OEA, «esa cosa tan fea»

La Habana. Por Eduardo Martínez


«Eres los Estados Unidos,
eres el futuro invasor
de la América ingenua que tiene sangre indígena
que aún reza a Jesucristo y aún habla en español».
Rubén Darío, Oda a Roosevelt

En 1912 los infantes de Marina estadounidenses desembarcaron en Nicaragua. Poco después de esa invasión, el presidente William Taft afirmó desde la Casa Blanca: “No está distante el día en que tres estrellas y tres franjas en tres puntos equidistantes delimiten nuestro territorio: una en el Polo Norte, otra en el Canal de Panamá y la tercera en el Polo Sur. El hemisferio completo de hecho será nuestro en virtud de nuestra superioridad racial, como es ya nuestro moralmente”.

Una “cosa» inmoral

El despojo, el desprecio y la infamia, están tan ligadas al accionar de Estados Unidos en este continente, desde su surgimiento como nación, que sobran los ejemplos para caracterizar esa conducta; pero si alguna institución o “cosa” –como bien la llamara Carlos Puebla– ha estado siempre vinculada a las peores prácticas e inmoralidades, esa no es otra que la Organización de Estados Americanos (OEA), cuyo estatuto fundamental no es otro que el monroísmo en su versión más descarnada.

En 1823, el presidente James Monroe dio a conocer la doctrina que definiría la esencia de la política exterior de Estados Unidos hacia la región latinoamericana y caribeña, resumida en la idea “América para los americanos”, pretendiendo justificar el rechazo a cualquier nuevo intento europeo de interferir en el continente y encubriendo inicialmente sus intereses expansionistas y hegemónicos más al sur (aún estaban bastante ocupados en su expansión hacia el Oeste, México, Luisiana, Florida, Alaska).

La Doctrina Monroe sirvió a Washington para declararse de manera unilateral y como si fuera un derecho divino, protector del continente americano, haciendo saber al resto del mundo, donde residía su zona de influencia, expansión y predominio.

Luego viene una segunda etapa en que Estados Unidos daba sus primeros pasos de transición a la fase imperialista y cuando la doctrina Monroe se modernizaba a través del Panamericanismo, que propugnaba la unidad continental bajo el eje dominante de Washington desde la narrativa del llamado Destino Manifiesto.

En 1889, José Martí alertó sobre la Conferencia Internacional de Washington, (considerada la primera conferencia panamericana): “jamás hubo en América, de la Independencia acá, asunto que requiera más sensatez, ni obligue a más vigilancia, ni pida examen más claro y minucioso, que el convite que los Estados Unidos potentes, repletos de productos invendibles, y determinados a extender sus dominios en América, hacen a las naciones americanas… De la tiranía de España supo salvarse la América española; y ahora, después de ver con ojos judiciales los antecedentes, causas y factores del convite, urge decir, porque es la verdad, que ha llegado para la América española la hora de declarar su segunda independencia”.

A principios del siglo XX, el accionar estadounidense se justificaba con el Corolario Roosevelt de la Doctrina Monroe y la política del Gran Garrote, argumentando que la intervención en los países latinoamericanos era para reforzar la seguridad nacional de América. Mediante una política de intervenciones militares y la llamada “Diplomacia del dólar”, el gobierno y las empresas norteamericanas fueron ganando posiciones en detrimento de Europa. Asimismo, algunos Estados americanos como la República Dominicana, Haití, Panamá, Cuba y Nicaragua se convirtieron en verdaderas colonias estadounidenses.

Tras la Primera Guerra Mundial la política exterior se amplió con la idea del Panamericanismo, entendido como una colaboración de los países americanos en una organización multilateral bajo el dominio de los Estados Unidos. A diferencia de la idea panamericanista original de Simón Bolívar, se trataba de alinear los intereses imperialistas norteamericanos con las políticas nacionales de cada estado latinoamericano.

Baste destacar que entre 1906 y 1947 se produjeron más de 20 invasiones militares de EEUU en el continente (Cuba, República Dominicana, Panamá, Nicaragua, México, Haití, Honduras, con abominables reiteraciones en varios de estos países).

Sandino resuelto a hacer cualquier sacrificio

En 1928, La Habana fue la primera capital latinoamericana en contar con la presencia de un presidente estadounidense, John Calvin Coolidge (el único que visitó Cuba antes de Obama) durante la celebración de una de esas conferencias panamericanas (precursoras de la OEA). En aquel momento, Nicaragua era el centro neurálgico y escandaloso de la actuación imperialista.

De ahí que en medio de su lucha, el General Augusto C. Sandino el 16 de enero de 1928 enviara este mensaje: “Que nuestras voces se oigan en La Habana. A los hombres no les faltará el coraje moral de decir la verdad sobre nuestra desgracia. Que digan cómo el pueblo de Nicaragua, que lucha y sufre valientemente, está resuelto a hacer cualquier sacrificio, hasta llegar incluso a su propia exterminación para defender su libertad. Serán nulos los resultados de La Habana si el ideal de los pueblos de habla española no se cristaliza; y si dejan que seamos asesinados hasta el último hombre, tendremos el consuelo de saber que cumplimos con nuestro deber”.

A raíz de la controversia originada en esta Conferencia, el luchador antimperialista cubano y fundador del primer Partido Comunista de Cuba, Julio Antonio Mella expresó: “Coolidge y Sandino son los nombres que simbolizan el momento presente. Toda la antítesis de la situación histórica está definida aquí”.

De 1926 a 1933 Nicaragua sufrió los embates del monroísmo, cuando el General Augusto César Sandino, encabezando un ejército popular, enfrentó a los infantes de marina que habían invadido y ocupado el país. Las tropas estadounidenses fueron finalmente derrotadas y tuvieron que retirarse. Sin embargo, el gobierno de Franklin Delano Roosevelt, el mismo que había propugnado la política del Buen Vecino, no quedó de brazos cruzados y conspiró contra Sandino hasta lograr se materializara su asesinato y se instaurara la dictadura de Anastasio Somoza, “un hijo de puta” –lo calificaba el propio Roosevelt– “pero nuestro hijo de puta”.

El invento de un adefesio

Concluida la Segunda Guerra Mundial y en los albores de la Guerra Fría, EEUU da nuevos pasos un poco más institucionales para reforzar su política de intervencionismo neocolonialista en la región. La firma en 1947 del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), fue un ejemplo palpable de ello. Monroe y Taft no podrían estar más satisfechos, mucho más cuando surgió la Organización de Estados Americanos (OEA), como instrumento de Estados Unidos para modernizar e institucionalizar su dominación.

La OEA surge a partir de la Conferencia Internacional Americana de Bogotá en 1948, heredando el rol que hasta ese momento habían tenido las Conferencias Interamericanas. Su disfraz de supuesto mecanismo aglutinador de las naciones del hemisferio, pretende esconder su verdadera función como títere al servicio de Estados Unidos.

El nacimiento de la OEA fue bautizado con el derramamiento de sangre del pueblo colombiano, en medio de un levantamiento popular cuyo detonante fue el asesinato del líder progresista Jorge Eliécer Gaitán, en lo que se conoce en la historia como “El Bogotazo”.

De hecho la OEA se estableció formalmente el 30 de abril de 1948, pero no pudo entrar en vigor porque necesitaban 22 países y Colombia comenzaba su guerra civil luego del asesinato de Gaitán, por lo que no fue hasta diciembre de 1951, cuando Colombia depositó su ratificación que entró en vigencia la OEA. El gobierno colombiano impuesto luego de aquellos acontecimientos, servil a los intereses de Washington sería el único que enviaría tropas a la guerra de Corea para complacer al amo del Norte.

Un detalle, la sede del Consejo Permanente de la OEA está en un imponente edificio de mármol –donado por Andrew Carnegie, el gran barón de la siderurgia– situado a menos de un kilómetro de la Casa Blanca. Estados Unidos entonces intentaba redefinir el sistema multilateral mundial: la sede de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) se instaló en Nueva York y la OEA en Washington. Su intención hegemónica era más que evidente.

Entre sus principios fundacionales, recogidos en lo que se conoce como la Carta de la OEA, de 1948, se habla de “lograr un orden de paz y de justicia” entre los estados americanos, “fomentar su solidaridad, robustecer su colaboración y defender su soberanía, su integridad territorial y su independencia”. Sin embargo, la realidad en la ejecutoria de la organización ha estado bien lejos de eso. Más bien ha sido al contrario.

De inmediato comenzó a evidenciarse que el propósito de la OEA nada tenía que ver realmente con la “unidad y la solidaridad continental” sino que constituía una pieza más en el nuevo sistema que surgía en función de satisfacer los intereses hegemónicos de la élite de poder de Estados Unidos. El llamado sistema interamericano, era en realidad parte de su sistema de dominación. La OEA constituía una adecuación de la Doctrina Monroe al escenario posbélico para alinear a toda la región frente a los “peligros del comunismo internacional”.

El debut del binomio CÍA/OEA en la organización de complots y golpes de estado contra gobiernos progresista tuvo lugar con el derrocamiento del presidente de Guatemala Jacobo Árbenz, en 1954. La participación de la CÍA está más que probada y admitida (incluso por EEUU).

En cuanto a la OEA, es irrefutable que la X Conferencia Interamericana de Caracas en Marzo de 1954 fue una de las estrategias utilizadas por el gobierno y las empresas estadounidenses para desestabilizar y deslegitimar el gobierno de Jacobo Árbenz a nivel regional, a la vez que sirvió de fachada democrática para legalizar y justificar su derrocamiento. Esto era parte de la política de “dos vías” planteada por el Departamento de Estado y la CÍA para cambiar el rumbo de la democracia guatemalteca (es decir, lograr que se apartara de las premisas de justicia social como la reforma agraria).

La dignidad de Cuba

El nefasto papel de la OEA se repetiría en el caso de Cuba. “Me voy con el pueblo, y con mi pueblo se van de aquí los pueblos de Hispanoamérica”, expresó el Canciller de la Dignidad Raúl Roa, en Agosto de 1960, durante la VII Reunión de Consulta de Cancilleres de América, celebrada en San José, Costa Rica. Las cancillerías, señaló Fidel, traicionaron a Cuba, no se pusieron al lado del país agredido, sino del agresor. Y dijo: ¡Estados Unidos fue a Costa Rica con la bolsa de millones en una mano y con el garrote en la otra mano!

En 1961 Eisenhower rompió relaciones diplomáticas con Cuba. Tres meses después de su toma de posesión, Kennedy autorizó la invasión de Playa Girón con el apoyo de Somoza y otros gobiernos del área. Durante el año 1961, la nueva Administración demócrata completó el bloqueo económico y comercial, y preparó otra reunión interamericana de cancilleres. Cuba fue expulsada de la OEA en Punta del Este, Uruguay, el 31 de enero de 1962. Allí, el Comandante Ernesto Che Guevara, denuncia la política hostil de Estados Unidos contra la naciente Revolución y el carácter usurpador de los planes de Washington para América Latina. Todos los gobiernos latinoamericanos, con excepción de México, rompieron relaciones diplomáticas con Cuba.

En contraste, ninguna de las dictaduras anticomunistas latinoamericanas –sangrientas y genocidas– fueron expulsadas de la organización, y en junio de 1976, en plena dictadura de Pinochet, se realizó la VI Asamblea General en Santiago de Chile.

Dominicana, Panamá, Grenada, Honduras, Malvinas

Un capítulo bochornoso en la historia de infamias de la OEA lo constituye sin lugar a dudas la invasión a República Dominicana en 1965. El 29 de abril de ese año EEUU ordenó la invasión a ese país para impedir que Juan Bosch, intelectual progresista y nacionalista, reasumiera el gobierno. Las tropas interventoras instalaron un Gobierno paralelo. El 1 de mayo la X Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores de la OEA se instaló en Washington aprobándose la conversión de las fuerzas norteamericanas de invasión, en fuerzas “interamericanas”.

El presidente Lyndon Johnson advirtió que no toleraría otra Cuba en el Caribe. Johnson exhortó a sus aliados a que acompañaran esta Cruzada de Occidente y es así como las dictaduras militares de Brasil, de Paraguay, de Honduras, y de Nicaragua envían tropas para salvar la “democracia amenazada”.

Y qué decir de las invasiones yanquis a Panamá en 1964 y 1989 realizadas ante la inacción, o con medidas a destiempo del organismo solo para cubrir las apariencias.

También se suman a las violaciones certificadas o permitidas a su Carta fundacional, como la invasión a Grenada, en 1983, luego del golpe de Estado contra Maurice Bishop.

De manera contrapuesta, la inacción fue total y no se oyó la voz de los líderes de turno de la Organización durante los tres días que duró el frustrado golpe de Estado a la Venezuela de Hugo Chávez, en abril de 2002; así como la tardía y poco enérgica respuesta al golpe de Estado que removió a Manuel Zelaya de la presidencia de Honduras en 2009.

Sin embargo, puede que no haya un suceso que de manera más escandalosa le asestara un golpe moral al organismo, que el apoyo estadounidense a la agresión armada con que Gran Bretaña pisoteó la soberanía de Argentina sobre las Islas Malvinas, en marzo de 1982.

El adefesio contra los pueblos

En los últimos años, bajo la Secretaría General de Luis Almagro, la OEA ha recobrado un papel muy activo en la injerencia de los asuntos internos de los países latinoamericanos.

Los casos de Venezuela, Bolivia y Nicaragua han estado entre los más notorios en la nefasta hoja de servicios de la OEA ante el imperio:

En 2014 el Consejo Permanente trata la situación de “violencia” en Venezuela. En mayo del 2016 Almagro solicita que se incorpore el pedido aplicación de la Carta Democrática de la OEA contra Venezuela. En marzo de 2017 vuelve a plantear la necesidad de aplicar la Carta Democrática a Venezuela.

En el 2018 ante el pedido de expulsión de Venezuela del organismo, no se lograron los 24 votos necesarios (sin embargo, aprobaron la resolución).

Pero la OEA rompió todos los límites cuando permitió –por primera vez en su tan contradictoria historia– que un supuesto Gobierno venezolano, el autoproclamado Juan Guaidó y que no ejercía autoridad alguna, pudiera ocupar el lugar de un Estado soberano en el Consejo Permanente.

La OEA llevó a cabo acciones injerencistas y arbitrarias contra la soberanía de Venezuela en los últimos años razón por la cual la nación manifestó su retiro en el año 2017. El Presidente de la República Bolivariana, Nicolás Maduro, denunció las maniobras y convocó los preceptos constitucionales para salir del organismo y defender a la nación de una intervención militar: “Tengo el orgullo de decir, en uso de mis atribuciones exclusivas tomé la decisión de retirar a nuestra patria de la OEA, de liberar a nuestra patria del intervencionismo, de liberar a nuestra patria de tanta ilegalidad, de tanto abuso somos libres de la OEA y más nunca volveremos”.

En octubre 2019 la OEA nuevamente volvió a hacer de las suyas, cuando no solo permitió, sino que impulsó el derrocamiento de un Gobierno constitucional, el del boliviano Evo Morales, así como su reemplazo por un Gobierno de facto. Así, consumaron un nuevo golpe cívico-militar-policial en la historia latinoamericana que se suma a los orquestados en Ecuador, Brasil, Paraguay

El papel de la OEA en el golpe de Estado en Bolivia fue fundamental en dos momentos determinantes. En primer lugar, cuando se conocen los resultados de las elecciones, quien los pone en duda es la OEA. De esta forma, dio pie a la legitimación de una serie de acciones que buscaban impugnar el resultado electoral. Un día después de que el Tribunal Supremo Electoral (TSE) declarara que Evo se encaminaba a su reelección con una diferencia cercana a los 10 puntos sobre su competidor, la OEA publicó un informe preliminar. En él no sólo manifestó desconfianza en el proceso electoral, sino que a su vez avisó que recomendaría la realización de una segunda vuelta.

La oposición boliviana, desde la misma noche de la elección, desconoció la voluntad popular. Legitimadas por las declaraciones del organismo, las acusaciones de fraude derivaron en una serie de protestas, huelgas, persecución y hechos violentos que buscaron impedir la victoria del Movimiento al Socialismo.

Finalmente, un segundo informe de la OEA, entregado coordinadamente antes de lo previsto, fue el último movimiento coordinado para el derrocamiento de Evo Morales. Ese mismo día, no sin antes haber deslizado la convocatoria a unas nuevas elecciones, el ex presidente de Bolivia fue obligado a renunciar. Los informes de la OEA, tanto preliminares como finales, fueron la punta de lanza para allanar el camino del golpe de Estado.

Luis Almagro, fue un actor clave en el proceso que llevó a la destitución de Morales. Consumado el golpe, la cara visible de la institución panamericanista, incluso celebró la salida del mandatario de Bolivia. Al respecto el actual mandatario boliviano Luis Arce ha expresado: “La OEA ha jugado un rol nefasto en el golpe de Estado de 2019 en Bolivia”.

Demasiado poco, demasiado tarde

Poco tiempo después el propio diario New York Times apuntó: “Un minucioso examen de los datos de la elección boliviana sugiere que el análisis inicial de la OEA que planteó dudas sobre fraude electoral —y ayudó a derrocar a un presidente— fue defectuoso… Ahora, un estudio de investigadores independientes descubrió que el análisis de la Organización de Estados Americanos era deficiente y estuvo basado en datos incorrectos y técnicas estadísticas inapropiadas”.

Como suelen decir los gringos: too little too late (demasiado poco, demasiado tarde).

Durante la intentona de golpe de Estado en Nicaragua, en 2018 la OEA se dedicó a recoger informes falsos, dudosos y de fuentes no confiables, mediante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos para acusar al gobierno de violaciones, cuando en realidad se defendía de una maniobra encaminada a la destrucción del país y con un saldo de más de 300 muertos y 1.000 heridos.

El gobierno nicaragüense, en voz de su canciller, pidió el apoyo de los gobiernos de la región contra las acciones y peticiones del secretario general de la OEA, relacionadas con la aplicación de la Carta Democrática contra Nicaragua. Instó a los miembros de la OEA a no apoyar las nuevas acciones de Almagro contra el país centroamericano. En el texto, Moncada sostuvo que la decisión de Luis Almagro de aplicar la carta de la OEA contra Nicaragua era improcedente, ilegal, sin fundamento jurídico y contraviene la misma Carta Democrática Interamericana y la Carta de la Organización de los Estados Americanos.

Finalmente Nicaragua anunció su retiro definitivo de la OEA el 19 de noviembre de 2021 mediante una carta al secretario general en rechazo a las acciones injerencistas, con expresiones recientes como la resolución del organismo contra las elecciones celebradas en noviembre. La resolución adoptada durante el 51 período ordinario de sesiones de la OEA en Guatemala, llegó al colmo de expresar que dichas elecciones “no fueron libres, justas ni transparentes y no tienen legitimidad democrática” e instruye al Consejo Permanente de la OEA a realizar una “evaluación colectiva inmediata” de la situación en ese país, “a más tardar el 30 de noviembre”. Tras ese periodo, esa instancia deberá tomar las “acciones apropiadas”.

Ante esas amenazas el gobierno nicaragüense califico a la resolución de irrespetuosa, ilegítima y absolutamente ignorante de sus principios fundamentales, concernientes a la no intervención y el reconocimiento al derecho de todo territorio a elegir, sin injerencias, su sistema político, económico y social.

Al respecto, el Comandante Daniel Ortega sentenció: “La OEA es un instrumento del imperio que está montado sobre un pantano, y ahí se va hundiendo porque los pueblos no respaldan a ese organismo, los pueblos no respaldan los bloqueos contra Cuba, ni las agresiones contra Venezuela, ni contra Nicaragua, ni contra otros pueblos del mundo porque por todos lados andan lanzando agresiones”.

Han transcurrido más de cien años desde aquella desfachatada declaración del presidente yanqui sobre tres franjas y tres estrellas delimitando el imperio de Polo a Polo, pero los intereses y propósitos no han cambiado. Si alguien lo duda, baste recordar las recientes palabras de la jefa del Comando Sur de Estados Unidos, Laura Richardson:

“Pero, ¿por qué es importante esta región? Con todos sus ricos recursos y elementos de tierras raras, tienes el triángulo de litio, que hoy en día es necesario para la tecnología. El 60% del litio del mundo está en el triángulo de litio: Argentina, Bolivia, Chile, tienes las reservas de petróleo más grandes, crudo ligero y dulce descubierto frente a Guyana hace más de un año. Tienes los recursos de Venezuela también, con petróleo, cobre, oro. Tenemos los pulmones del mundo, el Amazonas. También tenemos el 31% del agua dulce del mundo en esta región. Quiero decir, es fuera de lo común. Esta región importa. Tiene que ver con la Seguridad Nacional y tenemos que intensificar nuestro juego”.

Como parte de ese “juego” la OEA y su monroísmo seguirán jugando su nefasto papel en la región y nada más justo y necesario que los pueblos revolucionarios y progresistas como Cuba, Venezuela y Nicaragua se salgan de tal “juego” y sigan su propio rumbo, apostando y luchando por otro mundo, el multipolar, donde gracias a Dios, no existirán cosas tan feas como la OEA.

Ahora sí que está llegando la hora de declarar la segunda independencia porque como cantaban los guerrilleros de Sandino: “En Nicaragua, señores, el ratón mata al gato”.