Por: Eligio Damas |
Nota: Capítulo de mi novela titulada «Cuando quisimos asaltar el cielo», aún sin publicar. El 28 de noviembre de 1961, un grupo de jóvenes secuestraron, con fines propagandísticos, un avión de la línea aérea venezolana Avensa. En esos mismos instantes, el personaje de la novela, el autor, vuela en otro avión, más o menos en el mismo espacio, con destino a Carúpano, portando una encomienda muy sustantiva para el desarrollo de una tarea que se planificaba en esa ciudad, cuyos detalles, el personaje, por razones mismas de lo clandestino, desconocía. En la parte final coloco los enlaces para leer los dos partes anteriores.
La Guardia Nacional comienza la requisa.
La fila de pasajeros en la que formó se fue agotando. Cuando apenas habían delante suyo dos, observó con detenimiento a los GN que hacían la requisa, eran cuatro; tres bastante jóvenes y uno, evidentemente el comandante, en edad madura. Uno revisaba lo que los pasajeros llevaban a la mano, maletines, bolsas y en la vestimenta, otro solicitaba documentos personales, pero no portaba lista de solicitados. Esto se le antojó, no sin razón, en un buen augurio. Además, pudo percibir que la requisa no era estricta, rigurosa; parecía formal y eso le tranquilizó aún más. El tercero, observaba y cuidaba la seguridad de los otros.
Eso sí, el comandante, el soldado de mayor edad, parecía escrutar las personas, estar atento, como dejando a su experiencia, su haber visto demasiado, el mayor peso de la función que allí cumplía
¿Puede mostrarme sus documentos?
Detuvo sus cavilaciones sobre este punto, justo cuando el GN de mayor jerarquía y edad, se dirigió a él:
-«Ciudadano, ¿de dónde viene usted?»
-«Pues de Margarita, desde donde salió el vuelo».
-«Sí, lo sé bien. ¿Pero antes de dónde venía?
Titubeó, un tanto nervioso, recordó la firme frase de su viejo, «no olvides hacer lo que te he dicho«. Aquello de nuevo logró tranquilizarlo y contestó con seguridad.
-«De Maiquetía».
-«¿Viene de Caracas, entonces?»
Creyó percibir un ligero cambio en la actitud del soldado, antes demasiado rígido y distante.
«Bien», volvió a hablar aquel, como condescendiente y estudiando, palabras y tono a emplear a partir de ese momento.
-«Entonces por favor, ¿puede mostrarme sus documentos?»
Se asombró y hasta llenó de esperanzas. No era esa la forma habitual de un soldado, menos de baja jerarquía, en aquellas circunstancias políticas, bajo un régimen represivo y en una honda conflictividad, para dirigirse a un ciudadano, en una requisa motivada a un incidente de relativa gravedad y menos a un joven, a todas luces estudiante de humilde origen, a quién a soldados y policías, no les era difícil distinguir.
«Desde lejos sabe uno si un carajo es estudiante y si es ñángara», solían decir los agentes de la policía política.
En aquel conflicto social, el policía, hombre humilde, no sólo estaba del lado de sus enemigos y contra los suyos, sino que acumulaba odio, tanto que corría el riesgo que se le rasgase la piel, contra jóvenes como él, pero que se atrevían a soñar.
Ahora más tranquilo, pues intuyó que podía estar ante la afortunada oportunidad de caer en manos de unos GN, no al servicio de la política del gobierno, o lo que era lo mismo de la tortura y la persecución. Sabía de muchos casos en los cuales compañeros se habían salvado, por lo menos, de las crueles prácticas habituales de la gente en el poder y quienes con ellos compartían a cambio de dádivas y favores.
Tranquilo, con hasta pasmosa parsimonia, tanto que se la gozaba, extrajo su cartera del bolsillo derecho de la parte trasera del pantalón y de aquella su cédula de identidad legal y reluciente. Mientras hacía entrega de la misma a quien se la solicitaba, tanto era su serenidad que, volvió a sus recuerdos.
Jugándose a Rosalinda
El GN tuvo que «solicitarle» por segunda vez:
-«¡Por favor bachiller, abra el maletín!»
Este nuevo llamado le sacó de sus cavilaciones y recuerdos sobre su amigo Manuelito. Ahora se sentía seguro; convencido que una vez más su padre, la serenidad y sensatez como enfrentó el asunto, le estaban sacando de dificultades. El GN le habló con respeto, cordialidad y hasta le pidió ¡»Por favor!», y le llamó «bachiller«. Aquella inusual conducta era un mensaje, una clave y hasta un santo y seña.
Por eso, acercándose lo más que pudo a quien le solicitaba abriese el maletín y por supuesto permitiese ver su contenido, lo abrió con destreza, seguridad. Procuró que más nadie, salvo quien le requisaba, pudiese ver lo que llevaba; de repente, sin motivos reales, había empezado a percibirle como «cómplice», un contacto, enlace que allí puso alguien, Dios, su padre o quizás los compañeros, lo que creía menos probable según su experiencia, para sacarle de aquello, que al principio parecía un atolladero.
-«Si», se dijo así mismo, «a partir de ese momento opto por jugarme a Rosalinda»:
«Y dije entre sueños rotos:
¡Voy jugando a Rosalinda!
y el dado en la noche linda
me devolvió mis corotos.»*
¡Márchese pronto para el carajo!
El GN ayudó a abrir el maletín, vio lo que estaba adentro en la parte superior, la propaganda política, calificada por el gobierno como subversiva, pese la inocencia de su contenido. Removió con lentitud lo de arriba y llegó, sin dejar de mirar con claridad, a lo que estaba de la mitad y hasta el fondo.
Retiró la mano con lentitud, dando muestras de no haberse sorprendido, miró fijamente al requisado, le sonrió de modo tan discreto, casi imperceptible hasta para él mismo y le extendió la mano para entregarle el documento de identidad.
Se inclinó ligeramente, a modo de acercarse lo más posible al requisado sin llamar la atención y le dijo casi en susurro:
«Agarre un «libre, allí en la puerta y márchese pronto para el carajo».
Luego en voz alta, para lo que le escuchasen todos y como lo había hecho con otros, el GN le ordenó, en tono esta vez un tanto áspero:
-«Puede marcharse».
Al traspasar la puerta metálica que daba al espacio exterior, donde se estacionaban los vehículos, sintió que una fuerte y fresca brisa le acarició el rostro, desordenó la cabellera y en voz queda, como para que sólo el padre muerto, a quien siempre imaginaba cercano, tanto como para al hablarle así, le escuchase:
-«Gracias viejo. Nunca me fallas. Por eso no dudé en hacer lo que me dijiste.»
El ejército todo se alzó contra el gobierno en Carúpano
Tomó el primer «libre» que encontró disponible; pidió al conductor le llevase a la dirección convenida, aprendida de memoria, entregó la encomienda a la persona a quien iba dirigida, previo el intercambio de señales y santo y señas acordados y desapareció, tal como se había planificado.
Pocos días después, estando en Caracas, alguien le telefoneó para recomendarle:
-«Enciende un radio. Escucha Radio Rumbos, que está emitiendo un boletín muy importante. Luego hablamos».
Con la misma parquedad y premura con que habló, propia de los hábitos contingentes de la vida clandestina, colgó el auricular.
En efecto, según el parte periodístico, confirmado oficialmente, en Carúpano, las fuerzas allí acantonadas, compuestas por la Armada o Marina, el Ejército y la Guardia Nacional, comandadas todas por el Capitán de Fragata Jesús Teodoro Molina Villegas, de manera contingente, se habían alzado contra el gobierno nacional.
*Miguel Otero Silva
Las dos partes anteriores se pueden leer siguiendo estos enlaces:
Parte I :
https://deeligiodamas.blogspot.com/2024/03/los-aguiluchos-secuestran-el-avion-de.html
Parte II : https://deeligiodamas.blogspot.com/2024/03/los-aguiluchos-secuestran-el-avion-de_15.html