1 Nov 2023,
Si tomamos las declaraciones del mando político israelí como una medida para encuadrar de alguna forma el proceso de la guerra, el mundo ahora atestigua la «segunda fase» de su ofensiva sobre Gaza. Estos son algunos elementos críticos que deben tomarse en consideración.
INICIO DEL BALANCE
Comenzó siendo el Estado de Israel el que llevaba las riendas de su propia situación en respuesta a la Operación Diluvio de Al Aqsa. El gabinete más demencial, delictivo, etnofacha, fanatizado y fundamentalista que ya venía acercando al país a algo bastante parecido a una guerra civil o en una crisis político-judicial: sin reparar en este momento en detalles, ¿cuál sería entonces el principal beneficiario del -no tiene otro nombre- genocidio en curso?
Vale decir, de todas formas, que en la confrontación política interna las partes enfrentadas no difieren un milímetro sobre la cuestión de la ocupación y la ampliación de los asentamientos coloniales en la Palestina histórica, quizás, en el mejor de los casos, en la forma y la gradualidad, pero no más que eso.
Dicho esto, en el centro de todo está un primer ministro que, entre otras proezas no menos oprobiosas, la más importante ha sido ir más rápido que su propio sistema de justicia. Pero, consciente de esa realidad (quizás en tanto pesadilla de relaciones públicas únicamente), Estados Unidos ha decidido controlar explícita y directamente al gobierno en Tel Aviv.
Washington no confía en Netanyahu, teme que su propia desventura judicial y personal juegue un papel contraproducente, que continúe entremezclando su propio cálculo político personal con el destino propio de la dinámica de la guerra o que el gabinete psicópata juegue posición adelantada más de la cuenta.
La semana pasada dejó un hito difícil de recordar, una seguidilla tan rauda de visitas del mayor nivel del gobierno de Estados Unidos en tan poco tiempo a otra parte del mundo en la última década: Biden, Blinken, Austin. De hecho, el Secretario de Estado lo ha hecho dos veces en cuatro días, luego de hacer una gira por la región buscando más apoyo. «Han asumido un papel supervisor», comenta un analista.
A la par de poner a disposición un portaaviones en el Mediterráneo oriental, fuerzas especiales, 2 mil efectivos, suministro de municiones y dinero, la tríada también se concentró en la formación de un «gabinete de guerra» con la incorporación de actores políticos de la oposición al gobierno en principio más «potables», según los retorcidos términos del gobierno gringo.
Por la vía de los hechos queda claro que tal «supervisión» de la finca más grande de Estados Unidos en Asia occidental no obedece, de ninguna manera, a alguna motivación humanitaria sino al riesgo fanatizado de que el gabinete demencial de Bibi y Ben Gvir cometa, según Washington entendería, un cálculo militar errado que precipite la entrada de los otros actores del Eje de la Resistencia, sea Hezbolá, Irán o cualquier otro, como ya lo ha declarado y lo hemos visto, sin alterar todavía el equilibrio, Yemen.
Visto así, entonces, el alarmante cúmulo de crímenes de guerra y de lesa humanidad que sostenía y sistemáticamente viene perpetrando Tel Aviv son clara, manifiesta y deliberadamente aprobados por Washington.
La masacre del Hospital Bautista Al Ahli el 17 (el más antiguo de Gaza) , la destrucción de la iglesia ortodoxa de San Porfirio el 20 (la tercera más antigua del mundo, y hasta ese momento refugio para familias civiles cristianas y musulmanas), las escuelas administradas por la ONU, todas las marcas explícitas de genocidio ostentan la aprobación, anuencia y amparo de la Administración Biden.
El portavoz del ejército israelí, vicealmirante Daniel Hagari, dejó claro el 11 de octubre que el énfasis de los bombardeos ya no es la precisión sino el daño. La destrucción sistemática. «Estamos conscientes de nuestra limitada ventana de oportunidad internacional, pero aún de cerrarse, tendríamos que hacerlo de otra manera», declaró a Al Monitor un miembro de los servicios de seguridad israelíes que prefirió mantener el anonimato.
La «ventana de oportunidad» internacional queda claramente establecida en los ires y venires inefectivos en la práctica en el Consejo de Seguridad e incluso en la Asamblea General de las Naciones Unidas.
Las dos semanas subsiguientes al inicio de la guerra se rechazaron tres propuestas de cese al fuego, dos de Rusia y una -notablemente más tibia- de Brasil (sobre la que Moscú se abstuvo), mientras que una propuesta de Estados Unidos, que no llamaba a un cese al fuego sino a una «pausa humanitaria» (una definición bastante relativizante en su implementación, como lo señaló el representante chino) se topó con el mismo paralizado destino.
El 27 de octubre, dada la inamovilidad del Consejo de Seguridad tras cuatro propuestas vetadas, los países árabes elevaron una resolución que llama a un «cese al fuego humanitario» presentada por Jordania que obtuvo 120 votos a favor, 45 abstenciones y 14 votos en contra (incluyendo, por supuesto, a Estados Unidos, Israel y unos cuantos países de remolque, como Guatemala y Paraguay).
La compulsión del campo a favor de la no-interrupción de la guerra por enfatizar la necesidad de realzar «el derecho de Israel a defenderse» y de condenar a Hamás unilateralmente sin que el grado de destrucción en Gaza importe, fue el eje de la disputa.
Una cosmética letal por alcanzar (si ya no lo ha hecho) decenas de miles de muertos encima, por si era necesario entender que uno de los vértices de la «ventana de oportunidad internacional» pasa por el no llegar a ninguna parte, mantener la guerra fuera de las soluciones diplomáticas y, en teoría, favorecer la iniciativa militar israelí.
La «ventana» también se mantuvo abierta con las visitas del propio Biden, el primer ministro británico, el presidente francés y el canciller alemán durante el mismo periodo de tiempo. Se espera una tercera aparición del secretario Blinken.
«No es el momento de un cese al fuego porque eso beneficiaría a Hamás», esputa, como siempre lo hace, el mediocremente histriónico y burdo John Kirby, portavoz del Pentágono y del Consejo de Seguridad Nacional el 24 de octubre. Seis días después volvió a reiterar la posición de la Casa Blanca alegando que un cese al fuego no era «la respuesta correcta en este momento».
Para Gilad Erdan, embajador israelí ante la ONU, el voto a favor en la Asamblea General el 29 de octubre fue «un día oscuro para la humanidad y Naciones Unidas».
Acciones a la altura del lenguaje bruto, brutal y brutalista que no ha dejado de emplear el tren ministerial fundamentalista, acompañado de los inconsecuentes juegos semánticos estadounidenses.
Al cierre de esta nota debe haberse dado una nueva sesión de la Asamblea General.
EL EXTERMINIO Y EL LENGUAJE: ALGUNOS (DE TANTOS) ELEMENTOS FORENSES
A poco menos de un mes de bombardeo y combate, la incógnita sobre si el ejército y las fuerzas de seguridad israelíes fueron tomadas por sorpresa, esperaban las acciones militares de Hamás y Yihad Islámica Palestina, o ambas, ni Israel ni el occidente transatlántico se esperaban lo que vino.
Lo cierto es que, a partir del sorprendente éxito de la operación, según Joseph Massad de magnitud «estratégica» el 7 de octubre, el discurso público israelí y de sus aliados en su conjunto albergó al mismo tiempo una voluntariosa carga matona donde sin contemplaciones la voluntad manifiesta para perpetrar crímenes de guerra y lesa humanidad son el principio rector del malhadado «derecho a la defensa».
El impacto psicológico inesperado tras el inicio de esta etapa de la guerra habilitó el levantamiento de toda restricción, tal como afirmó el 8 de octubre el ministro de Defensa, pero a la vez pone en sobremarcha el control de daños además de la admisión pública de reveses, bajas y operaciones fallidas.
Ambas, como es natural, se modulan en función de lo mismo: obnubilar las causas de la acción del ala militar de Hamás el 7, poder estar en condiciones de reempacar en el aparato circulatorio de los medios mainstream los peores actos, reciclar constantemente y disminuyendo su gravedad y relevancia, y con «información» cuestionable que moralmente justifique lo que la maquinaria de guerra israelí (bajo tutela gringa) haga ya no contra la estructura de Hamás, sino contra toda la población gazatí.
El Hospital Al Ahli, administrado por la Iglesia de Inglaterra, ofrece una fotografía forense suficientemente dramática. Por simple descarte, el análisis militar más superficial dice que ni Hamás ni Yihad Islámica tienen misiles con semejante capacidad destructiva, el rastro sonoro habla de un misil de alta gama, descartando la primera especie de los medios y el gobierno en Tel Aviv que afirmaron que se trata de un cohete defectuoso lanzado por alguna de las dos formaciones militares palestinas. Es imposible.
Hospital en Gaza | Las pruebas revelan que se trata de un ataque israelí, pero estos culparon a la Yihad Islámica Palestina. El poder destructivo de la bomba-misil y la forma como lanzada indican que provino de Israel, además de otras evidencias.
La primera ronda de reacciones israelíes en redes justificó el ataque. Hananya Naftali, asesor en redes de Netanyahu que opera desde «el frente digital», fue el primero en «reportar» el ataque contra el hospital encuadrándolo como una base de Hamás, para luego borrar el tuit.
La cuenta en X del primer ministro publicó, para borrar al día siguiente, el 18 de octubre, cuando fue bombardeado el hospital que dejó casi mil muertos e igual cantidad de heridos (muchos civiles lo emplearon como refugio conscientes de que 1) era un hospital y 2) propiedad inglesa), citando su discurso el día anterior en la Knesset (el parlamento) donde retrató «la lucha» entre «los hijos de la oscuridad y de la luz, entre la humanidad y la ley de la selva», para luego, también, bajarlo al día siguiente.
Kit Klarenberg, por otro lado, ofrece un dato tanto oscuro. La BBC, el día anterior al ataque, había emitido una nota de investigación que «comprobaba» que «algunos pasajes» del sistema de túneles de Hamás en Gaza tenía entradas/salidas en hospitales, colegios, mezquitas, escuelas e iglesias para «evitar ser detectados», anticipándose «casualmente» un día al bombardeo del hospital.
Tanto Biden como el Consejo Nacional de Seguridad a través de otra portavoz, Adrienne Watson, de forma bastante oblicua absuelven a Israel del ataque sin que afirmen por completo, dentro de esa lógica, de la supuesta responsabilidad palestina.
Aun así, las múltiples chapuzas mediáticas del presuntamente sofisticado aparato de medios y operaciones psicológicas israelíes, que automáticamente se asumen como el agenda setting del corretaje de los medios, fue objeto de serias contestaciones de parte de lugares de emisión del mismo sistema, con el New York Times concluyendo, por ejemplo, que el ataque al Hospital Al Ahli no fue perpetrado por un misil palestino, como pergeñaron los israelíes.
Para el avezado M.K. Bhadrakumar, la ambigua negación de Biden se trató de una «mentira blanca» (en su sentido más estricto) para proteger «el esfuerzo» militar de su «aliado incondicional»: huir hacia adelante intentando controlar «la narrativa» (más el nerviosismo de atajar y racionalizar) del esquema de agresiones indiscriminadas, en vísperas de su visita oficial de la semana pasada, habida cuenta del desastroso resultado de la gira regional de su Secretario de Estado.
Todos estos esfuerzos por, al menos, relativizar la responsabilidad y aconsejar no atribuir la culpa específica «de lado y lado», junto a los infobloopers mencionados, más la tenebrosa banalidad del bien de Biden, todos a uno la misma conducta falsificadora, todos, también «significantes de culpa sin ambigüedad alguna», como lúcidamente señaló Klarenberg.
El encuadre maniqueo del «bien» contra el «mal», Israel como la civilización ha sido una constante que requiere obligatoriamente de una bestalización de su oponente -«animales humanos» llamó a la población palestina el ministro de defensa, Yoav Galant-, son el esfuerzo complementario de esa metódica de enunciación del discurso que despoja de todo sentido político, militar, de supervivencia, pero por encima de todo a las causas profundas de la guerra.
Como muestra de esta «dialéctica», Itamar Ben-Gvir, ministro de Seguridad y uno de los principales epígonos del fundamentalismo sionista que forman parte del gobierno Netanyahu, declaró por X que mientras Hamás no libere a los rehenes, «lo único que necesita entrar a Gaza son cientos de toneladas de explosivos de la fuerza aérea, y ni un gramo de ayuda humanitaria». Y es lo que ha pasado.
Ayuda que primero fue negada de plano por Israel y que bajo la supuesta «mediación» gringa ha sido totalmente insuficiente. El goteo cruel de acceso de ayuda apenas cubre necesidades, a pesar de la acumulada en el Sinaí de varios países (incluyendo Venezuela), represada en Rafá, en la frontera entre Egipto y los Territorios Ocupados.
Relativización de hechos junto a palabras explícitas, públicas y brutales: la dialéctica del exterminio y la nueva solución final a campo descubierto..
La base para la bestialización de las víctimas palestinas y la impunidad verbal de los figurones de la ocupación se ha nutrido de forma constante a partir de la falta de información y el exceso de desinformación repetida, e independientemente verificada como falsa, en algunos casos deformada al extremo.
Así, junto al crimen del Hospital Al Ahli, otros bulos o manipulación directa de los hechos dan señales del esfuerzo bélico digital que encubre el avance de la maquinaria de guerra sobre Gaza.
Los 40 bebés «decapitados», la masacre del Kibbutz Be’eri, la «violación sistemática» de mujeres perpetrada por milicianos, la cifra de víctimas civiles israelíes y por derivación la omisión del carácter político-militar y las propias causas de las acciones de las Brigadas Al Qassem de Hamás y las Fuerzas Al Quds de Yijad Islámica realzan el retrato brutalista de redes y medios (perfectamente engranados para esto) bajo el compendio ahora mil veces repetido de «las atrocidades de Hamás» y el «Hamás es ISIS«.
Pero todos estos «significantes de la culpa» han sido debidamente cuando no desmontados por completo (las fuentes primarias suelen ser del mismo tenor, la misma mediocridad), y parte integral del «esfuerzo de guerra».
«Mientras tanto, los palestinos civiles de Gaza soportan ataques indiscriminados todavía en curso con el armamento pesado más sofisticado que exista, viviendo bajo la constante amenaza de desplazamiento forzoso potencialmente irreversible. Esta ofensiva aérea israelí fue posible solamente por el diluvio de noticias sin sustanciación de las ‘atrocidades de Hamás’ que los medios comenzaron a circular desde el 7 de octubre en adelante», remata un análisis de todos estos bulos y deformaciones firmado por Robert Inlakesh.
De este contrapunto entre «el relato» y la descomunal brutalidad bélica, uno de ellos destaca por su aparente uso «doble propósito».
Aunque las afirmaciones ampliamente repetidas de que «combatientes de Hamás violaron a mujeres» no están verificadas, está bien documentado que la tortura sexual de detenidos palestinos por parte de las autoridades israelíes es «sistémica».
LA DIRECTIVA HANNIBAL Y LA MÁQUINA DE GUERRA
Para Achile Mbembe Palestina representa «la forma más redonda de necropoder», la combinación de un régimen disciplinario, biopolítico y necropolítico, bajo un estado de sitio perpetuo ejecutado por la mecánica de la máquina de guerra. La lógica de la ocupación colonial de la «modernidad tardía».
Disciplinario en tanto regimentación territorial, el territorio segmentado y fragmentado, con enclaves, rutas internas separadas de las del colonizador, bajo vigilancia constante y en todas las direcciones sobre cada una de las actividades de la vida diaria (biopolítica) donde la única forma de soberanía, resumiendo in extremis, es la decisión de quién vive, quién muere y quién lo decide (necropolítica), donde la lógica de la fuerza, la coacción y la violencia es perpetrada por distintas formaciones militares y policiales donde se borronean los límites entre actores estatales o «privados» (máquina de guerra), y donde, finalmente, el control territorializado de los recursos gasíferos refleja la última ratio del interés israelí en el corto plazo.
Una arquitectura de la desesperación, la asfixia y la supresión de todo destino codificado en un sistemas de mitos de corta data que justifica «el curso» de la historia hasta que el ocupado, el colonizado, quede completamente borrado. Uno de sus mitos, el de la fortaleza infranqueable con su sistema defensivo y sus muros de control high-tech, ha quedado profundamente comprometido.
Y como tal, quizás, la actuación sobre el terreno ha forzado un número importante de medidas desesperadas: reacoplarse explícitamente a la dependencia de Estados Unidos es uno de ellos; otro, pudiera ser, el cómo la situación política llevada al extremo actual antes del nuevo ciclo bélico se ha volcado sobre una parte de su propia población, en una dosis microscópica en comparación, expresada cuando se encuentra al límite.
El ejemplo concreto de todo esto lo encontramos en la masacre del Kibbutz Be’eri a tres kilómetros del enclave de Gaza, uno de los objetivos de la ofensiva de Hamás del 7 de octubre. Tomada por milicianos, y tomando rehenes, la cartelera mainstream, junto al ministerio de Defensa israelí, lo presenta como una de las «vitrinas» de las «atrocidades de Hamás» dado el alto número de muerte y destrucción.
La rama mediática de la máquina de guerra ha orgaizado visitas para que los medios internacionales vean «de primera mano», describan el paisaje desolador y refuercen el relato contra la resistencia palestina.
Sin embargo, el testimonio de una sobreviviente, Yasmin Porat, contradice la propaganda. En primer lugar, por el trato «humano» de los milicianos de Hamás, y en segundo, por afirmar que todos, tanto militantes como rehenes israelíes, fueron eliminados por el ejército israelí.
El 20 de octubre, el portal Mondoweiss publicó un análisis que recoge el testimonio de Porat, la cobertura de The Guardian y Haaretz en una de estas visitas y lo contado por un habitante del kibutz que no se encontraba ahí en el momento, pero su pareja sí, y muere en el combate señalan una arista inconfesable sobre «la materia prima» que al menos en la fase inicial es útil para la propaganda sobre el intento de administración del campo de batalla informativo.
Todos, en síntesis, describen la pesadísima intervención del ejército con tanques y artillería eliminando a todos y a todo, consolidando la hipótesis de que las «fuerzas de defensa israelíes» matan, también, a sus propios civiles mientras proyecta como justificación para actuar como lo hace la destrucción que ahí tuvo lugar. Y esto es un reflejo doctrinario.
Ya son varios testimonios que narran lo mismo. Esto ha conducido a que se desempolve a la palestra la llamada «Directiva Hannibal«, «una política oficial del ejército israelí bien documentada, al menos, desde 1986» que se implementa en el contexto de la ocupación del Líbano en respuesta a la toma de rehenes que rutinariamente ejecutaba la resistencia para ser canjeados por presos palestinos o libaneses.
La Directiva, palabras más palabras menos, instruye a eliminar potenciales rehenes antes de ser capturados y, al menos dentro de la oficialidad difusa con que se presenta, compete al ámbito de lo militar. Pero dada la aparición sistemática de relatos de sobrevivientes civiles, pareciera haberse vuelto extensiva a la sociedad en su conjunto en el momento actual.
Un reportaje de Haaretz narra cómo fue implementada por el general de brigada Avi Rosenfeld, comandante de la División Gaza (uno de los objetivos fundamentales de la operación Diluvio de Al Aqsa) tras ser abrumado su cuartel general: el Comando Reim, refugiado en el subterráneo solicitó un ataque aéreo sobre su propia base para «repeler a los terroristas».
La decisión del general Rosenfeld, recluido en el bunker «con algunos de sus soldados» solicitando un bombardeo «donde sus soldados combatían contra militantes de Hamás, tal vez heridos, tal vez hechos prisioneros, tiene mucho que decir sobre la psique israelí en estos tiempos sangrientos», comenta el autor de la nota de Mondoweiss, cuyo nombre se encuentra en reserva por temor a represalias en el caldeado ambiente político sionista.
Una nota del Times of Israel del 9 de octubre publicó una foto del general Rosenfeld dirigiendo el contraataque como fe de vida, esclareciendo que no había sido ni dado de baja ni tomado prisionero. «Necropolítica para ti, y no para mí», por lo visto.
@ejmalrai: Es innegable que la ofensiva terrestre de Israel, denominada diplomáticamente «operación terrestre», está progresando, especialmente en el frente de la ciudad de Gaza. Sin embargo, las tácticas empleadas revelan una intención estratégica más profunda. En un movimiento calculado, los tanques israelíes están intentando activamente dividir Gaza. Sus operaciones en el barrio de Al-Zaytoun, Hay al-Tuffah y Hay al-Shujaiya (norte de Gaza) pretenden romper el vínculo entre las zonas norte y sur de la ciudad. Al mismo tiempo, su presencia en el barrio de Shujaiya está marcada por continuas maniobras y bombardeos selectivos, lo que indica su intención de entrar a pie en estas zonas. La estrategia va más allá de las meras ganancias territoriales. Al atacar tanto zonas parcialmente pobladas como desiertas, Israel intenta allanar el camino a sus fuerzas terrestres en su avance hacia la calle Salah al-Din, que divide la ciudad de norte a sur. El objetivo es aislar ciertas partes de la ciudad, dividiéndola de hecho. Esta táctica está motivada por el enorme desafío que supone ocupar la totalidad de la ciudad de Gaza. Esta tarea no sólo supone un reto logístico, sino que también requiere un calendario y un plan claros y viables para la futura gobernanza. Israel dista mucho de estar preparado para un plan similar.
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Si tomamos las declaraciones del mando político israelí como una medida para encuadrar de alguna forma el proceso de la guerra, el mundo ahora atestigua la «segunda fase» de su ofensiva sobre Gaza. Estos son algunos elementos críticos que deben tomarse en consideración.
INICIO DEL BALANCE
Comenzó siendo el Estado de Israel el que llevaba las riendas de su propia situación en respuesta a la Operación Diluvio de Al Aqsa. El gabinete más demencial, delictivo, etnofacha, fanatizado y fundamentalista que ya venía acercando al país a algo bastante parecido a una guerra civil o en una crisis político-judicial: sin reparar en este momento en detalles, ¿cuál sería entonces el principal beneficiario del -no tiene otro nombre- genocidio en curso?
Vale decir, de todas formas, que en la confrontación política interna las partes enfrentadas no difieren un milímetro sobre la cuestión de la ocupación y la ampliación de los asentamientos coloniales en la Palestina histórica, quizás, en el mejor de los casos, en la forma y la gradualidad, pero no más que eso.
Dicho esto, en el centro de todo está un primer ministro que, entre otras proezas no menos oprobiosas, la más importante ha sido ir más rápido que su propio sistema de justicia. Pero, consciente de esa realidad (quizás en tanto pesadilla de relaciones públicas únicamente), Estados Unidos ha decidido controlar explícita y directamente al gobierno en Tel Aviv.
Washington no confía en Netanyahu, teme que su propia desventura judicial y personal juegue un papel contraproducente, que continúe entremezclando su propio cálculo político personal con el destino propio de la dinámica de la guerra o que el gabinete psicópata juegue posición adelantada más de la cuenta.
La semana pasada dejó un hito difícil de recordar, una seguidilla tan rauda de visitas del mayor nivel del gobierno de Estados Unidos en tan poco tiempo a otra parte del mundo en la última década: Biden, Blinken, Austin. De hecho, el Secretario de Estado lo ha hecho dos veces en cuatro días, luego de hacer una gira por la región buscando más apoyo. «Han asumido un papel supervisor», comenta un analista.
A la par de poner a disposición un portaaviones en el Mediterráneo oriental, fuerzas especiales, 2 mil efectivos, suministro de municiones y dinero, la tríada también se concentró en la formación de un «gabinete de guerra» con la incorporación de actores políticos de la oposición al gobierno en principio más «potables», según los retorcidos términos del gobierno gringo.
Por la vía de los hechos queda claro que tal «supervisión» de la finca más grande de Estados Unidos en Asia occidental no obedece, de ninguna manera, a alguna motivación humanitaria sino al riesgo fanatizado de que el gabinete demencial de Bibi y Ben Gvir cometa, según Washington entendería, un cálculo militar errado que precipite la entrada de los otros actores del Eje de la Resistencia, sea Hezbolá, Irán o cualquier otro, como ya lo ha declarado y lo hemos visto, sin alterar todavía el equilibrio, Yemen.
Visto así, entonces, el alarmante cúmulo de crímenes de guerra y de lesa humanidad que sostenía y sistemáticamente viene perpetrando Tel Aviv son clara, manifiesta y deliberadamente aprobados por Washington.
La masacre del Hospital Bautista Al Ahli el 17 (el más antiguo de Gaza) , la destrucción de la iglesia ortodoxa de San Porfirio el 20 (la tercera más antigua del mundo, y hasta ese momento refugio para familias civiles cristianas y musulmanas), las escuelas administradas por la ONU, todas las marcas explícitas de genocidio ostentan la aprobación, anuencia y amparo de la Administración Biden.
El portavoz del ejército israelí, vicealmirante Daniel Hagari, dejó claro el 11 de octubre que el énfasis de los bombardeos ya no es la precisión sino el daño. La destrucción sistemática. «Estamos conscientes de nuestra limitada ventana de oportunidad internacional, pero aún de cerrarse, tendríamos que hacerlo de otra manera», declaró a Al Monitor un miembro de los servicios de seguridad israelíes que prefirió mantener el anonimato.
La «ventana de oportunidad» internacional queda claramente establecida en los ires y venires inefectivos en la práctica en el Consejo de Seguridad e incluso en la Asamblea General de las Naciones Unidas.
Las dos semanas subsiguientes al inicio de la guerra se rechazaron tres propuestas de cese al fuego, dos de Rusia y una -notablemente más tibia- de Brasil (sobre la que Moscú se abstuvo), mientras que una propuesta de Estados Unidos, que no llamaba a un cese al fuego sino a una «pausa humanitaria» (una definición bastante relativizante en su implementación, como lo señaló el representante chino) se topó con el mismo paralizado destino.
El 27 de octubre, dada la inamovilidad del Consejo de Seguridad tras cuatro propuestas vetadas, los países árabes elevaron una resolución que llama a un «cese al fuego humanitario» presentada por Jordania que obtuvo 120 votos a favor, 45 abstenciones y 14 votos en contra (incluyendo, por supuesto, a Estados Unidos, Israel y unos cuantos países de remolque, como Guatemala y Paraguay).
La compulsión del campo a favor de la no-interrupción de la guerra por enfatizar la necesidad de realzar «el derecho de Israel a defenderse» y de condenar a Hamás unilateralmente sin que el grado de destrucción en Gaza importe, fue el eje de la disputa.
Una cosmética letal por alcanzar (si ya no lo ha hecho) decenas de miles de muertos encima, por si era necesario entender que uno de los vértices de la «ventana de oportunidad internacional» pasa por el no llegar a ninguna parte, mantener la guerra fuera de las soluciones diplomáticas y, en teoría, favorecer la iniciativa militar israelí.
La «ventana» también se mantuvo abierta con las visitas del propio Biden, el primer ministro británico, el presidente francés y el canciller alemán durante el mismo periodo de tiempo. Se espera una tercera aparición del secretario Blinken.
«No es el momento de un cese al fuego porque eso beneficiaría a Hamás», esputa, como siempre lo hace, el mediocremente histriónico y burdo John Kirby, portavoz del Pentágono y del Consejo de Seguridad Nacional el 24 de octubre. Seis días después volvió a reiterar la posición de la Casa Blanca alegando que un cese al fuego no era «la respuesta correcta en este momento».
Para Gilad Erdan, embajador israelí ante la ONU, el voto a favor en la Asamblea General el 29 de octubre fue «un día oscuro para la humanidad y Naciones Unidas».
Acciones a la altura del lenguaje bruto, brutal y brutalista que no ha dejado de emplear el tren ministerial fundamentalista, acompañado de los inconsecuentes juegos semánticos estadounidenses.
Al cierre de esta nota debe haberse dado una nueva sesión de la Asamblea General.
EL EXTERMINIO Y EL LENGUAJE: ALGUNOS (DE TANTOS) ELEMENTOS FORENSES
A poco menos de un mes de bombardeo y combate, la incógnita sobre si el ejército y las fuerzas de seguridad israelíes fueron tomadas por sorpresa, esperaban las acciones militares de Hamás y Yihad Islámica Palestina, o ambas, ni Israel ni el occidente transatlántico se esperaban lo que vino.
Lo cierto es que, a partir del sorprendente éxito de la operación, según Joseph Massad de magnitud «estratégica» el 7 de octubre, el discurso público israelí y de sus aliados en su conjunto albergó al mismo tiempo una voluntariosa carga matona donde sin contemplaciones la voluntad manifiesta para perpetrar crímenes de guerra y lesa humanidad son el principio rector del malhadado «derecho a la defensa».
El impacto psicológico inesperado tras el inicio de esta etapa de la guerra habilitó el levantamiento de toda restricción, tal como afirmó el 8 de octubre el ministro de Defensa, pero a la vez pone en sobremarcha el control de daños además de la admisión pública de reveses, bajas y operaciones fallidas.
Ambas, como es natural, se modulan en función de lo mismo: obnubilar las causas de la acción del ala militar de Hamás el 7, poder estar en condiciones de reempacar en el aparato circulatorio de los medios mainstream los peores actos, reciclar constantemente y disminuyendo su gravedad y relevancia, y con «información» cuestionable que moralmente justifique lo que la maquinaria de guerra israelí (bajo tutela gringa) haga ya no contra la estructura de Hamás, sino contra toda la población gazatí.
El Hospital Al Ahli, administrado por la Iglesia de Inglaterra, ofrece una fotografía forense suficientemente dramática. Por simple descarte, el análisis militar más superficial dice que ni Hamás ni Yihad Islámica tienen misiles con semejante capacidad destructiva, el rastro sonoro habla de un misil de alta gama, descartando la primera especie de los medios y el gobierno en Tel Aviv que afirmaron que se trata de un cohete defectuoso lanzado por alguna de las dos formaciones militares palestinas. Es imposible.
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La primera ronda de reacciones israelíes en redes justificó el ataque. Hananya Naftali, asesor en redes de Netanyahu que opera desde «el frente digital», fue el primero en «reportar» el ataque contra el hospital encuadrándolo como una base de Hamás, para luego borrar el tuit.
La cuenta en X del primer ministro publicó, para borrar al día siguiente, el 18 de octubre, cuando fue bombardeado el hospital que dejó casi mil muertos e igual cantidad de heridos (muchos civiles lo emplearon como refugio conscientes de que 1) era un hospital y 2) propiedad inglesa), citando su discurso el día anterior en la Knesset (el parlamento) donde retrató «la lucha» entre «los hijos de la oscuridad y de la luz, entre la humanidad y la ley de la selva», para luego, también, bajarlo al día siguiente.
Kit Klarenberg, por otro lado, ofrece un dato tanto oscuro. La BBC, el día anterior al ataque, había emitido una nota de investigación que «comprobaba» que «algunos pasajes» del sistema de túneles de Hamás en Gaza tenía entradas/salidas en hospitales, colegios, mezquitas, escuelas e iglesias para «evitar ser detectados», anticipándose «casualmente» un día al bombardeo del hospital.
Tanto Biden como el Consejo Nacional de Seguridad a través de otra portavoz, Adrienne Watson, de forma bastante oblicua absuelven a Israel del ataque sin que afirmen por completo, dentro de esa lógica, de la supuesta responsabilidad palestina.
Aun así, las múltiples chapuzas mediáticas del presuntamente sofisticado aparato de medios y operaciones psicológicas israelíes, que automáticamente se asumen como el agenda setting del corretaje de los medios, fue objeto de serias contestaciones de parte de lugares de emisión del mismo sistema, con el New York Times concluyendo, por ejemplo, que el ataque al Hospital Al Ahli no fue perpetrado por un misil palestino, como pergeñaron los israelíes.
Para el avezado M.K. Bhadrakumar, la ambigua negación de Biden se trató de una «mentira blanca» (en su sentido más estricto) para proteger «el esfuerzo» militar de su «aliado incondicional»: huir hacia adelante intentando controlar «la narrativa» (más el nerviosismo de atajar y racionalizar) del esquema de agresiones indiscriminadas, en vísperas de su visita oficial de la semana pasada, habida cuenta del desastroso resultado de la gira regional de su Secretario de Estado.
Todos estos esfuerzos por, al menos, relativizar la responsabilidad y aconsejar no atribuir la culpa específica «de lado y lado», junto a los infobloopers mencionados, más la tenebrosa banalidad del bien de Biden, todos a uno la misma conducta falsificadora, todos, también «significantes de culpa sin ambigüedad alguna», como lúcidamente señaló Klarenberg.
El encuadre maniqueo del «bien» contra el «mal», Israel como la civilización ha sido una constante que requiere obligatoriamente de una bestalización de su oponente -«animales humanos» llamó a la población palestina el ministro de defensa, Yoav Galant-, son el esfuerzo complementario de esa metódica de enunciación del discurso que despoja de todo sentido político, militar, de supervivencia, pero por encima de todo a las causas profundas de la guerra.
Como muestra de esta «dialéctica», Itamar Ben-Gvir, ministro de Seguridad y uno de los principales epígonos del fundamentalismo sionista que forman parte del gobierno Netanyahu, declaró por X que mientras Hamás no libere a los rehenes, «lo único que necesita entrar a Gaza son cientos de toneladas de explosivos de la fuerza aérea, y ni un gramo de ayuda humanitaria». Y es lo que ha pasado.
Ayuda que primero fue negada de plano por Israel y que bajo la supuesta «mediación» gringa ha sido totalmente insuficiente. El goteo cruel de acceso de ayuda apenas cubre necesidades, a pesar de la acumulada en el Sinaí de varios países (incluyendo Venezuela), represada en Rafá, en la frontera entre Egipto y los Territorios Ocupados.
Relativización de hechos junto a palabras explícitas, públicas y brutales: la dialéctica del exterminio y la nueva solución final a campo descubierto..
La base para la bestialización de las víctimas palestinas y la impunidad verbal de los figurones de la ocupación se ha nutrido de forma constante a partir de la falta de información y el exceso de desinformación repetida, e independientemente verificada como falsa, en algunos casos deformada al extremo.
Así, junto al crimen del Hospital Al Ahli, otros bulos o manipulación directa de los hechos dan señales del esfuerzo bélico digital que encubre el avance de la maquinaria de guerra sobre Gaza.
Los 40 bebés «decapitados», la masacre del Kibbutz Be’eri, la «violación sistemática» de mujeres perpetrada por milicianos, la cifra de víctimas civiles israelíes y por derivación la omisión del carácter político-militar y las propias causas de las acciones de las Brigadas Al Qassem de Hamás y las Fuerzas Al Quds de Yijad Islámica realzan el retrato brutalista de redes y medios (perfectamente engranados para esto) bajo el compendio ahora mil veces repetido de «las atrocidades de Hamás» y el «Hamás es ISIS«.
Pero todos estos «significantes de la culpa» han sido debidamente cuando no desmontados por completo (las fuentes primarias suelen ser del mismo tenor, la misma mediocridad), y parte integral del «esfuerzo de guerra».
«Mientras tanto, los palestinos civiles de Gaza soportan ataques indiscriminados todavía en curso con el armamento pesado más sofisticado que exista, viviendo bajo la constante amenaza de desplazamiento forzoso potencialmente irreversible. Esta ofensiva aérea israelí fue posible solamente por el diluvio de noticias sin sustanciación de las ‘atrocidades de Hamás’ que los medios comenzaron a circular desde el 7 de octubre en adelante», remata un análisis de todos estos bulos y deformaciones firmado por Robert Inlakesh.
De este contrapunto entre «el relato» y la descomunal brutalidad bélica, uno de ellos destaca por su aparente uso «doble propósito».
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LA DIRECTIVA HANNIBAL Y LA MÁQUINA DE GUERRA
Para Achile Mbembe Palestina representa «la forma más redonda de necropoder», la combinación de un régimen disciplinario, biopolítico y necropolítico, bajo un estado de sitio perpetuo ejecutado por la mecánica de la máquina de guerra. La lógica de la ocupación colonial de la «modernidad tardía».
Disciplinario en tanto regimentación territorial, el territorio segmentado y fragmentado, con enclaves, rutas internas separadas de las del colonizador, bajo vigilancia constante y en todas las direcciones sobre cada una de las actividades de la vida diaria (biopolítica) donde la única forma de soberanía, resumiendo in extremis, es la decisión de quién vive, quién muere y quién lo decide (necropolítica), donde la lógica de la fuerza, la coacción y la violencia es perpetrada por distintas formaciones militares y policiales donde se borronean los límites entre actores estatales o «privados» (máquina de guerra), y donde, finalmente, el control territorializado de los recursos gasíferos refleja la última ratio del interés israelí en el corto plazo.
Una arquitectura de la desesperación, la asfixia y la supresión de todo destino codificado en un sistemas de mitos de corta data que justifica «el curso» de la historia hasta que el ocupado, el colonizado, quede completamente borrado. Uno de sus mitos, el de la fortaleza infranqueable con su sistema defensivo y sus muros de control high-tech, ha quedado profundamente comprometido.
Y como tal, quizás, la actuación sobre el terreno ha forzado un número importante de medidas desesperadas: reacoplarse explícitamente a la dependencia de Estados Unidos es uno de ellos; otro, pudiera ser, el cómo la situación política llevada al extremo actual antes del nuevo ciclo bélico se ha volcado sobre una parte de su propia población, en una dosis microscópica en comparación, expresada cuando se encuentra al límite.
El ejemplo concreto de todo esto lo encontramos en la masacre del Kibbutz Be’eri a tres kilómetros del enclave de Gaza, uno de los objetivos de la ofensiva de Hamás del 7 de octubre. Tomada por milicianos, y tomando rehenes, la cartelera mainstream, junto al ministerio de Defensa israelí, lo presenta como una de las «vitrinas» de las «atrocidades de Hamás» dado el alto número de muerte y destrucción.
La rama mediática de la máquina de guerra ha orgaizado visitas para que los medios internacionales vean «de primera mano», describan el paisaje desolador y refuercen el relato contra la resistencia palestina.
Sin embargo, el testimonio de una sobreviviente, Yasmin Porat, contradice la propaganda. En primer lugar, por el trato «humano» de los milicianos de Hamás, y en segundo, por afirmar que todos, tanto militantes como rehenes israelíes, fueron eliminados por el ejército israelí.
El 20 de octubre, el portal Mondoweiss publicó un análisis que recoge el testimonio de Porat, la cobertura de The Guardian y Haaretz en una de estas visitas y lo contado por un habitante del kibutz que no se encontraba ahí en el momento, pero su pareja sí, y muere en el combate señalan una arista inconfesable sobre «la materia prima» que al menos en la fase inicial es útil para la propaganda sobre el intento de administración del campo de batalla informativo.
Todos, en síntesis, describen la pesadísima intervención del ejército con tanques y artillería eliminando a todos y a todo, consolidando la hipótesis de que las «fuerzas de defensa israelíes» matan, también, a sus propios civiles mientras proyecta como justificación para actuar como lo hace la destrucción que ahí tuvo lugar. Y esto es un reflejo doctrinario.
Ya son varios testimonios que narran lo mismo. Esto ha conducido a que se desempolve a la palestra la llamada «Directiva Hannibal«, «una política oficial del ejército israelí bien documentada, al menos, desde 1986» que se implementa en el contexto de la ocupación del Líbano en respuesta a la toma de rehenes que rutinariamente ejecutaba la resistencia para ser canjeados por presos palestinos o libaneses.
La Directiva, palabras más palabras menos, instruye a eliminar potenciales rehenes antes de ser capturados y, al menos dentro de la oficialidad difusa con que se presenta, compete al ámbito de lo militar. Pero dada la aparición sistemática de relatos de sobrevivientes civiles, pareciera haberse vuelto extensiva a la sociedad en su conjunto en el momento actual.
Un reportaje de Haaretz narra cómo fue implementada por el general de brigada Avi Rosenfeld, comandante de la División Gaza (uno de los objetivos fundamentales de la operación Diluvio de Al Aqsa) tras ser abrumado su cuartel general: el Comando Reim, refugiado en el subterráneo solicitó un ataque aéreo sobre su propia base para «repeler a los terroristas».
La decisión del general Rosenfeld, recluido en el bunker «con algunos de sus soldados» solicitando un bombardeo «donde sus soldados combatían contra militantes de Hamás, tal vez heridos, tal vez hechos prisioneros, tiene mucho que decir sobre la psique israelí en estos tiempos sangrientos», comenta el autor de la nota de Mondoweiss, cuyo nombre se encuentra en reserva por temor a represalias en el caldeado ambiente político sionista.
Una nota del Times of Israel del 9 de octubre publicó una foto del general Rosenfeld dirigiendo el contraataque como fe de vida, esclareciendo que no había sido ni dado de baja ni tomado prisionero. «Necropolítica para ti, y no para mí», por lo visto.
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¿CUÁL PAISAJE DESPUÉS DE LA BATALLA?
La expectativa incierta sobre un gran desenlace de este ciclo bélico no obnubila algunos puntos de, digamos, consenso sobre algunas claves.
- La incursión terrestre del ejército israelí dentro de la Franja propiamente, como se verá un poco más adelante, pareciera efectivamente haberse implementado cumpliendo con la espera impuesta por Washington para ganar el tiempo que necesitaba para «asegurar» sus respectivos flancos débiles en la región, y también los de Tel Aviv.
- Volviendo una vez más a los «significantes de la culpa», hasta esta semana estuvo en Israel organizando la operación y supervisando los primeros momentos de la incursión el general de los Marines James Glynn, con experticia en guerra urbana adquirida en otro foco de delitos de guerra y delitos de lesa humanidad: Faluya, Irak.
- Sin embargo, existe una certeza que no dependía del asalto «terrestre» para entender que los paradigmas fundamentales no volverán al status quo previo a esta ronda de guerra.
- En primer lugar, el primer mito político militar de lo que es la ocupación israelí ostenta que parece bastante comprometido es la capacidad de disuadir a partir de ser la «superpotencia» con superioridad militar incuestionable y abrumadora que se había logrado granjear hasta el 7 de octubre.
- Independientemente de la teoría de que algunos mandos políticos y del mundo de la inteligencia «permitieron» que los comandos de Hamás penetraran y tomarán semejante extensión territorial infringiendo un daño tanto material como psicológico impactante para la psique colectiva israelí, puesto que no es menos cierto que existían todos los indicadores de la creencia de que sencillamente la resistencia palestina no estaba en condición de hacerlo, más allá de la propaganda.
- Convengamos que una revisión somera que pudiera ir de la invasión al Líbano en 1982, con la creación de Hezbolá y su victoria al expulsar a Israel en el 2000, aunado a la derrota de este último en 2006 contra el primero, incapaz de cumplir con ninguno de los objetivos que se habían planteado.
- Lo mismo pudiera decirse, de nuevo, para quienes siguen con sobriedad estas dinámicas también pudieran decir que el mito ya venía resquebrajándose, incluyendo la respuesta en Gaza en 2008-2009, 2012-2014 y 2021. 2018, con la marcha del regreso también quedó claro que la vía no-violenta a la descolonización y el fin del apartheid a lo Gandhi o Mandela con la «Marcha del Retorno» era inviable.
- Volviendo a lo militar, la «disuasión» también influía en la percepción de los gobiernos/ejércitos de la región. Y esto, por supuesto, se combina con su vinculación político-diplomática no menos consustancial al paradigma donde también el poderoso lobby en Estados Unidos y el «respaldo incondicional» angloeuropeo blindaba de «legalidad» doméstica e internacional a esa capacidad de disuadir.
- La bisagra entre un punto y otro se encuentra en la cadena de «acuerdos» agenciados por Washington desde Camp David 1979 pasando por Oslo 1993 hasta la «normalización» a través los Acuerdos de Abraham 2020: la arquitectura jurídica de factura estadounidense que a la par de la ventaja militar le confería en el ámbito político y diplomático frente al mundo árabe y musulmán.
- Pero ese «don de la infalibilidad» también recibió un torpedo en la línea de flotación y en el marco de las nuevas reconfiguraciones geopolíticas es desafiado desde lugares inacostumbrados, en distintas maneras y magnitudes: Rusia, la ONU, los gobiernos árabes en proceso de «normalización».
- Y, en paralelo dentro de su propia sociedad, con el viraje fundamentalista que ha dado el actual gobierno ultra en Tel Aviv, en buena medida uno de los factores fundamentales del porqué se están precipitando muchas cosas en su política doméstica, con mucha tensión social.
- El desenlace de la guerra hasta ahora lo que ha hecho es agravarlo. Las dañinas diferencias internas afectan directamente al excepcionalismo sionista, y probablemente habrán nuevas manifestaciones de este malestar, puesto la situación económica que ya venía agravándose puede verse afectada. Ya se le puede sacar la talla a esos pies de barro.
- Esto conduce a otra certeza adicional. Los intereses por los yacimientos gasíferos offshore precisamente sobre la costa de Gaza también requiere del genocidio y el desplazamiento (que es contra musulmaes y cristianos por igual) para que la ocupación pueda ejercer sin barreras la acumulación primaria de esos recursos.
Un temor de la administración Biden, por otro lado, había radicado hasta ahora y tal vez todavía sea así en el peligro de un decisión visceral y precipitada de Israel de entrar vengativamente en Gaza desencadene una guerra regional cuyas consecuencias rebasen o baipaseen al propio cálculo estadounidense; lo mismo el riesgo de un fracaso israelí estruendoso. Pero el mayor miedo es que todo confluya (junto a Ucrania) convirtiéndose en una sola crisis.
Hassan Illaik enumeraba cinco razones que condujeron a la postergación y adaptación que decidiera implementar la supervisión gringa y algunas angustias propias del ejército y el aparato de seguridad sionista:
- La conciencia, al menos de otros actores dentro de los mandos políticos y militares israelíes de que «eliminar» a Hamás en tanto organización e ideología es técnicamente imposible;
- el actual grado de preparación militar en general de las facciones palestinas en Gaza, tanto de las Brigadas Qassam (Hamás) como las Al Quds (Yihad Islámica);
- el temor israelí a la apertura de otro frente «con sus adversarios regionales» que complique el que están llevando a cabo en la Franja: con Hezbolá al sur del Líbano las acciones militares han sido metódicas y constantes. Pero además, como lo recuerda Illaik, Hezbolá no ha sido «disuadido» por el mensaje estadounidense y sus portaviones en el Mediterráneo;
- «el cuarto factor que retrasa el inicio de la guerra terrestre de Israel -decía en su análisis del 23 de octubre- es la necesidad de Washington de asegurar sus propia bases militares, activos e intereses regionales adelantándose a cualquier escalada regional»;
- por último en la enumeración del analista libanés, están los esfuerzos de mediación que en aquel momento realizaba Qatar para liberar a un número de rehenes israelíes en Gaza.
Los distintos intentos del Secretario de Estado de persuadir a los gobiernos árabes se han topado con una respuesta acre y seca.
El principal baremo del alcance de este fracaso lo representa la posición actual de Arabia Saudita que, para todos efectos prácticos, ha suspendido, cuando no inducir a un coma, al proceso de «normalización» con Israel en el marco de los Acuerdos de Abraham, decisión que también impacta en el Golfo en general.
Hasta cierto punto, por sus propias situaciones internas, también han tenido un impacto en la calle o en la «integridad pública» respecto a Palestina en las monarquías de Marruecos, los Emiratos Árabes, Bahrein y el gobierno de Sudán, todos importadores de armamento israelí y fuente importante de financiamiento de la entidad, de donde por supuesto proviene parte de la «inversión» del genocidio.
Lo mismo en Kuwait (que estuvo cerca de firmar para retroceder meses antes de octubre), además del reino de Jordania y Egipto, con sus respectivos tratados de normalización anteriores, todos al mismo tiempo con su posición respecto a Israel en revisión, viéndose por motivos cínicos, intereses propios o aunque sea mantener la cara lavada con sus propias poblaciones.
Otro acento que le imprime dramatismo es el nivel de coordinación entre la cancillería de la corona saudita con la de la República Popular China, que a su vez influye, en líneas generales, en algo aproximado a una posición conjunta de los gobiernos de la región y el mundo árabe en general, como se reflejó en el voto de la Asamblea General de Naciones Unidas.
Un apunte más le puede corresponder al limitado atisbo que tuvo el propio Secretario General de la ONU en plantarse frente a la campaña de exterminio en marcha, a pesar de retroceder de su propia posición por sufrir la amonestación moral de Israel que lo conminó hasta a renunciar tan solo por decir que las acciones de Hamás no provienen de un vacío.
Hasta la (auto)inutilizada Unión Europea se distancia del diktat siogringo y plantea una conferencia de paz en un lapso de seis meses promovido por España.
En definitiva, sobre este frente, y a distancia de las descomunales cotas de sufrimiento, la situación se encuentra dentro de un equilibrio inestable cada vez más afectado con los nuevos incidentes que constituyen crímenes de lesa humanidad conforma la incursión terrestre entra, según declaró Netanyahu, en la segunda fase.
El panorama regional y global será distinto, independientemente de hacia dónde se vuelquen los acontecimientos, de suyo, todavía, difíciles de pronosticar, pero todas sobre la certeza y la demanda de un nuevo paradigma, preocupación que también tiene Estados Unidos.
EL SEGUNDO ROUND
La invasión terrestre, efectivamente, ha comenzado prescindiendo del tono que auguraba vociferante Israel, como solía ser su costumbre. No es una apertura abrumadora del frente, circunscribiéndose a un ingreso paulatino, tanteos y «ablandamiento» aéreo en vez de una carga total con todo lo que tienen, mientras buscan liberar a los rehenes israelíes.
Los portavoces implicados han dicho que el objetivo en este momento es cortar el norte de la Franja del centro. Según el analista de Al-Monitor Ben Caspit, parece existir un acuerdo entre los mandos políticos y militares sobre la necesidad de la incursión para presionar a Hamás por un acuerdo (en sus términos) para liberar a los 238 rehenes.
La sombra del canje por Gilad Shalit, un cabo israelí hecho rehén en 2009 en el marco de la Operación Plomo Fundido, donde el régimen de Tel Aviv se vio forzado a liberar a 1 mil 27 presos políticos palestinos en 2011 ronda las salas de reuniones.
Otro elemento que pareciera ser resultado de la supervisión del Pentágono es, como se mencionó, la discreción mediática sobre el caso, anunciando hasta ahora logros tácticos importantes como el dar de baja, sostienen fuentes «anónimas» a Caspit, a varios comandantes de áreas sensibles de la estructura militar de Hamás, mientras ejerce presión sobre los líderes político y militar de la organización en Gaza, comandadas por Yahya Sinwar y Mohamed Deif, respectivamente.
Ese apagón o cortina de hierro informativa también favorece el encubrir sus propias cifras de fracasos o bajas de efectivos o armamento. Ihsan Ataya, miembro del buró político de la Yihad Islámica Palestina, afirmó en una entrevista exclusiva a The Cradle que si el régimen Netanyahu hace públicas el número de caídos y fracasos, colapsaría el gobierno actual.
Más allá de lo propagandístico, todo el Eje de la Resistencia (cada vez más activo en la región como quedó claro con las declaraciones del portavoz militar de Yemen), los actores dentro del Eje de la Resistencia han procurado ceñirse a los datos reales más que a declaraciones rimbombantes sin soporte.
El primer hito en el genocidio en marcha en toda su brutalidad no se hizo esperar. El bombardeo y masacre en el campo de refugiados y la zona residencial de Jabalia es un escándalo capaz de convertirse en una nueva pesadilla de relaciones públicas para los patrocinantes en Washington.
Y ya ha comenzado a tener un impacto y seguir degradando la cohesión discursivo-mediática de Israel (y de sus «aliados incondicionales»).
La renuncia del Alto Comisionado de Derechos Humanos de Naciones Unidas de la oficina de Nueva York, junto a la declaración de Unicef llamando a Gaza (correctamente) un «cementerio de niños», son en sí actos que pueden aceptarse como «aislados», todavía constituyen una piedra más en esa dirección, y se conjuga con el aumento de cancillerías latinoamericanas y árabes de llamar a sus embajadores o romper relaciones con Israel, como ya lo hizo Bolivia.
Todavía no está claro el cómo, pero el paisaje después de la batalla definitivamente cambiará, y difícilmente para el bien de Washington, Tel Aviv y los infelices satélites europeos que buscan granjearse de alguna forma u otra algún «tanto» político en su propio conteo.
Mientras que ese «burro de con reumatismo pa más vaina» llamado comunidad internacional pueda hacer algo para efectivamente frenar la masacre, se corre el riesgo de que se agudice la urgencia de actuar directamente del propio Eje de la Resistencia para evitar la eliminación total de Palestina, lo que pudiera abrirle las compuertas a un escenario bélico mayor.
Ahí radica uno de los principales peligros, mismo que, tal vez, sean los que algunos «superpoderes» en decadencia necesiten.
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