Yo canto a Lenin cuando otros se confunden y dicen: «Ya no es ese el gran pueblo de Lenin; ha cambiado su senda». No, Lenin: sé que estás más que nunca en los tuyos. Odio a los que injurian a tu familia de pueblos, los que intentan cubrirla con capa de mentiras.
Carlos Augusto León
07/06/2024.- A finales de la década de los años cincuenta, cuando Venezuela se debatía entre acontecimientos que marcaban brecha hacia una nueva década política, que ofrecía un país parecido a los años del general demócrata Isaías Medina Angarita, en la lejana Rusia desbastada por cuatro guerras mundiales, un venezolano, el poeta comunista caraqueño Carlos Augusto León, se encontraba en un sanatorio de Moscú. Se recuperaba tras años de una azarosa vida, propia de quien se entrega en alma y corazón a la causa libertaria, empuñando la bandera roja del proletariado.
El profesor Augusto León, en la década de los ochenta, nos brindó en la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela (UCV) sus saberes y hermosos relatos de una vida entregada a las ideas asumidas por miles de hombres y mujeres comprometidos con las ideas marxistas-leninistas.
Involucrado en la lucha por una Venezuela mejor, esa que ahora está más cerca con la llegada al poder del comandante Chávez y del presidente obrero Nicolás Maduro, Carlos Augusto dejó huellas de su proyecto intelectual en la UCV. Egresó de esa universidad como ingeniero y se doctoró en Física y Matemática a la edad de veintidós años. Además, obtuvo el título de profesor de Historia y Geografía en el Instituto Pedagógico de Caracas.
En la vida política, llegó a formar parte del Comité Central del Partido Comunista de Venezuela, organización a la cual representó en el Senado del Congreso Nacional. Antes, fue concejal del Concejo Municipal del entonces Distrito Federal, el cual le otorgó el Premio Municipal de Prosa en 1946 por Las piedras mágicas. También recibió la medalla del Premio Nacional de Poesía (1948). En el plano internacional, le fue otorgado el Premio Mundial de la Paz.
Sorpresa en Moscú
Durante la convulsionada Venezuela de los años cincuenta, el poeta comunista fue detenido por la policía política de la dictadura militar, la Seguridad Nacional. Expulsado del país, se vio obligado a deambular por varias naciones latinoamericanas antes de ser acogido por organizaciones comunistas europeas, desde donde viajó a la Unión Soviética.
En la capital de la URSS, el intelectual venezolano recibió tratamiento médico en un sanatorio de Barbija, a las afueras de Moscú, donde Carlos Arturo León tuvo dos gratas sorpresas. En primera instancia, conoció al famoso poeta comunista turkie Nâzim Hikmet, quien fue protegido por el gobierno soviético tras sufrir varios años de prisión en su país.
Hikmet era originario de Tesalónica, donde nació el 20 de noviembre de 1901. Murió el 3 de junio de 1963, en Moscú. Fue autor, entre otras obras, de Paisajes humanos de mi patria, narración poética sobre la historia del siglo XX. Es considerado un poeta universal y héroe de las luchas del pueblo turkie.
Un grato capítulo para Hikmet y Carlos Augusto había roto sus tardes de poesía y canto al ser sorprendidos por la repentina presencia de una delegación militar que había distraído la habitual tranquilidad del sanatorio moscovita. Llegaron esa tarde con un nuevo paciente, de incipiente chiva, baja estatura y aspecto asiático, que no podía mantenerse en pie sin la ayuda de los corpulentos jóvenes de uniforme verde. Todos querían conocer al nuevo inquilino de la apacible instalación de Barbija.
La inusual llegada del anciano con tamaña escolta suponía que se trataba de un importante personaje, lo cual provocó la incontrolable curiosidad del venezolano y el turkie. La ansiedad presionaba, pero dejaron pasar varios días hasta que, como niños curiosos, decidieron tomar cartas en el asunto, tocando la puerta del nuevo vecino.
Primero habló el turkie.
—¡Nâzim Hikmet! —exclamó el anciano—, es un placer conocerlo. Yo he leído su poesía. Yo amo la poesía. Incluso tengo escritos algunos versos…
Después le tocó el turno al caraqueño Carlos Augusto León, quien dijo que era un poeta venezolano.
—¡Venezolano! —exclamó el anciano, y habló largamente de su admiración por Simón Bolívar.
Nâzim no lo podía creer. Carlos Augusto tampoco. ¿Quién podía ser aquel anciano a quien reverenciaban los militares soviéticos y que, además de ser poeta, conocía la prosa universal y amaba a Simón Bolívar?
Al unísono, los poetas preguntaron:
—Disculpe la molestia, pero ¿quién es usted?
El anciano respondió con sencillez:
—Me llamo Ho Chi Minh.
El relato de aquel encuentro es autoría de Gonzalo Fragui, del Centro de Estudios Filosóficos, Políticos y Sociales Vicente Lombardo Toledano.
Entre las obras de Carlos Augusto León se pueden mencionar: Los pasos vivientes (1940); Canto de mi país en esta guerra (1944); Homenaje a Jorge Manrique (1947); Los nombres de la vida (1947); La niña de la calavera y otros poemas (1948); A solas con la vida (1948); Canto a Corea (1949); Canto de paz (1950); Tres poemas (1951); Poesías (1954); Solamente el alba (1973); Una gota de agua (1974); Los dísticos profundos (1984); Juegos del yo (1989), y Yo canto a Lenin (1957), escrito en México.
Ho Chi Minh viajó varias veces a la Unión Soviética, cuando asumió responsabilidades como directivo de la Tercera Internacional Comunista, lo que significó su formación definitiva como líder marxista-leninista para el sureste asiático. Lamentó no estrechar nunca la mano de Lenin.
El 23 de enero de 1924, viajó a Leningrado con el firme propósito de conocer a su admirado líder, pero al bajarse del barco, supo que el líder bolchevique había fallecido dos días antes, por lo cual le tocó vivir en Moscú el ambiente de tristeza que se respiraba en la capital soviética.
Tras su estadía de veinte años en Europa, en procura de nuevas ideas que le marcaran el paso en su lucha por la liberación de toda Indochina, Ho Chi Minh había regresado al lejano sur fortalecido como militante de la tropa marxista-leninista. Fueron ideas que lo condujeron, definitivamente, hacia la meta que se había trasado desde el 5 de junio de 1911, a la edad de veintiún años, cuando subió al barco francés Admiral Latouche-Treville, como ayudante de cocina, rumbo a la vieja Europa, la cueva del colonialismo, en busca del fantasma que recorría el mundo.
07/06/2024.- A finales de la década de los años cincuenta, cuando Venezuela se debatía entre acontecimientos que marcaban brecha hacia una nueva década política, que ofrecía un país parecido a los años del general demócrata Isaías Medina Angarita, en la lejana Rusia desbastada por cuatro guerras mundiales, un venezolano, el poeta comunista caraqueño Carlos Augusto León, se encontraba en un sanatorio de Moscú. Se recuperaba tras años de una azarosa vida, propia de quien se entrega en alma y corazón a la causa libertaria, empuñando la bandera roja del proletariado.
El profesor Augusto León, en la década de los ochenta, nos brindó en la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela (UCV) sus saberes y hermosos relatos de una vida entregada a las ideas asumidas por miles de hombres y mujeres comprometidos con las ideas marxistas-leninistas.
Involucrado en la lucha por una Venezuela mejor, esa que ahora está más cerca con la llegada al poder del comandante Chávez y del presidente obrero Nicolás Maduro, Carlos Augusto dejó huellas de su proyecto intelectual en la UCV. Egresó de esa universidad como ingeniero y se doctoró en Física y Matemática a la edad de veintidós años. Además, obtuvo el título de profesor de Historia y Geografía en el Instituto Pedagógico de Caracas.
En la vida política, llegó a formar parte del Comité Central del Partido Comunista de Venezuela, organización a la cual representó en el Senado del Congreso Nacional. Antes, fue concejal del Concejo Municipal del entonces Distrito Federal, el cual le otorgó el Premio Municipal de Prosa en 1946 por Las piedras mágicas. También recibió la medalla del Premio Nacional de Poesía (1948). En el plano internacional, le fue otorgado el Premio Mundial de la Paz.
Sorpresa en Moscú
Durante la convulsionada Venezuela de los años cincuenta, el poeta comunista fue detenido por la policía política de la dictadura militar, la Seguridad Nacional. Expulsado del país, se vio obligado a deambular por varias naciones latinoamericanas antes de ser acogido por organizaciones comunistas europeas, desde donde viajó a la Unión Soviética.
En la capital de la URSS, el intelectual venezolano recibió tratamiento médico en un sanatorio de Barbija, a las afueras de Moscú, donde Carlos Arturo León tuvo dos gratas sorpresas. En primera instancia, conoció al famoso poeta comunista turkie Nâzim Hikmet, quien fue protegido por el gobierno soviético tras sufrir varios años de prisión en su país.
Hikmet era originario de Tesalónica, donde nació el 20 de noviembre de 1901. Murió el 3 de junio de 1963, en Moscú. Fue autor, entre otras obras, de Paisajes humanos de mi patria, narración poética sobre la historia del siglo XX. Es considerado un poeta universal y héroe de las luchas del pueblo turkie.
Un grato capítulo para Hikmet y Carlos Augusto había roto sus tardes de poesía y canto al ser sorprendidos por la repentina presencia de una delegación militar que había distraído la habitual tranquilidad del sanatorio moscovita. Llegaron esa tarde con un nuevo paciente, de incipiente chiva, baja estatura y aspecto asiático, que no podía mantenerse en pie sin la ayuda de los corpulentos jóvenes de uniforme verde. Todos querían conocer al nuevo inquilino de la apacible instalación de Barbija.
La inusual llegada del anciano con tamaña escolta suponía que se trataba de un importante personaje, lo cual provocó la incontrolable curiosidad del venezolano y el turkie. La ansiedad presionaba, pero dejaron pasar varios días hasta que, como niños curiosos, decidieron tomar cartas en el asunto, tocando la puerta del nuevo vecino.
Primero habló el turkie.
—¡Nâzim Hikmet! —exclamó el anciano—, es un placer conocerlo. Yo he leído su poesía. Yo amo la poesía. Incluso tengo escritos algunos versos…
Después le tocó el turno al caraqueño Carlos Augusto León, quien dijo que era un poeta venezolano.
—¡Venezolano! —exclamó el anciano, y habló largamente de su admiración por Simón Bolívar.
Nâzim no lo podía creer. Carlos Augusto tampoco. ¿Quién podía ser aquel anciano a quien reverenciaban los militares soviéticos y que, además de ser poeta, conocía la prosa universal y amaba a Simón Bolívar?
Al unísono, los poetas preguntaron:
—Disculpe la molestia, pero ¿quién es usted?
El anciano respondió con sencillez:
—Me llamo Ho Chi Minh.
El relato de aquel encuentro es autoría de Gonzalo Fragui, del Centro de Estudios Filosóficos, Políticos y Sociales Vicente Lombardo Toledano.
Entre las obras de Carlos Augusto León se pueden mencionar: Los pasos vivientes (1940); Canto de mi país en esta guerra (1944); Homenaje a Jorge Manrique (1947); Los nombres de la vida (1947); La niña de la calavera y otros poemas (1948); A solas con la vida (1948); Canto a Corea (1949); Canto de paz (1950); Tres poemas (1951); Poesías (1954); Solamente el alba (1973); Una gota de agua (1974); Los dísticos profundos (1984); Juegos del yo (1989), y Yo canto a Lenin (1957), escrito en México.
Ho Chi Minh viajó varias veces a la Unión Soviética, cuando asumió responsabilidades como directivo de la Tercera Internacional Comunista, lo que significó su formación definitiva como líder marxista-leninista para el sureste asiático. Lamentó no estrechar nunca la mano de Lenin.
El 23 de enero de 1924, viajó a Leningrado con el firme propósito de conocer a su admirado líder, pero al bajarse del barco, supo que el líder bolchevique había fallecido dos días antes, por lo cual le tocó vivir en Moscú el ambiente de tristeza que se respiraba en la capital soviética.
Tras su estadía de veinte años en Europa, en procura de nuevas ideas que le marcaran el paso en su lucha por la liberación de toda Indochina, Ho Chi Minh había regresado al lejano sur fortalecido como militante de la tropa marxista-leninista. Fueron ideas que lo condujeron, definitivamente, hacia la meta que se había trasado desde el 5 de junio de 1911, a la edad de veintiún años, cuando subió al barco francés Admiral Latouche-Treville, como ayudante de cocina, rumbo a la vieja Europa, la cueva del colonialismo, en busca del fantasma que recorría el mundo.
Ángel Miguel Bastidas G.
Fuentes de consulta:
Centro de Estudios Filosóficos, Políticos y Sociales Vicente Lombardo Toledano (CEFPSVLT). https://www.centrolombardo.edu.mx/
M. Luan, M. y Dac Xuan, N. (2008). Ho Chi Minh: de la infancia a presidente de Vietnam. Vietnam: editorial Thế Giới