, reformulan sus estrategias de dominación, utilizando incluso instrumentos democráticos, cooptando institucionalmente los diferentes sistemas de gobierno, presidencialistas o parlamentarios.
Debemos analizar entonces la situación en que se encuentra hoy la Argentina, en cuanto al funcionamiento de sus instituciones y en las representaciones políticas que intermedian las sociedades. En ese camino, la participación popular menguada, es uno de los datos relevantes del deterioro democrático producido, en especial por una cultura que tiende a sepultar la política como herramienta de transformación social de los pueblos, dejando al Mercado como único ejecutor del ordenamiento político, al permitir la entrada de los círculos de poder económico en el debate y la gestión de los modelos de construcción, productivos y de derechos, excluyendo de la misma a amplios sectores de la población.
En nuestro país, si bien pudo preservar el marco democrático en sus procesos institucionales, no consolidó de la misma manera en profundidad, el sistema republicano de funcionamiento de poderes, que deberían evitar la preeminencia de los círculos de poder, en especial macro económicos, por sobre la voluntad popular expresada en las urnas, que más de una vez fue traficada y estafada, en base a la mentira y la presión de los medios dominantes, que crearon imágenes, que se transformaron en mitos, absorbidos pasivamente por la población.
Como los mitos son difíciles de derrumbar desde la racionalidad, la naturalización de los mismos va escribiendo una historia a través de un relato manipulado, como fue escrita la historia llamada “oficial” por los vencedores de Caseros, que terminó enterrando la otra historia, de luchas y vidas de los pueblos de las provincias, contra el poder mercantil y colonial de la metrópoli porteña.
Es así que las nuevas generaciones, crecidas y educadas en democracia, la viven al ritmo de la propia degradación de su funcionamiento, que naturalizan desde las represiones a la pobreza, incluyendo en su menú una cultura individualista, tendiente a relajar la solidaridad social y que hace entrar en diáspora a las comunidades, dejando a los jóvenes huérfanos de referencias y contención, de proyectos de vida y de trabajo, que los colocan fuera del sistema al desaparecer el Estado como ordenador social.
Esa distorsión que escribe la historia, se repite en la democracia cuando comienzan a naturalizarse situaciones de apropiación de poderes institucionales, como el Poder Judicial utilizado como punta de lanza de persecución de sectores ajenos a las políticas de Mercado y bloqueando el funcionamiento Parlamentario, deteriorando el servicio de administración de la Justicia.
Es entonces necesario rediscutir la democracia tal cual está hoy, sin negarse a discutir desde lo Constitucional, hasta su funcionamiento republicano pleno, que sea reflejo claro de la voluntad popular expresada en las urnas, sin que ese sólo hecho, el voto, transforme a los pueblos en espectadores, testigos de la historia y no en protagonistas de la misma.
Ese vector de irrupción de la Comunidad Organizada, responde a la rebelión de los límites impuestos por la matriz liberal del constitucionalismo que nos rige, lugar en el cual el pueblo no aparece como eje central de construcción institucional, excepto a la hora de votar, pero sin instrumentos de control popular de la gestión.
De existir dichos mecanismos de control directos, como plebiscitos vinculantes, juicios políticos avalados por el conjunto del pueblo, procesos de destitución ante el tráfico político de quienes llegan al gobierno, o al control de las instituciones republicanas como la Corte Suprema, todavía bajo el manto monárquico, inaudito en una democracia plena. Esa institucionalidad pétrea, que fija privilegios y permanencias al margen del control estatal y la voluntad popular, son distorsiones que provocan en amplias capas de la población, un decaimiento en los valores democráticos que debemos reconstruir en sus virtudes, sellando las porosidades que posibilitan hechos de corrupción y burocracia en su funcionamiento, alejando las necesidades del pueblo, de la gestión diaria, con las necesarias excepciones de quienes comprenden la necesidad de humanizar la política.
Nos enfrentamos a la cuarta década democrática, hecho inédito en nuestro país y en ese tránsito hemos padecido, desde gobiernos que intentaron responder desde el rol del Estado, dando respuesta a los intereses del pueblo en cuanto a derechos y contención social, a la producción de matriz nacional y defendiendo la soberanía nacional, pero que fueron estigmatizados por los factores de poder, que intentaron aunque no pudieron, demoler los procesos nacionales y populares, por diferentes vías de extorsión, tanto locales de las élites oligárquicas, como las presiones internacionales, vía deudas externas o amenazas.
Así Alfonsín debió ceder a su ministro Grispum ante la ofensiva del Consenso de Washington del FMI, luego Menen que traficó hacia el neoliberalismo al movimiento popular con eje en el peronismo, hasta la crisis del 2001 y la posterior ofensiva sobre los gobiernos de Néstor y Cristina, hostigados desde el primer día, negando al voto popular y adjudicándose la paternidad del control estatal, por parte de quienes se consideran los dueños del poder.
En ese vacío creado por la conjunción de medios, poder económico nacional e internacional, la claudicación de sectores locales colonizados, fue instrumentado al fin de instalar a la política como la causante del deterioro económico social, sismo provocado por esos mismos sectores de poder. En esa lógica el ataque a los derechos laborales, sociales previsionales y sistemas solidarios de salud y educación, además de la defensa de los derechos humanos, intentando borrar la historia, construir meritocracia e individualismo, tiene el objetivo de ir llevando a la diáspora social a la comunidad argentina, con pérdida de identidad y desmemoria.
El eje de la lucha por restaurar la democracia se instala entonces, como una prioridad de su sustentabilidad en el tiempo en primer lugar, sostenerla significa consolidarla como herramienta de los pueblos en la construcción de su destino, evitar la colonización cultural y económica, siempre latente desde la presión neoliberal, que pretende democracias dóciles y débiles, que permitan la intrusión de intereses focalizados, arrasando la voluntad popular. Esa lucha implica enfrentar con inteligencia y proyecto estratégico nacional de democracia popular instituyente, soberana con justicia social e independencia económica, en la Matria Patria Grande que nunca debió dejar de ser.
JORGE RACHID
CABA, 31 de octubre de 2023
BIBLIOTECA
Cristina Campagna/Ana Zagari: De Muros y Puentes Ed. CICCUS
Luis Grisolía: Alienación urbana y neoliberalismo Ed. Acercándonos
Jorge Cholvis: Constitución Endeudamiento y políticas soberanas Ed. Vuelta a Casa