Caimaneras, de Catia pa’l mundo

Por Luis Carlucho Martín

¿Sabías que el término caimanera es más caraqueño que el Metro y la Ceiba de San Francisco?

La palabra caimanera no solo es caraqueña, sino que exhibe una partida de nacimiento registrada en Catia, aunque con imprecisiones en el día exacto, pero con certeza de que data de los años 20 del siglo XX. A pesar de que otras zonas del país pretenden adosársela.

Según los diccionarios, caimanera se refiere a sitios donde habitan muchos caimanes, pero en nuestro caso advierte informalidad, acaso un evento –no necesariamente– de poca calidad, accionar sin normas estrictas e incluso donde se puede generar tanto desorden que se llega al caos, tal como cuando los dentados reptiles se lanzan en voraz apetito sexual sobre sus hembras, cuando defienden sus crías o cuando van tras una desafortunada presa.

La prensa

Es menester remontarse a principios del siglo pasado cuando el beisbol, traído al país junto al atletismo y el baloncesto por las empresas petroleras gringas, comenzaba a arraigarse en el país, con la acotación de que el fútbol ya se jugaba de manera organizada y muy bien.

Valga este paréntesis para aclarar porqué escribimos “beisbol”, sin acento en la “e”. Se nos antoja una oxítona con grafema consonántico distinto a la “n”, “s” o vocal, por lo que su acento prosódico recae sobre la “o” y no sobre la “e”. Estamos convencidos de que colocar la tilde en la “e”, como lo hacen las nuevas generaciones, “béisbol”, suena súper sifrino, y acaso pierde el real sentido competitivo del término. Un ejercicio de memoria revive la voz de grandes como Pancho Pepe Cróquer, Mr. Fly, Chiquitín Ettedgui, Musiú Lacavalerie, Chepe Pérez Meléndez, Foción Serrano, Rubén Mijares, Felo Ramírez, Julio Barazarte, Delio Amado León o Carlos Tovar Bracho, y se constata que ese acento no existe, es puro esnob.

Aquella Caracas, en días de Juan Vicente Gómez, era una metrópolis en ciernes que aglutinaba ciudadanos de todo el país. Necesitaba recrearse y fue con actividades deportivas en fines de semana y fechas festivas, entre otras –sin importar mucho lo competitivo–, que se drenaba compartiendo en actividades grupales.

Resultó ideal y obligatorio para la prensa reseñar lo ocurrido entre la gente de sociedad. Aquellas reuniones en las que siempre aparecían bates, guantes y pelotas a manera de distracción, comenzaron a ser noticia, más por el quién (es) que por el qué.

Esos encuentros –no competitivos– tomaron auge en la cotidianidad y se traducían sobre las teclas de las ya vetustas Underwood o en las modernas Remington –sustitutas ambas de la entonces descontinuada Sholes– y relataban la realidad de aquellos juegos carentes de reglas, sin árbitros y sin pudor de sus practicantes, que felices participaban en aquellas faenas, cuyos resultados finales señalaban tantas carreras como errores para cada equipo, lo que motivó a los reporteros a catalogarlas como caimaneras por el innegable caos sociodeportivo.

Pítcher, cuarto bate y novio de la madrina

Cerca de 1925 surgió un personaje, muy ligado al beisbol organizado, que reunió grandes figuras con ganas de jugar pelota, pero sin la presión propia de la liga de entonces.

Era un fiebrúo que se creía pítcher y que, según dicen, aplazaba en materia de bateo y fildeo, pero eximía en motivación. Era el rey de la logística porque conseguía bates, guantes, pelotas y, más tarde, uniformes.

Se llamaba José Betancourt, apodado Caimán –quizá por su destacada imperfección peloteril–. Ese motorizador de aquellos encuentros, que terminaban en juegos informales donde se apostaba refrescos y otros líquidos más estimulantes, era habitante de Catia.

El Caimán catiense, al saberse con apoyo de la prensa en reseñar sus actividades, siguió en su empeño. Fundó un equipo llamado, por supuesto, Caimanera, con larga e histórica trayectoria.

El asunto se fue enseriando, aunque los juegos se realizaran sin “ompayas” (umpires) ni reglas estrictas. Todos los fines de semana había actividad, y un juego especial los 1° de enero para reunir a las familias y desearse un feliz año al ritmo de batazos, carreras, errores, tragos y sancochos sacarratones…

Más de Catia

Se jugaba beisbol marranero o pelota sabanera en varios sitios porque cualquier peladero de chivo se acondicionaba, se ponían unas bases y se jugaba sin cátcher y con reglas no escritas adecuadas al terreno escogido.

Los sitios más concurridos fueron Sarría, La Pastora, San Agustín, La Planta (cerca del hipódromo El Paraíso), y en algunos clubes incipientes… pero no hay dudas, según todos los cronistas de la época, que el epicentro fue en los terrenos de Catia en el MOP (cerca de Propatria) y El Yunque –donde más adelante la municipalidad, por iniciativa de Eugenio Mendoza, dueño del terreno, y la YMCA de Venezuela, inauguró el Polideportivo José Pérez Colmenares, en honor al siniestrado pelotero de la época. (Mucho antes de que en Maracay construyeran el epónimo estadio)

El Yunque –entre el Periférico de Catia y el extinto Retén y actual Universidad para la Seguridad, no existía la autopista para La Guaira– fue escenario de grandes eventos, incluso de carácter social. Allí las escuelas y liceos aledaños practicaban Educación Física. Se jugaba fútbol, tal como lo confirmó el avezado periodista deportivo Armando Naranjo. Y su colega Frank Depablos aseveró que allí mismo funcionó uno de los primeros velódromos del país, corroborado en el libro “Destellos del ciclismo”, de Simón Mr. Fly Rodríguez.

Paralelamente, las caimaneras –más caraqueñas que el Metro o la Ceiba de San Francisco– mutaron en otras disciplinas e incluso en diversos quehaceres sociales, que aún hoy prefieren esquivar reglas y nadar en mares agitados. Es así como salieron de Catia para el mundo.