La rabo e’ cochino

Ni imposición ni fascismo

Días antes del 28 de julio nos compartieron los resultados de cierto estudio de opinión que incluía una pregunta que evaluaba la intención de los votantes en el hipotético caso de que Hugo Chávez fuera el candidato. ¿El resultado? Casi el 60% respondió que votaría por él.

Analizando el asunto, concluíamos que esa manía del gobierno de ampararse en la figura de Chávez para justificar cualquier cosa no les había dado resultado. Que por más que intentaran apropiarse de su figura y de su legado, mucha gente tenía muy claro que una cosa es lo que el gobierno dice y hace en nombre de Chávez, y otra cosa es lo que Chávez hizo o habría hecho.

Es que es algo de sentido común y no de no olvidar la historia: Chávez jamás habría convalidado una mamarrachada como la no publicación de unos resultados electorales desagregados por mesa. Es más, es muy probable que se hubiera opuesto a su proclamación como Presidente mientras el CNE no garantizara la transparencia del proceso.

Chávez era un hombre que creía firmemente en la voluntad popular. Estaba convencido de que su legitimidad reposaba en el respeto de esa voluntad. Al margen de la voluntad popular, al margen de la Constitución Bolivariana, nada.

Es más, recordemos su actitud cuando el referendo por la reforma constitucional de 2007: el hombre no solo salió a reconocer públicamente su derrota. Sabiendo que faltaban por contarse algunos miles de votos manuales, por lo que todavía era posible su victoria, dijo que no le interesaba ganar por unos pocos votos. Asumía que la mitad del país había decidido no respaldar su propuesta y eso para él bastaba y sobraba. No lo escuchamos en ningún momento decir cualquier tontería contra la democracia liberal, como hoy sí le escuchamos a alguna gente que habla sin la menor vergüenza.

“Venceréis, pero no convenceréis”, dijo alguna vez Miguel de Unamuno a los fascistas en la Universidad de Salamanca. Sabemos que a los más cínicos no les gusta que se lo recordemos, pero lo volveremos a hacer: Chávez hablaba de “una nueva hegemonía democrática” que “nos obliga a nosotros no a imponer, sino a convencer”.

Por eso es que casi el 60% de la gente votaría hoy por Hugo Chávez: porque era un demócrata a carta cabal. No un demócrata de la boca para afuera o solo cuando ganaba una elección. Era un demócrata en la derrota y en la adversidad. Era un demócrata convencido de que solo democráticamente, con el respaldo y el protagonismo de la gente, valía la pena superar cada adversidad. Fue así, actuando de manera democrática, que logró contener y reducir a la oposición más fascista. Porque águila no caza moscas.

No se derrota al fascismo imponiendo, sino convenciendo. Imponiendo, solo se logra alborotar el mosquero. Eso por una parte. Pero lo más importante es que un gobierno democrático no trata al que no está convencido como si fuera un fascista.

Este pueblo no quiere imposición ni fascismo. Lo que quiere es democracia. Como la de Chávez.

Batallón Blindado