Algunos elementos de análisis…

sobre las elecciones de Estados Unidos

08/08/2024.- Las próximas elecciones en Estados Unidos deben ser vistas en el marco de algunos hechos que señalan cambios importantes en la dinámica política y que, de no ser considerados, podrían generar confusión en el análisis, toda vez que se está produciendo un solapamiento de ideas o corrientes de pensamiento. Este escenario obliga a entender a Estados Unidos —de forma cada vez más necesaria— como un actor heterogéneo en el que coexisten diversas fuerzas contradictorias que defienden intereses diversos.

Esto se manifiesta, por ejemplo, en asuntos como la libertad de expresión y el funcionamiento de los medios de comunicación y prensa, en los que se están produciendo cambios muy profundos que tienen una enorme influencia en las elecciones. Asimismo, influyen en los debates sobre el comportamiento de los medios de comunicación que son asumidos hoy por los demócratas liberales como si fuera un precepto inamovible de su propuesta. Por ello, los medios dan espacio a demócratas en contra y a favor de la guerra, tras una supuesta libertad de expresión que, en realidad, oculta que los medios han perdido su condición de «entes autónomos» de cualquier control, desde el momento en que han respaldado posiciones políticas en una u otra dirección.

En esa medida, todo el mundo en Estados Unidos sabe que The New York Times favorece a los demócratas, y The Washington Post, a los republicanos. Es la versión estadounidense de la «libertad de expresión» para encubrir que ambos apoyan a facciones distintas del poder.

La presentación por parte de Trump de un discurso contra la guerra en Ucrania produce un desdoblamiento político de la sociedad, difícil de comprender porque las consignas y los mitos han construido la idea de que los demócratas han sido los sostenedores del orden liberal, y los republicanos, los exponentes del conservadurismo. Pudiéndose aceptar que en algún momento del pasado eso pudo ser cierto, hoy ya no es así. De cara a las elecciones, esta situación nos obliga a un análisis más profundo de lo que está ocurriendo en Estados Unidos para entender las alianzas que se producen y comprender quién realmente asumirá el poder en el futuro próximo.

En la actualidad, se está generando una superposición de fuerzas que se organizan de distintas formas en el espectro político estadounidense, superando el tradicional agrupamiento bipartidista. Esto, que se manifiesta con más fuerza en el bando republicano (hoy capturado por Trump), está forjando una división entre el sector neoconservador y los aislacionistas tradicionales y nacionalistas, que han puesto el interés nacional por encima del interés global. En este sentido, se podría decir que hay sectores republicanos que ya no son tan «conservadores». Esto es una anormalidad dentro del sistema.

Durante la época de predominio del clan Bush, el control neoconservador del partido republicano, y por ende del gobierno, era evidente, pero se ha ido produciendo un cambio que ha llevado a que hoy los neoconservadores cubran el bipartidismo, llegando a una situación tal que hasta podría decirse que, recientemente, el partido demócrata se ha impregnado con mucha más fuerza de esta idea.

Como efecto de esta tendencia, en la actualidad, hay neoconservadores (neocons) en ambos partidos. Tal propensión comenzó a verse en la época en que Barack Obama tomó el control del Partido Demócrata (PD). En un primer momento, se pensó que a raíz de ello se produciría un cambio de paradigma en el partido azul. Por el contrario, en este período se echaron las bases para la construcción de «un solo partido», a fin de sostener el sistema o establishment.

El cambio viene dado porque Donald Trump no pertenece a ese frente neoconservador cada vez más controlado por el PD. Sin embargo, durante su administración, Trump hizo una alianza con los neocons para sostener su poder cuando todavía no controlaba el Partido Republicano (PR). Todo esto conduce a dificultades para determinar una posición ideológica precisa para Trump, más allá de su condición de multimillonario.

No obstante, el expresidente y candidato ha tenido la habilidad suficiente para tomar nota de las crecientes carencias que en la sociedad estadounidense están afectando a sectores importantes de la población blanca rural que el PD depauperó, afectando también a negros y otras minorías. Esto es lo que explica la designación de J. D. Vance como candidato a vicepresidente.

Vance, proveniente de una familia fragmentada en un pequeño pueblo del mundo rural del noreste de Estados Unidos, muy religioso y profundamente marginado, se ha caracterizado por exponer un discurso de rechazo a la «clase dominante» de Estados Unidos, que —según él—, en el colmo de su fracaso, ha firmado acuerdos con México y China, abiertamente negativos para Estados Unidos y favorables a esos países.

El ahora candidato republicano a vicepresidente opina que con ello se destruyeron «aún más los buenos empleos de manufactura de la clase media estadounidense». Vance también ha rechazado la «desastrosa» invasión de Irak, sobre todo porque innecesariamente los hijos de los campesinos del noreste de Estados Unidos fueron enviados a una guerra sin sentido.

Vance, un joven político que proyecta un liderazgo para el futuro del PR (que el PD no tiene), también ha manifestado su rechazo a lo que llama la «estafa verde» de los demócratas. Mientras tanto, él —gracias a Trump— se asume como «un niño de la clase trabajadora nacido lejos de los pasillos del poder [que] puede estar en este escenario como el próximo vicepresidente de los Estados Unidos de América».

También ha manifestado su rechazo a Wall Street, al que culpa de haber dejado sin negocio a los constructores estadounidenses y haber sido responsable de «inundar» el país con inmigrantes ilegales, obligando a los estadounidenses a tener que competir con personas que no deberían estar en el país.

Ha acusado a Biden de permitir que China envíe fentanilo, con el objetivo de que muchos jóvenes se vuelvan adictos. Vance ha dicho que Trump y él se han comprometido con los trabajadores, eliminando la «importación de mano de obra extranjera» a fin de luchar por los ciudadanos estadounidenses y los buenos empleos y salarios para ellos.

Asimismo, prometió dejar de comprar energía de naciones «que nos odian», porque la van a producir en Estados Unidos. De igual manera, prometió la reindustrialización de ese país, evitando «que el Partido Comunista Chino construya su clase media a costa de los ciudadanos estadounidenses». Además, propuso asegurarse de que los aliados de Estados Unidos «compartan la carga de asegurar la paz mundial».

Más allá de la posibilidad real de cumplir estas promesas, es necesario traer a colación el ideario de Vance porque representa el verdadero pensamiento del trumpismo y del Partido Republicano, alejado del tradicional paradigma neoconservador. Desde mi punto de vista, estos planteamientos señalan el rumbo de la ideología de Estados Unidos para las próximas décadas.

Los intentos de los neocons por sostenerse en la élite se manifestaron en la decisión de Nikki Haley (una de sus más conspicuas representantes) de mantenerse en la contienda interna del PR a pesar de su inminente derrota ante Trump. Haley defendía la guerra en Ucrania, al Comité Israelí-Americano de Asuntos Públicos (AIPAC, por sus siglas en inglés) y al complejo militar industrial (CMI).

Sin embargo, ahora, Trump no los necesita, sobre todo cuando vio la caída de Biden tras el debate. Tampoco piensa que vaya a tener problemas en la confrontación con Kamala Harris. En su interior, Trump piensa que los neocons lo traicionaron; en particular John Bolton, quien se ha transformado en uno de sus más férreos opositores. Esta es también la razón de que rechazara al muy anunciado Marco Rubio como candidato a vicepresidente.

En este sentido, es interesante dar seguimiento a lo ocurrido con el periodista Tucker Carlson, que se ha mantenido en la línea de apoyo a Trump y en el sostenimiento del planteamiento antineocons y antiélites del CMI y de la industria farmacéutica. Carlson, a pesar de tener el programa más visto de la televisión estadounidense en la cadena Fox, fue despedido por su apoyo a Trump. He ahí la prueba de la farsa de la libertad de expresión y la autonomía de los medios. Ahora, tras la designación de Vance, todos los ataques se han centrado en él. No obstante, las arremetidas contra Carlson y Vance, en realidad dirigidas contra Trump, han fracasado.

En la trinchera opuesta, tras la designación de Kamala Harris como candidata demócrata a la presidencia, todo el aparato mediático del establishment se ha volcado a su favor. Han centralizado el discurso y han construido una gran burbuja encaminada a demostrar que hay un «empate técnico» entre Trump y ella en las encuestas. Efectivamente, el apoyo al PD se elevó en las pesquisas tras el «renacimiento» que produjo la declinación de Biden, pero este crecimiento no es superior a las cifras que tenía Biden a comienzos de año.

El problema ahora es saber qué ocurrirá cuando la burbuja vuelva a su estado natural. Eso pasa por conocer cuánta influencia pueda tener Harris y cuánta fuerza pueda acumular para poner en duda la elección del republicano. Nada indica que Harris pueda ser una amenaza para Trump, pero habrá que esperar para saberlo, porque hoy se vive «una luna de miel» entre ella, los medios y las encuestadoras que están abiertamente favoreciéndola.

Muchos piensan que Michelle Obama hubiera sido más competitiva que Harris contra Trump. Parecía que el PD iría hacia una fuerte confrontación interna para el nombramiento de su aspirante, pero algo indeterminado ocurrió; alguna negociación hubo para evitar que la designación de la candidata demócrata fuera lo menos traumática posible.

Para oponerse a Trump, Harris designó a un candidato a vicepresidente con características similares al candidato republicano: Tim Walz, gobernador del estado de Minnesota. Al igual que Vance, Walz proviene de una zona rural, al igual que Vance sirvió en las Fuerzas Armadas y al igual que Vance era un casi desconocido fuera de su estado.

A pesar de que Vance es senador y Walz, gobernador, ninguno de los dos pertenece al establishment del poder de Washington. Sin ser tan joven como Vance (cuarenta años), Walz (de sesenta) pretende proyectar una cara nueva para el futuro de los demócratas. En los códigos políticos de Estados Unidos, Walz es considerado un liberal (¿progresista?) a través del cual el PD intenta atraer al sector juvenil que se agrupa en torno al senador Bernie Sanders y que ha sido profundamente crítico con Biden, sobre todo por su apoyo a Israel.

Con respecto a posibles alianzas, vale saber que Trump le ofreció la vicepresidencia al candidato independiente Robert F. Kennedy. Ambos líderes conversaron y manifestaron afinidades; por ejemplo, coincidieron en la necesidad de apoyar a Israel y rechazar a los neocons, pero, finalmente, Kennedy rechazó la designación. Hay que recordar que este intentó ser candidato por el PD, pero el establishment del mismo le negó la posibilidad de participar en las primarias, llevándolo a transformarse en candidato independiente.

En resumen, estamos en un momento de la campaña de Estados Unidos en que se enfrenta un Trump carismático frente a una Harris frágil, sostenida artificialmente por los medios de comunicación. Por decisión del PD, ella ejerció sus funciones como vicepresidenta con un perfil muy bajo. Ahora, eso le va a «pasar la cuenta» en sus aspiraciones presidenciales.

Sergio Rodríguez Gelfenstein

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