El casco antiguo de Estocolmo (Gamla Stan), desde lo alto del ayuntamiento, Suecia. Foto Shutterstock Imagen: 1/1
Damián Migueles, argentino y doctor en economía de Stockholm School of Economics vive desde hace más de 20 años en Estocolmo. Especialista en políticas fiscales, describe la situación social sueca con un aumento de la criminalidad sin precedentes. ¿Qué pasó en la sociedad más igualitaria de Europa?
Por Damián Migueles
La violencia
El fusil de asalto AK47 es el arma de guerra más vendida y usada del mundo. Se estima que bajo sus balas han muerto muchas más personas que el efecto combinado de las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki. Las vi siempre en películas, en manos de tipos desalineados, y las asocio a grupos paramilitares y guerrillas de países que nunca aparecen en las revistas de viaje. Nada de eso le importó Robbie de 18 cuando a las 18.00 vació su cargador contra la entrada del subte, a pocas estaciones del centro de Estocolmo.
Era hora pico y las balas encontraron los cuerpos de cuatro personas. Elías de 15 años, el supuesto objetivo, murió casi al instante de un balazo en la cabeza. Tesfamichael, un fotógrafo de 43 años que sólo pasaba por ahí, agonizó unas horas y falleció. Dos otras personas fueron heridas. Sólo la mala (o buena) puntería de Robbie le salvó la vida a varios transeúntes. Los agujeros de bala en los vidrios y reboque de la entrada al subte me hicieron acordar la primera vez que mi madre me mostró las balas incrustadas en la fachada del Edificio Libertador, como testimonio de una realidad lejana y peligrosa.
A pocos días, desde mi casa en un tranquilo barrio de Estocolmo, escucho el estruendo de una bomba. Por ahi pasan mis hijos diariamente. “No fue una muy fuerte, más humo que otra cosa. Sólo se rompieron la puerta y unos vidrios del edificio”, me tranquiliza Vega, una amiga de mi hija que vive a 2 cuadras de la explosión. Si alguien me hubiese dicho hace 20 años, que Suecia, el país mas igualitario, moderno y humanitario se convertiría en el pais europeo con mayor cantidad de muertes por armas de fuego per cápita de toda Europa y el único en el cual los tiroteos están aumentando, me le hubiese reído en la cara.
Los datos: En Suecia el crimen violento y el uso de armas de fuego ha sido poco frecuente. De un pico de 1,3 asesinatos cada 100 000 habitantes en 1991, se fue bajando hasta llegar a 0,71 en el 2013 y desde entonces ha ido escalando hasta los viejos niveles de principios de los 90. Puede parecer poco si uno lo compara con los 5,3 (2018) de Argentina, pero la violencia sueca se expresa de una manera que hasta shockearía a un argentino.
En los 90’s las muertes estaban en su mayor parte relacionadas con alcohol y violencia intrafamiliar. Campañas y cambios culturales frente al consumo de alcohol y a la violencia doméstica se creen causas del cambio. Ahora se sustituyeron los palos, cuchillos y viejos rifles de caza, por más pistolas, ametralladoras, granadas y dinamita.
Los motivos pasaron de ser despechos, viejas rencillas y borracheras a luchas por territorio narco, venganzas y cosas tan triviales como una falta de respeto, una mirada fuera de lugar o un percibido insulto en un video de rap en youtube. Disparar desde la calle con un fusil de asalto a un tercer piso a una silueta en una ventana (que tal vez sea el objetivo, pero no lo fue), vaciar el cargador contra la puerta de un departamento donde se piensa que se aloja el objetivo; o dispararle a la mujer del rival con su bebé en brazos, cuando el rival huye corriendo, son parte del repertorio.
A medida que pasan los días los crímenes se hacen mas frecuentes, más impiadosos: Un chico de 13, la mamá de un otrora amigo y ahora rival… En 2022, 63 personas murieron en Suecia víctimas de armas de fuego. En el mismo período Noruega, Finlandia y Dinamarca tuvieron 10, sumando los tres países. Y Gran Bretaña, con 6,5 veces más habitantes que Suecia, tuvo 35. Pero esta es sólo la violencia con el peor desenlace. La acompaña otra estadística donde las victimas y transeúntes suelen ser más afortunados:
Por cada muerto, hay entre dos o tres heridos de bala. Y por cada tiroteo con desenlace fatal hay 4 tiroteos donde las balas sólo causaron pánico y daños materiales. Entre 2018 y 2020 ocurrieron en promedio 100 detonaciones (granadas, dinamita, bombas caseras) por año, o sea, una cada 4 días más o menos. Si sumamos los atentados fallidos o en preparación que no se consumaron, suman 200, o uno cada dos días (sin contar las bombas molotov e incendios intencionales).
En lo que va del año, al menos 100 personas ajenas al conflicto se han visto damnificadas por balaceras en sus casas y por heridas y danos materiales a causa de las explosiones. En lo que va del año ocurrieron 283 tiroteos, más de 130 detonaciones (entre países sin conflictos armados, sólo México supera esta cifra) y varios incendios intencionales. Y como era de esperar aumentan las víctimas, totalmente ajenas al conflicto, que no viven para contarla.
Esta última semana una ráfaga de ametralladora acabó con la vida de un parroquiano en un bar y una explosión que hizo desaparecer media fachada de un edificio, se llevó consigo a una joven mujer de 25 años, el 28 de septiembre.
Los perpetradores
Los asesinos no son los de antes. Son suecos y no lo son. Son tan constantes los patrones que ya es imposible hasta para el prurito de la corrección política mas progresista intentar matizarlo. Son todos jóvenes varones, viven en zonas marginales y hay una enorme representación de inmigrantes.
El 90 por ciento tiene al menos un progenitor nacido fuera de Suecia y el 80 por ciento tiene sus raíces en medio oriente y el norte de África. Irak, Irán, El Líbano, Turquía, Somalía y Eritrea se destacan en las estadísticas. Y son cada vez más jóvenes. A medida que la edad punitoria ha ido bajando, lo mismo pasó con estos jóvenes sicarios. “Apechugá 4, para ser un 100” le dicen a un chico de 15, que como mucho enfrenta 4 años en un correccional de menores. Son suecos y no lo son. Hablan con sus propios dialectos, un lunfardo sueco con influencia árabe.
Nacieron en Suecia, y tienen, en teoría, todas las razones para hacer suyos los modales y costumbres de ese país, pero hablan nostálgicamente de los países de los cuales sus padres huyeron o emigraron. Hay clara evidencia de falta de integración y probablemente sus padres también sufrieron ese ostracismo social, con desempleo y discriminación. Casi excluyentemente, el perfil del asesino, es idéntico al de la víctima.
Las causas
Nunca uno de estos jóvenes explicó sus motivos, pero para investigadores como Sven Granath intervienen tres factores: amplia disponibilidad de armas, tecnologías e inequidad. El desmenbramiento de la ex URSS dejó enormes depósitos de armas disponibles que inundaron Europa luego de la guerra en la ex Yugoslavia. En el año 2000 el puente de Öresund se inaugura. Y Suecia, parte de Europa, pero lejos y excepcional como Utopía, queda unida al continente. El mayor comercio y flujo de personas también le abrió un cauce al flujo de armas que está inundando Suecia. Las tecnologías también cambiaron las reglas de juego: Donde antes habían estructuras criminales, tradicionales y códigos; hoy es el Globo de la droga.
Un smartphone y un auto son suficientes. Con esa estructura atomística se desarman las jerarquías y el orden de las viejas organizaciones, que preferían los negocios a los conflictos (que resolvían con multas o un tiro en la pierna.) Suecia dejó también de ser el paraíso de la equidad. El coeficiente Gini que mide la distribución de ingresos en la sociedad es el más alto desde que se comenzó a medir en 1975. Y la carne de cañón en esta guerra distributiva son los inmigrantes: En un país rico, uno de cada cuatro niños inmigrante o hijo de, vive en familias con ingresos bajos y requieren ayuda estatal.
Y la pobreza es siete veces más común entre inmigrantes. Para el sueco nativo el desempleo casi no existe, mientras que para el inmigrante es del 16 por ciento, siendo tan alto como 29 por ciento si venís de Africa. Las escuelas en barrios netamente inmigrantes obtienen peores resultados y tienen mayor deserción.
Cuánto contribuye cada uno de éstos aspectos es muy difícil de determinar. Lo que sí sabemos es que tanto los patrones culturales de los perpetradores cómo su situación socioeconómica no tienen nada de especial en Europa. Se repite en muchos otros países, (aunque no idénticamente), pero en ninguno se manifiesta este nivel de violencia. Hay una excepcionalidad sueca.
Pero a esta altura nadie quiere develar el misterio de la violencia sueca. Ahora sólo es pararla. Al momento de escribir esta nota el primer ministro Ulf Kristersson anunció cárceles para menores, penas más duras y monitoreo por cámara en las calles de esta (ex-)superpotencia moral que ama la privacidad y el individualismo. También anunció la intervención del ejército. Fin del paraíso.