LA NEGRA AURORA DE LA SIERRA DE CORO
«Mira mi guerrillera, mira mi compañera, rompele al sol la cara si no te alumbra en la sierra. Los rayos besen tus labios, tus labios de guerrillera»
Luchadora por la integración de la mujer al movimiento insurreccional de los años sesenta lo fue Argelia Laya, dirigente reconocida y respetada del Partido Comunista de Venezuela. Contra la opinión de la dirección del partido y de la guerra, Laya logró fueran parte de los distintos frentes mujeres como Guillermina Torrealba, María León o ella misma.
Solo cuatro mujeres fueron guerrilleras en el Frente José Leonardo Chirinos entre 1962 y 1972, es decir, en su periodo de mayor actividad y resonancia. Sus nombres: Guillermina Torrealba, Trina Urbina, Concepción Jiménez y Epifanía Sánchez. Muchas otras arriesgaron su vida y la de sus familiares a lo largo de una década en actividades de retaguardia o correaje de aquella guerra civil, guerra irregular o guerra de baja intensidad dirigida entre quienes postulaban el Proyecto del Estado Democrático Liberal y del Estado Socialista.
Nombres como los de Aura Díaz Suárez, Argelia Melet, Mónica Venegas, Belkis Álvarez, Elina de Henríquez, Carmen Alicia Colina, Graciela Macías, Barbarita Dorantes… apenas han sido reivindicados como parte de aquel compromiso.
Con actividad detectada desde febrero de 1962, siguiendo las pautas de manuales como La Guerra de Guerrillas de Ernesto Guevara y 150 preguntas a un guerrillero de Alberto Bayo, el colectivo armado se constituyó formalmente el 15 de marzo de aquel año en la hacienda Los Evangelios de la familia Bravo, en las cercanías de Pueblo Nuevo de la Sierra. Fue un proyecto conjunto del PCV y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, con importante presencia de militantes de Unión Republicana Democrática e independientes, aunque la mayoría de sus integrantes y la dirección efectiva la llevara el partido del gallo rojo.
Nacida en 1934 y natural de Oripoto, antiguo Departamento Vargas del estado Miranda, Epifanía Sánchez (La Negra Aurora, Juana, Juanita Villavicencio?) fue una joven de origen humilde. Miembro de la Juventud Comunista, se incorporó en 1962 al Frente José Leonardo Chirinos.
A Rafael Rossell en su trabajo para la Universidad de Los Andes de 1998, publicado diez años después por el Fondo Editorial Servando Garcés de la Alcaldía del Municipio Miranda (Falcón), con el título Para que la memoria no se pierda, contó Epifanía Sánchez su traslado desde Caracas a Coro, vía El Palito, a finales de marzo de 1962, junto a Teodoro Petkoff y otros combatientes (Rossell, 2008: 126).
Ella estuvo primero en una columna dirigida por Argenis González Bravo (Pedro Pistola) en La Cruz de Taratara, y luego en la escuadra de la Comandancia en Iracara, de la que llegó a ser Jefa (Rossell, 2008: 17).
En 1963 dirigió la retirada del Destacamento de la Comandancia ante el ataque del Ejército (Bravo en Peña, 1979: 97). Ese mismo año la reportó Régis Debray en ese campamento junto a Tulio Martínez Delgado, Raúl Chirinos y Elías Manuitt Camero, entre otros (Bravo en Rossell, 2008: 66; Debray, 1968: 35). Aunque exagera el número de mujeres a cinco, el intelectual francés -entonces compañero de la valenciana Elizabeth Burgos- señalaba en su crónica «15 días en las montañas venezolanas» que en la guerrilla coriana «había turnos de cocina para todo el mundo, hombres y mujeres indistintamente.» (Debray, 1968:17).
Epifanía Sánchez (La Negra Aurora) fue una destacada guerrillera, lo mismo cortaba y cargaba leña para el campamento, que defendía una trinchera con su fusil o exponía un informe político sobre la situación del país (Cromañón, 1979: 39 y 41).
Se casó en «matrimonio guerrillero» en 1964 con Julio César Rodríguez (El Judas), muchacho humilde de Cunaviche, estado Apure, estudiante de la Escuela de Ingeniería Industrial en Valencia y brigadier desertor de la Escuela Militar. También destacado combatiente, sin militancia partidista en las montañas de Falcón, Rodríguez murió en 1965, existiendo varias versiones sobre su deceso. Una señala que le pusieron una emboscada entre Camacho y la bajada hacia El Turagual, y otra que estando escondido en una cueva y con apoyo campesino lo mataron en un combate.
A María del Mar Álvarez expresó:
«Nosotras teníamos muchos contactos y mucha gente buena campesina que nos apoyaban. Yo estuve aproximadamente cuatro años en la guerrilla. Tenía un arma de esas que mataban búfalos, con un proyectil; la disparaban y se volvía otra vez a cargar. Si algo he hecho en la vida de lo que me sienta orgullosa es de ese paso por la guerrilla. Aprendí a conocer a la gente del campo. Nosotros vivimos allá arriba la experiencia de los bombardeos, la persecución esa que nos mandó Betancourt, los cazadores (nos bombardeaban una zona y después otra), y los fusilamientos de los campesinos. El muchacho con quien me había casado en las guerrillas lo fusilaron en el pueblo donde estábamos, lo amarraron y se lo llevaron.»
Y le dijo a Rossell: «Bueno, chico, los poetas tienen razón, el amor es «algo» pues… y tiene que sé así, porque si no hubiéramos creído en el amor y eso, pues, no nos hubiéramos ido a las guerrillas, no nos hubiéramos alzado en armas…» «A él le decían El Judas los campesinos, pero de Judas no tenía nada, él lo que era un muchacho sumamente confiado y muy creído y todo eso…(Rossell, 2008: 131 y 130).
Permaneció La Negra Aurora en el José Leonardo Chirinos hasta 1965, cuando la Comandancia consideró inconveniente la presencia de mujeres en el frente, luego de los sucesos de La Tabla de abril de 1964 (Rossell, 2008: 17-18). Guillermina Torrealba bajó de la montaña tempranamente. El fusilamiento de Conchita Jiménez y el suicidio de Trina Urbina fueron especialmente aprovechados por los medios de la contrainsurgencia.
Fue detenida Epifanía Sánchez en 1966 en La Vega, Caracas, en la casa de Magdalena Negretti, madre de Baltazar Ojeda Negretti y de Taidé Ojeda Negretti, también guerrilleros en Falcón en aquellos años. Sufrió torturas en la sede de la Guardia Nacional en El Paraíso junto a Salvador Iturbe Reyes (Comandante Pichón) y Ramón Martínez (El Gallinazo).
Luego fue trasladada al Cuartel San Carlos –donde estuvo presa con Aura Díaz Suárez, Mónica Venegas, Nancy Zambrano, Gladys Alonso, Nely Pérez, Ana Jancy Jiménez, Nery Carrillo, Alonso Palacios, Tulio Martínez Delgado y Juan de Dios Moncada Vidal, entre otros- en ese recinto fue retenida por cuatro años y medio, es decir hasta 1969.
En los primeros años de la década de los setenta se hizo empleada en la Universidad Central de Venezuela. Murió hace ya unos cuantos años. Sobre su pasantía en las montañas corianas señaló:
«Bueno, mira mi adaptación sinceramente no fue tan difícil, debe haber sido por la forma de ser mía, pues no había nacido en cuna de oro, había nacido en un catre y sabía más o menos cómo era la vida dura de los campos, la cuestión de adaptarme debe ser por esta misma situación, así de “buenachona” que uno tiene de ser; gente del pueblo que donde quiera que llega no consigue enemigos sino solo amigos y de ahí dentro de los campesinos me acogieron como si eran mi familia los corianos y empezó la lucha, pues, empezamos a montar el campamento y a echar adelante.»
Esta es una Elegía para la Negra Aurora. Un canto para la Epifanía Sánchez de las montañas de Falcón, una salve serrana, un polo coriano a su creencia y a su lucha.
Falcón en los años sesenta 3
AURA DÍAZ SUÁREZ, CUANDO SE APRENDE A DOMINAR EL MIEDO
«Mujer, espiga abierta entre pañales, cadena de eslabones ancestrales. Ovario fuerte di lo que vales. La vida empieza donde todos son iguales.» Gloria Martín.
Muchacha venezolana, sensibilidad femenina, solidaria con la causa que enarbolaba la lucha contra la injusticia, Aura Díaz Suarez nació en Puerto Cabello en 1935. Hija de Jesús Alberto Díaz Guanipa y de Aura Suárez de Díaz. Unida a Alirio Chirinos, designado en 1962 como parte del Frente Sur del Frente José Leonardo Chirinos, a operar en las montañas de Santa Cruz de Bucaral e integrado por Domingo Urbina, Julio Chirinos, Gilberto Valera Mora, Baudilio Loyo y otros (Bravo en Peña, 1978: 89; Rossell, 2008: 160-163; Mariño Suzzarini en Rossell, 2008: 309).
En las urgencias de aquellos días, pronto se vio compelida a actuar en tareas de asistencia de los insurrectos, haciendo parte del correaje o retaguardia del Frente José Leonardo Chirinos. De pronto, un día estaba encargada de coordinar y buscar insumos para el mantenimiento de la guerrilla: alimentos, medicinas, ropa…
Es abogada por la Universidad de Los Andes y madre de Raúl Enrique y Patricia. En 2014 expresó a Irma Vezga y Lizmari Contreras del Seminario La Lucha Armada 1960-1970 de la Escuela de Historia ULA y para su trabajo de tesis titulado Mujer en Revolución. La presencia femenina en la Lucha Armada en Venezuela que:
«Mi incorporación a la lucha armada, en mi caso personal, no fue una actividad que se me asignara. No se dio en las características de integración política, sino en situaciones y circunstancias de un guerrillero herido o enfermo; buscar concha a un perseguido, buscar concha para guardar un multígrafo; de esconder armas que no podían continuar en el mismo lugar donde habían permanecido; o de trasladar armas, alimentos, medicamentos al Frente Guerrillero José Leonardo Chirinos, que se había constituido en la sierra de Falcón. No existía una organización de la retaguardia, no conocíamos quienes eran los encargados de tales actividades.»
Mucho anecdotario existe sobre el proceso violento o insurrección de izquierda de los años sesenta en Venezuela y Falcón. Los testimonios son de nunca acabar. Sin embargo, a medio siglo de aquellos hechos y con importantes contribuciones sobre el particular, sigue haciendo falta el trabajo del historiador, el rescate y análisis de un conflicto que marcó a toda una generación. Más allá de afiebramientos, fanatismos y reacciones de la hora.
El conflicto ha quedado sumido en pugnas interpretativas y valoraciones de los bandos. Por parte de los comprometidos en la insurrección, la idealización de la Lucha Armada borra la anarquía, desorganización, voluntarismo. Si hubo convicción, también incoherencia y desorganización. Cuenta Aura Díaz Suárez:
«No se había conformado, ni instalado, ni planificado, la necesidad de una organización a nivel nacional, que cubriera organizativamente, en forma permanente, la retaguardia de los frentes guerrilleros. Dichas actividades en esas circunstancias se imponían individualmente como una obligación. No podía negarse la ayuda a quien tuviera ese tipo de problemas. Me fui involucrando hasta llegar a formar parte de la retaguardia y la logística, que precariamente se fue organizando poco a poco, para satisfacer necesidades de los guerrilleros, campesinos y militantes…»
Aquel trabajo de riesgos y compromisos se asumió como deber ético y político. No había postulados de igualdad femenina, ni banderas de género, eran los inicios de los sesenta y esos principios cobrarían fuerza más adelante. Madres, hermanas, esposas, novias, compañeras, asumían la tarea como una responsabilidad con el cambio de estructuras en el cual ellas también creían. Una sociedad más justa, armoniosa, equitativa y equilibrada. Sin embargo, tal como cuenta Aura Díaz Suárez:
«No hubo ninguna clase de inducción sobre el trabajo que debía realizar y sobre los peligros a los que estaría expuesta, no se me garantizó ninguna medida de seguridad. Fui adquiriendo experiencia y tomando medidas de seguridad mínimas. Debía medir lo que decía, lo que hacía ante los extraños, no suministrar información personal a nadie, incluso con los que trabajábamos en las mismas tareas. Aprendí a contrastar la información que obtenía de personas amigas o del enemigo, estuve en conocimiento de reuniones, citas, traslados, que debía transmitir y algunas veces organizar o ayudar a trasladar a los combatientes, armas, comestibles. Fui adquiriendo una nueva forma de ser, de pensar, de actuar.»
«Siempre había la necesidad de protegernos, para garantizar la vida de las personas, la estabilidad de las estafetas, de los pocos bienes que se tenían. Mantener la sangre fría y dominar el miedo ante los imprevistos, fue lo más difícil y duro. Para protegernos y guarecernos del peligro, teníamos que acudir a miembros de nuestros grupos familiares, algunos ni siquiera remotamente conocían en que estábamos por lo que fueron víctimas de las persecuciones, detenciones, torturas y prisiones, siendo personas ajenas a todo ese proceso.»
La Historia rechaza las simplificaciones, se empeña en comprender, en penetrar el sentido profundo de los procesos vividos. Reconstruir el hecho no es solo añadir datos, es pensar la historia como proceso y como problema. Otra cosa hacen los que pretenden instrumentar la Historia para agendas del presente, reafirmarse y obtener prebendas de gobierno u oposición. Manipular, vender libros, situarse en los espacios promocionales de unos o de otros. No ese ese nuestro caso.
Aura Díaz Suárez creyó en aquella Revolución, en proclamas libertarias de pueblo unido y de justicia social. En el niño que alcanza una estrella, en la muchachita que sacia su hambre de pan y de justicia. En el amor sin lágrimas del poema de Otero Silva.
«Fui detenida en dos oportunidades y en la última fui a parar al San Carlos, después de sufrir las bajezas de las que otros seres humanos son capaces de hacer en cambote y con una persona indefensa; me siguieron juicio militar y en ese preciso momento no estaba involucrada con ninguno de los detenidos, ni en los hechos que les imputaban, por lo que no permanecí mucho tiempo en prisión. Estando presa, pude observar los manejos y las orientaciones que enviaban los dirigentes presos a los dirigentes en armas, a los guerrilleros, mientras que estaban realizando actividades y negociaciones para su excarcelación y para la entrega del proceso revolucionario. Fue una dirección que a la primera dificultad que se les presentó claudicaron sin vergüenza alguna y sin establecer bases para la desmovilización, para el desarme y para la integración social de los jóvenes que habían enviado a las guerrillas.»
El compromiso militante con la izquierda tuvo en la «guerra de baja intensidad», «guerra irregular» o «guerra de guerrillas» la respuesta de la represión a los hogares y el sufrimiento de las familias. Eso, que está presente en toda guerra.
En el San Carlos compartió Aura con Epifanía Sánchez, Mónica Venegas, Nancy Zambrano y tantas otras. Aura Díaz Suárez no pretende reconocimientos de heroísmo en su andar sereno, en su tranquilidad de patio de flores. No es de aquellas que hablan de callos por fusiles en el cuadril o de mamas arrugadas por la tortura. Ella es una mujer cabal, de principios y dignidad. No de aspavientos y vocinglería. Cumplió con su ser y con su sensibilidad. Como Angela, Manuela, Serafina, Ruperta, Estefanía, Bárbara, María Caridad, Rosa Elena, Olga, Argelia, Lídice, Esther, Teresa…
Isaac López
Junio de 2024.