Palabras de Ernesto Villegas Poljak, ministro de Cultura de Venezuela:
Buenas tardes, muchísimas gracias.
Pido un aplauso para nuestros anfitriones de Portugal y para el señor Moratinos por la excelente realización de esta actividad. Es un honor estar acá, en la tierra que le regaló al mundo a Fernando Pessoa y a José Saramago.
Reciban el saludo del presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Nicolás Maduro Moros.
Soy ministro de Cultura, de modo que quizá no sea muy diplomático, señor Moratinos. Y voy a comenzar con un poema del gran poeta venezolano Gustavo Pereira: “Sobre salvajes”.
“Los indígenas pemones de la Gran Sabana, al sur de Venezuela, llaman al rocío ‘Chiriké-yetakuú’, que significa saliva de las estrellas.
A las lágrimas ‘Enu-parupué’,que quiere decir guarapo de los ojos.
Y al corazón ‘Yewán-enapué’,semilla del vientre.
Los indígenas Waraos del Delta del Orinoco dicen ‘mejo-koji’ (el sol del pecho) para nombrar el alma.
Para decir amigo dicen ‘Ma-jokaraisa’: mi otro corazón.
Y para decir olvidar dicen ‘emonikitane’, que quiere decir perdonar.
Los muy tontos no saben lo que dicen.
Para decir tierra dicen madre.
Para decir madre dicen ternura.
Para decir ternura dicen entrega.
Tienen tal confusión de sentimientos que con toda razón las buenas gentes que somos los llamamos salvajes”.
Esos salvajes indígenas viven en armonía con la naturaleza y hacen contraste con la racionalidad imperante en este planeta que pone en peligro la existencia misma de la vida humana en la tierra.
Ya lo explicaron extraordinariamente el expresidente Rodríguez Zapatero y la compañera ex Primera Ministra de Senegal, cuyas intervenciones me han causado especial impacto.
Quizás el fracaso en la construcción de un mundo de paz tras estos 20 años tenga raíz en la incapacidad para dotar a la humanidad de una visión mínimamente compartida con respecto a nuestro pasado. Bien vendría sanar heridas y que Nuestra América y África recibieran una palabra de resarcimiento por el proceso de conquista y colonización. Esto abonaría a la construcción de una alianza para la paz permanente y perdurable.
Si Dios o la naturaleza hubiesen querido establecer supremacías entre los seres humanos le habría bastado a Dios o a la naturaleza con una ínfima modificación genética en el ADN de ese supuesto grupo humano superior para impedir su cruce con otros grupos humanos inferiores. Pero no, los seres humanos formamos parte de una misma especie. Podemos cruzarnos todas y todos y dar lugar a esa hermosa creación que es el mestizaje, sin renunciar —por supuesto— a las raíces originarias de todos los grupos humanos.
No siendo así, entonces todos los seres humanos somos iguales, miembros de esta especie, y si queremos la paz debemos erradicar de entre nosotros toda visión supremacista. Ninguna cultura, pueblo, religión ni clase social debería comportarse como si fuese superior a otra.
Más que una alianza necesitamos en realidad una auténtica comunidad humana con las múltiples identidades que nos caracterizan, todas en pie de igualdad e —insisto— sin ningún complejo de superioridad.
Paradójicamente el centenario de la Revolución Francesa fue celebrado en París en 1889 con pabellones coloniales que exhibían a seres humanos —como en un zoológico— provenientes de las antiguas colonias. Esto se hacía bajo el lema “liberté, égalité, fraternité”.
Dramáticas paradojas continúan en el mundo contemporáneo.
El capitalismo global o el tecnofeudalismo —como prefiere llamarlo Yanis Varoufakis— se ufana del desarrollo fantástico de la inteligencia artificial y en paralelo pareciera que la inteligencia humana se ha ido de vacaciones dejando en manos de los negocios las decisiones fundamentales sobre la existencia humana.
La religión del capitalismo global impone al mundo su racionalidad y quienes no se sometan a ella son tratados como herejes merecedores de la hoguera.
Han surgido fenómenos terribles: el antisemitismo histórico, la islamofobia contemporánea, la aporofobia —que es el odio y rechazo a los pobres— y recientemente, al menos en nuestro continente y en algunos lugares del mundo, ha surgido una suerte de venezolanofobia, tratando de convertir en una mala palabra esa sagrada patria venezolana que dio a luz a Simón Bolívar.
Se estigmatiza a los pobres y a los migrantes, —como señaló Zapatero— como criminales y culpables de todos los males.
Personajes no electos pero con la fortuna de poseer millones toman decisiones que impactan en la vida de millones.
Tienen control sobre inmensas maquinarias de comunicación, entretenimiento y cultura.
Millones de seres humanos se informan, entretienen y hasta canalizan su sexualidad a través de las llamadas redes sociales.
Para lograr la paz, la humanidad debe emanciparse de la dictadura de los mercados y de los algoritmos.
El Gobierno Bolivariano apuesta a la diplomacia bolivariana de paz, al diálogo entre las culturas y a la consolidación de un mundo multipolar sin hegemonismos, ni fascismo, ni neofascismo, ni expresiones similares.
Así lo defendió en su tiempo el comandante Hugo Chávez y sigue siendo la única forma de lograr lo que el Libertador Simón Bolívar llamó el equilibrio del mundo.
Por cierto, me disculpan una autorreferencia, mi madre judía llegó a Venezuela huyendo de los nazis en la Segunda Guerra Mundial.
Insólitamente hoy se habla con desparpajo sobre una Tercera Guerra Mundial y es otra paradoja de una racionalidad irracional dominante en el mundo.
Nosotros abogamos desde Venezuela, como solía cantar Alí Primera, por una humana humanidad.
Clamo por el fin de la guerra.
Solidario con las víctimas europeas de las guerras en curso y que amenazan con transformarse una vez más en otra guerra mundial.
Expreso además nuestra solidaridad con el hermano pueblo de Palestina.
Alto al genocidio, en curso.
Paremos La Tercera Guerra Mundial.
Démosle un chance a la paz.
Muchas gracias. Buenas tardes