El libro de Chávez

A Beatriz, 25 años antes.

Federico Ruiz Tirado

07/02/2024.- Día 8 de diciembre de 2011. No hablábamos desde hacía año y medio, cuando estuvimos en París, en un aeropuerto de jefes de Estado, durante la fugaz visita que hiciera en ocasión de una reunión con Sarkozy.

Hubo un intercambio de bromas, anécdotas, silbidos que entonaban canciones de Loyola y el Carrao de Palmarito, como en los tiempos del Noches de Hungría, el bar del vecindario. Recuerdos cuyos basamentos ni él ni yo sabíamos dónde residían. ¿Cuántas cosas pertenecían al mundo de lo real o al mundo de lo semirreal?

Sobrenombres de antiguos amigos rebautizados en la plazoleta convertida en pintoresca cancha de beisbol, en anfiteatro; reflexiones sobre sucesos de las últimas décadas (Maneiro, Sidor, el naufragio de la Causa R, la conspiración, el «chinito» de Recadi) y comentarios como: «¿Popeye todavía está en el extranjero?», «¿Leonardo está muy gordo?», «¿Tú has pensado por qué se pelean los amigos?». Así le pregunté a Farruco.

De pronto me dijo: «Coño, chico, estoy preocupado. Ya viene el 4F y no hay ninguna señal de nada. Solo una vaga referencia a una película de Carlos Azpúrua (¿tú lo conoces, el de Yo hablo a Caracas?). ¿Nuestros intelectuales qué estarán haciendo? ¿Será que se les olvidó la fecha?».

Yo le respondí: «Veinte años no es nada», y se rio. Pero inmediatamente continué: «Serán ellos, pues yo estoy haciendo un librito para que unos carajitos cuenten la historia del cuatro». Lo inventé en el momento, debo confesarlo. No le dio mucha importancia, porque nuestros diálogos siempre estaban signados por un vuelo, por una velocidad, por un flechazo que daba en el dardo de todo y de nada, y terminábamos riéndonos de nosotros mismos.

«¿Cómo es que se llama la vaina?», me preguntó. Yo le dije el nombre y le expliqué su origen, que venía del Mayo Francés, pero que un extracto lo había visto en una calle de Barcelona en España hacía más de veinte años y que gravitaba en mi mente, o permanecía en ella oculto, como una sombra errante.

Tampoco me paró bolas, o mucha bola. Nos despedimos y hablamos muchas veces ese año sobre su plan de ordenar cartas, documentos, objetos y fotos que hallaba durante la convalecencia. Pero el aturdimiento de los medicamentos y su agenda no nos lo permitieron.

El libro comenzó a hacerse como por acto de magia. Al primero que llamé fue a Jesús Ernesto Parra, luego a Miguel Márquez, a Borges Revilla, a Leonardo, a Franco Vielma, a Miguel Rodríguez, a Miguel Antonio Guevara y a Víctor Hugo. Le escribí a Lena Rondón, que estaba en Argelia, y a la Tupa, en España. A todos les hice una sola pregunta: «¿Qué hacías tú el 4 de febrero de 1992 cuando Chávez salió por televisión?».

Un puñado de gente comenzó a buscar sitio en el libro que acababa de nacer.

Una noche, en Consejo de Ministros, y en cadena nacional, Hugo Chávez le habló del asunto al Ministro de Cultura, Pedro Calzadilla, y nos nombró a Azpúrua y a mí. Muchos creyeron que yo iba a hacer un documental sobre el 4F.

«¡Madre! ¿Qué película voy a estar haciendo yo, chico?», le respondí a Nelson Montiel una tarde en el Museo de los Llanos de Barinas.

Pero ya el asunto era una noticia que rodaba. Por otra parte, Miguel Márquez y Gonzalo Ramírez comenzaron a hacer la compilación de los mayores —como los llamábamos— y Miguel me encomendó el prólogo de Un día para siempre, dedicado al 4F. Ambos libros salieron de manera simultánea y nos dejaron el corazón brincando de alegría.

Hugo se enamoró del libro de Los Pájaros: lo citaba, lo comentaba, se veía retratado a través de los relatos de esa épica sobre la cual él cabalgaba. Estando en La Habana, me hizo enviarle unos ejemplares para Fidel y Raúl, a través de uno de sus edecanes.

Un puñado de pájaros contra la gran costumbre: el último libro que tuvo entre ceja y ceja.

Se lo llevó en la sangre. Hoy, 4 de febrero de 2024, lo veo y no hay distancia: hay ardentía, como dijo el poeta Luis Alberto Crespo.

Federico Ruiz Tirado