Del libro “Escritos de una combatiente de la guerrilla urbana en
Caracas” (2015). Nancy Zambrano
La primera prisión y el rescate desde la cárcel de mujeres de Los Teques
El 13 de junio de 1963 caigo presa por primera vez. La Digepol me detiene y me llevan a los Chaguaramos, me sentaron en una silla. Me pasaron a una oficina para declaraciones, hablaba de mis estudios, me preguntaban cualquier cosa y respondía siempre con algo de mis estudios en la universidad y seguía hablando sola de ese tema.
Ordenaron mi traslado, me llevaron al retén del Junquito [porque era menor de edad supongo], pero el director no quiso admitirlo, discutían y al final salimos de allí. Me llevaron a la cárcel de mujeres de Los Teques y allí me recluyeron. Yo no tenía papeles, de manera verbal la policía dio mi identificación, la causa de la detención y todo lo que les preguntaban.
Me ubicaron en el sector de las presas comunes. Después supe que había un pabellón de presas políticas, no eran muchas, pero no me llevaron allí. Al llegar conocí a una mujer, María, líder en ese sector, que me protegió; sin ella no sé que me hubiera pasado. María me preguntó si era “ñángara” (comunista) y se extrañaba por mi edad, así comenzamos a conversar, ella sentía simpatía por los ñángaras, eso decía, y me puso al tanto de la vida en la cárcel. Duro aquello. Había un revuelo por mi llegada y algunas presas me hacían gestos y se referían a mí de una forma grotesca y burlona.
Al día siguiente presencié una pelea donde le desfiguraron la cara a una mujer; y casi todos los días presenciaban peleas, cachetadas, insultos, amenazas; vivía el infierno, un mundo que ni me había imaginado, estaba atónita y aturdida.
En una de esas noches escuché las historias de vida de María y de dos de sus amigas, pensaba que eso se daba solo en novelas, terrible. María con esa vida, sin padre ni madre, violaciones, hambre, robos, asesinatos, tratando de sobrevivir desde niña. Y aun así me parecía descubrir buenos sentimientos en ella.
María me puso en contacto con las presas políticas. Hablé con las monjas a ver si me cambiaban y ante la negativa, supuestamente porque no había espacio, me permitieron salir al patio diariamente con ellas. Marcela, una de las compañeras me dijo que podía confiar en María. El problema de las drogas era evidente, ya reconocía el olor a la marihuana y los rostros extraviados. Y algunas monjas metidas en el negocio.
Por cierto quiero destacar que el único profesor de la universidad que me visitó fue el profesor Raimundo Chela, importante matemático. Lo digo no porque pensara que debían visitarme sino más bien porque me sorprendió gratamente. Eso fue muy importante para mí. Era mi profesor de Álgebra y como había pocos estudiantes en el curso era muy preocupado por todos. Fue un gesto muy solidario.
A los 15 días, María me planteó que si quería fugarme podía irme con la visita en un fin de semana, que podía organizarlo todo. Le dije que no, que el abogado me había garantizado que saldría pronto. El 10 de julio mis compañeros del Destacamento Livia Gouverneur vinieron a rescatarme en una acción de comando tomando la cárcel.
Desde que me recluyeron en la cárcel de mujeres comencé a pasar la información para preparar esa fuga. El abogado y una compañera de la universidad hicieron el enlace.
Un mes después se ejecutó la operación de rescate, junto conmigo salieron dos compañeras, Blanca y Marcela, que supieron lo de la fuga un día antes de su realización, y a quienes me habían autorizado de proponerles la fuga.
El día de la fuga, 10 de julio, teníamos una buena visual de la carretera, en lo que vimos los carros cada una se acercó lo más posible hacia la puerta de entrada de la edificación.
Los compañeros llegaron en una patrulla de la Digepol presentándose como policías para hacer un traslado, al tratar de ser verificados tomaron la entrada a la cárcel. Raúl [Coquito] me cuenta que participaron varios integrantes de dos UTC, llegaron como digepoles y una vez tomada la entrada rompieron los cables de los teléfonos, desarmaron y ataron a los guardias nacionales, tomaron el registro de visita, mientras nosotras llegábamos a la puerta. Todo se realizó de acuerdo a lo planificado, ya habíamos bajado hacia la puerta, salimos, entré a uno de los carros, en el otro carro se fueron las dos compañeras.
El chofer, Alejandro [Casagua] siguió por un atajo, conocedor de la zona, era de allí, de Los Teques, tomó lo que se llaman los “caminos verdes” para llegar a un sitio cerca de Los Teques, una casa deshabitada en medio de un cementerio donde me quedaría por unos días. Una vez alertados los cuerpos policiales sobre la fuga, la Guardia Nacional acordonó la zona colocando alcabalas móviles y reforzando las existentes.
Luego comenzó la vida en la clandestinidad, dura, extrema. Hasta el 22 de octubre de 1964 en que vuelvo a caer presa.