Por LUCERO MARTÍNEZ KASAB*
Un filósofo y teólogo alemán que se volvió latinoamericano de tanto vivir en Costa Rica, Franz Hinkelammert, tenía unas reflexiones sólidas y gigantes como su propia corpulencia –medía casi dos metros-, en ocasiones, se basaba en los textos bíblicos para analizar las vicisitudes personales, sociales y políticas del ser humano por ser relatos fundantes de nuestra cultura occidental. Opinaba que la reflexión teológica no tiene como objeto la teología, sino la realidad por eso tomaba apartes de los evangelios y a la luz de ellos pensaba y escribía sobre filosofía política y sobre la ética de nuestros días.
Un tema dentro de sus reflexiones a través de toda su vida fue la Ley. En uno de sus libros, El grito del sujeto, tomando el evangelio de Juan nos muestra a Jesús y su manera de afrontar la Ley. Así, nos cuenta que un día Jesús curó un ciego, era sábado: Lo llevan donde los fariseos al que antes era ciego. Pero era sábado el día en que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos a su vez le preguntaron cómo había recobrado la vista. Él les dijo: Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo. Algunos fariseos decían: Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.” (Jn 9,13-16).
Jesús se defiende de los ataques de los fariseos diciendo que no ha cometido pecado alguno, sino que ha respetado la vida humana que está por encima de la ley del sábado porque, la Ley es para la vida. Así, desde una figura tan emblemática para el mundo occidental como Jesús, el cuestionamiento de la Ley está autorizado cuando va en contra de la vida, además, Jesús, acredita una virtud, el discernimiento, al que los regímenes dominantes, opresores, dictatoriales, siempre persiguen y tratan de eliminar cuando se enfrenta contra la barbarie de los genocidios, de las guerras, de las desapariciones, de las instituciones injustas.
La capacidad de discernimiento político del colombiano estuvo por décadas, por no decir dos siglos, atacada por el establecimiento a través del engaño de ciertos medios periodísticos; por el miedo ante la desaparición de quienes contaban la verdad; por la contradicción ante una Justicia indolente con tanto sufrimiento. Pero, como el ser humano no se deja negar como sujeto, los colombianos a través del discernimiento han ido buscando la libertad, rebelandose contra esa maquinaria de la política dominante que ofrece una visión del país acomodada a sus propios intereses.
Ha sido un orden estatal aplastante durante los últimos treinta años. La gente creyó en los datos, en la información y análisis de esos gobiernos dañinos que, mediante abstracciones, decían que el país era pobre, que la economía era difícil, que las oportunidades eran pocas cuando en realidad lo saqueaban unas cuantas familias que aún se creen dueñas del país y, hoy, obstaculizan a este gobierno progresista porque, les desmonta todos sus privilegios en busca de una equidad social.
De esta manera la gran masa popular a través del uso de razón fue corriendo el velo para observar sin filtros a los caciques electorales, a los gerentes de los institutos, a las administradoras, a los ministros, a los expresidentes y a los mismos presidentes hasta llegar a darse cuenta que lo más preciado de un país que es la Corte Suprema de Justicia puede estar plagada de personas que ejercen esos cargos públicos a título personal en desmedro de la Justicia. En este punto de la historia del país ya la gran masa popular ha ido desmontando el halo de superioridad, de divinidad, de las Cortes, herencia que nos viene de los tiempos romanos; ya sabe que la última palabra la tiene el pueblo. El discernimiento le ha permitido ver a la gente que esos funcionarios pueden ser tan mediocres como el más vulgar de los compradores de votos durante las elecciones.
Así las cosas, la población marchó multitudinariamente por las calles en días pasados para exigirle a la Corte Suprema que cumpliera con su obligación administrativa de elegir la fiscal de la terna entregada por el presidente Gustavo Petro pues, ha dilatado esa elección a su antojo. La Corte, respondió de manera arrogante, como si el pueblo todavía creyera en el poder sagrado de sus cargos. No se percatan los magistrados que la gente ha avanzado en su formación política y que a estas alturas ya tiene claro que no hay cargos ni funcionarios santificados, que lo sagrado es la vida del pueblo y que, precisamente, la Corte Suprema, con su demora está atentando contra la vida de todos los habitantes de este país pues, la impunidad desde los crímenes más abyectos hasta el más inocuo delito termina socavando las posibilidades que permiten la vida en Colombia. Las Cortes han renunciado a su deber de servir al pueblo, se han viciado tanto como los procesos para la escogencia de sus miembros; así lo denuncian los periodistas más serios de Colombia.
El filósofo Hinkelammert al citar el pasaje bíblico de Juan donde Jesús cura a un enfermo en el día sábado que por ley era para descansar, nos muestra a un Jesús que trasgrede la Ley, que está contra el formalismo, que no era legalista. Jesús, nos indica que la Ley, cuando es injusta se puede criticar; que se cae en pecado cuando se aplica una ley injusta; que la Ley siempre debe mirarse bajo la luz de la vida humana; que la Justicia no es ser legalista sino ser reflexivo; que la Ley puede ser interpelada por el sujeto viviente porque, de lo contrario, es una Ley para la muerte.
Jesús, al decir, el sábado es para el hombre, no el hombre para el sábado nos deja un ejemplo de raciocinio, del puesto que ocupa el ser humano en la vida, por lo tanto, de cómo debe ser el orden ético de las cosas. Denuncia los legalismos y, a la vez, nos deja un faro siempre encendido para que nos orientemos cuando los mezquinos se amparen detrás de la abstracción de las leyes y de las instituciones para maniobrar a su antojo, como hoy lo hacen los magistrados de la Corte Suprema de Justicia que tienen la hipocresía de vestir la toga negra que simboliza neutralidad e imparcialidad mientras toman partido por una vice fiscal cuestionada públicamente hasta la saciedad por serias investigaciones periodísticas. No se escapan de la ridiculez de creer pertenecer a un grupo de ungidos al vestirse con esos ropajes europeos que nada tienen que ver con nuestras costumbres mientras, provincianamente, pronuncian sección en vez de sesión. Magistrados crueles al no sentirse interpelados por el grito desgarrador de hombres y mujeres que ven hundir sus vidas y al país en la impunidad, a cambio, amenazan a la población con votar en blanco. Son peor que los fariseos que perseguían a Jesús pues, los fariseos no tenían colgado un crucifijo en sus recintos.
Sepan las Cortes: el pueblo está enterado que puede cuestionar, desobedecer y cambiar la Ley. Que está autorizado desde los tiempos de Jesús, origen del cristianismo, una de las corrientes éticas más antiguas de la humanidad que tuvo claro que la Ley es para la vida, no para la muerte.