El Jorge que yo conocí


Félix Roque Rivero

Está próximo a cumplirse el 48 aniversario del asesinato de Jorge Rodríguez ocurrido el 25 de julio de 1976, “El Maestro” como le decíamos todos los que le conocimos. En esta breve nota quiero recordar de manera apretujada mis vivencias al lado de Jorge, mi Maestro. Disculpen si suena algo personal pero, hay cosas que conviene compartir, más cuando reseñan el accionar de un ser que como Jorge, dejó marcada sus huellas de humanidad en casi todo cuanto hacía. Le conocí en 1974 en la UCV, yo era un imberbe en política pero lleno de entusiasmo. Nos encontramos en los pasillos de la universidad, en medio de las jornadas electorales estudiantiles. Desde un primer instante comenzó una empatía entre Jorge y mi persona. Desde el día en que me conoció me llamó “Compae Fele”. Jorge tenía una habilidad natural para congeniar con los demás. Tenía una sonrisa a flor de labios y una manera de ordenar solo propia de los jefes que saben hacerlo sin incurrir en humillaciones ni falta de respeto al otro.

Viajé mucho con Jorge en su carrito “Ford Falcón”, recorrimos buena parte de Venezuela en actividades políticas. Una vez, el Maestro me invitó a dar un “paseo” por Caracas. Luego de muchas vueltas llegamos a una casona ubicada muy cerca de la CANTV en la avenida Libertador, estacionó delante de una casa que tenía unas puertas altísimas y unas ventanas también espaciosas. Nos bajamos y entramos a la casa, pasamos a un cuarto semioscuro y allí me dijo: “Compae Fele”, allí está su material de combate: un equipo de filmación bien cuidado en sus bultos de lona verde. Era un regalo, me dijo, que nos enviaron desde un país de Europa del Este. Con ese equipo le tomé muchas fotografías y grabaciones a Jorge en distintos actos, como en la larga “Marcha Antiimperialista”, en la Primera Asamblea Nacional de la Liga Socialista, en Primer Pleno Obrero Nacional. Aún conservo la cámara de ese equipo de trabajo. Con ese equipo, “Compae Fele” Ud., será el fotógrafo del “Basirruque”, me dijo.

En otra ocasión Jorge me invitó a su apartamento de la UD-3 en Caricuao. Me dijo que allí dormiría ya que de madrugada saldríamos hacia el interior del país. Aún oscuro lo vi despedirse de sus dos hijos y de su esposa y salimos. En el camino me dijo que íbamos hacia el Zulia, que haríamos una parada en Carora y que allí conocería lo que era un hogar burgués y otro proletario. Cuando empezamos a bajar por Bejuma en el estado Carabobo, Jorge detuvo el carro en una estación de servicio y me indicó que nos bajáramos y camináramos un poco hacia el monte. Acto seguido me dijo: “Compae Fele” esa trocha que está allí y me la señaló, era y continua siendo “La pica de la Mona”, por allí entró el llanero Páez con instrucciones precisas de Bolívar al Campo de Carabobo y partió en dos las defensas realistas para así ganar la batalla y darnos la libertad. Jorge era un Maestro en todos los sentidos. Me detalló la lucha librada en Carabobo, la muerte del Negro Primero, el ataque de epilepsia de Páez, su ascenso a General, el parte de guerra del Libertador. Luego de un café, seguimos el viaje hacia su Carora natal.

Por fallas en el carrito “Falcón” pernoctamos en Barquisimeto, allí Jorge me presentó a uno de sus grandes amigos y camaradas, Julio Valero Roa. En casa de Valero pasaría un largo periodo realizando un curso de cine y revelado con un cineasta argentino-chileno-francés-venezolano llamado Enrique Urteaga, conocido como “Chacho” que llegó a Lara huyendo de la policía asesina de Pinochet. En la mañanita salimos hacia Carora. Llegamos a una enorme mansión pintada de blanco con tejas rojas. Allí vivía una hermana de Jorge. Tocó el Maestro la puerta y su hermana salió, se saludaron y pasamos. Ella nos ofreció café y desayuno y Jorge, de manera cortés se rehusó. Acto seguido me llamó y me dijo paseándome por la estancia de aquella mansión: observe bien “Campae Fele”, mire cómo vive una burguesa, aquí no falta nada y abrió el refrigerador que estaba repleto de todo. Su hermana le dijo: Jorge, tu no cambias. Nos despedimos y seguimos hacia una urbanización de casitas rurales de malariología. Nos detuvimos en una casita que tenía el fogón en el patio, la leña ardía y olía a café. Salió una señora flaquita como una vela, con las manos tiznadas y con un camisón bailado por la brisa de la mañana. Era Doña Eloína, la madre de Jorge. Se abrazaron con el amor más sentido que nunca había presenciado entre un hijo y una madre y recordé a Gorki y su famosa novela. Luego se acercó otra mujer con el rostro moreno y los ojos saltones igualitos a los de Jorge y se abrazaron los tres, era su hermana Carmen Alicia “Licha” Rodríguez. Jorge me presentó y de manera firme y con su rostro encendido en la más natural de las sonrisas me dijo: “Compae Fele” aquí si vamos a desayunar y a tomar café, este sí es un hogar proletario, sentenció; espero haya aprendido la lección y me dio un abrazo.

Jorge era un ser humano como cualquier otro pero dotado de cualidades excepcionales. Tenía una habilidad para salir triunfante de las más complicadas tareas. En otra ocasión me pidió lo acompañara al Zulia, a la inauguración de la casa de la Liga Socialista en Cabimas. Allí, en la oscurana causada por un apagón malintencionado de los adecos y bajo una lluvia de piedras de sus bandas criminales, el Maestro dio un discurso encendido condenándolos y llamando al pueblo a la lucha. Luego en Maracaibo, estuvimos en un foro organizado por la Facultad de Economía sobre la nacionalización del petróleo. Ante un panel de “expertos”, Jorge pulverizó la política económica de CAP y desenmascaró aquella nacionalización “chucuta”, lo aplaudieron de pie por más de diez minutos. Viajamos al Oriente, a Puertolacruz, Maturín. Estuvimos en Guayana con Vicente Gómez en las elecciones de Sidor. Le tomé muchas fotos a Jorge. A su muerte, le entregué una caja a su compañera Delsy con copia de sus discursos grabados en casetes.

Con Jorge, sentí el amor de un padre educándome en cada uno de sus actos de manera consciente. En él vi de cerca la disciplina por el estudio constante. Siempre me recomendaba un libro, una buena película, una buena obra de teatro, conocía la obra de Rómulo Gallegos, le gustaba leer poesía, citaba de memoria a los clásicos del marxismo-leninismo. La rectitud en el proceder, la caballerosidad y el respeto hacia los demás. Me decía que a los adultos teníamos que respetarlos, amarlos. La honradez era una constante, sentía pavor y rabia a la vez ante los corruptos, no aceptaba conciliábulos de nadie, los compañeros del Comité Nacional de la Liga lo respetaban y querían. Jorge era un cuadro, no de esos que se cuelgan de las paredes, no, era un baluarte que sabía asumir la jefatura de las tareas que le encomendaban. Se desvivía por la formación de los demás compañeros. Cuando me entregaba sus artículos para “El Basirruque” me pedía que los leyera en voz alta y si algo no estaba bien lo corregía. Jorge era una mezcla de humildad con bondad y sencillez. Una vez me mandó a llamar a su casa de Caricuao a buscar unos documentos, lo encontré sentado en una silla casi desnudo usando un pañal, lo habían operado de hemorroides. Me miró y con una de esas sonrisas que delataba sus ocurrencias me dijo: “Compae Fele”, aquí estoy, como carajito recién nacido. Unos días antes de su asesinato me dijo: “Compae Fele” hemos decidido que Ud., se vaya al Zulia y comience a organizar allí el movimiento obrero petrolero. Yo era muy joven, no llegaba a los veinte años. El Maestro notó mi nerviosismo e inseguridad, la falta de experiencia. Colocando una de sus manos en mi hombro me dijo. “Compae Fele”, habían otras opciones pero decidimos que Ud., era el hombre para esa tarea y sabemos que podrá con ella. El día de su detención, estábamos en la casa de la Liga en Alta Vista, Catia. En la tarde del viernes 23 de julio de 1976, el Maestro se despidió de nosotros a las puertas del local y junto a Cruz Moreno, Juan Medina Figueredo, Marisol Laprea y Ana Elvira Pérez abordaron el Volkswagen color azul de mar de Cucho, era una posibilidad de escape al cerco policial, pero no, una pistola nueve milímetros con su cañón y balas de muerte marcaron su destino. No lo volví a ver, su voz continúa llamándome en silencio, sus lecciones me siguen acompañando. Vaya pues, mi agradecimiento al Maestro Jorge, nuestro querido Maestro.

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