Por: José Antonio Hernández
El análisis del fenómeno mediático en torno al Tren de Aragua revela no solo las contradicciones de la cobertura periodística, sino también los intereses de clase que subyacen en estas narrativas. La enorme cobertura mediática de organizaciones criminales emergentes como esta pandilla venezolana contrasta con la subestimación o invisibilización de bandas criminales más establecidas y poderosas, como los carteles mexicanos y pandillas estadounidenses, que generan un impacto significativamente mayor en términos de violencia y desestabilización social.
Bandas criminales consolidadas en Estados Unidos
En Estados Unidos existen bandas criminales mucho más establecidas y peligrosas que el Tren de Aragua, con décadas de operaciones y redes profundamente arraigadas. Por ejemplo:
MS-13 o Mara Salvatrucha
Con raíces en El Salvador, la MS-13 es una de las pandillas más violentas y notorias de América. Tiene presencia en numerosos estados de Estados Unidos y es conocida por sus brutales tácticas de intimidación, tráfico de drogas y trata de personas. Su red es mucho más amplia y sofisticada que la del Tren de Aragua.
Sureños y Norteños
Estas pandillas, originadas en California, han evolucionado hasta convertirse en poderosas organizaciones que operan tanto dentro como fuera de las prisiones. Se dedican al tráfico de drogas, extorsión y asesinatos por encargo.
Crips y Bloods
Dos de las pandillas más icónicas en la historia de Estados Unidos, nacidas en Los Ángeles, tienen décadas de actividad criminal. Aunque su influencia ha disminuido en comparación con los años 80 y 90, siguen siendo importantes en el tráfico de drogas y la violencia urbana.
Carteles mexicanos
Aunque no son pandillas en el sentido estricto, los carteles como Sinaloa o Jalisco Nueva Generación tienen una influencia mucho mayor en el tráfico de drogas hacia y dentro de Estados Unidos, con redes operativas de gran alcance y capacidad financiera.
En comparación, el Tren de Aragua está en una fase inicial de expansión en Estados Unidos, principalmente aprovechando las vulnerabilidades en el sistema migratorio. Aunque su peligrosidad es innegable, todavía no alcanza el nivel de organización ni la infraestructura de las bandas mencionadas.
Hipocresía mediática de la clase dominante
El enfoque mediático desproporcionado sobre el Tren de Aragua no se explica por su impacto real en comparación con otras organizaciones criminales, sino por su utilidad como herramienta en la construcción de narrativas políticas. Este fenómeno se sustenta en varios elementos
Las nuevas amenazas, especialmente las asociadas a la migración, tienden a recibir más cobertura porque se enmarcan en debates políticos polarizantes, como la seguridad fronteriza. Los medios, controlados mayoritariamente por conglomerados empresariales, no son neutrales; sirven a los intereses de la clase dominante, presentando al migrante como «el otro peligroso» y desviando la atención de problemas estructurales del capitalismo.
La atención al Tren de Aragua refuerza estas narrativas al asociar la migración con criminalidad, generando miedo y justificando políticas represivas como la militarización de la frontera. Mientras tanto, se omite el papel del capitalismo estadounidense en la desestabilización de los países latinoamericanos, lo que ha llevado al éxodo de millones de personas.
Intereses políticos y económicos
Los carteles mexicanos, los Maras Salvatrucha y otras bandas consolidadas tienen redes que muchas veces incluyen complicidad con sectores legales, como bancos que lavan dinero o empresas que se benefician del trabajo informal controlado por estas organizaciones. Exponer esta realidad sería incómodo para las élites políticas y económicas, por lo que los medios eligen narrativas más convenientes, centradas en organizaciones emergentes como el Tren de Aragua.
En lugar de confrontar la raíz del problema como el tráfico de drogas como parte de un mercado global capitalista, se opta por destacar amenazas menores que no desafían las estructuras de poder existentes.
Sensacionalismo y distracción
Las noticias sobre el Tren de Aragua generan titulares atractivos que distraen del impacto real de las bandas consolidadas en Estados Unidos. Esta estrategia permite a los medios mantener la atención del público en problemas «externos», evitando cuestionamientos profundos sobre las causas estructurales de la criminalidad, como la pobreza, la desigualdad y el fracaso de las políticas de rehabilitación y justicia social.
El origen de la criminalidad
El fenómeno de las bandas criminales, ya sean emergentes como el Tren de Aragua o consolidadas como los carteles, tiene su origen en las contradicciones del capitalismo. En un sistema basado en la explotación y la desigualdad, el crimen organizado surge como una forma de economía paralela que responde a las necesidades insatisfechas de amplios sectores de la población. Sin embargo, estas organizaciones también reflejan las dinámicas del capital: acumulación, competencia y expansión.
El caso del Tren de Aragua es un ejemplo claro de cómo el colapso económico y social en Venezuela, exacerbado por las sanciones imperialistas, la política neoliberal del gobierno venezolano ha empujado a miles de personas hacia la ilegalidad como medio de subsistencia. En este contexto, las pandillas emergen como un producto directo de las políticas neoliberales y la dependencia estructural de los países semicoloniales.
Por otro lado, la expansión de cárteles y pandillas consolidadas en Estados Unidos no puede entenderse sin analizar el papel del capitalismo estadounidense en la creación de mercados ilegales. El consumo masivo de drogas, la privatización de prisiones y la militarización de la «guerra contra las drogas» son fenómenos que no eliminan el crimen, sino que lo perpetúan al tiempo que generan enormes ganancias para ciertos sectores de la élite.
La atención mediática al Tren de Aragua no es casual; responde a los intereses de la clase dominante en Estados Unidos, que utiliza este tipo de narrativas para justificar políticas represivas, desviar la atención de problemas internos y mantener intactas las estructuras de explotación. Mientras tanto, las verdaderas raíces de la criminalidad como la desigualdad, la pobreza y las contradicciones inherentes al capitalismo, permanecen intactas y fuera del debate público.
La existencia y proliferación de bandas criminales como el Tren de Aragua no puede entenderse como un fenómeno aislado o exclusivamente vinculado a la migración. En el sistema capitalista, donde la riqueza está concentrada en manos de una minoría, las dinámicas de exclusión y explotación crean las condiciones materiales para el surgimiento de economías ilegales. Tanto en los países de origen como en los de destino, estas estructuras funcionan como reflejo de las desigualdades sistémicas.
Estados Unidos como el epicentro del consumo y la criminalización
Estados Unidos no solo es el mayor consumidor de drogas a nivel mundial, sino que también es el principal mercado para el tráfico de personas, armas y otros negocios ilícitos. Esto convierte al país en un motor de la economía criminal global. Sin embargo, el enfoque mediático y político rara vez aborda este papel central, prefiriendo construir narrativas que culpen a factores externos.
Los carteles mexicanos, por ejemplo, no habrían alcanzado el poder que tienen sin la demanda constante de drogas en Estados Unidos y sin el acceso a armas adquiridas legalmente en territorio estadounidense. A pesar de esto, el discurso oficial se centra en los migrantes, las «fronteras inseguras» y las «nuevas amenazas», ignorando deliberadamente cómo estas dinámicas son fomentadas por el propio sistema capitalista.
La doble moral del sistema judicial
El aparato represivo del estado capitalista no está diseñado para erradicar el crimen, sino para mantener un orden que favorezca a la clase dominante. Mientras que el Tren de Aragua y otras bandas emergentes son objeto de una persecución desproporcionada, las conexiones entre las élites económicas y el crimen organizado permanecen ocultas.
Algunos ejemplos
Bancos y lavado de dinero: Instituciones financieras como HSBC han sido vinculadas al lavado de dinero de cárteles mexicanos, pero enfrentan multas mínimas en comparación con sus ganancias.
Industria armamentística: Las empresas que producen armas y municiones se benefician directamente de su venta a redes criminales, pero no son penalizadas por ello.
Estas contradicciones reflejan el carácter de clase del estado, que actúa como guardián de los intereses del capital y no como un mecanismo de justicia para las masas trabajadoras.
Hacia una solución revolucionaria
El combate efectivo contra la criminalidad no puede lograrse únicamente a través de la represión policial o el fortalecimiento de fronteras. Estas medidas no abordan las causas subyacentes del problema: la pobreza, la desigualdad y la alienación inherentes al capitalismo. En lugar de ello, es necesario un enfoque basado en medidas revolucionarias.
La organización de la clase trabajadora: La única fuerza capaz de desafiar al sistema que genera estas desigualdades es la clase trabajadora, organizada de manera independiente del estado y de los burgueses.
Nacionalización bajo control obrero: Las industrias clave, incluyendo el sistema financiero y la producción de armas, deben ser nacionalizadas y gestionadas democráticamente por los trabajadores, eliminando los incentivos económicos para la criminalidad.
Desmilitarización y reinversión social: En lugar de financiar el aparato represivo, los recursos deben destinarse a la creación de empleo, educación y programas sociales que reduzcan las desigualdades estructurales.
La atención mediática al Tren de Aragua no es más que una cortina de humo diseñada para desviar la atención de los verdaderos responsables del crimen y la violencia en Estados Unidos: el sistema capitalista y las élites que se benefician de él. Un análisis marxista no sólo denuncia esta hipocresía, sino que también señala el camino hacia una transformación revolucionaria que elimine las raíces materiales de la criminalidad y construya una sociedad verdaderamente socialista.
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