Los Malagones: De izquierda a derecha Leandro Rodríguez Malagón, Cruz Camacho Loaces, Alberto Pérez Lledia, Antonio Gómez González, Hilario Fernández Martínez, Jesús Padilla González, José Álvarez Camacho, Gerardo Rodríguez Malagón, José María Lledia Camejo, Eduardo Serrano Martínez, Juventino Torres Vélez y Juan Camacho Paz. Foto: Archivo
Con información de Cubadebate
por Paco Col | Ago 31, 2024 | Internacional, Noticias
El 31 de agosto de 1959, el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en un periplo por el valle de Viñales llegó a la Cueva de Mesa, perteneciente a la Gran Caverna de Santo Tomás, acompañado por Celia Sánchez Manduley, el capitán Antonio Núñez Jiménez y otros oficiales del Ejército Rebelde.
Por: Norberto Escalona Rodríguez
Instalados en los amplios salones adornados por esbeltas y bellas columnas naturales, Núñez Jiménez le presenta a sus amigos Leandro Rodríguez Malagón; Cruz Camacho Ríos, el Niño y a otros prácticos de la región; lo habían acompañado en la exploración de las grutas de la zona.
El Comandante sostiene una amplia conversación con ellos y se interesa por sus hijos, la situación del entorno, sus siembras y la nueva escuela ya proyectada.
Malagón expone a Fidel que en la Sierra de Celadas, un grupo de bandidos aterroriza a los campesinos. Se refiere al excabo Luis Lara Crespo y sus secuaces, antiguos militares del ejército de la tiranía de Batista. Sin dientes y descalzo, cuenta las tropelías del asesino. Sumaban en su haber más de veinte asesinatos, robos y saqueos a la población.
El Comandante plantea la idea de crear una patrulla de campesinos de la zona para ubicar y capturar a los bandidos, por ser conocedores de la región y de varios de los integrantes de la pandilla.
Responsabiliza a Núñez Jiménez con la selección del grupo, quien rememora:
Para mí el número 12 siempre ha tenido un significado muy grande, y como se ha dicho, fueron 12 los sobrevivientes junto a Carlos Manuel de Céspedes en Yara y 12 los que quedaron con Fidel en la Sierra Maestra, yo le dije a Fidel: Bueno pues que sean 12 los milicianos de la nueva patrulla.
Aprobó ese número y después preguntó: “¿Y quién será el jefe?”.
Le respondí en seguida: Malagón. Volvió a preguntar: “¿Y quiénes serán los otros 11 campesinos?”. Le expresé: Muchos compañeros me han ayudado en la exploración de las cuevas. Yo venía aquí hace muchos años antes de la Revolución y esos deben ser los primeros milicianos.(1)
Sobre la conversación del Comandante con el viejo Malagón, este rememoraba después:
Antes de Fidel irse me dijo: “Óyeme, mañana me llevas los otros 11 hombres (…)”. Eran como las cinco de la tarde, y como conocía de la disposición de todos, salí a buscarlos por ahí. Donde tropezaba con alguno le decía, sin comunicarle el motivo: Fidel nos hace una invitación a La Habana.
Cuando el Comandante en Jefe le esclareció en la caverna la misión al campesino de sesenta años de edad le expresó: “Malagón, si ustedes triunfan, habrá milicias en Cuba”.
Le comunicó además: “Tendrán 90 días para ubicar la banda”. El viejo campesino expresó: “Comandante, ese hombre es jíbaro y lleva tiempo huyendo”. Fidel recalcó: “Sí, pero ustedes conocen esa zona mejor que nadie. Y como ustedes la conocen, los van a atrapar”.(2)
La legendaria patrulla campesina nacida aquel 31 de agosto la integraron:
Leandro Rodríguez Malagón, el jefe; Cruz Camacho Ríos, el Niño; Alberto Pérez Lledía; Antonio Gómez González, el Negro; Juan Quintín Paz Camacho, Juanito; Hilario Fernández Martínez, Padilla González, José Antonio Álvarez Camacho, Pepe; Gerardo Rodríguez Malagón, el Sordo; José María Lledía Ceballos; Eduardo Serrano Martínez y Juventino Torres Véliz.
Aunque sus integrantes acordaron llamarse Patrulla Granma, a partir de entonces todos les llamaron Los Malagones, en alusión a Leandro Rodríguez Malagón, líder de la patrulla, y con ese nombre los 12 entraron con paso marcial por la puerta amplia de la historia de Cuba. El promedio de edad de estos valerosos montañeses era de treinta y cinco años. El viejo Malagón los supo dirigir con audacia en una misión de gran envergadura, donde pondrían en peligro sus vidas.
En 2018, al indagar en el destino de los legendarios milicianos, conocí que uno de sus integrantes, Juan Quintín Paz Camacho, aún vivía en la comunidad El Moncada, de Viñales, a poca distancia del sitio donde Fidel los convocó. Al contactarlo, me comunicó la disposición de narrar sus testimonios.
En febrero de ese año, apareció ante mi vista el valle con la cordillera de mogotes, un momento único para escuchar los testimonios de Juanito: era un encuentro con la propia historia.
El campesino devenido miliciano, a sus ochenta y dos años y con una memoria asombrosa, me narró sus vivencias. Existe un rincón de su casa campestre, donde preserva celosamente algunos objetos históricos entre ellos fotografías de sus valientes compañeros. Me las muestra, enfila la mirada hacia la silueta de las originales montañas, se acomoda en un taburete y desde su memoria salen agolpados los recuerdos:
En su viaje hacia La Habana Fidel comenzó a pensar en nuestro uniforme. Consultó con sus acompañantes, entre ellos Celia Sánchez y Núñez Jiménez. Se decidieron por un pantalón azul mezclilla, una camisa verde olivo y un sombrero de yarey con una bandera cubana al frente como la del Ejército Libertador.
En breve tiempo nos trasladaron a la capital y ya el 2 de septiembre, comenzamos a recibir Chichee; Jesús adiestramiento en el campamento de Managua, al mando del Comandante de la Revolución Guillermo García Frías. El propio Núñez Jiménez siempre estuvo pendiente del entrenamiento y nos traía orientaciones de Fidel quien también nos visitaba.
Sobre la preparación de la patrulla campesina Guillermo García relató:
Fidel me dio indicaciones de prepararlos en tiro, en emboscadas, en la guerrilla de los bosques, y vinieron para Managua los 12 y empezaron un entrenamiento muy recio, de día y de noche. Yo era el instructor y Fidel era el científico… Fue todo un entrenamiento, aprendieron a manejar las armas muy bien tirando al blanco a distintas distancias y a hacer emboscadas, cercos en el bosque… Además, tuvieron lo fundamental, la disciplina; la captaron muy rápido, y les daba un mérito superior… De allí salieron para Pinar.(3)
Nos entrenamos en largas caminatas —continúa narrando el insigne miliciano—; Fidel seleccionó el fusil M-1 como el arma a utilizar por ser bastante liviano y con buena cadencia de fuego; debíamos dominarlo a la perfección. Nos recalcó el necesario respeto a los prisioneros, un principio inviolable siempre mantenido por el Ejército Rebelde en la Sierra Maestra.
Concluida la preparación, nos dirigimos al regimiento de Pinar del Río donde entregamos una carta del Comandante en Jefe al entonces capitán Manuel Borjas. Decía entre otras indicaciones: “Borjas, ahí te mando a Malagón con los muchachos. Recibieron instrucción militar. Enséñales tú la lucha en las montañas y dedícaselos a Lara (…) Trabajarán en sus tierras por el día, y durante la noche cambiarán su vestimenta de trabajo por un uniforme compuesto por pantalón mezclilla camisa verde olivo y sombrero de guano con una pequeña bandera cubana al frente”.(4)
La misión quedaba bien clara para la dispuesta patrulla.
En busca de los bandidos
Con sus fusiles ya probados y mucha decisión, la escuadra campesina inició las operaciones el 1.° de octubre en la Sierra de los Órganos, bajo las órdenes del entonces capitán Borjas, aunque como escuadra independiente al mando de Leandro Rodríguez Malagón, quien mantendría informado al mando superior de cómo marchaban las acciones.
Hicimos emboscadas, —continúa narrando Juanito— seguimos rastros, no era fácil ubicar un pequeño grupo desplazándose todo el tiempo por un medio tan agreste como es la Sierra de los Órganos, una zona que conocían muy bien y además nos evadían. Era como se dice «buscar una aguja en un pajar»; usted mira la estructura de un mogote desde afuera y en su interior es muy complicado; hay numerosas cuevas, y largos pasadizos subterráneos, escondites muy seguros y total oscuridad.
El 12 de octubre de 1959, entre las 17:00 y las 19:00 horas, Máximo Izquierdo, un integrante de la banda —como después supimos—, encendió una hoguera en un lugar previamente convenido y al poco rato, un B-26 color gris acero comenzó a sobrevolar la zona conocido como El Aguacatal. La aeronave realizó varios giros y les lanzó en paracaídas armas y municiones. Hasta nosotros llegó un campesino montado a caballo al observar parte de lo sucedido. ¡Ya los teníamos localizados!
A los pocos días capturamos al bandolero que le puso la señal al avión. Al presionarlo nos informó: “Son cuatro incluyendo a Lara, van a tratar de cruzar la carretera y están por el lugar llamado Las Cazuelas”.
Una pertinaz lluvia no dejó de bañar el valle en esos días de octubre por la zona donde se movían Los Malagones; los ríos y arroyos se mantenían desbordados y era difícil el tránsito a pie. En la madrugada del día 18, ya tenían listos sus fusiles, y emprendieron la marcha llenos de ánimo hacía una zona tan conocida. Amaneció y el sol iluminó todo el valle.
Uno de los milicianos propuso dividir la patrulla en dos, previendo un posible engaño de aquel individuo. Una de siete (Leandro, Gerardo, José María, Hilario, José, Eduardo y Jesús) y la otra de cinco (el Niño Cruz, Antonio, Alberto, Juventino y Juanito). Así podían abarcar un mayor territorio. Por distintas direcciones partieron a peinar la loma de Las Cazuelas.
Se adentraron en el cuerpo cavernoso de cada mogote, repasando el laberinto tantas veces recorrido desde niños. Se guiaban con pencas de guano encendidas. En los espacios exteriores hundían las botas en el lodo sosteniendo con mucha seguridad el fusil y la certeza de cumplir la tarea.
Juan Quintín, quien formó parte del segundo grupo, rememora:
Durante toda la mañana transitamos por infinidad de vericuetos; sobre las cinco de la tarde, divisamos un rastro sobre el terreno fangoso; cruzaba un camino y se dirigía a la casa del campesino Mongo Santana. Al indagar en otro bohío, por las referencias todo indicaba la cercana presencia de los bandidos. En unos minutos, oscurecía, debíamos tomar una rápida decisión.
Con los dedos siempre cercanos a los gatillos de los relucientes M-1 organizaron el plan de ataque. Sobre sus uniformes la humedad y el fango; en sus corazones la palpitación del regocijo; por fin el bandido y sus secuaces iban a pagar sus fechorías.
Fin de los bandidos
Antonio Gómez les orientó cómo iban a rodear la casa. A una orden, cada uno disparó tres tiros al aire con un grito: “¡Ríndanse, están rodeados!”. Tiros van y tiros vienen. A Cruz Camacho se le alumbró ese bombillito del campesino que siempre lo saca de los apuros y desde un extremo gritó: “¡Oiga, capitán Borjas, dispare la ametralladora Thompson!”. “¡Ríndete cabo Lara, estás rodeado y no tienes escapatoria!”, comenzamos a gritarle al bandido.
Juventino Torres, al comprender la estratagema, disparó una ráfaga con su arma queriendo simular una ametralladora.
Escuchamos una voz desde el interior del bohío, era Lara: “¡No tiren más, nos vamos a entregar!”. Camacho le gritó de inmediato:
“¡Arrojen primero las armas y salgan con los brazos en alto y cuidado con hacer una jugarreta!”. En un acto de cobardía, el cabo llegó a tomar en sus brazos de rehén a una niña de solo cuatro años y abrió la puerta. “¡No se te ocurra hacerle daño a esa niña!”, le gritó el jefe de nuestro grupo con fuerza y desprecio. Dejó a la pequeña allí, sobre la tierra, quien por lógica no sabía lo que ocurría.
Cuando el cabo Lara levantó los brazos, de inmediato preguntó por el capitán y la ametralladora —era lo que lo había amedrentado.
“Aquí no existen ni capitán ni ametralladora” —le respondimos.
“¡Si me llego a imaginar quiénes eran no me rindo! ¡Le ronca, me ha cogido una partida de guajiros como ustedes!”.
“¡Ya es demasiado tarde y responderás por tus crímenes!” —le respondió Camacho—. El miedo se comía el rostro de aquellos canallas, protagonistas de tantos salvajismos.
Utilizamos un ardid, pero de todas formas no se escapaban de esta.
Las paredes de la casa se convirtieron en un colador. Imagínese cuántos proyectiles circularon desde uno y otro lugar. Durante mucho tiempo continué sintiendo en mis oídos el ta-ta-ta-ta-ta.
Terminaban las fechorías del bandido Lara y sus secuaces. Finalizó el combate cuando las primeras estrellas se adueñaban del firmamento.
Fidel conoció de la captura de Lara
Juanito continúa con su sentido testimonio:
Nos trasladaron con los prisioneros para la ciudad de Pinar del Río. Durante el recorrido el otro grupo se unió a nosotros, y cuando le presentamos los prisioneros a Dermidio Escalona, expresó: “Me cuesta creerlo. ¡Fidel les dio noventa días y solo han pasado dieciocho!”.
De inmediato empezó a llamar al jefe de la Revolución y nosotros de testigos cuando le dio la noticia: “Comandante, los campesinos entrenados por usted ya capturaron a la banda de Lara. Aquí los tengo”. Fidel, también asombrado y muy alegre, le dijo que nos trasladaran para La Habana en ese mismo momento.
Mira, el uniforme verde olivo llevaba con nosotros puesto dieciocho días, apenas se había lavado. No se sabe todo lo que teníamos encima, entre el fango y el sudor no se podía adivinar el color. Su “perfume” se podía olfatear a medio kilómetro. Y Fidel: “Que vengan así mismo”. Pedimos más tiempo y el Comandante entendió.
Al otro día, a las doce del mediodía llegamos a Ciudad Libertad. Las tropas del Ejército Rebelde acantonadas allí, estaban formadas para recibirnos junto a varios dirigentes de la Revolución.
El encuentro con Fidel
Tremenda alegría, no hay palabras para describir cuando nos comunicaron que íbamos al encuentro de nuestro querido Comandante en Jefe, quien confió en nosotros al darnos una misión de tal envergadura. ¡Habíamos cumplido!
Era un domingo 19 de octubre y nos trasladaron para la oficina del director de la revista Bohemia. Todos muy impacientes por ver a Fidel y conversar con él. Al poco rato se abrió una puerta, entró el Comandante y nos dijo: “Va a haber milicias en Cuba porque ustedes triunfaron”. Comenzó a abrazarnos con una alegría… Nos pidió un relato en detalles y nos escuchó con mucha atención mientras hacía varias preguntas. “Han cumplido en dieciocho días una misión asignada para noventa, soliciten lo que necesitan”, nos expresó.
Le comunicamos no necesitar nada, lo hicimos por cumplir con él, que es cumplir con la Revolución; queríamos seguir trabajando y siempre podía contar con nosotros para seguir cazando bandidos.
Sobre el encuentro presentamos a continuación varios fragmentos de una publicación de Bohemia:
El doctor Castro estaba entusiasmado con lo realizado por los campesinos a los que dijo:
“Ahora hay que volver al trabajo de la cooperativa, pero con el fusil listo. Ustedes se han ganado el derecho de conservar el uniforme y el arma.
La podrán guardar en su casa para defender a Cuba tan bien como lo han hecho ahora”.
Y ellos como si hablasen con uno de los suyos, forman ruedo en torno al jefe de la Revolución y se quitan uno a otro las palabras para contar esta u otra parte de la acción (…)
Después, en charla con Malagón, el premier expresa que hay que aumentar las patrullas y añade: “Los demás tienen que salir tan buenos como estos”.
Malagón sonríe y riposta: “Saldrán, Comandante, saldrán. Yo le dije que los iba a coger ‘desgranaditos’”.
Hay risas en el ambiente. Se palpa el espíritu de confraternidad de esta Revolución que hermana a los hombres del campo con los comandantes y los ministros. (5)
Un Memorial al coraje
En 1985 coincidieron los doce combatientes por última vez. Alejandro andaba por los setenta, el general de ejército Raúl Castro prometió estar presente cuando cumpliera los noventa y lo recordó a pesar de tantas ocupaciones. En el memorable encuentro Malagón expresó el deseo de que sus restos fueran enterrados en el mismo sitio que le vio nacer, cercano a la Gran Caverna de Santo Tomás donde sostuvo un primer encuentro con el Comandante en Jefe, situada a 150 m del lugar. Raúl apoyó la idea de hacer un memorial donde descansaran los milicianos legendarios.
A principios del año 1997 se aprobó un proyecto presentado por el arquitecto Héctor Iglesias y el 1.º de junio comenzó la obra. El 3 de noviembre de 1999, Raúl presidió el acto inaugural del Memorial. Un sitio emblemático que rinde homenaje a los legendarios Malagones y perpetúa el recuerdo a los que ofrendaron sus vidas en la Lucha Contra Bandidos (LCB).
Cuando visité el Memorial junto a Juan Quintín Paz Camacho, nos atrapó la solemnidad del sitio. A la entrada sobresalen doce nichos situados en distintas posiciones, como cañones de fusiles en una emboscada entre las montañas de Viñales. Sus tapas de mármol tienen el color verde gris del uniforme guerrillero. Están revestidos con piedra cantoral; significa la multiplicación de las milicias en Cuba. Al fondo sobresale la figura principal, inspirada en la famosa fotografía del mayor de los Malagones, inmortalizada por Raúl Corrales, tomada en octubre de 1959. Otros elementos muy simbólicos también conforman el notable complejo.
Mientras rememora sus vivencias, en más de una oportunidad Juanito observa con mucho respeto los nichos que resguardan a sus compañeros. Con marcada emoción expresa:
Al paso de los años ya no están físicamente mis camaradas sin embargo se marcharon a su tumba con el regocijo del deber cumplido y haber sido fieles hasta el último aliento al siempre invicto Comandante en Jefe Fidel.
En cada oportunidad le he hablado a las nuevas generaciones sobre el paradigma legado por nuestra escuadra de campesinos milicianos; que conozcan además el costo de esta libertad, esta seguridad y la posibilidad de estudiar y formarse en la Cuba que siempre vamos a defender.
Levantó su segura mirada hacia la cordillera testigo de su emotivo relato, y hacia cada nicho donde reposan sus compañeros, embrión de las Milicias Nacionales Revolucionarias en Cuba, con mucha firmeza exclamó: “¡Descansen en paz!”.
Los Malagones: De izquierda a derecha Leandro Rodríguez Malagón, Cruz Camacho Loaces, Alberto Pérez Lledia, Antonio Gómez González, Hilario Fernández Martínez, Jesús Padilla González, José Álvarez Camacho, Gerardo Rodríguez Malagón, José María Lledia Camejo, Eduardo Serrano Martínez, Juventino Torres Vélez y Juan Camacho Paz. Foto: Archivo
Con información de Cubadebate