Respirar a fondo

10/09/2024.- Hubo una época en la que Cantos para un equinoccio de Saint John Perse se convirtió para mí en un libro-casa; un libro abrigo. Más que libros, textos como este son obras naturales, seres vivientes a la vuelta del corazón que van haciéndose morada secreta, más abrigada, como otro hogar con otro techo y con otras ventanas.

Un espacio sonoro que se distingue de todos los demás porque es allí donde se perciben las ondas magnéticas, las voces de los otros, el himno de los grillos que huyen a la luna desde la superficie de la cama.

Suerte de residencia astral, de las tardes serenas, de las noches turbias de aquel tiempo cuando quizás mi padre quiso contarme episodios fantásticos de su vida en la selva.

Cada lugar tiene una distancia y una hora de andar suelta en nuestro propio destierro; Ese exilio perpetuo con el que nacemos y viajamos sin norte.

Pero ahora no hablo de desarraigo alguno. Mi beneficio es contemplar los astros con gratitud cuando releo de Saint John Perse su discurso del Nobel.

Con la saeta lejana llega a mí el zumbido de una frase de ese entonces: «Se escuchará todavía correr la jauría cazadora del poeta».

Mientras escribo, recuerdo La canción del heredero : «Honro a los vivos, tengo rostro entre vosotros». Bailo en silencio: es una danza de un entonces.

Pienso: nació en una isla Perse. Allá, siempre, habitan aves, existen bosques, gente de estaturas abstractas que juegan, hacen fogatas y el universo les prodiga alimentos.

Porque el cosmos es esa otra orilla invisible que apenas se ve en la silueta de un pájaro volando.

De este lado aramos. Luchamos. Vamos a pasar la noche. Vivimos ya veces la derrota nos cuece la piel. Pero también vencemos y somos felices.

Contemplamos y labramos su diamante equinoccial, como Perse.

Celestialmente en la morada, desnudos, sin equipajes áridos.

Reunidos con las hojas que han caído.

A Beatriz

Federico Ruiz Tirado