A Ramiro Ruiz Primera, el mejor estudioso de la vida y de la obra de Alí, dedico
Anoche fui a ver la película de Alí Primera. Apenas finalizó salí huyendo del cine. Llevaba espachurrado el corazón, y en la boca el extraño sabor de un sinfín de sentimientos encontrados. Necesitaba reflexionar a solas y en mi interior espiritual, acerca de todo. Fue el tiempo histórico de mi infancia y de mi juventud el que se narró allí. Es mi generación la que tuvo el privilegio de disfrutar al Alí vivo y de carne y hueso, y la que quedó marcada para siempre con su ausencia. Es imposible quedarse conforme, al examinar, bajo un prisma que nunca será neutral (de casi cuarenta años transcurridos de que él ya no está entre nosotros y nosotras), la vida y la personalidad de un ser humano que impactó profundamente el alma de un país, y tocó con la delicadeza más sutil, e interpretó de la forma más descarnada, a las fibras más sensibles y puras del pueblo. No quedé conforme, lo confieso, porque Alí da para más. Aunque, es justo decirlo, no se puede sintetizar en dos horas a ese torbellino tan apasionado y tan apasionante que fue. Es imposible.
No obstante, reconozco el enorme esfuerzo llevado a cabo para hacer realidad esta película. En especial, a las actuaciones de los y de las artistas, que fue del más alto nivel. A ellos y a ellas todo mi reconocimiento y admiración.
Decía que me embargaron sentimientos encontrados.
Un personaje histórico tiene la virtud de poseer múltiples ópticas por donde se le mira, y Alí es un personaje histórico. 40 años pudieran ser mucho tiempo para la finitud individual de una persona, pero son un suspiro en el acumulado devenir de una nación. Imagínense por un momento cuántas pasiones pudieran desatar un asunto de Alí si no se le presenta y trata con cuidado y metodología, con respeto y ecuánime justicia. Les adelanto, esas pasiones desatadas podrían desembocar en una vorágine, máxime aun si una buena parte de los protagonistas reales de su historia aún viven. Y la película presenta en su argumentación detalles que son dignos de analizar y de reflexionar. Repito, siempre con cuidado y método, con respeto y empatía.
A mí me habría gustado que este Alí de ficción hubiera liberado a los pajaritos luego de comprárselos a la niña, como el Alí real solía hacerlo en sus viajes manejando de Caracas a Coro, que compraba pajaritos para liberarlos, y no quedárselos para él como lo sugiere la película.
¿Y la coñaza física que se da con Teodoro? Que en los hechos reales no pasó de un cruce de palabras. Esto me afligió, porque se lastimó a otro personaje histórico de la política venezolana. Teodoro Petkoff como todo ser humano tuvo luces y sombras, y no es justo que alguien se sienta con derecho a desdibujar su figura. Douglas Bravo lo respetaba muchísimo, me consta. Por boca del propio Chino Daza, supe que Teodoro fue el factor clave en el segundo gobierno de Caldera en su legalización, en 1997 (luego de 35 largos años de persecuciones y clandestinidad), y en dejar sin efecto a todos los juicios por rebelión militar que sobre él pesaban en los tribunales. Por Roosevelt Barboza me enteré de su solidaridad y atención para con los exiliados revolucionarios durante las dictaduras del Cono Sur. Y por gente respetable de Bandera Roja que vive, en los propios años 80, conocí de su sensibilidad y de sus gestiones a favor de los presos políticos de la época. ¿Entonces? ¿De qué estamos hablando? ¿De alguien, a quien se debe desdibujar? Y otro detalle con esta coñaza (que al parecer los realizadores de esta película no se dieron cuenta), que, con ello, se lastima también a los militantes del MAS que vieron o van a ver la película, que aman a Alí tanto como aman a su líder fundador: ese imperceptible detalle se les pasó por alto, ¿no? Alí pertenecía a todos los partidos de izquierda. Fue del PCV y nunca dejó de serlo, pero también fue de la Liga Socialista, del MIR, del MEP y del PRV. Y fue, quiérase o no, una figura referencial dentro del MAS, con cuya dirigencia nacional tuvo fraternal relación, me refiero a Argelia Laya, Rodrigo Cabezas, Darío Vivas y Anselmo Natale, sin mencionarles a sus directivas regionales, que le acogían y le acompañaban en sus eventos. Por cierto, esos gruesos contingentes masistas pro-Alí, a los que me refiero, terminaron decantándose por la Revolución Bolivariana y por su Líder Máximo. Alí fue y es un patrimonio de la izquierda venezolana, sin distingo alguno.
Y el punto cumbre de esta película: cómo empieza y cómo termina.
Aquí trataré de ser ecuánime, justo y empático. Toda mi vida sospeché que Alí había muerto por un atentado. Toda mi vida. Hasta que conocí a finales de 2010 a Ítalo Américo Silva, un músico y periodista, con quien trabajé en el Ministerio de Energía Eléctrica, bajo la dirección de Alí Rodríguez Araque. Ítalo Américo, un buen camarada y compañero, un hombre limpio, hijo del legendario Comandante Guerrillero Américo Silva (asesinado en 1972). Un ser humano que desde la madrugada del 16 de febrero de 1985 ha cargado con el estigma de la muerte de Alí. En conversación con él en aquel tiempo, al oír su versión de los hechos, en mi percepción fui desechando la idea del atentado, y en su lugar yo me fui formando la idea del accidente fortuito, idea que he defendido a lo largo de estos casi 15 años. Hasta anoche que vi la película, en que he vuelto a retomar la idea del atentado.
Durante el desarrollo de la película, se incrimina directamente a la embajada de los Estados Unidos y a los gobiernos venezolanos de entonces (léase, Leoni, Caldera, CAP y LHC), en los distintos atentados y amedrentamientos que sufriera Alí Primera durante esos años. Tesis del cineasta que yo respaldo plenamente. Los yanquis son especialistas en el asesinato de líderes en América Latina y en el mundo, y allí está la Historia como prueba fundamental, no estoy inventando nada. Así que no es extraño que Alí sea un número más en la colección de crímenes que poseen los yankis como prontuario.
Si esto es así, como lo plantea la película, Ítalo Américo Silva es una víctima. La única víctima que queda viva, de las tres víctimas que hubo en aquella fatídica madrugada, en que un Fairlane 500 y una Jeep Wagoneer colisionaron de frente en la autopista Valle-Coche, de Caracas. Si esto es así, como lo plantea la película, fue la camioneta de Alí la dañada o intervenida para provocar el accidente, y el carro de Ítalo Américo el objeto contundente con el que se estrelló, como pudo haber sido otro ser y otro carro que transitase por el lugar. En la película, Ítalo Américo y su acompañante de aquel día son invisibilizados: un craso error historiográfico que obviaron con una cuneta. No fue contra una cuneta, fue contra un vehículo que traía dentro dos seres humanos.
Anoche dormí sobresaltado, pensando y soñando en tantas cosas.
Les confieso una de éstas, que pensé y soñé. Si en el Palacio de Miraflores y en el Palacio Federal Legislativo hay un gobierno distinto a los de la IV República, en el tema de la muerte de Alí Primera debería designarse y decretarse una Comisión de la Verdad, que reabra este caso, que cite a declarar a todas las fuentes vivas que quedan, que dé inicio a una investigación exhaustiva, criminológica, científica, ágil, justa y expedita, que establezca las responsabilidades históricas, morales y de ley a las que hayan lugar. Por la relevancia pública y política que tenía ‒y tiene aún‒ como figura, el asesinato de Alí Primera es un asunto de Estado y por el enorme dolor que causó como patrimonio poético y musical en ingentes multitudes del país posee la significación de un magnicidio. En los Estados Unidos, vive un prestigioso abogado cubano de nombre José Pertierra, es un hombre serio y es un revolucionario a carta cabal, a quien el Estado venezolano ya ha contratado en litigios ante las cortes de ese país. Esa Comisión de la Verdad perfecto puede solicitarle a Pertierra que tramite y solicite ante el Departamento de Estado la desclasificación de los documentos de la embajada yanqui en Caracas, por las fechas en que le ocurrieron esos cerca de diez atentados que Alí vivió y que, en su momentos, fueron públicos, notorios y comunicacionales. Les aseguro que allí saldrán nombres para establecerles responsabilidades.
Les ruego que me perdonen por pensar y soñar algo que Alí se merece, que Ítalo Américo se merece, el país todo se merece: justicia.
Juan Ramón Guzmán
Acarigua, 19 de noviembre de 2024 – 5:53 p.m. (hora local).