( Tomado de René González. Héroe de la República de Cuba). Tal y como me llegó lo replico.
Las relaciones mercantiles van entrando aceleradamente en todo el tejido social del país. Lo hacen para mal, pues van pudriendo todo lo que tocan, especialmente los valores morales revolucionarios y la concepción de un proyecto social socialista, más justo y humano.
La cultura del yo tengo se va imponiendo. El egoísmo mipymero se va colocando por encima de los intereses comunes y el afán de lucro va dejando su impronta en todos lados, desvalorizando los ideales más puros de la nación construidos con tanto esfuerzo y sacrificio durante la revolución.
La cultura del timbiriche aflora y prevalece. Hay que comprar y revender como vía de enriquecimiento o para sobrevivir. El salario estatal se deprecia a un nivel tal que lo hacen risible. Maestros, médicos, profesionales de alto nivel, pasan a las filas de los vulnerables, de los que no pueden llegar a fin de mes, ni siquiera a mediados. Va siendo imposible vivir del salario estatal.
Mientras, aparecen en las calles autos lujosos con los nuevos ricos como propietarios. Aumenta la riqueza en manos de una parte minoritaria de la población, mientras masas cada vez mayores son lanzadas a la pobreza extrema y el hambre. Es una realidad que algunos no quieren ver, pero basta salir a nuestras calles para percatarse.
El mercado va haciendo lo suyo, su labor de erosionador de la conciencia política es perceptible a diario. El predominio de las eufemísticamente llamadas formas no estatales de producción (propiedad privada) se va imponiendo en todas partes, incluyendo la recogida de basura en la capital. Pareciera que la empresa estatal socialista ha sido condenada a muerte por el mismo estado.
Existe una manera archiconocida de arruinar a una empresa estatal: descapitalizándola, abandonándola, haciendo que pierda su fuerza laboral calificada, no financiándola, dejándola destruir … luego, se la entrega a un emprendedor privado que reduce la plantilla y aumenta los precios hasta el infinito, pierde el pueblo.
Alguien dijo: Cuando todo sea privado, nos privaran de todo.
El capitalismo se construye solo, nada más le hace falta un empujoncito y todo lo creado por la revolución se viene abajo. Las sagradas conquistas sociales socialistas están contra la pared. Es virtualmente imposible resolver un empaste dental sino lo pagas, tanto el material como la mano de obra. Pasa lo mismo con otros servicios médicos y de otra índole. Lo cual es muestra del deterioro moral que la crisis económica prolongada y agudizada provoca.
Precios de horror para alimentos básicos ponen al pueblo en una situación de vulnerabilidad extrema. Se apela a lo que sea para sobrevivir. La emigración se dispara y amenaza con dejar al país sin jóvenes.
Las novelas de la televisión van mostrando ya el reajuste social. El galán, proveniente de una familia rica, propietario de un hostal y también la empleada pobre, abandonada a su suerte, más el joven marginal apartado del sistema educativo y laboral del país.
Es un triste reflejo del mundo que estamos construyendo.
Los docentes, un capital humano invaluable, construido con el sacrificio del país durante décadas, abandonan las aulas en busca de mejores salarios y condiciones de vida. Otros profesionales, altamente calificados, también dejan sus puestos laborales y desembarcan en las mipymes. Regresa a la calle el buzo, que hurga entre montones de basura maloliente algo de comer. El buzo puede ser un jubilado que no puede vivir de su magra pensión, ganada luego del sacrificio de toda una vida.
Solo una revolución salva hoy a la revolución. Una revolución que ponga de nuevo al pueblo en el centro de su atención, que abandone los mecanismos capitalistas de conducción de la economía o los ponga en su justo lugar, una revolución que priorice a la empresa estatal sobre la privada, que invierta lo poco de lo que se dispone en la producción de alimentos, en la salud, en la educación. Una revolución que combata sin tregua a la corrupción, al desvío de recursos, a la malversación, al maltrato al pueblo. Una revolución que no olvide a los que la construyeron y que hoy jubilados viven de la caridad pública o del apoyo de amigos y familiares. Una revolución que pueda elaborar un proyecto de vida viable para nuestros jóvenes, para evitar que emigrar sea la solución a sus problemas.
Hace falta una revolución contra la ideología neoliberal, contra la simulación política, contra el robo infame de los recursos materiales estatales y las indisciplinas sociales y financieras, contra el culto ciego a la propiedad privada. Hace falta una revolución contra la apatía social, la desidia, el conformismo, contra el burocratismo.
Una revolución que no olvide, ni por un segundo, que se debe al pueblo, a los más humildes y desfavorecidos, que sienta por el pueblo, que sufra como el pueblo, que tenga un compromiso con la historia.
Jamás el mercado sin regulación y la propiedad privada hicieron progresar a nadie, menos en medio de un bloqueo económico y financiero feroz ejercido contra la isla rebelde por la potencia hegemónica del planeta. Cuba es Cuba y no se parece a nadie. Viet Nam y China, que han empleado profusamente el mercado y sus mecanismos en su desarrollo, poseen la cláusula de Nación Más Favorecida en el comercio otorgada por Estados Unidos y reciben sin restricciones millonarias inversiones y facilidades económicas. Cuba enfrenta una Guerra No Convencional sin parangón en la tierra, no son las mismas condiciones, por lo que no pueden copiarse acríticamente los caminos.
Las extraordinarias conquistas sociales alcanzadas con tanto esfuerzo, sacrificio y creatividad, están en peligro: escuelas sin maestros, cobro ilegal de servicios médicos, incremento de la inseguridad ciudadana, falta de higiene pública, emigración descontrolada y en aumento de jóvenes y profesionales, impunidad, corrupción, entre otros males.
La revolución tiene hoy que reinventarse si quiere sobrevivir, lo tiene que hacer con el esfuerzo de sus mejores hijos. ¿Lo hará? ¿Existe la voluntad política para ello? ¿Tenemos tiempo aún? ¿Están lo cuadros necesarios para eso?
Creo, sinceramente, que sí.