Farruco Sesto
(Publicado en NÓSdiario, originalmente en gallego)
Para percibir la inhumanidad del capitalismo, basta con asomarse a la ventana o caminar un rato por la calle. Está al alcance de cualquier mirada sensible.
Pero para comprender su perversidad absoluta, hay que analizarlo como sistema, en su ambición totalitaria y, sobre todo, en su manera de ejercer el poder político, al que considera exclusivamente suyo por definición.
Para pasearse por su locura, vale decir, por la locura íntima del capital, hay que analizar, entonces, atentamente, y en primer lugar, la forma en que se relaciona con el poder. Y hacerlo con la mirada fina, tratando de abarcar el tiempo y el espacio. Particularmente cuando está en modo colonialista e imperialista.
No hay que llamarse a engaño con las amabilidades cotidianas del capital, en su ejercicio del poder político, cuando a uno lo envuelven. Ellas son signo de que el capital está tranquilo, disfrutando del peso de su poder bien asentado, sin ninguna amenaza, ni sombra alguna en el paisaje. En tales condiciones el capital es todo cortesía y buenas maneras, iluminando el área del jardín con un despliegue de sentido común.
No así cuando comienza a sospechar que algo lo amenaza, vale decir, cuando constata que alguien se lo disputa, ese poder político, aunque eso ocurra con uno mínimo de posibilidades de arrebatárselo. Entonces es cuando el capital comienza a revelarse en su verdadera naturaleza, y a metamorfosearse en la figura del doctor Hyde que siempre fue. Un monstruo sin entrañas escondido tras aquella apariencia civilizada.
Es en ese momento cuando la cortesía del jardinero queda a un lado, y sin tapujos, se da a la tarea de abonar el terreno para desparramar aquí y allá las semillas del fascismo, vigilando su desarrollo, para recoger sus frutos en el instante de la crisis real.
Y no digamos cuándo en algún país específico, el gran sueño humano de la emancipación logró florecer en revolución y arrebatarle a él el poder político, digo, al capital. Entonces ya éste, olvidado de junglas y de jardines, y de semillas incluso, entra de lleno en el manejo del fascismo, como su arma predilecta.
En Latinoamérica y el Caribe, se conoce perfectamente que eso es así, porque se vive día a día. Y muy particularmente en Venezuela, desde hace ya unos cuantos años, manifestándose en su modo imperial.
El pueblo venezolano ha podido verle, así, muy de cerca el rostro al fascismo, cultivado en el pecho de las oligarquías, con el aliento del Imperio. Y pudo entender que ese fascismo, o los fascismos, o los neofascismos, si se quiere, o los modos contemporáneos del fascismo, (a nadie allí le interesa entrar en el juego académico de las definiciones), tienen la bendición de los grandes medios hegemónicos de comunicación, a la orden de gran poder imperial que rige el Occidente.
Así las cosas, Venezuela, celebró en la primera quincena de septiembre, un “Congreso Mundial contra el Fascismo, Noefascismo y expresiones similares”. En su clausura, el presidente Maduro afirmó que “Venezuela es el epicentro de la lucha contra el colonialismo, el fascismo, y las corrientes que se derivaron de estas”. “Este Congreso está al calor de la batalla que estamos dando”. “Reunir a más de 1200 delegados de más de 95 países, es un buen punto de partida para avanzar en un gran movimiento internacional contra el fascismo y el colonialismo”.
Y en efecto, como una de las conclusiones del Congreso, se hizo un llamado a las organizaciones políticas y sociales del mundo, a participar en una Internacional Antifascista.
Ahora son los pueblos los que tienen la palabra con relación a ese llamado. Ya en diversos lugares de los distintos continentes, está teniendo eco y las organizaciones se reúnen y se mueven.
En el caso de Galicia, es AGABO, la Asociación Gallego-Bolivariana Hugo Chávez, quien tomó la iniciativa de convocar a una reunión de las organizaciones políticas y movimientos sociales, en todo el amplio abanico de la izquierda, a fin de propiciar un gran encuentro unitario para constituir el capítulo antifascista de Galicia.
Galicia no es para nada ajena a estas cuestiones. No solo por su fraternidad histórica con los pueblos de Latinoamérica y el Caribe. Sino además por su propia memoria de lo que fueron las andanzas terribles del fascismo en su seno, particularmente en los años 36 al 39 del siglo pasado. Basta con ver las estampas drámaticas de Castelao en su cuaderno “Atila en Galicia”, para darse cuenta de que aquí ha de haber necesariamente una sensibilidad latente de mucha profundidad contra los fascismos. Sensibilidad que, sin duda, se pondrá al servicio de esa Internacional Antifascista que está naciendo.